(729) Iglesias descristianizadas (13) por no predicar (3) contra los «pecados descatalogados» (I)

 

 

Catálogo (del latín, catalogus, y del griego, katálogos): es una relación ordenada de objetos (libros, documentos, etc.) que están relacionados entre sí. En este sentido, puede hablarse, por ejemplo, de catálogo de pecados. Descatalogar significa sacar objetos que integraban el listado de un catálogo.

 

En la doctrina de Cristo hallamos ya catálogos de pecados, En el N. T. hallamos más de veinte listas de pecados, algunas de ellas en los Sinópticos, es decir, en la misma enseñanza de Cristo:

«De dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7,21-21; en Mt 15,19-20 se mencionan siete). Y en la parábola del publicano se citan tres: «ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18,11). Y de otros pecados concretos se habla en las parábolas de la cizaña, del rico Epulón, del hombre avaro, del siervo infiel, del juicio final, del escándalo, etc.

En los escritos de los Apóstoles también se formulan catálogos de pecados, sobre todo en San Pablo. El listado más completo e impresionante lo encontramos en su carta a los Romanos (1,24-32), donde hallamos muy especialmente denunciado el pecado nefando de la unión homosexual entre hombres o entre mujeres (26-28). Otra lista enumera a «inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores: no heredarán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10). «Con quien sea así, ni compartir la mesaExpulsad al malvado de entre vosotros» (ib. 5,11.13).

Los cristianos han de tener un sentido del pecado bien preciso: –Que nunca estime el mal como bien, ni el bien como mal. –Que distinga entre los pecados leves y otros mortales, que separan al hombre de la unión con Dios, fuente de la vida, y que pueden conducir a la condenación eterna. –Que descubra incluso los pecados internos, no sólo los que tienen manifestación en obras externas («todo el que mira una mujer deseándola, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón», Mt 5,28). –Que reconozca no sólo los pecados de comisión, sino también los de omisión (las vírgenes necias, Mt 25,11-13; el que no hace rendir sus talentos, 25,27-29; el juicio final, que indica las obras buenas necesarias de caridad no realizadas, 25,41-46), etc.

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Sobre los pecados «descatalogados»

1). Un pecado queda descatalogado, más o menos, si se dan estos signos:  –Cuando la predicación deja de hablar de una cierta virtud y de señalar el pecado contrario; –Cuando es un pecado que no suele ser tratado en la confesión sacramental ni por el penitente, que ignora o devalúa casi totalmente su  importancia, ni por el sacerdote. –Cuando un pecado se ha generalizado de tal modo que llega verse como algo «normal», que no carga la conciencia. («normal» por su frecuencia en la mayoría; no, por supuesto, en cuanto a la conformidad con la «norma»).

La simonía, en su tiempo, puede ser un ejemplo histórico de pecado descatalogado en gran medida por su frecuencia. Así se da en aquellas regiones y tiempos en que viene a ser casi el modo normal por el que los hijos de la nobleza, más instruidos y de presencia más respetada en el mundo, acceden por esa vía a los altos cargos de la Iglesia.

En el siglo IX muchos señores consideran craso error  que Obispados, Monasterios y Parroquias forman parte de sus dominios. A ellos, pues, les corresponde en esas entidades eclesiales elegir y dar la investidura de la autoridad. El tráfico sobre los cargos principales de la Iglesia a veces sería culpable en ciertos casos; pero en otros se consideraba como algo lícito y normal. Era un grave pecado descatalogado.

Siempre asistida por Cristo, la Iglesia tiene en sí, por obra del Espíritu Santo, fuerza para vencer antes o después esos pecados lamentablemente descatalogados. Y así vemos, por ejemplo, que en el siglo XI y en la primera mitad del XII se celebran ocho Concilios regionales en Inglaterra, Francia, Italia para erradicar el error y el pecado de la simonía. Y la acción de Papas como Nicolás II (1058-1061) y Gregorio VII (1072-1085), la predicación y la acción de grandes santos, como San Bruno (1030-1101) y San Bernardo (1090-1153), van venciendo esa plaga. Pero notemos que pudo haber y hubo Obispos, Abades y Párrocos buenos, ortodoxos, pastoralmente celosos, que sin embargo, en buena conciencia, habían accedido a sus cargos por medios simoníacos.

2). Examinaré aquí unos pocos pecados descatalogados en nuestro tiempo. Sólo a modo de ejemplo. Podrían mencionarse otros muchos, pues muchos son los que se dan en la historia, y sobre todo hoy en las Iglesias locales descristianizadas. Por eso es urgente que tengamos facilidad para discernir la maldad de los pecados descatalogados, para vencerlos con la gracia.

3). La génesis de una «descatalogación» de un pecado es muy clara. –1º) Cuando en el pueblo cristiano se va iniciando un pecado de acción u omisión no es pecado (dejar la Misa dominical, por ejemplo), –2º) si la Autoridad pastoral no se esfuerza ràpidamente por combatir con energía tan mal engaño del Diablo (por la predicación, por el sacramento de la penitencia, en insistentes «campañas», negando el matrimonio sacramental a quienes dejaron la Misa, etc.), –3º) pronto una pequeña minoría de cristianos incurren en ese pecado, al ver que no trae consigo ninguna sanción o grave llamada en contra. Y finalmente, –4º) estabilizada ya una minoría acrecentada que incurre impunemente en tal culpa, –5º) muy rápidamente se llega a una amplia mayoría de absentistas a la Eucaristía (un 80/90%). Dicho en breve: si prende el fuego en un árbol del bosque, o se apaga en seguida, o si se tarda, el fuego se extiende apoderándose tan ampliamente del bosque, que ya se hace muy dificil sofocarlo.

En tal situación pastoralmente desbordante, sólo unos pocos pastores mártires siguen llamando a la Misa dominical. La gran mayoría clerical no los sigue, e incluso una parte alega –incluso ya en la catequesis– que el cristiano no tiene obligación de «cumplir» la norma dominical, mientras no la ha interiorizado en la vida de su fe. Toda acción cristiana ha de realizarse libremente… Afectados los cristianos de este influjo luterano y liberal –aunque muchas veces no lo asimilen conscientemente– se crea entre los feligreses engañados una mentalidad alérgica a toda obligación disciplinar. Con lo que se hace ya muy difícil revertir tan gravísima miseria. Y en tal situación, se arroja la toalla… Se acepta la ausencia mayoritaria en la Misa, se omiten prédicas y campañas para recuperarla, y el grave pecado del alejamiento crónico de la Eucaristía dominical queda «descatalogado».

Este proceso decadente, se extiende lógicamente a la confesión sacramental y a otras graves obligaciones de la vida cristiana católica, como confirmación, matrimonio, unción, que van desapareciendo.

Iglesia descristianizada. Lutero. Toda ley eclesiástica destruye el Evangelio. Sola gratia, sola fides. Cristiano no practicante. Apòstasía.

Veamos como ejemplo varios casos de «pecado descatalogado».

 

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 (1º caso)

Los Obispos y la Sede Apostólica deben castigar con una pena justa a quien enseña una doctrina condenada por la Iglesia 

El «buen combate de la fe» (2Tim 4,7) implica el testimomio de la verdad y la refutación de las mentiras contrarias, prolongando, con la gracia, en la historia la actividad de Cristo. Y de los dos modos ha de librarse permanentemente, según el ministerio y la capacidad personal de cada uno. Si no se cumplen las dos acciones, el Padre de la mentira –en vínculo constante con la carne y el mundo–, debilita las Iglesias locales hasta su descristianización y posible extinción. Es, pues, un combate espiritual necesario y urgente, que está impulsado por el amor a Cristo, Señor y Salvador nuestro, y por el amor a la humanidad, sumida en las tinieblas por el engaño diabólico. 

+Lo manda y lo practica Cristo, que combate con gran dureza ¡y en público! contra escribas y fariseos, porque ocultan al pueblo la verdad con sus falsas leyes.

Mateo 23,13-3:«–¡Ay de vosotros… que ni entráis en el Reino, ni dejáis entrar»… –«guías ciegos, que coláis un mosquito y os tragáis un camello»… –«hipócritas, sepulcros blanqueados»… –«serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis el juicio de la gehena?»…  Juan 8,42-47: –«Vosotros tenéis por padre al diablo… que es mentiroso y padre de la mentira»… (Más improperios en Mc, Lc). Si predicáis el Evangelio «y no escuchan vuestras palabras. salid de aquella casa o ciudad… Serán juzgados con más severidad que Sodoma y Gomorra» (Mt 10,14-15)…

+Lo mandan los Apóstoles: «Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema», aunque fuera un ángel del cielo (Gal 1,7-9). «Lo que os digo es que no os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano [cristiano] sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con éstos, ni comer» (1Cor 5,11).

+Lo manda la Iglesia: «Debe ser castigado con una pena justa 1º, quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina descrita en el c. 752 [sobre el Magisterio auténtico en fe y costumbres] y, amonestado por la Sede Apostólica o por el Ordinario, no se retracta» (Derecho can.1371).

Los Obispos, y los Presbíteros bajo su guía, según normas jurídicas por ellos establecidas en el Derecho Canónico y por medio de sus ministros, aplican –deben aplicar– con la autoridad de Cristo y de la Iglesia, las sanciones eclesiásticas previstas para apóstatas, herejes o cismáticos, ateniéndose a las normas penales previstas para los diversos casos concretos (can. 1364). Tienen, pues, los Obispos el poder y la grave obligación de hacerlo, para proteger al pueblo cristiano y para castigar a los culpables y procurar su conversión. 

Esta norma –debe ser castigado– puede decirse que, al menos en una parte importante de la Iglesia en Occidente, ha venido a ser frecuentemente incumplida por los Pastores, dando así lugar a pecados descatalogados. El miedo a ser perseguido por el mundo cuando se le lleva la contraria, el respeto liberal hacia la libertad de expresión de cada uno, el culto a lo nuevo, a la creatividad, han prevalecido sobre el valor de la ortodoxia y de la ortopraxis. Grandes falsedades han podido difundirse impunemente durante decenios en seminarios, cátedras, parroquias, catequesis, librerías religiosas, incluidas las diocesanas. Lo mismo que grandes abusos litúrgicos se han reiterado en parroquias, conventos y reuniones, sin que ninguna autoridad los corregiera. El resultado es una miseria.

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–Los mismos Papas describen y testimonian la degradación introducida hoy en la Iglesia donde no se combate lo debido, con autoridad apostólica, contra las mentiras del Demonio-mundo-carne

+Pablo VI habla de una Iglesia en estado de autodemolición (7-XII-1968). Al ser la fe el fundamento de la Iglesia, las herejías son las causas principales de su descristianización. «Por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1968). «La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia» (23-XI-1963).

+Juan Pablo II atestigua que «se han esparcido a manos llenas ideas contrarias a la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas herejías en el campo dogmático y moral» (6-II-1981). 

+El Cardenal Ratzinger –Benedicto XVI un mes después–, dijo en el Via Crucis del Coliseo:

«¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!… Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes.Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo» (25-III-2005)… ¿Y cómo ha sido esto posible? La respuesta la da Cristo: «mientras sus hombres dormían, vino el enemigo y sembró cizaña en el trigo» (Mt 13,25). Son los Obispos, con el Papa, al ser constituidos como Episcopoi (vigilantes), los principales guardianes de la ortodoxia en la Iglesia» (25-III-2005).

+La Instrucción Pastoral que, cuarenta años después del Vaticano II, publica la Conferencia Episcopal EspañolaTeología y secularización en España (30-III-2006), es una lúcida e implacable denuncia de los graves errores en temas doctrinales, morales y litúrgicos que han sido enseñados durante decenios por profesores promovidos o tolerados por el mismo Episcopado.

Lamentablemente, al ser combatidos estos males solo con el documento, y no serlo también suficientemente con los diálogos persuasivos convenientes, y cuando fuera preciso, con las sanciones y advertencias establecidas en la disciplina canónica de la Iglesia, han proseguido en cierta medida esos males en liturgias, cátedras, publicaciones, parroquias y catequesis. 

 

La situación de la Iglesia, que lamentaban los tres Papas citados, ha tenido en buena parte su causa en que se aplica con gran precariedad la norma canónica: «Debe ser castigado con una pena justa quien enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico, etc» (Derecho can.1371,1º). Esa norma es un mandato de Cristo, de los Apóstoles, de la Tradición, que se dirige especialmente a los Obispos y a la misma Santa Sede. No dice el mandato «puede», sino «debe ser castigado»… Sin embargo, es precepto no suficientemente cumplido hace ya más de medio siglo, al menos en no pocas Iglesias locales de Occidente. Son tantos los casos en los que no se aplican las penas o que se hace muy insuficiente y tardíamente, que al parecer estamos ante un pecado «descatalogado». Lo cual viene confirmado por las mismos denuncias y lamentos de los tres Papas citados.

Las reprobaciones tardías de graves errores (blog 45-46) producen más o menos los mismos efectos pésimos, pues aseguran la amplia difusión y arraigo de malas doctrinas. En el caso del P. Anthony De Mello S.J., la Congregación de la Fe, en un excelente documento, describió y refutó su doctrina… Pero lo hizo ¡doce años después de su muerte!, aunque el mismo documento reconoce tranquilamente, sin excusar su tardanza, que De Mello era «muy conocido debido a numerosas publicaciones, que, traducidas a diversas lenguas, alcanzaron una notable difusión en muchos países». Obró la Congregación como el guardabosques que diera aviso de incendio pasada una semana desde su comienzo.

De Mello, después de oscurecer impunemente durante veinte o treinta años una parte considerable de los docentes y discentes católicos, llega la enérgica reprobación de la Autoridad apostólica. Muy graves errores se han difundido antes durante varios decenios impunemente en cátedras y librerías religiosas, también diocesanas, y centros católicos [blog 47]).

  –La gran multiplicación de errores producida en la Iglesia después del Vaticano II viene causada por varios factores, como el ya señalado debilitamiento de la autoridad apostólica. Pero también se debió a la actitud mental que se vivió en torno al Vaticano II y más aún en el PostConcilio: una mentalidad apocalíptica (he aquí que hago nuevas todas las cosas: Ap 21,5), que es perfecta dicha por Jesucristo en su Segunda Venida, pero que antes de ella es más bien  triunfalista, aggiornalista, con su punto de soberbia occidental  centroeuropea, sobre todo, super-optimista ante el futuro de la Iglesia postconciliar. Una mentalidad que se adivina implícita en algunos puntos del breve Discurso Inaugural del Vaticano II, pronunciado por San Juan XXIII (11-XI-1962; n.14-15).

«La Iglesia quiere que el Concilio transmita la doctrina pura e íntegra… [Insiste en ello con fuerza en varios párrafos]… Siempre la Iglesia se opuso a los errores. Y frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia, más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada, más que condenándolos… No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan en tan evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los mismos hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos [¿?]… La Iglesia Católica, por medio de este Concilio, quiere mostrarse madre amable con todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad con los hijos separados de ella».

Si debe la Iglesia mantener esa tan exuberante actitud benigna «con todos», a fortiori habrá de tratar así a sus propios hijos, cuando observe que algunos de ellos difunden largamente doctrinas contrarias a las de la Iglesia Católica –Teilhard, Häring, De Mello, Marciano Vidal, Schillebeeckx, Haigth, etc.– Habrá de combatir graves errores con benignidad paciente y misericordia bondadosa… con poca eficacia y gran perjuicio del pueblo cristiano, tergiversando la intención verdadera de San Juan XXIII… Y es que el Padre de la Mentira, en el PostConcilio, supo hacer de estas bienintencionadas palabras del Papa, malas causas capaces de producir en la Iglesia efectos tan malos, como los que hemos visto descritos por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y los que seguimos viendo actualmente.

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(2º caso) La ausencia crónica a la Misa dominical es para la mayoría un pecado descatalogado

 

+Dios en el Decálogo da el mandamiento IIIº (nada menos), mandando que la criatura, en privado y en público, ofrezca al Creador un culto de alabanza, adoración y acción de gracias.

+Es mandato de Cristo, que fiel a la ley natural, y continuando el Antiguo Testamento, funda el culto de la Iglesia en la Cena Pascual, el Sacrificio eucarístico, la santa Misa. En ella tenemos la glorificación máxima de Dios y la salvación suprema de los hombres: «haced esto en memoria mía» (Lc 22,19) (blog 728).

«Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,53-54).

+Es mandamiento grave de la Iglesia, que como Madre obliga a sus hijos a lo que para ellos es absolutamente vital y necesario. Celebra la sagrada Misa desde el principio de su historia, en la última Cena y en la Pasión de la Cruz.

Tanto era apreciada que, por ejemplo, poco después del 300, el Concilio de Elvira, en la Bética –cito de memoria–, establece que quien viviendo en la ciudad, y sin tener razón grave en contrario, falta a la Misa dominical tres veces, queda expulsado de la comunidad cristiana. Y esa misma convicción acerca de la necesidad vital de la Misa dominical sigue viva en la enseñanza y disciplina de la Iglesia, como lo comprobamos en textos del Vaticano II:

La Misa-Eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11, CD 30, PO 5-6, UR 6). Derecho Canónico: «El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto» (c. 1246).

«El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa; y se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del Día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (1247).

El Catecismo de la Iglesia dice que

«la Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria… o dispensados por su pastor propio. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave» (2181). Se han alejado establemente de la vida cristiana.

Por eso, en una consideración objetiva, se concluye que los cristianos no-practicantes, «alejados» crónicos, en realidad son pecadores públicos (blog 234). Pues no hay vida cristiana si voluntariamente no hay vida eucarística. Ya mostré la insistencia del Vaticano II en afirmar que la Eucaristía es «la fuente y el culmen de toda vida cristiana». El no-practicante –es duro decirlo– rechaza la llamada de Dios. Pues «Dios nos [le] llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro» (1Cor 1,9). Y él, con su vida, rechazando la Eucaristía, le respondió que no, que no le hace falta. Que ya se las arregla en la vida él sólo… Dios tenga piedad de él y le dé su luz y su verdad.

 

En fin, si la pastoral de los Pastores no inculca con todo empeño la necesidad de obedecer el gran precepto dominical –en catequesis, parroquias, Seminarios, en todo–, muchas Iglesias locales se verán descristianizadas. ¿Qué clase de Iglesia local es aquella en la que la asistencia a la Misa el Día del Señor, en medio siglo, ha pasado del 80% al 10% o al 5% en los bautizados. Reconozcamos con espanto que este grave pecado ha sido descatalogado.

Los sucesivos Planes pastorales, Campañas, los Días, sobre importantes cuestiones diversas, una y otra vez se ponen en marcha con empeño y muchos modos y medios para obtener ciertos bienes  –en favor de los pobres, las vocaciones, los inmigrantes, los enfermos, los sin trabajo, los discapacitados, etc.–- Pero, que yo sepa, muy pocas veces se empeñan en promover la participación en la Eucaristía dominical como cuestión de vida o muerte. Eso parece indicar que los Pastores, de hecho al menos, no reconocen plenamente la necesidad total que sus feligreses tienen de la Misa. O quizá sea que en su ambiente es tal la sobreabundancia de no-practicantes, que desbordados, no se ven ya capaces de intentar siquiera re-congregar al rebaño en tan gran medida alejado y disperso.

Pero al menos, que es al más, proclamemos y conozcamos la verdad objetiva de la cuestión. El cristiano no-practicante, sin causa alguna que justifique su distanciamiento crónico de la  Misa dominical, de suyo, está en pecado mortal. Y es importante, sin duda, que lo sepa… El hecho de que ese pecado haya sido ilícitamente «descatalogado» en su Iglesia local puede atenuar la culpabilidad de la persona –por ignorancia invencible–; pero no cambia la realidad de las cosas: El no-practicante se aleja de «la fuente de agua viva», se abstiene del «pan vivo bajado del cielo»… Decid, pues, a los que así andan: Cristo os avisa que si seguís así, «no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53-59).

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Con permiso del lector

Supongamos dos conjuntos de Papas. Unos son los Fuertes: Bto. Pío IX, León XIII y S. Pío X (1848-1914) y otros los Benignos: S. Juan XXIII, S. Pablo VI y S. Juan Pablo II (1958-2005). No comparamos un conjunto y otro en el orden de la santidad, evidentemente, porque los seis fueron muy buenos y porque es una comparación imposible. Pero sí los comparamos en cuanto a la pastoral prudencial del gobierno de la Iglesia. Los Fuertes llegaron a vencer al modernismo (se dice pronto), que medio siglo después, bajo los Benignos, recuperó su poder en la Iglesia en una cierta medida y extensión. ¿Cuál de los dos tríos Pontificios se asemejaron más a Cristo en su ministerio público contra la herejía, protegiendo así mejor al pueblo cristiano, los Fuertes o los Benignos?… Perdón, ¿se acuerda el venerable lector de lo que les conté del combate de Cristo contra escribas y fariseos, según el Evangelio?

«Yo os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (Jn 13,15). «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).

Continuará, si Dios quiere. Aún pondré varios «casos» más.

 

José María Iraburu, sacerdote de Jesucristo

 

Post data. –También usted… En vísperas de Navidad nos sale con el regalito de este artículo tan preocupante… –Lo preocupante es que tantos cristianos ignoren hoy la tremenda verdad de los pecados descatalogados, que siguen siendo pecados. Decir la verdad a los hombres es lo que les hace pasar de las tinieblas a la luz: no hay acción que más pueda alegrarles. El Niño Jesús, que nos nace de María, «ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). Y nos dice: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad mis discípulos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (8,31). ¿Quiere usted un regalo de Navidad más excelente?

Índice de Reforma o Apostasía

 

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