LXIII. La pobreza voluntaria

711. –Después del capítulo sobre los consejos evangélicos, el Aquinate dedica otros cinco al de la pobreza. ¿Por qué se ocupa, en el primero de ellos, a presentar los argumentos, que se dan contra la pobreza voluntaria?

–Unos pocos años antes de su redacción, Santo Tomás había participado, en París, en la defensa de los ataques contra las ordenes mendicantes. Su manera de vivir la pobreza era uno de los puntos criticados por los enemigos de dominicos y franciscanos. Por ello, conocía muy bien todas las impugnaciones a la pobreza voluntaria, que vivían, y las respuestas que había de dar a las mismas. En el primer capítulo, presenta todo el compendio de las objeciones.

La primera es el siguiente: «Los hombres necesitan para la conservación de su vida muchas cosas que no pueden hallar en todo tiempo. Luego es natural que el hombre reúna y conserve lo que le es necesario. Es, por lo tanto, contra la ley natural el desparramar mediante la pobreza las cosas acumuladas»[1].

A ella, responde: «Aunque exista naturalmente en el hombre el apetito de reunir lo que es necesario para la vida (…) no está en él de tal modo que sea necesario que cada uno se ocupe de esto». Además: «como la vida de los hombres no sólo necesita las cosas corporales, sino principalmente las espirituales, es preciso también que algunos se dediquen a las cosas espirituales en beneficio de los demás, debiendo estar exentos de cuidados temporales». Por ello:

«la divina providencia distribuye los diversos oficios entre personas distintas, contando con que algunos tienen más inclinación a unos oficios que a otros»[2].

En segundo lugar, se objeta: «así como es contra la ley natural el que alguien se suicide, así también es contra dicha ley el que alguien se abstenga de las cosas necesarias a la vida mediante la pobreza voluntaria»[3]. A ello responde Santo Tomás que los que abrazan la pobreza voluntaria: «no se privan del sustento de la vida (…) les queda una esperanza probable de sustentar la propia vida, bien por el trabajo propio, bien por los beneficios de otros»[4].

En la tercera impugnación, se dice: «los que se abstienen del patrimonio exterior por el que se auxilia grandemente a los demás, se vuelven impotentes para prestar dicho auxilio. Luego es contra el instinto natural y contra el bien de la misericordia y de la caridad que el hombre se abstenga de todos los bienes de este mundo por la pobreza voluntaria»[5]. A ella, replica Santo Tomás: «quien se priva, mediante la pobreza voluntaria, de la facultad de socorrer a otro en las cosas temporales para conseguir cosas espirituales, por las cuales pueda socorrerles con más utilidad, no obra contra el bien común de la sociedad humana»[6].

En la cuarta objeción, se argumenta: «Si poseer los bienes de este mundo es malo, pero es bueno librar al prójimo del mal; y malo el inducirla a él, será malo, en consecuencia, dar a un indigente los bienes de este mundo y bueno el quitárselos a quien los posee; cosa incongruente»[7]. No es así, porque contesta Santo Tomás: «las riquezas son cierto bien del hombre, en cuanto que se ordenan al bien de la razón, más no lo son por sí mismas; por lo cual nada impide que la pobreza sea mejor, si por ella se ordena alguno a un bien más perfecto»[8].

712. –¿Se hacían todavía más objeciones contra la elección de la pobreza en la vida religiosa?

–Santo Tomás, sintetiza todas las impugnaciones en siete. De manera que, en quinto lugar, presenta la siguiente objeción: «la pobreza es una ocasión de mal, porque algunos son inducidos por ella a cometer hurtos, adulaciones, perjurios y otras cosas semejantes»[9]. Sin embargo, responde Santo Tomás: «No debe despreciarse la pobreza por ciertos vicios que ocasionalmente proceden de ella alguna vez». Advierte seguidamente que: «ni las riquezas ni la pobreza, ni ningún bien exterior (…) han de juzgarse como absolutamente malos, sino que es malo el uso que ellos se hace»; y se utilizan mal cuando: «el hombre no usa de ellos según las reglas de la recta razón»[10].

La sexta objeción consiste en esta dificultad: «la virtud consiste en el medio, uno y otro extremos resultarán viciosos». Respecto a la virtud de la liberalidad –el dar lo que debe darse y retener lo que hay que retener, según la recta razón–, la avaricia es un vicio por defecto, porque retiene lo que no se debe; y la prodigalidad, o el derroche, lo es por exceso, porque no retiene nada. Esto último: «hacen quienes siguen voluntariamente la pobreza, por consiguiente, esto es vicioso y parecido a la prodigalidad»[11].

La objeción no es válida, indica Santo Tomás, en su respuesta, porque: «el medio de la virtud no se toma según la cantidad de cosas, sino según la regla de la razón», que no debe sobrepasarse ni quedarse por debajo. «La regla no sólo mide la cantidad de la cosa que se usa, sino también la condición de la persona, su intención, la oportunidad de lugar y de tiempo y otras circunstancias semejantes que se requieren para los actos virtuosos». En la pobreza voluntaria: «no se obra con prodigalidad, porque se hace por el fin debido y observando las debidas circunstancias»[12].

Por último, se objeta con estas palabras de la Escritura: «No me des ni pobreza ni riqueza. Dame sólo lo que he de menester. No sea que si me harto, me incline a negarte y diga: ¿Quién es el Señor? O que necesitado, robe y perjure el nombre de mi Dios»[13]. En cuanto a esta objeción, nota Santo Tomás que «las palabras de Salomón, que se aducen no son contrarias. Porque se ve claramente que habla de la pobreza impuesta, que suele ser ocasión de hurto»[14].

713. –¿Con estas siete réplicas del Aquinate, quedan resueltas todas las objeciones contra la pobreza voluntaria?

–Todavía quedan por solucionar otros problemas que presentan los objetores, al considerar: «los géneros de vida en que necesariamente han de vivir quienes abrazan la pobreza voluntaria». Explica Santo Tomás que: «hay un género de vida que consiste en vender las posesiones de cada uno y vivir todos de su precio en comunidad; lo cual parece que fue observado en Jerusalén en tiempo de los apóstoles».

A este primer modo de vivir la pobreza, se le objeta que: «este género de vida no parece proveer suficientemente a la vida humana», Lo revelan tres motivos. Uno porque:«no es fácil que muchos de los que tienen grandes posesiones acepten esta vida, y si se distribuye entre muchos el dinero recibido de las posesiones de unos pocos ricos, no será suficiente para mucho tiempo». Otro, porque además, es posible y fácil que: «se pierda el dinero así adquirido ya por fraude de los administradores, ya por hurto o rapiña». Por último, porque: «se producen, muchas eventualidades que obligan a los hombres a cambiar de lugar. Por lo tanto, no será fácil proveer del dinero recibido»[15].

Con respecto a este género de vida, nota Santo Tomás que no le afecta la primera objeción. Se dio al principio de la Iglesia, porque entonces era necesario, pero fue con la intención de que se viviera por poco tiempo. «Los apóstoles establecieron entre los fieles de Jerusalén este género de vida, porque preveían por el Espíritu Santo que no habían de permanecer por mucho tiempo en aquella ciudad, ya por las persecuciones que habían de sufrir por parte de los judíos, ya por la inminente destrucción de la ciudad y de sus habitantes (…) y, por esto, al dispersarse entre los gentiles en medio de los cuales había de afirmarse y perdurar la Iglesia, no se lee que establecieran este género de vida». Con ello, queda también respondida la tercera objeción.

En cuanto a la segunda, observa que: «el fraude que puedan cometer los administradores (…) esto es común a todo género de vida en que algunos viven en comunidad». Sin embargo, esto parece que sucederá mucho menos entre quienes siguen la vida religiosa. No obstante: «esto se remedia por la prudente institución de administradores fieles. Por eso, en tiempos de los apóstoles fueron elegidos Esteban y otros que eran considerados aptos para este oficio»[16].

Otro género de vida en la pobreza, parecido al anterior, y que comenzó a observarse en muchos de los primeros monasterios, consiste: «en tener las posesiones en común, de las cuales se provee a cada uno según su necesidad». Se le hacen dos reproches. Uno, en primer lugar, que: «se malogra el fin de la pobreza voluntaria, al menos en cuanto que muchos han de cuidarse de la administración de la posesiones», porque éstas: «requieren cierto cuidado tanto para procurar los frutos como para defenderlos de los fraudes y violencias». Además: «dicho cuidado ha de ser tanto mayor y ejercido por más individuos, cuanto mayores sean las posesiones que han de bastar para el sustento de muchos». Luego, por lo menos en estos quedará impedida su consagración a Dios, fin de la pobreza.

En segundo lugar, se recrimina, a este estado de vida, que igualmente también «se impide «la dedicación de la mente a las cosas divinas». La razón es porque: «la posesión en común suele ser también causa de discordia»[17], tal como lo revela la vida cotidiana.

Replica Santo Tomás, por una parte, que: «no se pierde nada de la perfección, a la cual tienden los que siguen la pobreza voluntaria, porque puede hacerse que uno o pocos administren las posesiones»; y de este modo todos los demás: «puedan dedicarse libremente a las cosas espirituales, que es fruto de la pobreza voluntaria». Incluso, precisa que nada les faltará a los administradores para vivir la vida perfecta, «pues lo que parecen perder por falta de quietud lo recuperan en el ejercicio de la caridad, en que consiste la perfección de la vida».

Por otra parte, no pueden darse las discordias entre los que han abrazado una vida de renuncia a los bienes del mundo, ya que: «no deben esperar de las cosas temporales nada más que lo necesario para la vida y debiendo ser fieles administradores». Ciertamente puede que algunos «abusen» de este tipo de vida, pero no por ello debe ser rechazado, puesto que «los malos usan mal de cosas buenas, al igual que los buenos usan bien aun de las cosas malas»[18].

714. –¿Se han dado en la historia de la Iglesia otras formas de vivir la pobreza voluntaria?

–Con la aparición de los monjes benedictinos se dio: «un tercer género de vida, que consiste en que los que siguen la pobreza voluntaria se sustenten del trabajo de sus manos; éste es el que seguía y propuso a otros con su ejemplo e instrucción el apóstol San Pablo, para que lo observaran». Santo Tomás había conocido y vivido este modo de pobreza, porque pasó su infancia con los benedictinos, que, en su Regla, escrita por San Benito, se establecía el trabajo manual, tal como expresa la famosa exhortación «ora et labora».

Explica que también se le han hecho varios reparos a este modo de vida. En primer lugar, se 1e tacha de innecesario, porque: «si después de haber seguido la pobreza voluntaria es necesario adquirir de nuevo, por medio del trabajo manual, algo de que sustentarse, fue superfluo el abandonar todas aquellas cosas que uno poseía para sustento de la vida»[19].

La objeción no es válida, porque: «la posesión de las riquezas requiere la solicitud para adquirirlas o, por lo menos, para conservarlas, atrayendo el afecto del hombre, lo cual no ocurre cuando alguien procura adquirir el alimento cotidiano por medio del trabajo manual»[20].

En la segunda objeción, se advierte que si la pobreza voluntaria es para que, «por ella, uno se halla más expedito para seguir a Cristo», entonces: «parece requerir mayor cuidado adquirir alguien el sustento con su propio trabajo que usar para el sustento de la vida de aquellas cosas que poseía, principalmente si tenía suficientes posesiones o bienes muebles»[21].

Sin embargo, no es así, porque: «para adquirir mediante el trabajo manual el alimento, que se requiere para el sustento de la naturaleza, es suficiente poco tiempo y poco cuidado, más para adquirir riquezas y abastecerse en demasía, mediante el trabajo manual, como buscan los trabajadores seglares, hay que emplear o consumir mucho tiempo y tener máximo cuidado»[22].

La siguiente impugnación se basa en el Evangelio. Se recuerda que: «El Señor, apartando a sus discípulos del cuidado de las cosas terrenas, parece prohibirles, a semejanza de las aves y de los lirios del campo, el trabajo manual. En efecto, dice: «Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros» (Mt 6, 26) y «Mirad los lirios del campo cómo crecen, no se fatigan ni hilan» (Mt 6, 28)»[23].

Responde Santo Tomás que estas palabras de Cristo no suponen una condena a este tercer género de vida, porque: «el Señor no prohibió, en el Evangelio, el trabajo, sino la preocupación de la mente por las cosas necesarias para la vida. No dijo: «No queráis trabajar», sino «No queráis estar preocupados». Y lo prueba partiendo de lo inferior; porque si la divina providencia sustenta a las aves y a los lirios, que son de naturaleza inferior y no pueden trabajar en aquellas obras con las que los hombres se procuran alimento, mucho más proveerá a los hombres, que son de naturaleza más digna y fueron dotados, por Él, del poder de procurarse el sustento por sus propios trabajos, a fin de que no sea necesario afligirse demasiado buscando lo indispensable para la vida»[24].

En cuarto lugar, a este género vida se le acusa de ser insuficiente, porque hay muchos que desean este modo de vivir la perfección, que no están capacitados para el trabajo manual o no han recibido formación para el mismo, Sucede además que: «algunos que abrazan la pobreza voluntaria enferman o quedan impedidos de cualquier otro modo para poder trabajar»[25].

La defensa de Santo Tomás es la siguiente: «Tampoco puede condenarse este género de vida por no ser suficiente. Porque el que alguien no pueda proporcionarse por el trabajo manual el mínimo indispensable para el alimento, ya sea por enfermedad u otras cosas similares, ocurre en contadas ocasiones». Lo que sucede también en otros géneros de vida.

Además, en éste «queda todavía cierto remedio», ya que al que su trabajo no le sea suficiente para su manutención, puede ser ayudado por otro de la misma comunidad, que trabaje más de lo que él necesite o bien porque sea socorrido por otros, «en conformidad con la ley de la caridad y de la amistad natural, mediante la cual un hombre socorre a otro indigente»[26]. Por ello, cuando San Pablo dice: «El que no quiera trabajar, no coma»[27], observa Santo Tomás: «añadió, a favor de quienes no se bastan para procurarse el alimento por su propio trabajo, una advertencia para los otros, diciendo: «Más vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien» (2 Tes 3, 13)»[28].

En la que sería la quinta objeción, se dice: «No basta el trabajo de un poco de tiempo para adquirir lo necesario para la vida». Los que han adoptado este género de vida, por necesitar emplear bastante tiempo en el trabajo: «quedarían impedidos de ejecutar otras acciones más necesarias y que requieren también mucho tiempo, como son el estudio y la sabiduría, la enseñanza y otros parecidos ejercicios espirituales»[29].

Santo Tomás, en su defensa, advierte que: «para el alimento indispensable basta con poco, no es menester que quienes se contentan con poco ocupen mucho tiempo en el trabajo manual para adquirir lo necesario». Por ello: «no se ven muy impedidos para hacer obras espirituales». Además: «mientras trabajan manualmente, pueden pensar en Dios, alabarle y hacer otras cosas similares». Asimismo, debe tenerse en cuenta que: «pueden ser ayudados también con las limosnas de los demás fieles, para que no queden totalmente impedidos en las cosas espirituales»[30].

715. –Con esta última respuesta del Aquinate ¿quedan ya resueltos los ataques a la pobreza propia del monacato benedictino?

–Todavía Santo Tomás presenta otras dos objeciones, que se basan en una réplica a posibles defensas del trabajo de los monjes. En la primera, se argumenta: «Si alguien dijera que el trabajo manual es necesario para huir del ocio, eso no hace al caso», porque, para ello: «mejor sería huir del ocio ocupándose en las virtudes morales, a las cuales sirven orgánicamente las riquezas, por ejemplo, dando limosnas y otras obras semejantes, que por el trabajo manual».

La segunda es la siguiente: «Si alguien dijera que el trabajo manual es necesario para domeñar las concupiscencias de la carne», y que, por ello, deben realizarlo los religiosos, que siguen la pobreza voluntaria, podría decírsele que: «es posible domeñar las concupiscencias de la carne de muchas otras maneras; por ejemplo, con ayunos, vigilias y otras cosas semejantes». Además, no hay una relación necesaria entre pobreza, trabajo y castidad, porque: «los ricos, que no tienen necesidad de trabajar para procurarse el sustento, pueden servirse también del trabajo manual con este fin»[31].

En su respuesta a ambas objeciones, admite esto último, porque advierte Santo Tomás: «aunque no se abrace la pobreza voluntaria para huir del ocio o macerar la carne con el trabajo manual, pues esto también pueden hacerlo quienes poseen riquezas», no obstante, debe admitirse que: «es indudable que el trabajo manual sirve para lo dicho, prescindiendo de la necesidad de ganarse el alimento». Por consiguiente: «por estos motivos no es inminente la necesidad de trabajar para aquellos que tienen o pueden tener otras cosas de que vivir lícitamente; porque sólo la necesidad de alimento fuerza al trabajo manual»[32], y, por ello, dada su pobreza, trabajan los monjes.

716. –Después de la aparición, en el siglo VI, con San Benito de Nursia del tercer modo de vivir la pobreza ¿surgió otro género de vida?

–Santo Tomás, que ingresó en la recién fundada orden mendicante, fundada por Santo Domingo de Guzmán en los inicios del siglo XIII, y que había participado activamente en la defensa a la ofensiva contra dominicos y franciscanos –los frailes de la otra orden mendicante, fundada por San Francisco de Asís–, se ocupa del género de vida, que se vivía en las órdenes mendicantes. Caracteriza este cuarto modo de vivir de los frailes, distinto del de los monjes, como: «el de los que siguiendo la pobreza voluntaria viven de lo que les dan otros». Nota también: «este género de vida parece haberlo observado el Señor con sus discípulos, pues se lee, en el Evangelio, que seguían a Cristo: «algunas mujeres» que «le ayudaban con sus bienes» (Lc 8, 2-3)».

A algunos, sin embargo: «con todo, este género de vida tampoco les parece conveniente». Aducen varios motivos. En primer lugar, por una parte: «no parece razonable que uno renuncie a lo suyo y viva de lo ajeno. Por otra: «parece inconveniente que alguien reciba de otro una cosa y no le pague nada; porque en dar y recibir se observa la igualdad de la justicia (…) parece, por tanto, inconveniente que aquellos que no sirven al pueblo en ningún oficio reciban del pueblo lo necesario para la vida»[33].

Frente a este doble motivo conexionado, replica Santo Tomás que: «No hay inconveniente en que aquel que renuncia a lo suyo a cambio de algo que redunda en beneficio de los otros, se sustente de lo que otros le dan». Así, por ejemplo, ocurre con los soldados, que son útiles, porque defienden al pueblo y son sostenidos por el mismo, y de manera parecida: «quienes adoptan la pobreza voluntaria para seguir a Cristo, renuncian ciertamente a todas las cosas para consagrarse a la utilidad común, como ilustrando al pueblo con la sabiduría, la erudición y los ejemplos, o confortándolos con su oración e intercesión».

Por esta misma razón: «es también evidente que no viven vergonzosamente de lo que otros les dan, pues les devuelven mayores bienes, recibiendo bienes corporales para alimentación y aprovechando a los otros en los bienes espirituales»[34].

Un tercer motivo, que se aduce sobre su inconveniencia es el siguiente: «Este género de vida parece que es también perjudicial a otros. Pues hay algunos que por su pobreza y enfermedad no pueden bastarse a sí mismos y necesitan alimentarse de los beneficios de otros, y estos beneficios han de disminuir necesariamente, si los que siguen voluntariamente la pobreza han de sustentarse de lo que otros les dan»[35].

Queda igualmente rebatido por Santo Tomás, porque escribe: «Ocurre que los que progresan por sus ejemplos se aficionan menos a las riquezas, viendo que otros renuncian totalmente a ellas a cambio de la vida perfecta». Además, las riquezas recibidas: «las distribuyen mas generosamente ante las necesidades ajenas. Por ello, los que adoptan la pobreza voluntaria: «se hacen más útiles a los otros pobres que perjudiciales, por provocar a otros con sus palabras y ejemplos a obras de misericordia»[36].

717. –En este nuevo género de vida –que viven los «pobres de Cristo», tal como les denomina el Aquinate– ¿se le hacen, como en el anterior, más objeciones?

–Se le hacen otras cinco objeciones más. En la que sería la cuarta del total, se dice que este género de vida de los mendicantes: «impide la perfección de la virtud, que es el fin de la pobreza voluntaria», ya que obstaculiza o imposibilita «la libertad de espíritu», o libertad interior, y, «quitada ésta, los hombres fácilmente «vienen a participar de los pecados ajenos» (1 Tm 5, 22), o consintiendo expresamente, o adulando, o al menos disimulándolos», pues «no puede menos de ocurrir que el hombre tema ofender a aquel de cuyos beneficios vive»[37].

Sin embargo, considera Santo Tomás que tal objeción no afecta a la pobreza de los frailes mendicantes, porque, por vivir la pobreza de este modo: «no pierden la libertad de ánimo por lo poco que reciben de los demás para sustentar la vida». Sólo se pierde la libertad interior: «por las cosas que dominan el afecto», y, en este caso: «al hombre se le da lo que menosprecia»[38].

Además, se objeta, en quinto lugar, que si «depende de la voluntad del donante dar sus cosas propias», y como «no podemos disponer de lo que depende la voluntad de otro», en este nuevo «género de vida no se provee suficientemente»[39]. A ello, responde Santo Tomás que no ocurre así, porque: «no depende de la voluntad de uno, sino de muchos». Además: «es probable que en la congregación del pueblo fiel haya quienes socorran espontáneamente las necesidades de aquellos a quienes reverencian por la perfección de su virtud»[40].

En la sexta objeción, se afirma que la vida de mendicidad de los frailes es un «género de vida nocivo» para ellos, porque, como a religiosos, «conviene que sean reverenciados y amados, para que de este modo los hombres les imiten más fácilmente y sigan con noble emulación el estado de la virtud». Por el contrario: «tal mendicidad vuelve despreciables y hasta gravosos a los pobres, pues los hombres se creen superiores a aquellos que necesitan ser alimentados por ellos»[41]. En su respuesta, Santo Tomás precisa: «esta mendicidad si se hace moderadamente, para lo necesario, no para lo superfluo, y sin importunar, no vuelve a los hombres despreciables, considerada la condición de las personas a quienes se pide y las circunstancias de lugar y tiempo»[42].

La argumentación de la séptima objeción a los religiosos, que viven de limosnas, parte de este hecho: «la mendicidad tiene apariencia de mal, ya que muchos piden limosna por lucro». Añade que: «los hombres perfectos no sólo han de huir del mal, sino también de lo que tiene apariencia de mal, pues tal como dice San Pablo: «Absteneros de toda apariencia de mal» (Tes 5, 22). También Aristóteles dice que se ha de huir no sólo de las cosas indecentes, sino también «de las que parecen indecentes» (Ética, IV, 15)»[43]. Responde Santo que: «tal mendicidad no es deshonrosa, como lo sería si se hiciese importuna e indiscretamente y para placeres y cosas superfluas»[44].

La octava objeción es la siguiente: «Este modo de vivir de limosna requiere mucho cuidado, pues parece necesitar mayor cuidado adquirir lo ajeno que usar lo propio». Con ello, no se cumple la finalidad de la pobreza voluntaria, que: «la mente del hombre, libre del cuidado de las cosas terrenas, se dedique más libremente a Dios»[45]. Santo Tomás ya había rebatido este tipo de argumentación, al responder a la segunda objeción, que se hace al tercer género de vida, y observar que el cuidado a lo terreno es menor que el de los demás, porque sólo lo es para la propia sustentación[46].

Por último, en noveno lugar, se crítica este género de pobreza, porque: «si alguien quisiere alabar la mendicidad por lo que tiene de humildad, hablaría, al parecer, sin razón alguna». Hay humildad en cuanto: «se desprecia la grandeza terrena que consiste en las riquezas, honores, fama y otras cosas por el estilo». Sin embargo, no la hay en cuanto: «se desprecia la grandeza de la virtud, respecto de lo cual tenemos que ser magnánimos»; y, en este caso: «la mendicidad se opone a la excelencia de la virtud, ya porque «mejor es dar que recibir» (Hch 20, 35), ya porque tiene apariencia de bajeza»[47].

Reconoce Santo Tomás, en su réplica, que: «la mendicidad se hace con cierto envilecimiento, porque así como padecer es menos noble que hacer, Así también recibir es menos noble que dar». Sin embargo: «si es necesario, para seguir la perfección de la vida pobre, que alguien mendigue, toca a la humildad el soportar esta abyección».

Advierte también que debe tenerse en cuenta que: «incluso algunas veces corresponde a la virtud el aceptar cosas abyectas, aunque no lo exija nuestro oficio, para que con nuestro ejemplo excitemos a otros a quienes corresponde hacerlo, a fin de que lo soporten más fácilmente». Igualmente, que: «otras veces nos servimos también de lo abyecto por virtud como de cierta medicina. Por ejemplo, si uno es propenso a un orgullo inmoderado, se aprovecha útilmente, con la debida moderación, de las abyecciones espontáneas o impuestas por otros, para reprimir el orgullo»[48].

718. –Después de tratar el modo de pobreza de las ordenes mendicantes, ¿refiere el Aquinate algún nuevo género de vida?

–Parece aludir seguidamente a los grupos de franciscanos disidentes que aparecieron en la última parte del siglo XIII, y que después se denominaron «fraticelli», al escribir: «Hubo también algunos que, siguiendo la pobreza voluntaria, decían no se había de tener ningún cuidado, ni pidiendo limosna, ni trabajando, ni reservándose algo, sino que se debía esperar únicamente de Dios el sustento de la vida, según aquello que se dice en el Evangelio: «No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, sobre que os vestiréis» (Mt 6, 25), y, en otro lugar: «No os inquietéis por el día de mañana» (Mt 6, 34)».

Advierte Santo Tomás que: «esto parece una sinrazón total», porque, en primer lugar, puesto que los hombres «no pueden vivir sin comer, han de tener algún cuidado en buscar la comida», y «sería necio querer el fin y despreciar lo que se ordena al fin».

En segundo lugar: «no ha de despreciarse la solicitud de las cosas terrenas, que son necesarias para la vida, porque sean impedimento de la contemplación», porque: «no puede un hombre, dotado de cuerpo mortal, vivir sin hacer muchas cosas que impiden la contemplación, como dormir, comer y otras cosas semejantes».

Por último, en tercer lugar: «seguiríase además un absurdo espantoso, pues por idéntica razón se puede decir que el hombre debería dejar de caminar o abrir la boca para comer, o huir de la piedra que cae o de la espada que amenaza, esperando que Dios interviniera; lo cual es tentar a Dios»[49].

Se sigue de ello que también: «es totalmente absurdo el error de quienes piensan que el Señor les ha prohibido la preocupación de adquirir el sustento. Pues todo acto requiere una preocupación». Se explica, porque: «Las acciones corporales se ordenan a lo que es necesario para la conservación de la vida, si alguien las abandona descuida su vida, que cada cual debe conservar. Y esperar al auxilio divino, sin hacer por nuestra parte, en aquellas cosas que cada uno puede realizar por sus medios, es propio del necio y del que tienta a Dios», porque se pide infundada e imprudentemente su intervención.

Es innegable que: «no se ha de esperar que al omitir uno la acción propia con que puede valerse, Dios le ayude, puesto se opone a lo dispuesto por Dios y a su bondad», que ha proporcionado a las cosas sus propias acciones. Sin embargo: «aunque en nosotros esté el obrar, no lo está el que nuestras acciones alcancen su debido fin, por los impedimentos, que pueden sobrevenir; y con ello el resultado de la acción propia de cada uno queda subordinado a la divina disposición».

Así se desprende también del Evangelio, porque: «ordenó el Señor que no debemos afanarnos por lo que a Él le pertenece, es decir, los resultados de nuestras acciones; pero no prohibió que dejáramos de afanarnos por lo que nos pertenece, o sea, por nuestras acciones (cf. Mt 6, 25-34)».

No es contrario a este precepto el ejecutar las acciones que deben realizarse. No debe suprimirse el actuar, sino el afanarse y preocuparse por los posibles impedimentos a sus efectos: «contra los cuales debemos esperar en la providencia de Dios, que sustenta también a las aves y las plantas». De manera que: «el afanarse así parece pertenecer al error de los gentiles, que niegan la divina providencia».

Recuerda Santo Tomás que, en este pasaje evangélico sobre el cuidado de Dios: «concluye el Señor: «No os inquietéis, pues, por el mañana» (Mt 6, 34)». Explica seguidamente que: «Con ello, no prohibió que conserváramos lo que nos es necesario a su tiempo para el mañana, sino el que nos inquietáramos por los sucesos futuros, como desesperando del auxilio divino; o también que no nos inquiete hoy el cuidado que hemos de tener mañana, ya que cada día tiene su propia preocupación. Por lo cual añade: «le basta a cada día su afán» (Mt 6, 34)».

719. –Concluye el Aquinate, al finalizar su estudio sobre la pobreza evangélica, que: «quienes siguen la pobreza voluntaria pueden vivir varios géneros de vida, todos ellos convenientes. Entre los cuales tanto más laudable es un género de vida cuanto más libra el alma de la solicitud y ocupación de las cosas corporales»[50]. ¿Se desprende de ello que considera que las riquezas son malas?

–Afirma Santo Tomás que, por una parte: «Las riquezas exteriores son necesarias, sin duda alguna, para el bien de la virtud, en cuanto que por ellas sustentamos el cuerpo y socorremos a los demás». Por consiguiente: «las riquezas son buenas en cuanto son útiles al ejercicio de la virtud; más, si se excede esta medida de manera que impida el ejercicio de la virtud, no han de computarse entre las cosas buenas, sino entre las malas».

Las riquezas, por tanto, pueden emplearse para bien o para mal. De ahí que: «para algunos, que usan de ellas para la virtud, sea bueno poseer riquezas»; en cambio: «para otros, que por ellas se apartan de la virtud, ya por demasiada solicitud, ya por demasiado apego a las mismas o por la distracción de la mente que de ellas proviene, es malo el poseerlas».

Por otra parte: «la pobreza es laudable en cuanto libra al hombre de aquellos vicios en que algunos caen a causa de la riqueza». Sin embargo: «en cuanto que la pobreza obstaculiza el bien que las riquezas ocasionan, como el socorro a los demás y la propia sustentación, es completamente mala, a no ser que la ayuda que se presta al prójimo en las cosas temporales pueda compensarse con un bien mayor, por ejemplo, porque el hombre que carece de riquezas puede dedicarse más libremente a las cosas espirituales y divinas (…) pero de tal manera que con ella le quede al hombre posibilidad de alimentarse de un modo lícito, para lo cual no se requieren muchas cosas»[51].

Además, como advierte Santo Tomás en la Suma Teológica: «La sobreabundancia de las riquezas, lo mismo que la mendicidad, son de evitar por aquellos que aspiran a llevar una vida virtuosa, en cuanto son ocasiones de pecado, pues la abundancia es ocasión de soberbia, y la mendicidad ocasión de hurtar, de mentir y hasta de perjurar»[52]. En cambio, añade: «la pobreza voluntaria no tiene este peligro»[53].

 

Eudaldo Forment



[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, c. 131.

[2] Ibíd., III, c. 134.

[3] Ibíd., III, c. 131.

[4] Ibíd., III, c. 134.

[5] Ibíd., III, c. 131.

[6] Ibíd., III, c. 134.

[7] Ibíd., III, c. 131.

[8] Ibíd., III, c. 134.

[9] Ibíd., III, c. 131.

[10] Ibíd., III, c. 134.

[11] Ibíd., III, c. 131.

[12] Ibíd., III, c. 134.

[13] Prov 30, 8-9.

[14] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, 134.

[15] Ibíd., III, c. 132.

[16] Ibíd., III, c. 135.

[17] Ibíd., III, c. 132.

[18] Ibíd., III, c. 135.

[19] Ibíd., III, c. 132.

[20] Ibíd., III, c. 135.

[21] Ibíd., III, c. 132.

[22] Ibíd., III, c. 135.

[23] Ibíd., III, c. 132.

[24] Ibíd., III, c. 135.

[25] Ibíd., III, c. 132.

[26] Ibíd., III, c. 135.

[27] 2 Tes 3, 10.

[28] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, 135.

[29] Ibíd., III, c. 132.

[30] Ibíd., III, c. 135.

[31] Ibíd., III, c.  132.

[32] Ibíd., III, c. 135.

[33] Ibíd., III, c. 132.

[34] Ibíd., III, c. 135.

[35] Ibíd., III, c. 132.

[36] Ibíd., III, c. 135.

[37] Ibíd., III, c. 132.

[38] Ibíd., III, c. 135.

[39] Ibíd., III, c. 132.

[40] Ibíd., III, c. 135.

[41] Ibíd., III, c. 132.

[42] Ibíd., III, c. 135.

[43] Ibíd., III, c. 132.

[44] Ibíd., III, c. 135.

[45] Ibíd., III, c. 132.

[46] Cf. Ibíd., III, c. 135.

[47] Ibíd., III, c. 132.

[48] Ibíd., III, c. 135.

[49] Ibíd., III, c. 132.

[50] Ibíd., III, c. 135.

[51] Ibíd., III, c. 133.

[52] ÍDEM, Suma teológica, III, q. 40, a. 3, ad 1. En la objeción, que se responde, se citan los siguientes versículos de los Proverbios, ya citados, que, en la respuesta, glosa Santo Tomás: «No me des ni pobreza ni riqueza. Dame sólo lo que he de menester. No sea que si me harto, me incline a negarte, y diga: ¿Quién es el Señor?. O que necesitado robe y perjure el nombre de mi Dios» (Prov 30, 8-9).

[53] Ibíd.. III, q. 40, a. 3, ad 1.

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