(727) Iglesias descristianizadas (11) por no predicar (1) el misterio de la salvación

Guercino

–Adviento. Viendo que tras el pecado original de Adán y Eva, la humanidad había caído en el poder del pecado y del diablo, y que por eso mismo no podía salvarse el hombre a sí mismo, el Hijo divino eterno se encarnó, y se hizo hombre para salvarnos.

«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16). Ése fue el amor inmenso de Dios por nosotros, pobres pecadores sin remedio. «Dios probó su amor a nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8: sinistesin: demostró, garantizó, acreditó )…

Adviento: –«Mirad, viene ya el Rey excelso con gran poder, para salvar a todos los pueblos». –«Alégrate y goza, hija de Jeruselén: mira a tu Rey que viene. No temas, Sión, tu salvación está cerca». (Oficio de Lecturas, I dom. Adviento). Te Deum–«Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad».

– Cristo se encarnó para la Salvación de los hombres y para Gloria de Dios

Por el pecado de Adán y Eva, revelándose contra Dios por su desobediencia, de tal modo queda inclinada la naturaleza humana hacia el pecado –«pecador me concibió mi madre» (Sal 50)–,  que peca, para su propia perdición. «La maldad da muerte al malvado» (Sal 34,21). Una muerte eterna, sin remedio. Dios entonces, compadeciéndose de los hombres, y sabiendo que no pueden salvarse por sí mismos, les da como Salvador a su único Hijo, divino y eterno. 

La primera revelación de Jesús a los hombres se da como «Salvador» de la humanidad:

–El ángel Gabriel le anuncia a María: «concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).

–El mismo ángel San José: «Tu esposa… dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt  1,21: en arameo antiguo Jesús significa «Yahvé es nuestro salvador»).

–Y el formidable cántico de Zacarías, glorificando a Dios por el nacimiento de Juan Bautista, tres vece revela la «salvación» que trae el Mesías salvador que anunciará Juan (Lc 1,68-79).

Los evangelistas, pues, expresan que Jesucristo, la Encarnación del Verbo divino, es, para la gloria del Padre (doxología: doxa, gloria) y para la salvación del hombre (soteriología: soteria, salvación). Una salvación por la que el Salvador librará a los hombres del pecado y de la muerte, del diablo y del infierno… Misterio inefable, gran mysterium fidei. Una salvación por gracia, que constituye a quienes eran pecadores, hijos de Adán, en «hijos de Dios» por participación, como miembros del mismo Cristo, herederos del cielo… «El Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo… Y nosotros hemos conocido y creído en la caridad que Dios nos tiene» (1Jn 4,14-16)

 

–Jesucristo es el Salvador, y «la Iglesia es el sacramento universal de salvación». (Vat.II, Lumen Gentium 48; Ad Gentes 1; Catecismo 774-776)

¿Salvar al hombre? ¿Salvarlo de qué?… Salvarlo del pecado y de la muerte eterna, de la sujeción al diablo, al mundo y a la carne. Salvarlo del infierno, y abrirle el cielo por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Hoy en las Iglesias descristianizadas poco o nunca se predica la salvación eterna (cielo – infierno). Y también se ha perdido en gran medida hablar de Cristo como el Salvador, que es su nombre etimológicamente más propio y el de más arraigo en la Tradición. Por eso esas Iglesias están descristianizadas.

 

–Pero es evidente que Jesús en casi todas sus predicaciones habló de salvación o condenación. Y con un poco de paciencia vamos a comprobarlo en los Evangelios. Y es así precisamente su Evangelio es «la epifanía del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4). Sabe Jesús que, predicando la posibilidad de que los pecadores lleguen finalmente a un infierno eterno, lo avisa una y otra vez («Si no hiciérais penitencia, todos igualmente pereceréis»; Lc 12,3), aunque sabe que por hacerlo va a sufrir por ello rechazo y muerte. Pero sabe también que, silenciando esa verdad, los hombres persistirán en sus pecados, se condenarán para siempre, y perderán la felicidad temporal y eterna. Por eso en su predicación les advierte que en esta vida temporal se están jugando una vida eterna de felicidad con Dios («venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino») o de condenación, lejos definitivamente de Él («apartaos de mí, malditos, al fuego eterno»; Mt 25,34.41).

 

–Comprobemos la afirmación precedente

A continuación transcribo en forma abreviada las referencias explícitas al cielo, al infierno o a ambos a la vez. Y en cada caso cito solo un Evangelio concreto, sin señalar los lugares paralelos que pueda tener en los otros Evangelios, como es frecuente. ¡Son unos cincuenta avisos! Explícitos.

 

–Juan Bautista llama a conversión: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que os espera?». En la era hay trigo para el granero y paja para el fuego (Mt 3,7-12).

–Creer o no creer en Cristo trae salvación o condenación (Jn 3,18-19.36).

–«Cuantos hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; los que hicieron el mal, para la resurrección de la condenación» (Jn 5,29).

–La sal buena y la sal mala, que se tira fuera (Lc 14,34-35).

–«Si vuestra justicia no fuera más que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20).

–«Más te vale perder uno de tus miembros, antes que tu cuerpo entero sea arrojado al infierno» (Mt 5,29-30).

–Los que tengan fe como el centurión, se sentarán a la mesa con Abraham. «Mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crugir de dientes» (Mt 8,11-12).

–«¿Qué provecho saca uno con ganar el mundo entero si pierde su vida?» (Mc 8,35).

–Puerta angosta de salvación y ancha de perdición, por la que entran muchos (Mt 7,13-14).

–Árbol bueno que da frutos buenos, y árbol malo que da frutos malos, y que se corta y echa al fuego (Mt 7,17.19).

–No basta decir «Señor, Señor», si no se hace la voluntad de Dios: «alejáos de mí los que hicisteis el mal» (Mt 7,21-23).

–Escuchando y cumpliendo la palabra de Cristo, se edifica sobre roca y se logra salvación; de otro modo, se construye sobre arena, y viene la ruina total (Mt 7,24-27).

–La ciudad que rechace a quienes Cristo envía como ovejas entre lobos será tratada aquel día con mayor rigor que Sodoma (Lc 10,3-12).

–«¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida!… Y tú, Cafarnaúm ¿por ventura te levantarás hasta el cielo? Caerás hasta el infierno» (Lc 10,13-15).

–El final de aquel hombre, dominado por los demonios, resulta peor que el principio. «Así sucederá a esta generación perversa» (Mt 12,45).

–«Si alguno habla contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12,32).

–«Por tus palabras te justificarás y por tus palabras te condenarás» (Mt 12,36-37).

–La reina del Sur y «los habitantes de Nínive se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán» (Lc 11,31-32).

–Dos plantas mezcladas en un campo, trigo y cizaña. En la siega final, el trigo va al granero de Dios. Y «como se ata la cizaña y se arroja al fuego, así sucederá al fin del mundo» (Mt 13,30.39-40).

–«Mirad, pues, cómo oís, porque al que tiene, se le dará, y al que no tiene, se le quitará aun lo que cree tener» (Lc 8,18).

–Se pedirá cuenta a esta generación por los profetas asesinados. «¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia, y no entráis vosotros ni dejáis entrar a los que lo intentan!» (Lc 11,50-52).

–«Temed a aquel que, después de matar, tiene poder para enviar al infierno» (Lc 12,5).

–Felices los siervos que al volver el señor los encuentra cumpliendo con su deber. Maldito el siervo que no cumple: «vendrá su amo en el día que no espera y en la hora que no conoce, lo castigará severamente y le dará la suerte de los infieles» (Lc 12,37-38.45-46).

–«Yo os lo aseguro: si vosotros no os arrepentís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3).

–El reino de los cielos es como red que pesca peces buenos y malos. Y así será «al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de los justos, y los arrojarán en el horno de fuego: allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13,47-50).

–«Uno le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: luchad para entrar por la puerta estrecha, porque yo os digo que muchos pretenderán entrar y no podrán». Algunos gritarán, «Señor, ábrenos»; pero Él les contestará: «alejáos de mí todos los obradores de la iniquidad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros arrojados fuera. Vendrán del Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentarán a la mesa, en el reino de Dios» (Lc 13,23-29).

–Ninguno de los invitados a la boda descorteses gozará del banquete del Señor (Lc 14,24).

–Muere el pobre Lázaro y es acogido en el seno de Abraham. Muere el rico y va al infierno, donde, estando entre tormentos, pide inútilmente que avisen a sus hermanos para que eviten su pésima suerte (Lc 16,22-28).

–Cuando aparezca finalmente el Hijo del Hombre, «uno será tomado y el otro dejado» (Lc 17,30.34).

–«A todo el que me confesare delante de los hombres, yo lo confesaré delante de mi Padre celestial. A quien me negare delante de los hombres, yo lo negaré delante de mi Padre celestial» (Mt 10,32).

–El que come del pan celestial, que es Cristo, vivirá eternamente; el que no come su cuerpo ni bebe su sangre, no tendrá vida (Jn 6,51.53).

–Dice Jesús de los fariseos: «toda planta que no plantó mi Padre celestial será arrancada. Dejadles: son ciegos conductores de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa» (Mt 15,13).

–«Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará»  (Mc 8,35).

–«Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles» (Mc 8,38).

–«Quien escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valiera que le ataran al cuello una piedra de moler que mueven los asnos y lo arrojasen al profundo del mar… Es necesario que haya escándalos, pero ¡ay de aquel por quien viene el escándalo!» (Mt 18,3.67).

–«Si tu ojo te escandaliza, sácalo de ti: más te vale entrar en el reino de Dios con un solo ojo, que con dos ojos se arrojado al infierno, donde el gusano no muere, ni el fuego se apaga» (Mc 9,47-48).

–Jesús dice a los judíos que le rechazaban: «Si no creyéreis que yo soy, moriréis en vuestro pecado… El padre de quien vosotros procedéis es el diablo, y queréis hacer lo que quiere vuestro padre… el padre de la mentira. A mí, en cambio, porque digo la verdad, no me creéis. El que es de Dios oye las palabras de Dios; vosotros no las oís porque no sois de Dios» (Jn 8,21-24.44-47).

–Que los ricos entren en el reino de Dios es imposible para los hombres, pero posible para Dios (Mc 10,24.27).

–Hay que utilizar bien los talentos recibidos de Dios. «Y al siervo inútil arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de los dientes» (Mt 25,30).

–«Os digo que el reino de Dios se va a quitar a vosotros, para concederlo a un pueblo que dé sus frutos. Aquel que caiga sobre esta piedra se estrellará, y sobre quien ella caiga, lo aplastará» (Mt 21,43-44).

–De quien entró en las bodas vestido indignamente, dijo el rey a los sirvientes: «atadlo de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas exteriores; allí será el llorar y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, y pocos los escogidos» (Mt 22,12-14).

–«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!… ¡Serpientes, raza de víboras! ¿cómo podréis escapar de la condenación del infierno?» (Mt 23,13.33).

–«Ay de vosotros, fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y cuando llega a serlo, lo hacéis merecedor del fuego eterno, dos veces más que vosotros» (Mt 23,15).

–«El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo condene: la palabra que he hablado, ésa le condenará en el último día» (Jn 12,48).

–Cuidado con no cebarse con los bienes de este mundo, olvidando el Reino. «Velad y orad en todo tiempo, para que podáis escapar a todas estas cosas que han de venir, y comparecer seguros ante el Hijo del hombre» (Lc 21,34-36).

–Las vírgenes prudentes entran en las bodas del Esposo. Pero cuando las necias llaman: «Señor, Señor, ábrenos. Él les respondió: en verdad os digo que no os conozco. Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt 25,10-12).

–«Venid, benditos de mi Padre, entrad a poseer el reino que os está preparado desde el principio del mundo… Y dirá a los de su izquierda: apartáos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles… E irán al suplicio eterno, y los justos, a la vida eterna» (Mt 25,34.41.46).

–«¡Ay de aquel hombre [Judas] por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valiera no haber nacido» (Mt 26,24).

–Los sarmientos que permanecen en la Vid dan fruto. Pero «si alguno no permanece en mí, será arrojado fuera, como el sarmiento, y se secará. Los recogerán, echarán al fuego y arderán» (Jn 15,5-6).

–«Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y se bautizare, se salvará; el que no creyere, se condenará» (Mc 16,15-16).

 

Notemos que, además, las referencias implícitas al binomio salvación–condenación que se encuentran en el Evangelio son numerosas, como por ejemplo: «éste está destinado para ruina y resurrección de muchos» (Lc 2,34). Pero no las he citado aquí, aunque son a veces muy claras (cf. Mt 13,15; 19,17; Lc 1,53; 12,20; 12,58-59; 13,8-9; 13,34-35; Jn 10,9-10) etc.

Tampoco he recogido aquí los textos, bastante frecuentes, que solo se refieren a la salvación: expresiones como «entrar en la vida», o exhortaciones como «atesorad para vosotros en el cielo» (Mt 6,20; cf. 10,22; 22,30; Lc 10,20; 14,14; 19,9; 23,43). O como «quien escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene la vida eterna y no va a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5,24).

Pues bien, son unos cincuenta los textos explícitos, distintos, en los que Cristo anuncia en su predicación la salvación o condenación. Eso significa que el Salvador predicaba dando a su Evangelio un fondo soteriológico permanente. Y también significa, por supuesto, que el predicador que nunca trata del misterio de la salvación eterna, falsifica totalmente la predicación de Cristo.

 

Los Apóstoles predican el mismo Evangelio de Cristo

Prolongan la misma predicación del Maestro, en fondo y forma, sin desfigurarla ni modificarla en nada. Ellos creen en el pecado original, y ven a la humanidad como un pueblo inmenso de pecadores, dignos de condenación eterna: «todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Todos necesitan la salvación por Cristo, una salvación obtenida por gracia. Ninguno sin ésta es digno de salvación, es decir, ninguno puede salvarse a sí mismo.

San Pablo: «Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal… Tú, con la dureza de tu corazón impenitente, te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras. A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará la vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable» (Rm 2,2.4-8).

Ésa predicación de Cristo es la misma predicación de la Iglesia en toda su historia, en sus Padres y Concilios, lo mismo que en sus santos: Crisóstomo, Agustín, Bernardo, Francisco, Ignacio, Javier, Montfort, Claret, Cura de Ars, Padre Pío. Es el Evangelio que, convirtiendo a los pecadores con la inmensa fuerza de la gracia del Salvador, forma un pueblo santo para el Señor, que en la tierra y en el cielo vive siempre en comunión con Dios, con los santos y con los ángeles.

La Iglesia, como Cuerpo místico de Jesucristo Salvador, es «el sacramento universal de salvación» (Vat.II, Lumen Gentium 48; Ad Gentes 1; Catecismo 774-776). Ella es a lo largo de los siglos la presencia visible y operante de Cristo Salvador. Su religión es de glorificación de Dios (doxología) y de salvación temporal y eterna de los hombres (soteriología). Las dos finalidades se exigen y potencian mutuamente: vienen a ser una finalidad única. Y la Iglesia, en todos sus miembros, ha de ser muy consciente de la altura sobrehumana de su fin, y muy responsable a la hora de procurarlo con la gracia de Dios y su voluntad constante.

 

Unas buenas preguntas finales

¿Qué hace una Iglesia católica local que nunca predica la verdad fundamental que Cristo siempre proclamaba?… ¿Esas Iglesias procuran de verdad que los hombres se enteren de que en la vida presente se están jugando una vida eterna de felicidad o de condenación, de cielo o infierno? ¿Estiman ustedes que puede omitirse la predicación de «la salvación» en la Misa, en la catequesis, en la teología, en el sacramento de la Penitencia, evitando toda alusión soteriológica, sin falsificar profundamente el Evangelio y sin desvirtuarlo?

«El justo vive de la fe… y la fe es por la predicación, y la predicación es por la palabra de Cristo» (Rm 1,17; 10,17). ¿Piensan que ese silenciamiento de «la salvación» es hoy frecuente en no pocos ámbitos de la Iglesia?… Cuidado. Ese silencio pone en duda la fe. San Pablo predicaba las verdades de Cristo porque creía en ellas: «Creí, y por eso hablé» ( 2Cor 4,13).

Y otra cosa: ¿conocen ustedes otras causas que expliquen más y mejor la descristianización de ciertas Iglesias: la  ausencia de la Misa, de la oración y de los sacramentos, la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, la debilitación de las misiones, la anticoncepción generalizada, la mundanización de los cristianos y su frecuente apostasía?…

El silenciamiento en la vida de una Iglesia local del misterio de la salvación eterna la convierte en una simple Sociedad Benéfica, Ecológica, etc., que procurando a los hombres ciertos bienes naturales, apenas tiene fuerza para que sus miembros venzan en Cristo al demonio, al mundo y la carne. Siguen viviendo sus cristianos como hombres adámicos, hijos del mundo presente.

Gracias a Dios, suele Él mantener en esas Iglesias descristianizadas un Resto de Yahvé, que se mantiene en la vida sobrenatural de Cristo. Y que debe pretender con todo empeño y esperanza, sin desfallecer, la revitalización de la Iglesia. Pero no es excesivo pensar y decir que esa Iglesia ha venido a ser en su conjunto una Iglesia descristianizada. Es el resultado inevitable de falsificar, devaluar y silenciar la predicación más esencial de Cristo, Salvador de los hombres y Glorificador de Dios.

Post post. –Las verdades que hemos expuesto explican la eventual inutilidad, por ausencia o escasez de doxología y soteriología, de no pocas Reuniones eclesiásticas, Campañas vocacionales y otras, Planes pastorales parroquiales, diocesanos, nacionales y universales. E incluso la de ciertos documentos o sínodos pontificios. 

 

José María Iraburu, sacerdote 

Índice de Reforma o Apostasía 

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