(721) Iglesias descristianizadas (5) por malas doctrinas promovidas (4). D. Borobio - Eucaristía

Última Cena. La comunión de los Apóstoles, ca. 1441. Fra Angelico (1395-1455). Convento de San Marcos, Florencia 

Dionisio Borobio

Eucaristía. BAC, manuales Sapientia Fidei, nº 23, Madrid 2000, 425 pgs.

Dionisio Borobio García (Soria, 1938-). Sacerdote diocesano de Bilbao (1965). Estudia en la Gregoriana de Roma, se doctora en Liturgia en el Pontificio Ateneo San Anselmo. Ejerce la docencia en Deusto, y posteriormente es catedrático de Liturgia y Sacramentos en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha publicado un gran número de libros.

 

El manual Eucaristía del profesor Dionisio Borobio tiene indudables méritos en la consideración bíblica, litúrgica y teológica de no pocos de los temas que expone. Pero también contiene algunos errores graves. La obra, pues, no puede ofrecerse como un manual de teología católica. Bonum ex integra causa. Malum ex quocumque defectu.

 

La transubstanciación

Antes del tiempo de Pablo VI, ya venían algunos profesores de teología combatiendo el término transubstanciación para expresar la presencia de Cristo en la Eucaristía. Procedían en contra de la Tradición y de Trento. Hasta que Pablo VI fulminó tales teorías en la encíclica Mysterium Fidei (1965).

Pues bien, en el año 2000 todavía el catedrático de Liturgia y Sacramentos de la Universidad de Salamanca, la del Episcopado, Dionisio Borobio García, en la Colección de manuales Sapientia Fidei, promovida por la Conferencia Episcopal Española, vuelve a la explicación reprobada por Pablo VI en  1965… Qué paciencia.

Escribe el profesor Borobio que la explicación de la presencia sacramental de Cristo «per modum substantiæ» es un concepto que, aunque contribuyó sin duda a clarificar el misterio de la presencia del Señor en la eucaristía, «condujo a una interpretación cosista y poco personalista de esta presencia» (286). Pero un cambio que afecte al destino y finalidad del pan y del vino en la Eucaristía (transfinalización-transignificación) equivale a una transubstanciación.

«Para los autores que defienden esta postura (v. gr. Schillebeeckx) es preciso admitir un cambio ontológico en el pan y el vino. Pero este cambio no tiene por qué explicarse en categorías aristotélico-tomistas (sustancia-accidente), sometidas a crisis por las aportaciones de la física moderna, y reinterpretables desde la fenomenología existencial con su concepción sobre el símbolo. Según esta concepción, la realidad material debe entenderse no como realidad objetiva independiente de la percepción del sujeto, sino como una realidad antropológica y relacional, estrechamente vinculada a la percepción humana. Pan y vino deben ser considerados no tanto en su ser-en-sí cuanto en su perspectiva relacional. El determinante de la esencia de los seres no es otra cosa que su contexto relacional. La relacionalidad constituye el núcleo de la realidad material, el en-sí de las cosas» (307). [¡ … !]

Estas fórmulas teológicas, propugnadas por el profesor Borobio, tan alejadas de la filosofía realista, servidora de la fe católica, son incompatibles con las fórmulas dogmáticas reafirmadas por Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei (1965), que dan fe absoluta a las reales palabras de Cristo, «esto ES mi cuerpo». Así lo entendieron ya los apóstoles y primeros Padres de la Iglesia. Leemos en la encíclica citada:

6. «Para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, que supera las leyes de la naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros [enc. Mirae caritatis, AL 22, 123], es necesario escuchar con docilidad la voz de la Iglesia que enseña y ora. Esta voz que, en efecto, constituye un eco perenne de la voz de Cristo, nos asegura que Cristo no se hace presente en este sacramento sino por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y de toda la sustancia del vino en su sangre; conversión admirable y singular, que la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transubstanciación [Trento, Decr. de Eucharistia c. 4 y can. 2]. Realizada la transustanciación, las especies del pan y del vino adquieren sin duda un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, y signo de un alimento espiritual; pero ya por ello adquieren un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que contienen una nueva realidad que con razón denominamos ontológica.

«Bajo dichas especies ya no existe lo que antes había, sino una cosa completamente diversa; y esto no tan sólo por el juicio de la fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino tan sólo las especies: bajo ellas Cristo todo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, pero no a la manera que los cuerpos están en un lugar.

«Por ello los Padres tuvieron gran cuidado de advertir a los fieles que, al considerar este augustísimo sacramento creyeran no a los sentidos,que se fijan en las propiedades del pan y del vino, sino a las palabras de Cristo, que tienen tal virtud que cambian, transforman, transelementan el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre; porque, como más de una vez lo afirman los mismos Padres, la virtud que realiza esto es la misma virtud de Dios omnipotente, que al principio del tiempo creó el universo de la nada.

«Instruido en estas cosas —dice san Cirilo de Jerusalén [313-386] al concluir su sermón sobre los misterios de la fe— e imbuido de una certísima fe, para lo cual lo que parece pan no es pan, no obstante la sensación del gusto, sino que es el cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca al gusto, sino que es la Sangre de Cristo…; confirma tu corazón y come ese pan como algo espiritual y alegra la faz de tu alma» (Catequesis 22,9; myst. 4)»

Sí, ya sé que es incorrecto hacer citas tan largas. Pero siendo tantas las Iglesias locales de Occidente que, en unos pocos decenios, han bajado el número de los participantes en la Misa de 80% a un 5%, creo yo que, «con oportunidad o sin ella», es necesario y urgente recordar esta verdad máxima de la fe… Habrá sido que, cuando todavía era tiempo, no predicaron lo suficiente la palabra misma de Cristo:

«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6,53-56). 

Sigue la Mysterium Fidei:

3. «La norma, pues, de hablar que la Iglesia, con un prolongado trabajo de siglos, no sin ayuda del Espíritu Santo, ha establecido, confirmándola con la autoridad de los concilios, norma que con frecuencia se ha convertido en contraseña y bandera de la fe ortodoxa, debe ser religiosamente observada, y nadie, a su propio arbitrio o so pretexto de nueva ciencia, presuma cambiarla. ¿Quién, podría tolerar jamás, que las fórmulas dogmáticas usadas por los concilios ecuménicos para los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación se juzgaran como ya inadecuadas a los hombres de nuestro tiempo y que en su lugar se emplearan inconsideradamente otras nuevas? Del mismo modo no se puede tolerar que cualquiera pueda atentar a su gusto contra las fórmulas con que el Concilio Tridentino propuso la fe del misterio eucarístico».

¿Cómo conciliar la explicación de Borobio sobre la Eucaristía con la fe de la Iglesia católica? No hay modo. La formulación teológica que propone sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía es inconciliable con la formulación dogmática que Pablo VI reafirma con toda claridad. Casi con los mismos términos empleados por San Cirilo de Jerusalén, que en sus Catequesis no empleaba las categorías aristotélico-tomistas.

 

El sacrificio de expiación

Reconoce Borobio «el sentido sacrificial de la vida y muerte de Cristo», un sentido que viene afirmado «en el Nuevo Testamento, al menos en Pablo y Hebreos» (245). Y enseña, por tanto, el carácter sacrificial de la Eucaristía. Pero enseña en seguida que…

«en todo caso, hay que entender este carácter sacrificial de la cena a la luz del sentido sacrificial salvífico que Jesús dio a toda su vida, es decir, como un acto de servicio último y de entrega total en favor de la humanidad, y no tanto en sentido expiatorio» (244-145).

«La tendencia más amplia hoy es a reconocer un cierto carácter expiatorio en la muerte de Cristo, pero superando una interpretación victimista, como castigo o venganza de un Dios cruel, como pena impuesta por un Dios justiciero capaz de castigar a su propio Hijo con la muerte…, lo que correspondería más bien a una imagen arcaica y megalómana de Dios» (268). [Al escribir esto, Borobio nos parece ser un eco de Olegario González de Cardedal].

Es lenguaje deliberadamente ambiguo: «tendencia», «no tanto», «un cierto», «superando», «victimistq»… La Iglesia Católica, sencillamente, cree que la pasión de Cristo, y por tanto la Eucaristía que la actualiza, es un sacrificio de expiación por el pecado de la humanidad, y que Cristo es en él la víctima pascual sagrada. Y que así lo ha querido la maravillosa, misericordiosa y misteriosa Providencia divina, revelada desde antiguo.

Hoy la Iglesia, concretamente en su Catecismo, enseña sin reticencias ni concesiones diminutivas, el carácter expiatorio de la pasión de Cristo y de la Eucaristía. Toda la Escritura –mucho más que «Pablo y Hebreos», ya desde Isaías–, así lo revela y así lo expresa. Y los mismos Evangelios sobre la Cena afirman de modo patente ese sentido expiatorio –«el cuerpo que se entrega, la sangre que se derrama, por todos, para el perdón de los pecados» (Catecismo 610). En efecto,

«Jesús, por su obediencia hasta la muerte, llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente, que se dio a sí mismo en expiación», «cuando llevó el pecado de muchos», a quienes «justificará y cuyas culpas soportará» (Is 53,10-12). Cristo repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (+Trento, Denzinger 1529)» (Catecismo 615; +616).

 

Eucaristía y penitencia. Otros temas del libro Eucaristía del profesor Borobio son discutibles, como el que dedica al perdón de los pecados en La Eucaristía (356-374). Y no intento considerar el tema en la doctrina de la Iglesia y en las explicaciones teológicas del Autor. Me limito a señalar la inoportunidad del tratamiento del tema.

En un manual de teología, poner hoy el énfasis en el poder de la Eucaristía para perdonar los pecados me parece inconveniente, cuando es sabido que en tantas Iglesias locales son bastantes los que algunas veces comulgan, pero no se confiesan. El sacramento de la penitencia ha desaparecido casi  en muchas iglesias católicas. Se contentan las que así están con un par de Confesiones colectivas, en Adviento y Cuaresma. Ya la propia Eucaristía perdona los pecados. O un sincero acto de contrición… Ya.

Conclusión. Las ambigüedades y errores de esta obra impiden que pueda ser empleada como manual de teología católica sobre el Misterio eucarístico.

* * *

Los Manuales teológicos Sapientia fidei

Son más de veinte los manuales ya publicados en la colección Sapientia fidei, unos buenos, otros malos, otros regulares. Los que he recensionado en estos artículos (blog 719-721) están, sin duda, entre los más importantes. Pues bien, por varias razones he querido fijar mi atención crítica en algunas obras de esta colección, que la Biblioteca de Autores Cristianos publicó en Madrid.

–Porque contienen errores graves. –Por el prestigio de sus autores. –Por el aval implícito que la Conferencia Episcopal Española les dió y sigue dando al promoverlos.

Si estos manuales de teología, y otros semejantes, continuan difundiéndose durante años, el perjuicio seguirá sufriendo, y la fe y la moral entre los católicos de habla hispana –la mitad de la Iglesia Católica– será mayor aún. Y quienes así creemos tenemos, ante Dios y ante la Iglesia, la grave obligación de decirlo con toda fuerza y urgencia, aunque sea desde un rincón.

 

–Manuales de teología

Los Manuales de teología deben destacarse

1). Por el orden y la precisión, la concisión y la claridad con que exponen la doctrina católica sobre un tema. No deben ser librotes de más de 300 páginas o de 600, como son algunos de la Sapientia Fidei.

2). Por la calificación teológica cuidadosa de las diversas tesis enseñadas, de modo que no se enseñe como de fe lo que es opinable, ni se considere opinable una doctrina que es de fe.

3). Por la certeza de las doctrinas enseñadas, ya que en un manual no deben proponerse hipótesis teológicas más o menos aventuradas –su lugar son las revistas científicas o las disputaciones discretas entre especialistas–, sino que han de afirmarse las doctrinas de la fe o al menos aquellas que están ampliamente recibidas en la mente de la Iglesia;

4). Por la descripción y refutación de los errores históricos y actuales sobre las cuestiones que el Mamual trata. El conocimiento de errores, bien expuestos y refutados –como lo hace Santo Tomás en la Summa–, ayudan al conocimiento de la verdad, y vacunan contra el error.

Como hemos comprobado en este artículo y en los anteriores, estos objetivos no se consiguen en algunos libros de la Coleción de Manuales de teología Sapientia Fidei.

–Deterioro doctrinal

Pero, dejando ya el caso concreto de los Manuales señalados, vengamos a la cuestión de fondo. El cultivo moderno de la sabiduría teológica católica sufre un deterioro notable en los años posteriores al Vaticano II. Lo sufre en la precisión del lenguaje; en la herramienta filosófica subyacente –ratio fide illustrata–; en la fundamentación histórica de los Santos Padres, grandes Doctores, Magisterio de la Iglesia; y carece así de una cierta continuidad con la tradición teológica más valiosa y común… Sin un buen lenguaje y una buena filosofía, es imposible elaborar una teología verdadera. Los errores y los equívocos serán inevitables. Por lo demás, un pensamiento oscuro no puede expresarse en una palabra clara. No puede, ni quiere.

–Acerca, por ejemplo, de un milagro del Evangelio se nos dice que: «en cuanto a la historicidad, el hecho es más teológico que histórico». Esta frase, deliberadamente oscura, expresa un pensamiento de calidad ínfima. El verbo ser no es elástico: algo es o no es. Y un hecho o es histórico o en realidad no ha acontecido, y entonces no es un hecho. Además, no existen propiamente «hechos teológicos». Si el autor quiere decir que tal milagro, a su juicio, no es histórico, es mejor que lo diga abiertamente, y que evite eufemismos vergonzantes. –Cuando un grupo de trabajo afirma en una Asamblea su «total adhesión» a la Humanæ vitæ,  pero también solicita que se «flexibilice» su doctrina, ¿qué calidad mental tiene ese pensamiento y esa palabra? –Cuando un profesor de teología cree conveniente «relativizar» la doctrina católica del pecado original por generación o de cualquier otro tema, ¿qué es lo que realmente quiere decir? ¿Pretende que se relativice una doctrina que es de fe? ¿O es que prefiere, como es probable, no formular con claridad su propio pensamiento? –Cuando un Cardenal se jacta de que hace años firmó con otros tres obispos «una de las más abiertas orientaciones publicada sobre las relaciones con el judaísmo», ¿cómo hemos de entender la expresión «más abiertas»? ¿Más abiertas o más cerradas que las orientaciones dadas por Cristo, Esteban, Pedro, Juan o Pablo?… –Cuando un liturgista, estudiando la Eucaristía, reconoce «un cierto carácter expiatorio en la muerte de Cristo», pero quiere al mismo tiempo evitar «una interpretación victimista», se muestra mental y verbalmente débil para afirmar o para negar, sencillamente, que Cristo es la víctima pascual, ofrecida en sacrificio de expiación para la salvación de los pecadores. Su palabra no transmite ni de lejos la clara certeza de las enseñanzas de la Iglesia…

¿Qué teologías son éstas?…¿A qué estamos jugando?

Ese modo de lenguaje deliberadamente impreciso y oscuro, en el que no se dice del todo lo que se quiere decir, pero sí se dice lo suficiente para que se entienda, ha inficionado considerablemente los medios docentes de la Iglesia en el tiempo postconciliar y hasta hoy. Es un lenguaje extraño a la tradición católica, y desprestigia lo que durante siglos se ha llamado Sacra Theologia. Si ese modo es malamente tolerable en periodistas, literatos o políticos, es totalmente inadmisible en los Teólogos católicos o en los Pastores sagrados… Debe ser denunciado y rechazado.

La Iglesia ha de expresar en palabras humanas la palabras divinas recibidas del Padre, a través de Cristo, por obra del Espíritu Santo, que nos dice:

«No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos… Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros, y por encima de los vuestros, mis pensamientos» (Is 55,8-9). –«La Iglesia del Dios vivo es columna y fundamento de la verdad. Sin duda es grande el misterio de la piedad, que se ha manifestado en la carne, ha sido justificado por el Espíritu, ha sido mostrado a los ángeles, predicado a las naciones, creído en el mundo, ensalzado en la gloria» (1Tim 3,16).

*

La mala doctrina, durante el Postconcilio del Vaticano II y hasta hoy, ha sido y es en muchas partes de Occidente tolerada, permitida y promovida con muy lamentable frecuencia. Y ese mal enorme, unido al estallido fascinante de la riqueza del mundo, ha sido y es la causa principal de que tantas Iglesias locales de Occidente hayan venido a ser hoy Iglesias descristianizadas.

Pero la fe nos obliga a la esperanza en paz y alegría. «Todo lo que Dios creó,  por su providencia lo conserva y lo dirige» (Vaticano I). «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1Tim 1,15). «Todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios (Rm 8,28). Y «Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres sean salvados y vengan al conocimiento de la verdad» (2,3-5).

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Amén.

 

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o Apostasía

 

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