(718) Iglesias descristianizadas (2) por tantas doctrinas malas toleradas (1). B. Häring
«Combate los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12). Se cumple ese mandato apostólico si se predica la verdad y se impugna el error. Pero si una Iglesia local no predica con parresía algunas verdades fundamentales de la fe, porque no se atreve –por ejemplo, el misterio de la salvación, la posibilidad final de cielo o infierno, u otras verdades, como la grave maldad intrínseca de la anticoncepción voluntaria–, y tampoco impugna errores graves que en ella se han difundido, porque no se atreve: en suma, porque no toma la Cruz y sigue fielmente a Cristo, esa Iglesia avanza por el camino ancho de la perdición; es o va a ser una Iglesia descristianizada.
–Enseñar la verdad, sí; pero combatir el error, no
San Juan XXIII (papa 1958-63), en el Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (1962-65), afirma que éste dará «un magisterio de carácter prevalentemente pastoral». Sin embargo, la Iglesia quiere que el Concilio «transmita la doctrina pura e íntegra, sin atenuaciones, que durante veinte siglos» ha mantenido firme entre tantas tormentas. Los errores nunca han faltado. Pero «siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos» (n.14-15; 11-11-1962).
Las palabras de Juan XXIII no implican la eliminación de leyes y sanciones de la justicia en la vida de la Iglesia, como muchos las interpretaron, al modo protestante. Lutero afirmaba que la ley era inconciliable con el Evangelio, y proclamaba como principio, sola gratia. Alegaba falsamente lo de San Pablo: «Cristo nos rescató de la maldición de la ley» (Gal 3,13). Pero el Apóstol, obviamente, se refería a las leyes del A.T. De hecho la Iglesia se dio a sí misma leyes desde el principio, en el concilio de Jerusalén (Hch 15). Y de hecho, el Vaticano II afirma la autoridad apostólica del gobierno pastoral, del poder espiritual de «atar y desatar» con leyes y normas, como uno de los triplex munus, del oficio profético, sacerdotal y real, ejercitado in persona Christi (Lumen Gentium; Christus Dominus; Presbyterorum Ordinis).
–El disenso impune contra enseñanzas del Magisterio
Empleo la palabra disenso porque fue la que se usó sobre la HV. Pero se usó por eufemismo, por evitar palabras más fuertes, rebeldía, desobediencia, resistencia, que serían las propias.
+Pablo VI (1963-1978), en todo caso, fue por la vía del disenso tolerado. En la enseñanza de la verdad y en la refutación de los errores mostró siempre con gran fuerza su Autoridad apostólica docente. Pero en cambio cohibió esa autoridad en buena parte a la hora de corregir o sancionar a los errantes, que seguían difundiendo sus mentiras, a veces en cuestiones graves, como a la contra de la Humanae Vitae. Hizo lo que aconsejaba Juan XXIII, prefirió «usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad» de la justicia.
+Juan Pablo II (1978-2005) considera que aquellas intenciones citadas de Juan XXIII –menos justicia, más misericordia– son un «principio de oro dictado por el Concilio» (1994, cta. apt. Tertio Milenio adveniente 35). La frase suena bien, pero no pasa de ser una boutade. Frases como ésta, y tolerancias «misericordiosas» no sancionantes al modo de Pablo VI, trajeron muy malas consecuencias, como el absentismo a la Misa dominical o la generalizada práctica conyugal anticonceptiva. Puro disenso tolerado.
Toda sociedad exige un gobierno y unas leyes para tener unidad, orden y sana convivencia. También la Iglesia, sociedad humana y divina (Lumen Gentium 8). Pero las leyes, si no van acompañadas de las sanciones correspondientes a su infracción, no son leyes propiamente; son consejos o directivas; no más. Ley sin sanción, va contra natura. Cristo fundó la Iglesia con Obispos apostólicos, dándoles la facultad y la misión de «atar o desatar» ( Mt 16,19; 18,18), estableciendo leyes justas, benéficas para la comunidad y el cristiano.
–Malos resultados muy pronto y muy malos
Poco después del concilio Vaticano II (1965),y tras muchas discusiones entre los teólogos sobre la licitud de los anticonceptivos, Pablo VI, con gran fortaleza, desoyendo a la Comisión principal asesora constituida al efecto, y ateniéndose a una Comisión menor, dirigida por el P. Zalba, S.J., publica la encíclica Humanae vitae (1968), prohibiendo la unión conyugal anticonceptiva.
12. «Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador».
14. Hacer voluntariamente anticonceptivo el acto conyugal, por medios físicos o quimicos, «es contradecir la naturaleza del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también el plan de Dios y su voluntad».
La explosión de reacciones contrarias a la Encíclica fue enorme, persistente y de muy graves consecuencias para la unidad de la Iglesia, la obediencia al Papa y la fidelidad a las doctrinas católicas constantes. Y perduró en muchos la resistencia disidente –más callada, pero más eficaz y tolerada–, contra la Humanae Vitae. Ante esta pésima situación, Juan Pablo II, publicando la encíclica Veritatis Splendor (1993), dedica la última de las partes a la defensa del «intrínsecamente malo» en lo moral, y concretamente cita y confirma (VS 80) la doctrina de la Humanae Vitae (HV 14):
«Sobre los actos intrínsecamente malos y refiriéndose a las prácticas contraceptivas mediante las cuales el acto conyugal es realizado intencionalmente infecundo, Pablo VI enseña: ‘En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (Rm 3,8), es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social’».
En 2024, 37 años después de la Veritatis Splendor, persiste el rechazo de la Humanae Vitae,´y de hecho viene a perdurar esta mala tolerancia –por acción u omisión– en gran parte de Obispos y predicadores, moralistas y confesores. Es sin duda uno de los males persistentes que conducen las Iglesias a la descristianización.
Entre las primeras resistencias que sufrió Pablo VI contra contra la Humanae Vitae señalo tres.
+Conferencias Episcopales
La más grave fue la oposición de varios Episcopados nacionales, como los de Alemania occidental, Austria, Bélgica, Canadá, Escandinavia, Francia, Holanda, Indonesia, Iglaterra y Gales, Rodhesia. En hora tan grave, aceptaron doctrinalmente la Encíclica de modo claro o reticente, pero la resistieron pastoralmente. Mucho más numerosos, por supuesto, fueron los Episcopados que aceptaron la Humanae Vitae, viendo en ella una continuación de la Tradición continua y las modernas encíclicas sobre el matrimonio.
Según testigos fidedignos, le afectó mucho a Pablo VI la escandalosa resistencia a la Encíclica Humanae Vitae de parte de famosos moralistas e incluso de Episcopados nacionales. De hecho, en los 5 años anteriores a la HV publicó seis encíclicas, y ya no publicó ninguna en los 10 años siguientes.
+Caso Bernard Häring (1912-1998)
Después de la Humanae Vitae, mes y medio después, publicó el redentorista alemán Bernard Häring (1968) una llamada general a resistir contra la Encíclica pontificia, considerándola inaceptable. Conviene recordar que, anteriormente a la encíclica, este profesor era uno de los más prestigiosos autores moralistas. Y que en su obra más difundida, La Ley de Cristo (Barcelona, Herder 1965, I-II), había enseñado que el uso de preservativos «profana las relaciones conyugales… Según San Agustín, no hay allí amor conyugal, puesto que la mujer queda envilecida a la condición de prostituta» (II,318). Pero cambiada la dirección del viento, llama a la rebelión contra esa doctrina:
«Si el Papa merece admiración por su valentía en seguir su conciencia y tomar [en la HV] una decisión totalmente impopular, todo hombre o mujer responsable debe mostrar una sinceridad y valentía de conciencia similar»… Los argumentos aducidos «son simplemente inaceptables… Lo que se necesita ahora en la Iglesia es que todos hablen sin ambages, con toda franqueza, contra esas fuerzas reaccionarias» (Common-weal 88, nº 20, 6-09-1968; difundido en español por la revista jesuita chilena Mensaje 173, oct-1968, 477-488).
Él fue uno de los primeros y más influyentes autores que de este modo anunciaron a la Iglesia, especialmente a los teólogos, la buena nueva: Ya es posible disentir del Magisterio pontificio en la Iglesia Católica sin sufrir sanciones canónicas, aunque en una encíclica proclame el Papa una doctrina siempre enseñada por la Iglesia. Como vemos, en su propia persona y conducta enseñó la verdad liberadora de esa buena nueva. De hecho, fue hasta su muerte un disidente próspero, que llegó a la jubilación en 1987 como profesor en la romana Academia Alfonsiana.
Y aún tuvo ánimo y lectores para arremeter contra la encíclica Veritatis Splendor (1993) de Juan Pablo II, que en la última parte del documento da una enseñanza doctrinal completa acerca del «intrínsecamente malo», aplicándola especialmente a la doctrina de la encíclica Humanae Vitae. Nadie sabe, asegura Häring urbi et orbi, que se haya dado «a Pedro la misión de instruir a sus hermanos a propósito de una norma absoluta, que prohibe en todo caso cualquier tipo de contraconcepción» (The Tablet 23-10-1993). Inasequible al desaliento. Aunque en realidad nada habría en él de desaliento, pues el rechazo de la Humanae Vitae, propugnado por muchos otros, proseguía en esas fechas su crecimiento año tras año, y acrecentaba así su prestigio personal docente.
Fue sin duda un disidente próspero, sumamente estimado y favorecido. Llovieron sobre él honores y premios de todas partes. Sus hermanos redentoristas honraron su muerte como correspondía al «principal moralista del siglo XX». A las honras fúnebres litúrgicas, y a los numerosas conferencias y escritos laudatorios, le añadieron en una página-web monográfica un gran memorial honorífico, que incluía suavemente como fondo musical el elegante canon en Re mayor de Johann Pachelbel.
Dios lo tenga en su gloria.
+Caso Washington
La Universidad Católica de Washington, publicó un rechazo contra la Encíclica semejante al de Häring, encabezado por el P. Charles Curran, SJ (1913-1978), y apoyado por unos doscientos teólogos (Informations Catholiques Internationales, 317-318, 1968. Supl. p. XIV). No pocos teólogos y asociaciones resistieron también públicamente la enseñanza del papa Pablo VI.
Caso especialmente sonoro fue el del grupo de Washington. Su historia del grupo de Washington la conocemos bien por el libro del biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel, , El coraje de ser católico (Planeta, Barcelona 2003,73-77). Refiere que el arzobispo local, cardenal O’Boyle, decidió sancionar a 19 sacerdotes, con penas diversas, según hubieran sido sus manifestaciones contra la Humanae Vitae. Los afectados recurrieron a Roma, y la Congregación del Clero mandó al arzobispo que levantara las sanciones, sin exigir a los sancionados una previa retractación. Obró así, según parece, por indicación de Pablo VI. «El Papa, evidentemente, estaba dispuesto a tolerar la disidencia» –sobre el tema Humane Vitae– «con la esperanza de que llegase un día en que, en una atmósfera cultural y eclesiástica más calmada, la verdadera enseñanza pudiera ser apreciada». Creo recordar que alguno o algunos de los 19 ilustres impugnadores de la encíclica fueron más tarde consagrados Obispos.
Ése fue uno de los comienzos –uno de tantos– de la disidencia tolerada, nueva orientación, mostrada por la Santa Sede, en la tradición del gobierno pastoral de la Iglesia Católica.
–El Concilio Vaticano II mantuvo la Autoridad, las leyes y las sanciones
Simplemente, fue fiel a la enseñanza de la Tradición de la Iglesia, fundada en la enseñanza de Cristo en el Evangelio: «… comunícalo a la Iglesia, y si a la Iglesia desoye, sea para ti como gentil o publicano» (Mt 18,17). O San Pablo: «Si alguno os predica otro Evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema» (Gal 1,9). «No os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano [cristiano] sea fornicario, avaro… Con èstos, ni comer» (1Cor 5,11).
En XX siglos de tradición, la Iglesia ha sancionado gravemente las culpas graves contra la doctrina de la fe y de la moral, como también de la Liturgia… Ahora, según el «principio de oro» conciliar –ciertamente inexistente–, omite generalmente las sanciones que el Derecho Canónico prescribe para esas culpas, que suelen quedar impunes. Pensemos, por ejemplo, en las profanaciones frecuentes de la nueva Misa, cuando el celebrante no se atiene a las sagradas normas del sagrado rito, prefiriendo en textos y gestos sus ideas y gustos. Es una agresión al corazón de la Iglesia, la Eucaristía, porque desacraliza su celebración, sometiéndola a su arbitrariedad. Y por eso mismo es un abuso que ha fomentado que muchos fieles se alejen de la Misa. Un paso muy importante hacia la Iglesia descristianizada.
–La disidencia tolerada
La tolerancia manifestada en la Santa Sede sobre disidencias públicas, graves y especialmente escandalosas, como, por ejemplo, las reseñadas de Conferencias Episcopales, Häring y Washington, «enseñaron» a Obispos, teólogos, rectores de centros docentes, así como a los superiores religiosos, que en adelante debía aplicarse la disidencia tolerada en casos semejantes, y no las exigentes normas del Derecho Canónico, siendo vigente el promulgado por Juan Pablo II en 1983, que modificó el anterior, de 1917. Normas como ésta:
Can. 1365 –Quien, fuera del caso que trata el c. 1364, § 1, enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina descrita en el c. 750, § 2, o en el c. 752, y, amonestado por la Sede Apostólica o por el Ordinario, no se retracta, sea castigado con una censura y con la privación del oficio. A estas sanciones pueden añadirse otras de las que están enumeradas en el c. 1336, §§ 2-4.
No hace falta decir que muchos teólogos y predicadores «aprendieron» al punto que la disidencia al Magisterio –en la Humanae Vitae y en otros temas–, no iba a ser sancionada por la justicia de las normas canónicas, sino que se vería tolerada por la misericordia de la Santa Iglesia, madre y maestra. Andando los años por esos anchos caminos, ciertas Iglesias progresistas llegaron liberalmente a la descristianización más completa, como era de prever.
–La disidencia privilegiada
El crecimiento enorme de la disidencia, que en algunas Iglesias fue predominando sobre la ortodoxia, era de prever. Se entiende, era de prever por grupos llamados por algunos «tradicionalistas, indietristas, retrógrados, que siempre buscan la seguridad en dogmas y normas; sujetos a la letra, no al espíritu, enemigos del pluralismo: en suma, gente cerrada, impresentable».
En Iglesias progresistas, la tolerancia adversa a leyes y sanciones era-es una nota positiva para los nombramientos de mayor importancia: Obispo, Decano, Rector, haber tenido «conflictos con la Congregación de la Fe, el antiguo Santo Oficio».
En esas coordenadas eclesiales, un párroco, por ejemplo, que osara predicar abiertamente, entre otras muchas cosas, la divinidad de Jesucristo, la existencia del demonio y del infierno, la condición intrinsecamente mala de la anticoncepción conyugal, más otras extremosidades semejantes, por muy sabio, caritativo y bueno que fuera, y querido por sus feligreses, se mostrabaa claramente inepto para un más alto ministerio pastoral. Necesario aquí el «cordel sanitario».
Por el contrario, la fidelidad tolerante al progresismo disidente –según sus devotos–es el mejor seguro para el mantenimiento de la unidad pacífica de la Iglesia. Dios mediante, en el próximo artículo, presentaré un variado muestrario de famosos o famosillos disidentes, ampliamente privilegiados.
–La ortodoxia perseguida
La disidencia tolerada > La disidencia privilegiada y > La Ortodoxia perseguida. Es un proceso lógico… «Tiempos recios», diría Santa Teresa. Tiempos recios en los que la fidelidad plena a la ortodoxia católica viene a ser con frecuencia una condición desfavorable para enseñar en un Seminario, en una Facultad de Teología, para asumir el ministerio de Obispo, etc… Seamos realistas. Introducir en un Seminario, Facultad, Diócesis o en otros ámbitos de Iglesia que estén claramente predominados por la disidencia tolerada o incluso privilegiada, como hay tantos, es introducir en ese Centro una bomba de relojería, pues es previsible que será ocasión de incidentes muy desagradables en cualquier momento. Tiene que haber en el candidato introducido un grado suficiente de tolerancia ante la disidencia, que a veces tendrá que serlo ante la herejía. Quienes no sepan refrenarse y callar ante desviaciones doctrinales graves y ante infracciones de normas importantes de la Iglesia, no colaboran ni a la paz ni a la unidad del Centro que sea, y ésos son los bienes primordiales de la Iglesia.
Deben ser vigilados y controlados convenientemente. Y no cabe excluir en graves situaciones conflictivas la expulsión de tales elementos separadores, o la prudente aplicación de un «cordón sanitario», pues por encima de todo es necesario mantener a la Iglesia en su condición de una. «Jesús entregó su vida por el pueblo… para congregar en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,54). (Devota consideración).
Más. Las tensiones y conflictos internos en la Iglesia no son causados por los tolerantes con los disidentes, sino por los combatientes indietristasasilvestrados.
Manicomiale.
–Lamentan los Papas tantos graves errores en la Iglesia
Pablo VI predica con cierta frecuencia contra la invasión de mentiras del Demonio: «El pecado… es ocasión y efecto de una intervención, en nosotros y en el mundo, de un agente oscuro y enemigo, el Demonio» (15-11-1972). Y en ocasión de una gran Solemnidad (SS. Pedro y Pablo, 29-09-72), dijo algo más, aunque en términos muy suaves. Declaró sentir que «por alguna fisura ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios» (29-09-72). En realidad, más que humo y fisura, era-es un gran incendio del Padre de la Mentira, logrado en el interior mismo del Templo de Dios, que es la Iglesia.
Juan Pablo II advierte gravemente, como sorprendido y alarmado, que
en la Iglesia «se han esparcido a manos llenas ideas contrarias a la verdad revelada y enseñada desde siempre.Se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones y rebeliones, se ha manipulado incluso la liturgia; inmersos en el “relativismo” intelectual y moral, y por esto, en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva» (6-02-81, Congreso Nacional italiano, Misiones al pueblo para los años 80). Y uno se pregunta: ¿Y cómo habrá sido posible esa invasión del mal?… O más bien: ¿Y como no habría de darse esa degradación de la ortodoxia si no se frenaban suficientemente los errores, ni se sancionaba debidamente a los errantes?…
Benedicto XVI (2005-2013) es también muy sensible a la difusión de grandes errores dentro de la Iglesia. En Fátima declaró: «La mayor persecución que sufre la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado de la Iglesia» (11-05-2020). «En nuestro tiempo, en vastas regiones de la tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama que se extingue» (12-05-2020).
¿Cómo pudo ser eso. si la semilla sembrada en el campo era buena?»… Mientras los guardianes del campo dormían, «un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó». Se vio después que el campo daba trigo y cizaña mezclados (Mt 13,24-28). Y con el tiempo, más cizaña que trigo.
La disidencia consentida y privilegiada en una Iglesia es un camino ancho que conduce sin duda a una Iglesia descristianizada. No hacen falta una investigación especial, un simposio monográfico o la ayuda de revelaciones privadas, para señalar la necesidad histórica de esa degradación progresiva.
–La Comunidad Anglicana venida a menos
El tema es amplio y complejo. Breviter… Entre todos los «Hermanos separados» (es decir, cismáticos: en el Postconcilio es notable el amor por los eufemismos), la Comunión Anglicana fue tradicionalmente la más próxima a la Iglesia Católica en doctrina, culto y calidad espiritual. Por eso da mucha pena ver que al paso de los siglos fue declinando claramente. En los escritos de Newman, especialmente, se describe y diagnostica este penoso declive. Ello trajo consigo que en los siglos XIX y XX un buen número de anglicanos se pasaron a la Iglesia Católica. Recuerdo sólo algunas personalidades más conocidas:
San John Henry Newman (1801-1890), los archidiáconos Robert Wilbeforce (+1857), James Hope (+1873) y Henry Manning (+1892), el sacerdote Ronald Knox (+1957), el obispo Graham Leonard (+2010), y tantos otros hasta nuestros días.
Todos ellos, y cada vez en mayor número, han solicitado su recepción en la Iglesia Católica por la misma causa: por no aceptar la tolerancia al disenso que había ido apoderándose de la Comunión Anglicana. Se había llegado a grandes extremos de tolerancia en convicciones incompatibles entre sí, e incluso a ciertas herejías –sobre la virginidad de María, la realidad física de la resurrección de Cristo, el divorcio, el adulterio, el aborto, el celo evangelizador frenado por el respeto a las religiones, las mujeres sacerdotes y Obispos, etc.–- Ya no vieron posible vivir en el anglicanismo la vida cristiana. La Iglesia Católica se les presentó como el único lugar donde, con la gracia de Dios, se podía vivir plenamente el Evangelio de Cristo Salvador.
Si no recuerdo mal, leí en una biografía extensa sobre Newman, que en cierta ocasión, al terminar la Eucaristía, vió que los asistentes echaban a la basura con gesto acostumbrado el pan consagrado sobrante. Y que ése fue uno de los golpes principales recibidos por él del anglicanismo para abandonarlo definitivamente. Se mantienen ciertas solemnidades y celebraciones elegantes, a las que los ingleses por tradición son adictos.
(Nota. Es muy notable, sobre todo a partir de Chesterton, el gran número de escritores ingleses que en el siglo XX florecieron en la Iglesia Católica: Robert Hugh Benson (+1914), Chesterton (1874-1936), Hilaire Belloc (+1953), Ronald Knox (+1957), C.S., Lewis (+1963), Evelyn Waugh (+1966), J.R.R. Tolkien (+1973), Graham Green (+1991).
La Comunión Anglicana en ese mismo tiempo fue disminuyendo en todos los aspectos: en ortodoxia, unidad interior, doctrina, moral y culto –muchos templos vacíos o cerrados–, número de fieles y de pastores, escasa religiosidad cristiana en la familia, y gran disminución del celo misionero, antes considerable.
Algo semejante puede suceder a las Iglesias católicas que han acentuado la tolerancia a la disidencia doctrinal y disciplinar de la Iglesia universal, Esposa única de Jesucristo. Son Iglesias en que la disidencia se da incluso en temas muy graves, y que está tolerada y privilegiada, no combatida. Es lógico que se de en ellas esa degradación, si no buscan guardar la unidad de la Iglesia, sino la unidad de toda la humanidad en una Fraternidad Universal. En tal diabólico intento, es más bien la ortodoxia y la ortopraxis las que son perseguidas o simplemente despreciadas y ninguneadas, como bien se dice en México.
Dios mediante, en el próximo artículo mostraré la realidad de esta situación con ejemplos concretos.
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios, Virgen gloriosa y bendita.
José María Iraburu, sacerdote
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