(722) Iglesias descristianizadas (6) por malas doctrinas toleradas (5). F. Fernández Ramos – Exégesis

Felipe Fernández Ramos

 

–Comentario al evangelio de San Juan. en Comentario al Nuevo Testamento, Casa de la Biblia, ed. Atenas-PPC, Madrid 1995, pgs. 263-339.

 

–Felipe Fernández Ramos (1927-1221). Fue uno de los fundadores de la Casa de la Biblia. Catedrático de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (1970-), especializado en los Escritos de San Juan. Enseñó también en el centro teologico de León y fue Deán de la catedral de dicha ciudad durante veinte años. Lo conocí en Burgos, en la Facultad de Teología, porque venía cada años para dar un cursillo. Dios lo tenga en su gloria.

 

Antes de estudiar a este autor, conviene recordar que cuando èl enseña y escribe lo que ahora veremos hacía ya mucho tiempo que la barrena crítica y anti-historicista de protestantes liberales y modernistas tuvo especial empeño en destruir la veracidad del evangelio de San Juan. Éste es uno de los errores modernistas que San Pío X denunció en su decreto Lamentabili (1907):

«Las narraciones de Juan no son propiamente historia, sino una contemplación mística del Evangelio… El cuarto Evangelio exageró los milagros, no sólo para que aparecieran más extraordinarios, sino también para que resultaran más aptos para significar la obra y la gloria del Verbo Encarnado… Juan vindica para sí el carácter de testigo de Cristo; pero en realidad no es sino testigo eximio de la vida cristiana, o sea, de la vida de Cristo en la Iglesia al final del siglo primero» (16-18).

Pero esas afirmaciones son falsas.

1º.-Los Apóstoles aseguran con insistencia que ellos sólo dan testimonio de lo que han «visto y oído» (Lc 1,1-4; Jn 19,35; 1Jn 1,1-3; Hch 4,20; +5,32; Catecismo 126 y 515). No inventan nada. Los Apóstoles dan muy cuidadoso testimonio de lo que han «visto y oído» no sólo en la vida pública de Jesús –palabras, hechos y milagros–, sino de todo aquello de lo fueron testigos después de su Resurrección hasta su Ascensión a los cielos. Y dan su testimonio convencidos de que debe ser creído.

«Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis»… (Hch 2,22; cf. 10,37-39).

2º.-Por otra parte, siempre ha entendido la Iglesia que en los Evangelios, especialmente el de San Juan, las palabras más «increíbles» de Cristo se hacen «creíbles»  por la fuerza persuasiva de sus milagros, que son formidables «motivos de credibilidad». De este modo, en los relatos evangélicos, las palabras y los hechos de Jesús se iluminan y confirman mutuamente en su objetiva realidad histórica. Esto se realiza especialmente en el Evangelio de San Juan.

Aumenten su atención. El evangelio de San Juan narra unas pocas escenas de la vida de Jesús, pero con muchísimo detalle, en las que, intencionadamente, vincula palabras increíbles y hechos milagrosos, para que se iluminen entre sí mutuamente. Jesús se dice «pan vivo bajado del cielo» y «verdadera comida», después de multiplicar los panes (Jn cp. 6); se confiesa «luz del mundo» y da la vista a un ciego de nacimiento (cp. 9); se proclama «resurrección y vida de los hombres», antes de resucitar a Lázaro, un muerto de cuatro días (cp. 11).

* * *

Veamos, pues, algunas exégesis que en su comentario al evangelio de San Juan nos ofrece Felipe Fernández Ramos.

 

Autoría del Cuarto Evangelio

Comienza por negar que el autor del cuarto evangelio sea San Juan apóstol:

«…su autor no ha podido ser Juan el Zebedeo, como ha afirmado la tradición desde Ireneo, en el año 180. Más aún, creemos que su autor no pertenece al círculo de los Doce» (269).

Por otra parte, los milagros de Cristo, al menos algunos de ellos, y tampoco los sucesos postpascuales, han de entenderse como hechos históricos.

 

–Jesús camina sobre las aguas

«En cuanto a la historicidad, el hecho es más teológico que histórico». Frase inaceptable: El hecho o es histórico o no es hecho, y menos «hecho teológico», especie desconocida entre los «hechos». Ttraducido al cristiano: tal hecho no es histórico. «Esto significa que la marcha sobre las aguas no tuvo lugar de la forma que nos narran los evangelios» (288). Ni de ninguna otra forma, evidentemente.

 

–Resurrección de Lázaro

Se trata de «una parábola en acción

«De cualquier forma, debe quedar claro que la validez del signo y de su contenido no se ven cuestionados por su historicidad» [por su no-historicidad]… Al parecer, da igual que realmente sucediera el «hecho» o que fuera una «creación literaria». Se non è vero è ben trovato… Explica: «El último de los signos narrados… debía ser un cuadro de excepcional belleza y atracción. El evangelista ha logrado su objetivo. Nos ha ofrecido un audiovisual tan cautivador... Quedarse en la materialidad del hecho significaría el empobrecimiento radical del mismo» (303-304). Entiéndase bien: El hecho, pues, es lo de menos; lo que cuenta es su significación. Aunque en realidad es muy difícil explicar el significado de un hecho que no ha sucedido.

 

La resurrección de Jesús

«es un acontecimiento que escapa al control humano; rompe el modo de lo estrictamente histórico y se sitúa en el plano de lo suprahistórico; no pueden aducirse pruebas que nos lleven a la evidencia racional». Los cuatro evangelistas narran la resurrección de diversas maneras: «¿quién de los cuatro tiene la razón? Todos y ninguno. Todos porque los cuatro afirman que la resurrección de Jesús es aceptable únicamente desde la revelación sobrenatural… Ninguno, porque las cosas no ocurrieron así. Estamos en el mundo de la representación» (329).

Nosotros no estamos en ese mundo «de la representación» inexistente, sino en el mundo de las realidades históricas, testificadas por los Apóstoles: «nosotros hemos comido y bebido con Él después de resucitado de entre los muertos» (Hch 10,41; Lc 24,36-43). 

 

–Las apariciones de Jesús

Tomás toca sus llagas, Él conversa y come con los discípulos, explicándoles cosas del Reino de Dios, etc. Pero no, según Fernández Ramos, tampoco esos supuestos acontecimientos sucedieron según las narraciones evangélicas.

«El contacto físico con el Resucitado no pudo darse. Sería una antinomia. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas, como comer, pasear, preparar la comida a la orilla del lago de Genesaret, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para ser tocados… Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno literario y es meramente funcional; se recurre a él para destacar la identidad del Resucitado, del Cristo de la fe, con el Crucificado, con el Jesús de la historia» (330)… No se puede decir de Cristo:  «Tampoco es posible»… Tomás tocándole, por ejemplo, fue un hecho, luego es posible. De facto ad posse valet illatio. «El Señor todo lo que quiere lo hace» (Sal 134,6).

 

–La pesca milagrosa.

«La aparición del Resucitado es presentada sobre el andamiaje de una pesca milagrosa» (331).

El profesor Fernández Ramos, según vemos, rechaza la objetividad histórica de los hechos milagrosos –al menos de un buen número de ellos– narrados por el evangelista San Juan. «Tampoco es posible» la resurrección de un muerto de cuatro días, o la multiplicación de los panes, o las profecías exactas sobre su propiamuerte, etc. Sucedió realmente lo imposible; y eso es el milagro.

Por otra parte, si tal exégesis es verdadera, es decir, si los hechos milagrosos de Jesucristo han de ser entendidos no partiendo de su objetividad histórica, sino mirando sólo su sentido y significación, entonces también las palabras de Cristo que leemos en los Evangelios habrán de ser entendidas en un sentido puramente simbólico y alegórico, no real.

«Mi cuerpo es verdadera comida» (la presencia real de Cristo en la Eucaristía), «yo soy anterior a Abraham», «nadie llega al Padre si no es por mí», «yo soy el camino, la verdad y la vida», etc.: Todas estas frases grandiosas no expresan realidades sobrehumanas, sino meras palabras simbólicas, no vinculadas a ninguna realidad objetiva. No son, por tanto, roca firme en las que pueda fundamentarse la fe de la Iglesia.

El caso de Fernández Ramos, quede claro, no se trata de errores «personales», valga la expresión. Exégesis como éstas son antiguas ya en el campo protestante crítico y liberal, y posteriormente en el modernismo, hartas veces reprobadas por la Iglesia. Y en el tiempo de este Autor, se habían generalizado tanto entre los escrituristas católicos, que un comentario como el suyo apenas suscitaba ya resistencias. Obras semejeantes de otros autores se difundían ampliamente a través de las editoriales y librerías católicas –incluso «diocesanas», quizá en el bajo de un palacio episcopal–, sin sobresaltos de nadie, y sus planteamientos han entrado ya en muchas predicaciones y catequesis… Y más o menos, creo, en eso estamos hoy… aunque no tengo información reciente en mi Retiro Sacerdotal.

Estos biblistas, aplicando formidables medios en sus «hermenéuticas científicas», dejan de lado las pobres exégesis ingenuas de los Santos Padres, del Magisterio y de los grandes Escrituristas habidos en la Iglesia. Y se atienen más bien a las poderosas exégesis nuevas, que fueron realizadas fuera de la Iglesia en el siglo XIX por ilustres racionalistas y protestantes liberales. Y que ya en su tiempo fueron reprobadas por la Iglesia. La originalidad de estos modernos escrituristas católicos es, pues, afirmar hoy dentro de la Iglesia lo que algunos no católicos enseñaban hace ya más de un siglo.

 

–Sin embargo, la fe de la Iglesia en la historicidad objetiva de las narraciones evangélicas es muy otra. Los cristianos católicos nunca tenemos «derecho a estar confusos». Si hacemos como los primeros cristianos, «que perseveraban en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la unión» (Hch 2,42), permanecemos en la paz de la verdad y de la unidad. La Iglesia es Madre y Maestra.

«Es que el Vaticano II…» No me vengan con cuentos. Lean y crean, por favor, lo que el Concilio enseña en su constitución dogmática Dei Verbum (1965), especialmente los capítulos III, V y VI, y sin eufemismos ni frases de construcción absurda, verán qué enseña la Iglesia Católica sobre inspiración, historicidad, normas exegéticas. Y si creen lo que leen, es imposible que se vean «confusos». No hagan como aquellos judíos denunciados por el profeta Jeremías:

«Espantáos, cielos, de ello, horrorizaos y temblad aterrados –oráculo del Señor–, pues una doble maldad ha cometido mi pueblo: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, incapaces de retener el agua» (2,13).

Escuchemos a la Esposa de Cristo, «la Iglesia del Dios vivo, que es columna y fundamento de la verdad» (1Tim 3,15). En su Catecismo nos enseña:

«Los milagros de Cristo y de los santos […] «son signos ciertos de la revelación» (Vaticano I), «motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (ib.)» (156).

«El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas, como lo atestigua el Nuevo Testamento» (639). Es «un acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado» (647). «Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico» (643).

Es imposible que los que hayan leído este modesto artículo no adviertan que en la interpretación de la Sagrada Escritura, y concretamente de los Evangelios, hay dos modos de exégesis totalmente irreconciliables entre sí. Y que en consecuencia necesaria, tendrán que elegir si están con la Iglesia Católica o con los otros.

«Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15).

José María Iraburu, sacerdote              

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