(735) Iglesias descristianizadas (19) por no predicar la penitencia
Véase Pablo VI, const. apost. Pænitemini 17-II-1966; Juan Pablo II, exhort. apost. Reconciliatio et pænitentia 2-XII-1984.
Comienzo un artículo sobre la penitencia –y será más de uno–. Siendo éste un tema central del Evangelio, actualmente es un tema silenciado e ignorado en gran medida. Como también están ignorados con frecuencia otros términos relacionados con la penitencia: pecado, conversión (en griego, metanoia, cambio de mente), arrepentimiento, expiación, etc. Y es que las palabras van cayendo en desuso cuando no se mantiene la fe en su contenido…
Penitencia. Parece increíble que una palabra principal de Jesucristo, de los Apóstoles y de toda la Tradición de la Iglesia, se halle hoy desvanecida en tantas Iglesias locales descristianizadas.
–Penitencia, palabra primera del Evangelio
La predicación del Bautista comienza con una llamada a la penitencia: –«Arrepentíos (metanoeiete), pues está cerca el Reino de los cielos» (Mt 3,2). Y también Cristo inicia su predicación con esa misma exhortación: –«Arrepentíos (metanoeiete), y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Por eso hay que afirmar que allí donde normalmente no se prediquen estas santas palabras, es o será una Iglesia descristianizada.
Juan Pablo II enseña que, junto al oscurecimiento de «la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí por qué mi Predecesor Pío XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo declarar en una ocasión que ‘’el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado‘’» (1984; Reconciliatio et pænitentia, 18; cit. Pío XII, 26.10.1946; Radiomensaje a Congreso de Boston).
Y perdido el sentido del pecado, se pierde el sentido y el ejercicio de la penitencia. Un indicador elocuente es que ya son muchas las parroquias que no integran habitualmente en su pastoral el sacramento de la penitencia, perdón, de la reconciliación.
Convendrá, pues, que consideremos detenidamente la maravillosa realidad cristiana de la penitencia. Ella nos da nacer de nuevo por el agua y el Espíritu a una vida sobrehumana, sobrenatural (Jn 3,5), por la que recibimos la filiación divina, la paz con Dios, la alegría y la esperanza absoluta en su misericordia.
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–La penitencia en las religiones naturales
En ellas el hombre intenta purificarse de sus pecados aplacando a los dioses con ritos penitenciales exteriores –abluciones, sangre, transferencia del pecado a un animal expiatorio–. Y experimenta su pecado como un mal social, que afecta a la salud de la comunidad. En las religiones más avanzadas, crecen juntamente el sentido personal de culpa y la condición fundamentalmente interior de la penitencia. En todo caso, como dice Pablo VI, la penitencia ha sido siempre una «exigencia de la vida interior confirmada por la experiencia religiosa de la humanidad» (Pænitemini 32).
–La penitencia en Israel
En la historia espiritual de Israel se aprecia también un importante desarrollo en la idea y en la práctica de la penitencia. Ésta aparece pronto ritualizada en días y celebraciones peculiares (Neh 9; Bar 1,5-3,8). Y siempre los actos principales de la penitencia son oración y ayuno; y con ellos, «alzarán sus clamores… echarán polvo sobre sus cabezas… se vestirán de saco, te llorarán [Señor] en la amargura de su alma» (Ez 27,30-31).
Los profetas de Israel acentúan en la penitencia la interioridad y la individualidad. Las culpas no pasan de padres a hijos como una herencia fatal (Ez 18). Por otra parte, si el pecado fue alejarse de Dios, la conversión será regresar a Yavé (Is 58,5-7), escucharle, atendiendo sus normas, recibiendo sus enviados (Jer 25,2-7), fiarse de él, apartando otros dioses y ayudas (Is 10,20s; Jer 3,22s). Será, en fin, alejarse del mal y abrazarse al bien, que Dios (Jer 4,1; 25,5).
Pero ¿es posible realmente la conversión?
¿Podrá el hombre cambiar de verdad por la penitencia? «¿Mudará por ventura su tez el etíope, o el tigre su piel rayada? ¿Podréis vosotros obrar el bien, tan avezados como estáis al mal?» (Jer 13,23)… La Biblia revela que con la gracia del Señor la penitencia es posible (Is 44,22; Jer 4,1; Ez 11,19; Sal 50,12). Es posible con la gracia de Dios –suplicada, recibida– y con el esfuerzo del hombre: «Conviérteme y yo me convertiré, pues tú eres Yavé, mi Dios» (Jer 31,18; +17,14; 29,12-14; Lam 5,21; Is 65,24; Tob 13,6; Mal 3,7; Sant 4,8).
–La penitencia en Jesús y en los Apóstoles
La predicación del Evangelio comienza por la llamada a la penitencia. «Juan el Bautista apareció en el desierto, predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados» (Mc 1,4). Jesús «fue levantado por Dios a su diestra como príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y remisión de los pecados» (Hch 5,31)
Y si no hay quien llame a la penitencia –por falla de Obispos y sacerdotes, ministros enviados de la Palabra divina, que han de predicar «con oportunidad o sin ella» (2Tim,4,2) y de los laicos, en su caso (1Pe 3,15)–, acceso tiene Dios para llamar a la conciencia de cada hombre. Y por una u otra acción Suya, la plenitud de las personas que viven en Dios, implicará siempre una plenitud de metanoia, de penitencia.
La penitencia es el núcleo central de la predicación apostólica. Los apóstoles fueron enviados por Cristo en la ascensión «para que se predicase en su nombre la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones» (Lc 24,47). San Pablo, por ejemplo, recibe de Jesús la misión apostólica en estos términos: «Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia de los consagrados» (Hch 26,18).
La penitencia, la llamada a la conversión, no es «un tema importante», sin más, del Evangelio. Es el corazón de la misión de los Apóstoles y de la vida misma de la Iglesia. Continuando la acción de Cristo, la penitencia ha de ser presentada y urgida como él lo hizo, siempre y en toda ocasión: «Si no hiciéreis penitencia, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3.5); ya la conversión no puede postergarse (19,41s; 23,28s; Mt 11,20-24). Así San Pablo resume su obra apostólica: «Anuncié la penitencia y la conversión a Dios por obras dignas de penitencia» (Hch 26,20; +2,38; Mc 6,12; Lc 24,47).
La penitencia evangélica es a un tiempo don de Dios y esfuerzo humano (Mc 10,27; Hch 2,38; 3,19.25; 8,22; 17,30; 26,20; Ap 2,21). Va a ser principalmente interior, pero también exterior (Mt 6,1-18; 23,26); ha de ser individual, interior y moral, pero también social, exterior y sacramental (Mt 18,18; Mc 16,16; Jn 3,5; 20, 22-23).
No es la penitencia un asunto exclusivo de la conciencia con Dios, sino algo verdaderamente eclesial, pues la Iglesia convierte a los pecadores no sólo por los sacramentos, sino también por las exhortaciones y correcciones fraternas, y sobre todo por las oraciones de súplica ante el Señor (Mt 18,15s; 2 Cor 2,8; Gál 6,1; 1 Tim 5,20; 2 Tim 2,25-26; 1 Jn 1,9; 5,16; Sant 5,16). La Iglesia Madre ha de buscar a sus hijos perdidos, ayudándolos a pasar de la muerte a la vida.
Los Apóstoles saben bien que evangelizar es anunciar a Jesús y la conversión de los pecados por la unión con Él, que es el único Salvador de los hombres. En este sentido puede decirse que una predicación es evangélica en la medida en que suscita la fe en Cristo y la verdadera conversión del pecado. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3)… La conversión, la penitencia, nace siempre del amor de Dios al hombre: «Yo reprendo y corrijo a cuantos amo: sé, pues, ferviente y arrepiéntete» (Apoc 3,19). Pero el que rechaza persistentemente este amor, esta gracia, y rehusa hacer penitencia, será castigado (2,21s; 9,20s; 16,9. 11).
–En los Padres apostólicos
Padres apostólicos son llamados en la Iglesia aquellos autores cristianos que, según la tradición, conocieron personalmente a uno o más de los apóstoles de Jesús. Estos escritores del siglo I y de principios del siglo II, entre los que sobresalen San Clemente I, Papa (88-97) y San Ignacio de Antioquía (35-108) escribieron textos resplandecientes.
En ellos, como en los Apóstoles, la penitencia designa con frecuencia toda la vida cristiana. El pecador no puede acercarse al Santo y vivir de él, si no es por la penitencia. «Dios habita verdaderamente en nosotros, en la morada de nuestro corazón, Dándonos la penitencia, nos introduce a nosotros, que estábamos esclavizados por la muerte, en el templo incorruptible» (Bernabé 16,8-9).
Por tanto, «el que sea santo, que se acerque; el que no lo sea, que haga penitencia» (Dídaque 10,6). Y que sepa que «no hay otra penitencia fuera de aquella en que bajamos al agua y recibimos la remisión de nuestros pecados pasados» (Hermas, mandato 4,3,1). Jesucristo bendito es quien nos ha traído la verdadera penitencia; él es quien ha quitado realmente el pecado del mundo (Jn 1,29). Por eso «fijemos nuestra mirada en la sangre de Cristo, y conozcamos qué preciosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el mundo» (1 Clemente 7,4).
Éstos son los gloriosos precedentes bíblicos y tradicionales de la penitencia. Al rechazar su doctrina, muestran su falsedad Lutero y las denominaciones protestantes que le siguen.
–En la teología protestante
Enseña Lutero que la justificación es sólo por la fe, y consiguientemente el hombre trata en vano de borrar su pecado con obras penitenciales –examen de conciencia, dolor, arrepentimiento, propósito, expiación–. Todo eso rechaza la gracia de Cristo. Tratando el hombre de hacer penitencia, niega la perfecta redención que nos consiguió el Crucificado. Deja Su gracia para apoyarse en las propias obras. En una palabra: judaíza el genuino Evangelio.
Es cierto que los discípulos de Jesús hicieron penitencias, pero eso no significa sino que «en el umbral mismo de la historia neotestamentaria de la metanoia en la Iglesia antigua aparece inmediatamente el malentendido judaico» (J. Behm, metanoeo-metanoia, KITTEL IV, 994-1002/1191).)
–En la doctrina católica
Pablo VI: «Cristo es el modelo supremo de penitentes; él quiso padecer la pena por pecados que no eran suyos, sino de los demás» (Paenitemini 35). Y a los que sí somos pecadores, Él quiso participarnos su espíritu de penitencia: Él nos da conocimiento de nuestros pecados y de la misericordia de Dios; su gracia nos da el dolor por nuestras culpas, capacidad de expiación, y ayuda para cambiar de vida. El no quiso hacer penitencia solo, sino con nosotros, que somos su cuerpo. En Cristo, con él y por él hacemos penitencia.
Vaticano II: Como sacramento universal de salvación, «la Iglesia proclama a los no creyentes el mensaje de salvación, para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes debe predicarles siempre la fe y la penitencia» (Sacrosanctum Concilium 9). Predicación hoy sumamente escasa.
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Debilitación de la penitencia en las Iglesias descristianizadas
Conversión, pecado, penitencia, con sus relacionados, son ya términos vitandos en demasiados ambientes cristianos. Unos ejemplos:
–De alguien que tuvo muchos pecados, se dirá que «tuvo en su juventud muchos errores» (¿…!). Eufemismos vergonzantes, propios de la poca fe.
–El venerable sacramento de la penitencia vendrá a denominarse sacramento de la reconciliación (¿…!). Una de las palabras principales del Evangelio y de la Tradición, penitencia, es sustituida por reconciliación… Lo que sin duda debilita más la ya debilitada virtud de la penitencia.
–No es raro actualmente que la confesión sacramental de un cristiano, la termine el confesor imponiéndole penitencias mínimas: «tres Avemarías en penitencia», o basta con una. Quizá progrese la tendencia y llegue a más: «en penitencia, alguna jaculatoria». Y más aún: con relativa frecuencia el sacerdote confesor no impone «ninguna» penitencia. Y hay que pedírsela.
–Muchas de las Iglesias descristianizadas no incluyen en su pastoral el sacramento de la penitencia. Ha desaparecido. Ya retiraron el o los confesionarios. Algunas parroquias se conforman con celebrar una absolución colectiva unas pocas veces al año, p. ej., en adviento y en la cuaresma-pascua.
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–Las concesiones de la Iglesia al protestantismo son falso ecumenismo
Si a estas novedades señaladas se añade que el término pastor sustituye al vitando de sacerdote, nos permitimos sospechar que esos cambios tan lamentables se hayan producido como concesiones al protestantismo, en un falso ecumenismo. Lutero aborrece la penitencia, y más como sacramento, y abomina también del Orden sacerdotal. De ahí que los términos pastor y reconciliación le resultan mucho más tolerables que los de sacerdotey sacramento de la penitencia… ¿Pero alguno piensa seriamente que estos gestos aproximan mutuamente a la Iglesia y al mundo protestante?… ¿Estima que es una conquista de un ecumenismo verdadero?
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Pido permiso para una digresión final.
Gracias.
La Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824), beatificada por Juan Pablo II ¡en 2004! tenía un trato continuo con su ángel de la guarda («mi guía»). Y Clemente Brentano (1778-1842), que durante seis años fue su discípulo y transcriptor fidelísimo, refiere que en cierta ocasión Ana le dijo:
«Mi guía espiritual me ha reprendido severamente por haberme excedido en alabar a los infieles piadosos [protestantes], preguntándome si no sé quién soy ni a quién pertenezco. Y me dijo que soy una religiosa consagrada a Dios y a la Iglesia y ligada por los santos votos; que debo alabar a Dios y a la Iglesia y orar llena de compasión por los infieles; que debería saber mejor que otros lo que es la Iglesia, y por lo mismo alabar a los miembros de Jesucristo en la que es su cuerpo místico; pero a los que se han desprendido de este cuerpo, y le han causado profundas heridas, a ésos debo compadecerlos, y pedir a Dios que se conviertan; que alabando a estos desobedientes me hacía partícipe de su culpa y que esta alabanza no era caridad, porque con ella se enfría el verdadero celo por la salvación de las almas.
«Con razón, pues, fui reprendida, que no es bueno dejarse llevar por la corriente en estas cosas santas. Verdad es que entre ellos hay muchos buenos, de los cuales me compadezco, pues veo que llevan el sello de su origen, que están separados de la Iglesia y divididos entre sí» (P. Carlos E. Schmoeger, redentorista, +1883: Vida y visiones de la venerable Ana Catalina Emmerick, Santander 1979, pg. 219).
Continuará, con el favor de Dios.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o Apostasía
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