27.06.09

(08) Salvación o condenación –I

–¿Y usted cree que hoy es posible predicar a los hombres hablándoles de una salvación o condenación eterna después de la muerte?
–Yo creo que sí. Más aún, es de fe que el Evangelio puede y debe ser predicado a toda criatura hasta que Cristo vuelva. Por eso aún he de decirle más: falsifican completamente el Evangelio quienes evitan sistemáticamente esa dimensión soteriológica.

Jesús es el Salvador de los hombres-pecadores. Los hombres necesitamos un Salvador divino, porque somos pecadores de nacimiento: «pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). Y en la plenitud de los tiempos, el Hijo divino eterno «por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo y se hizo hombre» (Credo). Los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento de «el Salvador» (Lc 2,11). Él se dice enviado para «llamar a conversión a los pecadores» (Lc 5,32), comienza su predicación llamando al arrepentimiento (Mc 1,15), y termina su misión salvadora ofreciendo su vida en el sacrificio de la cruz «para el perdón de los pecados» (Mt 26,28). Ascendido Cristo al Padre, recibimos el Espíritu Santo, que hace nacer la Iglesia como «sacramento universal de salvación» (Vaticano II, LG 48, AG 1).

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26.06.09

(07) Los laicos y las reformas en la Iglesia

–¿Y qué podemos hacer nosotros, los laicos, sin autoridad alguna en la Iglesia, para colaborar en las reformas que necesita, tanto en lo doctrinal como en lo disciplinar? Nada. Nada de nada.
–Está usted muy equivocado.

Los buenos laicos cristianos colaboran de mil modos a las reformas de la Iglesia. Es cierto que son los Pastores sagrados quienes encabezan las acciones más específicamente orientadas a las reformas necesarias. Pero es muy importante que en esa tarea sobre-humana se vean ayudados por todo el pueblo cristiano: en primer lugar por las personas especialmente consagradas, sacerdotes y religiosos, pero también por los padres de familia, profesores, artistas, escritores, administrativos, empresarios y obreros, sanos y enfermos, cultos e ignorantes, trabajadores y jubilados.

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23.06.09

(06) Decálogo para las reformas de la Iglesia -y II

–¡Increíble!… Aplicando el Decálogo 1-6, se ha enderezado la imagen de la Iglesia.
–No, señor. Aplicando el Decálogo 1-10.

7.– El ejercicio de la Autoridad apostólica es condición imprescindible para las reformas de la Iglesia. Y ese ejercicio se realiza de dos modos:

1.– Por el ejercicio de la autoridad personal de los Pastores apostólicos. Fácilmente se comprende, pues, que si se debilita el ejercicio de la Autoridad apostólica, por influjos culturales de origen protestante y liberal –y por temor a la Cruz–, se multiplican indefinidamente en la Iglesia los errores doctrinales y los abusos morales, litúrgicos y disciplinares. «Herido el pastor», o al menos debilitado, «se dispersan las ovejas del rebaño» (Zac 13,7; Mt 26, 31). Las reformas necesarias de la Iglesia requieren hoy sin duda una gran parresía en los Pastores sagrados que las pretendan; una fuerza apostólica como aquella de San Pablo:

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20.06.09

(05) Decálogo para las reformas de la Iglesia -I

–¿Y usted cree que una Iglesia que en su conjunto se ha torcido a un lado, supongamos, al lado izquierdo, podrá recuperar la verticalidad de la verdad católica?

–Por supuesto que sí. Y lo confieso con la fe de la Iglesia: creo «en el Espíritu Santo… y en la Iglesia una, santa, católica y apostólica».

Pero tanto en Israel como en la Iglesia, así lo comprobamos en su historia, solamente se producen las verdaderas reformas necesarias cuando, por obra del Espíritu Santo, se dan al mismo tiempo varias condiciones fundamentales.

1.– El reconocimiento de los males. Los falsos profetas y los Pastores sagrados que van con ellos no reconocen los errores y desviaciones del pueblo, o los subestiman en su gravedad, en buena parte porque ellos son, por acción u omisión, los responsables principales de esos males. Por eso dicen con aparente piedad: «vamos bien; paz, paz, confianza en el Señor; calamidades como las actuales, o peores, siempre las ha habido». Éstos no se asustan por nada: ni por la difusión de gravísimos errores contra la fe, ni por la falta extrema de vocaciones, ni por el absentismo masivo en la Misa dominical, ni por la difusión generalizada de la anticoncepción, etc. Y así se tienen por «hombres de esperanza».

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16.06.09

(04) Qué ha de reformarse en la Iglesia

–«Pero, vamos a ver ¿y usted quién es para decir, y para decir públicamente, qué es lo que ha de reformarse hoy en la Iglesia?». –Primero de todo, tranquilícese el objetante, y en seguida atienda a razones.

En la Iglesia debe reformarse todo lo que en ella esté mal. Cuando un templo está gravemente deteriorado –-ventanas rotas, tejado con grandes agujeros, muros cuarteados, etc.– sea por negligencia de sus cuidadores o por diversos accidentes inculpables, hay que restaurarlo. Y si no se restaura, se irá arruinando. Lo mismo pasa con la Iglesia, templo construido con piedras vivas sobre la roca de Cristo y de los apóstoles. Si en Ella se dan en forma más o menos generalizada ciertos errores, desviaciones y abusos, es urgente realizar las reformas doctrinales, morales y disciplinares que sean precisas. Si no, crecerá la ruina, irá adelante la apostasía.

En la catequesis, en la predicación, la eliminación sistemática durante decenios de la soteriología, salvación-condenación, falsifica notablemente el Evangelio: es un mal muy grave, que requiere reforma. La generalización de la anticoncepción en los matrimonios cristianos es un grave mal, que requiere reforma. El absentismo mayoritario de los bautizados a la Misa dominical es un horror nunca conocido, al menos en proporciones semejantes, en la historia de la Iglesia: es un mal gravísimo, que requiere reforma.

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