(726) Iglesias descristianizadas (10) por las malas doctrinas (9) mal combatidas (actualizado)
En la serie presente, «Iglesias descristianizadas» (717-725), presentando un buen número de Autores de mala doctrina, 1) he mostrado sus errores, y al mismo tiempo he considerado 2) la débil refutación que han recibido de Obispos y Teólogos, con raras y muy valiosas excepciones. Lo que ha hecho posible la descristianización. Sobre este 2º punto va este artículo.
(Inadvertidamente –torpe de mí– ha coincidido este artículo con la gloriosa solemnidad litúrgica de Cristo Rey. Que Él, por su omnipotencia y misericordia, haga que las Iglesias descristianizadas vuelvan plenamente a su seguimiento, del que tanto se han alejado, para que experimenten la paz y la alegría de vivir en su Reino, aqui en la tierra y eternamente en el cielo).
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1962. San Juan XXIII, en el discurso de apertura del concilio Vaticano II.
«La Iglesia quiere que el Concilio «transmita la doctrina pura e íntegra… Y siempre se opuso a los errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad» [de la justicia] (11-11-1962, ns. 14-15).
Esta última frase va bien pensando en la acción de la Iglesia respecto a los hombres que están en el error, que deben ser iluminados, ayudándoles a pasar de las tinieblas a la luz, más con misericordia caritativa que con dureza argumentativa y tajante. Y eso parece que es lo que Juan XXIII quería decir. Pero no pocas veces se ha aplicado falsamente, desde hace medio siglo, al trato que debe darse a los católicos, sobre todo si son docentes, que difunden doctrinas suyas contrarias a la fe de la Iglesia. Si la Iglesia, máxima portadora de la Palabra de Dios, no defiende Su verdad con fuerza, no libra “los buenos combates de la fe” (2Tim 6,12), con severidad y eficacia, los errores y herejías se mantienen operantes dentro de Ella misma. Lo veremos en seguida citando las lamentaciones de los Papas, que confiesan la realidad de esa situación.
La Iglesia no enfrenta justicia y misericordia, severidad y caridad. Enseña que lo cristiano es aplicar la justicia con misericordia, y ejercitar la misericordia con justicia. Optar por una de ellas, en este caso por la misericordia, lleva necesariamente al desastre y a la descristianización. Es una actitud que desvirtúa las justicias penales establecidas por Dios, por Jesucristo, por el derecho natural, por la misma Iglesia en su Código Canónico.
Cristo y los Apóstoles obraron con justicia y misericordia, juntamente. Con fuerza, caridad y prudencia.
–«Si pecara tu hermano contra ti, repréndele a solas… Si no te escucha… toma a dos o tres testigos, y sea fallada la contienda. Si los desoyere, comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano» (Mt 18,15-17). Es decir, sea anatema. –Si predicáis el Evangelio «y no escuchan vuestras palabras, saliendo de aquella casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies». Serán juzgados con más severidad que Sodoma y Gomorra (Mt 10,14-15). –«Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema». Aunque fuera un ángel del cielo (Gal 1,7-9). Queda claro que en estos casos no practicaban ni recomendaban un falso ecumenismo, estableciendo sobre el tema que fuera un diálogo tan largo como infructuoso.
Y la Tradición de la Iglesia ha seguido la enseñanza y la práctica enseñada por Cristo y los Apóstoles. Cuando surgía una herejía, después de hablar con el hereje, si persistía en su falsedad, le exigían retractación pública o excomunión. Si no aceptaba hacerlo, no entablaban con él discusiones teológicas interminables. No se le ocurría a la Iglesia establecer con Arrio y sus futuros discípulos un prolongado diálogo ecuménico, discutiendo sobre la divinidad de Jesucristo.
Por el contrario, el diálogo de la Iglesia católica con ciertas comunidades protestantes hoy se realiza no pocas veces como un falso ecumenismo, demasiado semejante al irenismo. Da como fruto que la comunidad cismática, tratada con tanto respeto y afecto –los «hermanos separados»–, se afirme más en sí misma separada de la Iglesia. El decreto conciliar sobre el ecumenismo se titula con feliz acierto Unitatis Redintegratio. Ésa es su finalidad… Y en forma análoga, el paciente trato de la Iglesia con los católicos erróneos y persistentes, que permanecen en la Iglesia «aparentemente», y que solo consigue que puedan introducir en ella doctrinas heréticas, es funesta. Iglesias descristianizadas.
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–La Iglesia es santa, y la herejía en su interior ha de ser combatida y vencida, con caridad, con paciencia, con oración y palabra. Siempre consciente de que ella es «la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,14).
Con el artículo presente actualizo y completo el post que publiqué en este blog hace 15 años (blog 39): Innumerables herejías actuales (6-11-2009). Era en el primer año de InfoCatólica.
Siempre el Padre de la Mentira ha pugnado por infiltrarse en la Iglesia con sus mortales mentiras. Siempre ha habido herejes ocultos o manifiestos dentro de la Iglesia. Pero hay que reconocer que es el Modernismo el siniestro precedente de las actuales Iglesias descristianizadas de Occidente. Esa gran herejía pretendía conciliar Iglesia y mundo, la fe con algunos principios de la «filosofía moderna» y con la crítica histórica de cierto protestantismo liberal. Hizo sus grandes daños de mediados del XIX a comienzos del siglo XX. Pero fue resistido con firme fe («resistite fortes en fide, 1Pe 5,8), entendiéndolo como pecado diabólico, como infiltración del Padre de la Mentira… Y fue combatido y vencido con la fuerza de Dios, aplicada con prudencia y fortaleza por los Papas y los Obispos
«Confortaos con el Señor y en la fuerza de su poder. Vestíos de la armadura de Dios, para que podáis resistir las insidias del diablo, pues no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire… Estad alerta, ceñidos con el cinturón de la verdad, puesta la coraza de la justicia, bien calzados para predicar el Evangelio, defendidos por el escudo de la fe, que apagará las flechas incendiarias del Maligno… Empuñando la espada del espíritu, que es la palabra de Dios, con toda suerte de oraciones y plegarias, orando en todo momento, con fervor y siempre en continuas súplicas» (cf. Ef 5,10-18).
Así se libraron «los buenos combates de la fe» contra el Modernismo: con muy fuerte empeño y con una esperaza firme de victoria, que fue lograda por la Iglesia Católica en el tiempo de San Pío X (blog 713, 714, 715), precedida por la apostólica parresía de los Papas anteriores.
+Gregorio XVI (1831-1846):
«Es muy deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón humana cuando uno está sediento de novedades y, contra el aviso del Apóstol, se esfuerza por saber más de lo que conviene saber, imaginando, con excesiva confianza en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo sedimento de error» (1834 enc. Singulari Nos).
+Beato Pío IX (1846-1878):
«En las tiempos calamitosos que vivimos, hombres unidos en perversa sociedad, desencadenan una guerra cruel y temible contra todo lo católico, brotados de la falsedad y de las tinieblas [alusión al Demonio]… Nos horroriza y nos duele en el alma considerar los monstruosos errores y artificios varios que inventan para dañar»… (1846, enc. Qui Pluribus; a las que seguirán Quanta Cura,1864, con el anexo Syllabus, Recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo).
+León XIII (1878-1903):
En todo su pontificado, pero especialmente en la Encíclica Humanum Genus (1888) combate contra las fuerzas reunidas contra la Iglesia, especialmente guiadas y potenciadas por la Masonería, partiendo del esquema agustiniano e ignaciano de las dos ciudades, la de Dios y la del Demonio. «En tan feroz y encarnizada guerra contra el cristianismo, es nuestro deber señalar a los enemigos y resistirlos, para que las almas que nos han sido confiadas no se pierdan eternamente». [Todavía estaba viva la fe en el cielo y el infierno].
+San Pío X (1903-1914) fue el vencedor del Modernismo. Hasta Loisy reconoció la derrota del modernismo. Combatió contra esa «síntesis de todas las herejías», y con la ayuda especialmente lúcida de los dos anteriores Papas, dio a la Iglesia la paz de la verdad.
En su primera encíclica, E Supremi Apostolatus (1903) declara la intención principal de su pontificado: vencer el Modernismo, acabar con su mortal influjo. «Estábamos aterrorizados por la deplorable situación actual de la humanidad… Es el abandono y rechazo de Dios… ‘Los que se alejan de Ti se pierden’ (Sal 72,27)». E Supremi, Lamentabili (1907), Juramento antimodernista (1910).
+Pío XII (1939-1958):
Esa paz en la verdad, con tanta fe y esperanza conseguidas, no duró mucho tiempo. A pesar de el buen combate de los Papas anteriores, Pío XII, hubo de continuar la lucha contra la mala doctrina, como se ve en la potente encíclica Humani Generis (1950), sobre las falsas opiniones contrarias a los fundamentos de la doctrina católica. Denuncia y combate los mismos errores enormes que combatieron su predecesores.
[Nota bene. Todavía hay algunos pensantes convencidos de que todos los males del tiempo presente de la Iglesia proceden principalmente del bien ortodoxo Concilio Vaticano II. Pidamos al Señor que los espabile).
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–El trato de la Iglesia con los Autores católicos heterodoxos, correctamente ortodoxo, pero con frecuencia demasiado suave, tardío, ineficaz, ha contribuido no poco a la descristianización
En la realidad, ha venido a impulsar el ideal de Lutero: ninguna ley; sola gratia. Teólogos impresentables han sido respetuosamente advertidos por Comisiones Doctrinales, cómplices o verdaderas. Pero muchas veces ineficaces, pues con frecuencia los Obispos se dieron por cumplidos con la Nota publicada –o Nota declarativa, por tímido eufemismo–, pero sin exigir retractaciones públicas, ni imponer las limitaciones o sanciones disciplinarias convenientes. De este modo, normalmente, los impresentables han seguido presentes en sus cátedras y en las editoriales…
Así las cosas, un Teilhard podrá mantenerse de hecho «dentro de la Iglesia», a pesar de mantener su gnosis pseudo científica-teológica, la del punto Omega. Un Schillebeeckx, cuatro veces advertido por Roma, podrá difundir sus graves errores belga-holandeses y sus misas presididas por un laico, y publicar al final de su vida una obra con el desafiante título «Un teólogo feliz». Un Anthony De Mello, Autor claramente anticristiano y sumamente difundido, será reprobado –en una Notificación excelente– once años después de su muerte… Et sic de caeteris.
–La misericordia contraria a la justicia es camino de perdición
+Pablo VI a lo largo de todo su pontificado (1963-1978), mostró en la enseñanza de la verdad y en la refutación de los errores su admirable y valiente Autoridad apostólica docente (Sacerdotalis Coelibatus, 1967; Humanae Vitae, 1968. el Credo del Pueblo de Dios, 1968, etc. Pero esa parresia no fue mantenida suficientemente a la hora en que la caridad exige, según la justicia canónica o la prudencia pastoral, que se frene eficazmente a quienes introducen en la Iglesia errores pésimos, que contribuyen a la descristianización de las Iglesias. Si se trata bien a los malos Autores, eso no es caridad, pues al mismo tiempo se trata muy mal al pueblo cristiano, sobre todo a los más inermes ante el error y la mentira.
Quizá, probablemente, Pablo VI esperaba que en años más serenos, pasadas las crisis postconciliares, se darían circunstancias favorables para ejercitar con más fuerza la potestad apostólica de corregir y castigar, potenciando la Congregación de la Fe y aplicando el Derecho Canónico con justicia y misericordia.
Pablo VI denunció y refutó con gran lucidez y frecuencia los errores, herejías y abusos en el tiempo posterior al concilio Vaticano II –sin tener a éste como causa, sino como ocasión–. Pero se diría que la civil «revolución del 68» también se produjo, a su modo, en el mundo cristiano. Él denuncia claramente esta situación.
–«La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de autodemolición… La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma» (7-XII-1968). –«Por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-VI-1972) [y mucho más que humo. Meses después publicó un amplio discurso sobre el demonio y su acción, 15-XI-1972]. –Es lamentable «la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra en no pocos sectores de la Iglesia» (30-VIII-1973). –«La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia» (23-XI-1973). –«Tal vez hemos sido demasiado débiles e imprudentes» (23-XI-1973). Sí, Santo Padre, débiles con los heterodoxos internos de la Iglesia.
El historiador Ricardo de la Cierva
escribió que «la conciencia de la crisis ya no abandonó a Pablo VI hasta su muerte. Se atribuía una seria responsabilidad personal y pastoral en ella, que minaba su salud y le hacía envejecer prematuramente. Ante su confidente Jean Guitton hizo, poco antes de morir, esta confesión dramática: “Hay una gran turbación en este momento de la Iglesia, y lo que se cuestiona es la fe. Lo que me turba cuando considero al mundo católico es que dentro del catolicismo parece a veces que pueda dominar un pensamiento de tipo no católico, y puede suceder que este pensamiento no católico dentro del catolicismo se convierta mañana en el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista una pequeña grey, por muy pequeña que sea”.
«Años después Jean Guitton comentaba: “Pablo VI tenía razón. Y hoy nos damos cuenta. Estamos viviendo una crisis sin precedentes. La Iglesia, es más, la historia del mundo, nunca ha conocido crisis semejante… Podemos decir, que por primera vez en su larga historia, la humanidad en su conjunto es a-teológica, no posee de manera clara, pero diría que tampoco de manera confusa, el sentido de eso que llamamos el misterio de Dios”» (La hoz y la cruz, Ed. Fénix 1996, pg.84).
+Juan Pablo II afirmó que la Iglesia católica sufría en su interior falsedades doctrinales muy frecuentes. Así ha sido también después, y hoy vemos, como consecuencia previsible y terrible, tantas Iglesias locales descristianizadas.
Juan Pablo II confesó: «Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos de hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos, e incluso desilusionados. Se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre. Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones. Se ha manipulado incluso la liturgia. Inmersos en el relativismo intelectual y moral, y por tanto en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva» (Disc. a misioneros populares (6-2-1981)
+Cardenal Ratzinger (1927-2022), siendo Prefecto de la Congregación de la Fe, publicó el libro Informe sobre la fe (BAC, Madrid 1984), que tuvo muchas traducciones y gran difusión, en el que analizó la Iglesia de su tiempo. Señaló en ella una proliferación innumerable de doctrinas falsas, tanto en temas dogmáticos como morales.
Describió y diagnosticó con inusual claridad un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica» (p.114). Analizó y criticó uno a uno los errores más graves y activos de nuestro tiempo.
+El cardenal Ratzinger, un mes antes de ser consagrado Papa (que lo fue en 2005-2013), presidió el Via Crucis del Coliseo en Roma, en sustitución de Juan Pablo II, que estaba imposibilitado, y dijo verdades muy graves en su predicación:
«Meditación [en la 9ª estación]. ¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del Sacramento de su Presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fehay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre [hoy casi todos los asistentes a la Misa comulgan, pero pocos son los que se confiesan], es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (Mt 8,25).
«Oración. Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros somos quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero Tú te levantarás. Tú te has reincorporado, tú has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos. Pater noster… liberanos a Malo. Amen» (25-III-2005).
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Los textos que hasta aquí he recordado muestran y demuestran que la aplicación imprudente de «la medicina de la misericordia», en un combate insuficiente por la fe, ha ocasionado muy grandes males en la Iglesia.
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–Alegraos, alegraos siempre en el Señor
¿Los textos precedentes deben dejarnos amargados y desesperados? En absoluto. Con toda razón nos exhorta San Pablo: «Alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4). Como hemos comprobado, graves males sufren hoy las Iglesias descristianizadas, y han ido agravándose últimamente hasta niveles desconcertantes. Y esos males producen angustia e incluso desesperación en no pocos buenos cristianos… Necesitan, pues, el riego vivificante de la Palabra de Dios «como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 62,2), «a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras permanezcan firmes en la esperanza» (Rm 15,4).
«Bendito sea Dios, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar nosotros a todos los atribulados con el mismo consuelo con que nosotros somos consolados por Dios» (2Cor 1,3-4).
+Cristo ha sufrido más que cualquier hombre de la historia. Los Evangelistas, sin temor a escandalizarnos, refieren que Jesús en Getsemaní «comenzó a sentir tristeza y angustia», y que dijo a sus tres apóstoles acompañantes, «mi alma está triste hasta la muerte» (Mt 26,37-38). Y este inmenso sufrimiento está causado por el conocimiento del pecado en el mundo pasado, presente y futuro. No se produce por miedo a la Pasión que se le aproxima.
Dice Santa Teresa, «¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas que se perdían?» (Camino Perfec. 72,3). Todos los santos han sufrido en el mundo esa pena: «Estoy crucificado con Cristo», dice San Pablo (Gál 2,19). Pero al mismo tiempo…
+Cristo ha sido en este mundo el hombre más feliz de todos los siglos. Nadie ha sido amado tanto por el Padre como Él: “Éste es mi Hijo amado". Nadie ha sido amado tanto por los hombres como Él lo ha sido, también hoy. Y los hombres, imágenes de Dios, que es amor, tenemos alegría en la media en que amamos y somos amados por Dios. Nadie como Cristo ha entendido y aceptado los planes misterios de la Providencia divina, siempre llena de amor, compasión y misericordia salvadora. Ningún hombre ha tenido sobre el curso de la historia y de las naciones el poder irresistible de nuestro Señor Jesucristo, Señor del cielo y de la tierra (Mt 28,18) Cristo Rey. Nadie ha conocido tanto la bondad de los hombres buenos, causada por Su gracia. Ninguno ha podido alegrarse tanto como Él en la conversión de los pecadores, en el nacimiento innumerable de hijos de Dios… Está claro:
+Nuestro Señor Jesucristo ha sido el hombre más sufriente y más feliz de toda la humanidad. Y por su Apóstol nos manda: «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5), «Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos» (4,4).
Y para ser breve, no hablo de otros temas adyacentes: –la confianza en la Providencia, que Dios poda históricamente el árbol de la Iglesia “pàra que dé más fruto” (Jn 15,2-11); –la fe en el poder de Cristo, que ahora y siempre, vence, reina e impera; –, etc. de su amor por la Iglesia, su Esposa, su Cuerpo; etc. De ésos y otros temas conexos trato en este mismo blog: (307) En las tormentas de la Iglesia, fe, esperanza y caridad (24-02-2015).
José María Iraburu, sacerdote de Jesucristo
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