(733) Iglesias descristianizadas (17) por la secularización del traje de sacerdotes y religiosos (2)

 

Ya les oigo rezongar a un buen número de mis lectores. Adivinan el tema como el ataque a cañonazos bíblicos y tradicionales, normativos y psicosociales, contra una nube de mosquitos. Pero si se atreven a leer el artículo, es probable que, con la ayuda de Dios, cambien de opinión y lleguen a conocer algunas verdades, que no pocos, al parecer, ignoran.

Escribo a favor de la vestimenta identificativa de los curas, ministros sagrados, y de los religiosos/as, personas de especial vida consagrada. Y en contra, claro, de los que prefieren secularizar sus visibles presencias.

Historia del hábito religioso

A partir del siglo IV, una vez lograda la libertad civil de la Iglesia (Edicto de Milán, 313), cesadas las persecuciones, nacen los monjes, con sus normas peculiares sobre el hábito, que con las variantes propias de las Órdenes y de los tiempos, se han mantenido siempre en los religiosos hasta hoy.

La permanencia del hábito religioso fue reiterada por el concilio Vaticano II en 1965 (Perfectae Caritatis 17). Y reafirmada con fuerza –porque venía siendo asediada–  por Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelica testificatio (1971), sobre la renovación de la vida religiosa. En el número 22, al tratar del hábito religioso, el Papa centra la cuestión no tanto en cuestiones prácticas discutibles, sino en razones profundas acerca de la significación teológica y visible de lo especialmente sagrado:

«Aun reconociendo que ciertas situaciones pueden justificar el quitar un tipo de hábito, no podemos silenciar la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga, de alguna manera, de las formas abiertamente seglares».

De hecho, la toma de hábito siempre fue un rito muy importante en la vida religiosa. De tal modo que, incluso, en algunas comunidades venía a ser parte esencial de la profesión. (Es un rito tan expresivo y popular que pasó también a la tradición de muchos Seminarios diocesanos).

 

Historia del vestido de los sacerdotes

 Poco después de los monjes, se fue estableciendo en el clero su diferenciación visual de los laicos. Ya en el siglo V y VI se establecen normas referentes a la identificación externa de los sacerdotes, tanto por la tonsura como por el modo de vestir. «El clérigo debe demostrar su profesión por su vestimenta y por su conducta». Clericus professionem suam etiam habitu et incessu probet» (Statuta Ecclesiæ Antiqua, sigloV).

Y posteriormente son muy numerosos los Concilios o Sínodos que dan normas de vita et disciplina clericorum, en las que se regulan ciertos modos concretos de la vida de los clérigos, en referencia al vestido, a la costumbre de llevar armas, a la práctica de ciertos juegos, negocios y variantes de la caza, etc., tratando siempre de que la fisonomía social de los clérigos se diferencie claramente de los laicos:

 Concilio de Agda 506, Maçon 581, Narbona 589, Liptines 742, Roma 743, Soisson 744, Nicea 787,  Maguncia 813,  Aquisgrán 816, Metz 888, Aviñón 1209, Rávena 1314, Trento 1551, Milán 1565, etc.). Estas normas, como ahora veremos, siguieron dándose hasta nuestros días.

Como vemos, la obligatoriedad del vestido identificador del clero ha sido afirmada por la Iglesia desde el siglo V hasta el XXI. Es una Tradición cierta y benéfica, que debe mantenerse y obedecerse.

 

Normas actuales sobre el vestir de los sacerdotes

Directorio para el Ministerio y la Vida de los presbíteros (2013).

El Código de Derecho Canónico (1983): «Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar» (can. 284).

Por esos años era tan fuerte el empeño de no pocos por secularizar la condición visible sagrada, identificadora de los sacerdotes, que, bajo la autoridad de Juan Pablo II, la Congregación del Clero, estableció el Directorio de la vida y ministerio de los presbíteros  (1994), tratando del tema en el n.66… Y como la secularización del vestir de los sacerdotes, sobre todo en Occidente, seguía extendiéndose, el papa Benedicto XVI dispuso que la misma Congregación actualizara el Directorio precedente, con el título Directorio para el Ministerio y la Vida de los presbíteros (2013).

Transcribo un fragmento.

 

2.4. La obediencia

[En esta sección se tratan varios temas y entre ellos:]

(61) Importancia y obligatoriedad del traje eclesiástico

En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de Sus misterios– sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad de quien desempeña un ministerio público [247]. El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel, más aún, por todo hombre [248], su identidad y su presencia a Dios y a la Iglesia. El hábito talar es el signo exterior de una realidad interior. «De hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino que, por el carácter sacramental recibido» (cfr. Catecismo, 1563 y 1582), es «propiedad» de Dios. Este «ser de Otro» deben poder reconocerlo todos, gracias a un testimonio claro. […] En el modo de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y de amar, de relacionarse con las personas, incluso en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo» [249].

Por esta razón, el sacerdote, como el diácono transeúnte, debe llevar [250]

a) o el hábito talar [hasta los talones] o «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legítimas costumbres locales» [251]. El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal.

b) Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres [252] y deben ser removidas por la autoridad competente [253]. Exceptuando las situaciones del todo excepcionales (*), el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia [254]. Además, el hábito talar –también en la forma, el color y la dignidad– es especialmente oportuno, porque distingue claramente a los sacerdotes de los laicos y da a entender mejor el carácter sagrado de su ministerio, recordando al mismo presbítero que es siempre y en todo momento sacerdote, ordenado para servir, para enseñar, para guiar y para santificar las almas, principalmente mediante la celebración de los sacramentos y la predicación de la Palabra de Dios. Vestir el hábito clerical sirve asimismo como salvaguardia de la pobreza y la castidad.

Hasta aquí, la doctrina del citado tema en el Directorio.

(*) [N.b.: Los casos “del todo excepcionales” en los sacerdotes para no usar el traje clerical fueron muchos: no sólo por enfermedad, incapacidad psíquica, extrema ancianidad, retiro de la actividad ministerial, sino, creo yo, sobre todo por ignorar en esta cuestión la disciplina de la Iglesia y sus razones, quedándose en el: “lo hacen todos”; por formación equivocada: “eso es lo que hoy quiere la Iglesia: que vista el cura como seglar, porque le diferencia separa”; desconocimiento del Directorio, etc.]

____

–[247] Juan Pablo II, Carta al Card. Vicario de Roma (8,IX,1982). –[248] Pablo VI, Alocuciones al clero (17,II,1969; 17,II,1972; 10,II,1978): AAS 61 (1969), 190; 64 (1972), 223; 70 (1978), 191; Juan Pablo II, Cta a los Sacerdotes del Jueves Santo 1979 (8,IV, 1979), 7: l.c., 403-405; Alocuciones al clero (9,XI,1978; 19,IV,1979): «L’Osservatore Romano» (19,XI,1978); «L’Oss. Rom» (29,IV,1979). Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros, 1994, n.66). –[249] Benedicto XVI, Disc. a Congregación para el Clero (12,III,2010). –[250] Consejo Pontificio Textos Legislativos, Chiarimenti circa il valore vincolante dell’art. 66 del Direttorio per il ministero e la vita dei presbiteri (22,X,1994): «Communicationes» 27 (1995) 192-194. –[251] C.I.C., can. 284. 6/2/25, 15:11 Directorio… 160/179 [252] Cfr. Ibid., can. 24 § 2. –[253] Cfr. Pablo VI, Motu Proprio Ecclesiae Sanctae, I, 25 § 2: AAS 58 (1966), 770; Congregación Obispos, Cta circular a representantes pontificios Per venire incontro (27,I,1976): EV 5, 1162-1163; Congregación Educación Católica, Cta circular (6,I,1980): «L’Oss Rom» supl. (12, IV,1980. –[254] Pablo VI, Aud gral (17,IX,1969): «L’Oss Rom», n. 38 (21,IX,1969) 3; Aloc al clero (1,III,1973): «L’Oss Rom», n. 11 (18,III,1973). –[254] Pablo VI, Aud. gral. (17,IX,1969): «L’Oss Rom», n. 38 (21,IX,1969, 3; Aloc al clero (1,III,1973): «L’Oss Rom», n. 11 (18,III,1973) 3. –[255] Vat. II, Dei Verbum, 5; Catecismo 1-2, 142.

____

 –Importancia del tema

Ortega y Gasset decía que «las modas en los asuntos de menor calibre aparente –trajes, usos sociales, etc.– tienen siempre un sentido mucho más hondo y serio del que ligeramente se les atribuye, y, en consecuencia, tacharlas de superficialidad, como es sólito, equivale a confesar la propia y nada más» (Historia del amor).

Y Miguel de Unamuno estimaba que «jamás se ha dicho un disparate mayor que aquel […] de que el hábito no hace al monje. Sí, el hábito hace al monje» (La selección de los Fulanez).

Después de haber comprobado el gran número de Sínodos, Concilios, Encíclicas, Directorios pontificios, etc. que durante 15 siglos vienen dando una misma doctrina  sobre el traje eclesiástico y el hábito religioso, exigiendo su cumplimiento, no es lícito promover el vestir laical de sacerdotes y religiosos, por ser contrario a la doctrina y disciplina de la Iglesia, Mater et Magistra. Ya se comprueba que el asunto tiene notable importancia, tanto para la vida personal de religiosos y sacerdotes, como para su presencia y ministerio entre los hombres. 

La Iglesia, al mantener con tan determinada determinación el uso del hábito y del clerman, se fundamenta no solo en una tradición que tiene ya muchos siglos, sino en sólidas razones teológicas y prácticas. Comienzo por éstas, las prácticas, las menos importantes.

Identificación visible del sacerdote y número de vocaciones

El vestir religioso o sacerdotal identifica de modo claro y permanente a la persona especialmente consagrada al servicio de Dios y de los hombres. Y esa identificación es sin duda conveniente. No solo la experiencia de la Iglesia así lo afirma, sino también los estudios modernos de psicología social. La bata blanca, por ejemplo, no dificulta la relación del médico con sus pacientes, sino que la facilita. La bata asegura al médico en su identidad, y ayuda igualmente a sus pacientes. 

Por otra parte, ya vivido un cuarto del siglo XXI, sabemos que los Institutos religiosos y los Seminarios que mantienen el vestir identificante tienen buen número de vocaciones, y que aquellos otros que han secularizado deliberadamente su imagen en el vestir tienen muy pocas, o se extinguen. Si nos asomamos a los ámbitos de Iglesia que tienen más vocaciones, comprobamos que, siendo a veces entre sí muy diferentes, todos coinciden en que de un modo u otro identifican a sus miembros religiosos o sacerdotes de modo claro por el vestir. Éste es dato comprobado… porque es así.

 

–Razones prácticas

Cuando la Iglesia trata del vestir de sacerdotes y religiosos, suele aludir al «testimonio de pobreza» (p.ej., can. 669), y lo hace con toda razón. En comparación con el hábito o el clerman, vestir como seglar implica  –más gasto de dinero;más gasto de tiempo, para confeccionar la prenda o para buscarla y adquirirla; –más gasto de atención: «¿qué me pongo hoy?»; –más sujeción a los cambios frecuentes de la moda, que, aunque sea muy relativo, viene a ser a veces obligado en quien vista de seglar.

Estas considerables inversiones de dinero, tiempo y atención se ven casi totalmente eliminadas cuando religiosos, religiosas y sacerdotes usamos el hábito o el clerman, que son igualmente dignos y oportunos en un barrio pobre o en un ambiente rico.

 

–Razones espirituales

Los datos ciertos que he aludido son sin duda significativos en sus aspectos cuantitativos y psicológicos. Pero mucho más importantes son sus significaciones espirituales, muy ciertas y simples… Recuerdo la doctrina que ya expuse.

En la Biblia y en la Tradición de la Iglesia, son sagradas aquellas «criaturas» que en modo manifiesto han sido especialmente elegidas por el Santo para santificar a los hombres. Ese modo, según digo, es manifiesto, visible,  para los creyentes, ciertamente. Y en alguna medida, también para los paganos. Todo lo sagrado es criatura cristiana especialmente confortada y consagrada para manifestar y comunicar a Cristo, que es la fuente de toda sacralidad cristiana.

Ahora bien, sobre el fundamento sagrado del Bautismo, tanto los religiosos por su especial «vita consecrata», «novo et peculiari titulo… intimius consecratur» (LG 44a), como los sacerdotes, «consagrados a Dios de manera nueva por la recepción del Orden» (novo modo consecrati. PC 12a), reciben por obra del Espíritu Santo una potenciación notable de su condición sagrada bautismal en orden a enseñar, santificar y gobernar pastoralmente a los fieles.

Por otra parte, las «vocaciones» son «llamadas», por las que sólo Dios puede elegir, conceder y mantener vocaciones. Y tenemos signos patentes de que el Espíritu Santo suscita vocaciones religiosas y sacerdotales allí donde se obedece a la Iglesia, sus normas y disciplina, que integran el vestir de sacerdotes y religiosos.

 

–El Vaticano II y lo sagrado

Dentro de la Iglesia, donde todo es sagrado (sacramento universal), se distinguen diversos grados de sacralidad, y se reserva habitualmente el término sagrado a aquellas criaturas más directamente dedicadas por Dios a la santificación. Habiendo en los religiosos, por ejemplo, una sacralidad especialmente intensa, la Iglesia habla de vida consagrada para designar la vida religiosa, cuando en realidad, obviamente, toda vida cristiana es religiosa, sagrada y consagrada. Por tanto, el uso tradicional que la Iglesia hace de la terminología de lo sagrado tiene un fundamento real. En este caso, la especial consagración de los religiosos.

El Concilio Vaticano II emplea con gran frecuencia el lenguaje de lo sagrado. Podemos verlo, cmo ejemplo, en la constitución Lumen Gentium. Esta Constitución Dogmática habla de sagrada Escritura (14, 15, 24, 55), sagrada liturgia (50), sagrado Concilio (1, 18, 20, 54, 67). Sagrado es el culto (50), el bautismo (42), la unción (7), la eucaristía (11), la comunión (11), la asamblea eucarística (15, 33), la comunidad cristiana sacerdotal (11), los religiosos y sus votos (44).

Y para el Vaticano II es muy especialmente sagrado todo lo referente al sacerdocio: el orden sacramental (11, 20, 26, 28, 31), carácter (21), Obispos, pastores sagrados (30, 37), ministerio (13, 21, 26, 31, 32), ministros (32, 35), potestad pastoral de regir (10, 18, 27, 28, 35, 37). Todas ésas son según el Vaticano II realidades sagradas.

 

–Lo sagrado tiende de suyo a ser visible

Lo sagrado participa de la economía sacramental de la gracia cristiana. Y el sacramento es un signo visible de la gracia invisible que santifica a los hombres. Esta visibilidad sensible pertenece, pues, a la naturaleza misma de lo sagrado, y por eso la Iglesia acentúa tanto este aspecto en su doctrina y en su disciplina (cf. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 7c, 33b, 59).

Así pues, lo sagrado existe en la Iglesia porque quiso Dios, el Santo, comunicarse a los hombres en modos manifiestos y sensibles, es decir, empleando la mediación de criaturas. Podría Dios haber organizado la economía de la gracia y de la salvación del mundo de otro modo. Pero quiso santificar a los hombres y dignificarlos, asociándolos a su obra de Salvación del mundo, empleando para ello ese conjunto de mediaciones visibles que forman «el sacramento admirable de la Iglesia entera» (SC 5b).

 

–Secularización desacralizante

Cuando los Padres del Concilio Vaticano II empleaban con tanta frecuencia y naturalidad el vocabulario de lo sagrado, usaban simplemente el lenguaje católico tradicional de la Iglesia. Pero quizá no imaginaban que el huracán secularizante de los años postconciliares iba incluso a arrasar y proscribir toda la terminología de lo sagrado, como si esta categoría teológica, bíblica y tradicional, fuera completamente ajena al cristianismo, y como si toda sacralidad cristiana implicara una judaización, o más aún, una paganización del cristianismo.

Los teólogos secularizantes y desacralizantes conceden a lo más –y no todos– una existencia cristiana de lo sagrado, pero siempre que sea exclusivamente interior, puramente invisible. Falsifican, pues, la teología natural y cristiana de lo sagrado. Sus tesis, sin duda, contrarían tanto la religiosidad natural de los pueblos, como la religiosidad sobrenatural cristiana instituida por nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles.

Hicieron y hacen un daño muy grande a la Iglesia, al despojarla «progresivamente» en tantos aspectos de su tradicional visibilidad sagrada: en templos, confesonarios, torres, misiones, beneficencia, ¡las modalidades vulgares de la liturgia!, costumbres, colegios y Universidades, conciencia en los sacerdotes de su propia identidad, etc. Y por supuesto, han procurado con gran interés y eficacia secularizar completamente la imagen social visible del sacerdote y del religioso. Que parezcan obreros, administrativos, artesanos, benefactores, camioneros, intelectuales, etc., pero no sacerdotes o religiosos… Pensaban que al despojar a la Iglesia, con la colaboración al menos pasiva de tantos Obispos, de todas las identificaciones netamente cristianas, y asemejarla lo más posible a las formas seculares, es como mejor avanzaría el cristianismo en el mundo…

El fracaso de los optimistas secularizadores, sentencia hoy su falsedad. Y su origen inconsciente en el Padre de la Mentira… «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20)… «Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Permítanme un disparatado ejemplo imaginario… «Dicen» que en una ciudad muy grande, dotada de cuatro Líneas Aéreas distintas, todas las personas de los numerosos servicios –azafatas y demás– vestían su uniforme propio, el de su Compañía. Y que una de esas líneas, aconsejada por una prestigiosa firma de marketing, decidió suprimir los uniformes de sus empleados, alegando que si se vestía cada uno a su estilo, resultarían para los clientes «menos distantes, más cercanos y amigables». Bastaba con que se identificaran con una insignia mínima… Al paso de un año, la clientela de tan innovadora Compañía Aérea, disminuyó a la mitad, y entró en quiebra. Se afirmó, pues, claramente que los viajeros preferían un personal uniformado: por elegancia y por más fácil identificación…

Pues eso. En la rápida descristianización de tantas Iglesias locales de Occidente han influido muchas causas; pero no es dudoso que una de las causas ha sido-es la eliminación generalizada en sacerdotes y religiosos de la indumentaria significativa de su condición. La secularización desacralizante de su imagen ocasionó un gran fracaso: muchas secularizaciones, descenso muy grande y persistente de vocaciones, grave disminución de la conciencia sacral en sacerdotes y religiosos/sas… Lo que también se comprueba considerando que actualmente la recuperación de nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas opta por el hábito y el clerman. Así vienen a unirse a aquellos religiosos y sacerdotes, que en los decenios pasados, por especial gracia de Dios, se mantuvieron fieles testigos (mártires) de esa sagrada tradición vestimentaria, que tantas veces reclamó la Iglesia desde sus más altas Autoridades apostólicas.

 

–El hábito religioso y el traje eclesiástico

Religiosos.– La Iglesia afirma «la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga de alguna manera de las formas abiertamente seglares» (Evangelica Testificatio 22). Lo mismo dice del habito el Código: sea «signo de su consagración» (c. 669). Ahora bien, el signo, para ser significante, ha de ser visible. Si es invisible, o si apenas se distingue, se hace in-significante, y no causa los buenos efectos que debería producir.

Sacerdotes.– De modo semejante, la Iglesia quiere  (Directorio 66) que «el presbítero, hombre de Dios, dispensador de Sus misterios, sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo por su comportamiento; pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia». Para ello, su modo de vestir «debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio».

 

–Aversión al hábito y al clerman

 Por el contrario, aborrecen lógicamente la identificación visible de sacerdotes y religiosos todos aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la teología y la disciplina de lo sagrado; quienes estiman que el sagrado cristiano no debe tener –debe no tener– visibilidad sensible; quienes no aceptan que entre el «sacerdocio ministerial» y el «sacerdocio común de los fieles» haya una diferencia esencial, y no solo de grado (Lumen gentium 10); quienes niegan que, sobre la consagración bautismal de todo cristiano, haya realmente en sacerdotes y religiosos una nueva consagración.

Todos ellos –que normalmente son los mismos– rechazan el hábito o el clerman. Se oponen a ello por principio, por principio doctrinal, teológico; falso, por supuesto. Incluso no raras veces marginan a quienes se atienen en el vestir a las normas de la Iglesia. Ellos, en cambio, suelen tener la aprobación del mundo.

 

La obediencia a las normas disciplinares de la Iglesia

Pero vengamos ya a otra verdad muy importante, hoy excesivamente silenciada. 

La disciplina canónica de la Iglesia se ha formado a lo largo de los siglos fundamentándose sobre todo en los cánones de los Concilios. Estos cánones, que la Iglesia reúne en el Derecho Canónico, establecen con autoridad apostólica normas disciplinares eclesiales, que han de ser obedecidas y cumplidas. No son meros consejosorientaciones sujetos a libre opinión.

En el primer Concilio de Jerusalén los Apóstoles dictan normas: «nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros» (Hch 15,28). Y veinte siglos después estamos en las mismas: las normas disciplinares de la Iglesia expresan ciertamente la benéfica autoridad del Señor y de la Autoridad apostólica sobre el pueblo cristiano. En consecuencia, deben ser obedecidas en conciencia.

 

–Las leyes positivas de la Iglesia obligan en conciencia

Las ha hecho siempre la Iglesia, ya desde Jerusalén, como lo acabo de recordar: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros»… (Hch 15,28). Los acuerdos tomados entonces se referían a aquellas cuestiones prácticas bien concretas que, según discernimiento de los Apóstoles, no debían atenerse solamente a la conciencia de cada uno, sino obedecer a la Iglesia. Y San Pablo, por ejemplo, en sus viajes misioneros, comunicaba a los neo-cristianos «los decretos dados por los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, encargándoles que los guardasen» (16,4).

Teniendo, pues, en cuenta que la voluntad de la Iglesia sobre la obligatoriedad del traje o hábito clerical o religioso se ha manifestado claramente durante quince siglos, y sigue hoy vigente, el discernimiento moral es claro y disyuntivo:

> La autoridad apostólica de las normas de la Iglesia proviene de Dios, y deben ser obedecidas «como al Señor». O bien:

< Según otros, «es la conciencia del clérigo y del religioso la que ha de resolver la cuestión del traje y hábito en su caso personal». Éstos contrarían la normativa apostólica, estimando una intromisión abusiva de la Iglesia toda normativa sobre el vestir de sacerdotes y religiosos… Los que así piensan, como se ve en la muestra de la última imagen, no son pocos.

Pidamos al Señor que, uniéndonos por su gracia en la verdad y en la obediencia, todos los cristianos tengamos “un solo corazón y un alma sola” (Hch 4,32). 

Oremos, oremos, oremos.

 

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o Apostasía

 

 

Los comentarios están cerrados para esta publicación.