(717) Iglesias descristianizadas (1) por la eclosión de riquezas en el mundo

 La descristianización de buena parte de las Iglesias locales de Occidente se viene gestando desde hace siglos (masonería, naturalismo, Ilustración, Revolución Francesa, socialismo, comunismo, liberalismo, etc.), pero en el Postconcilio del Vaticano II esa descristianización se acelera notablemente, sobre todo en los últimos decenios. Naciones hay de Centroeuropa, por ejemplo, de antigua filiación cristiana, en las que sus Iglesias locales pierden cada año muchas decenas de miles de católicos; y algunas avanzan con firme paso innovador hacia la extinción. Aunque siempre quedará, Dios mediante, un Resto fiel a Cristo.

Es natural que los católicos nos preguntemos «¿Cómo ha podido producirse una descristianización de la Iglesia tan profunda, tan cuantiosa y rápida?», «Cuáles son sus causas?» Serán muchas con-causas.. Entonces, «cuál es su causa principal?». Los grandes fenómenos de la historia siempre tienen muchas causas simultáneas. Es muy difícil señalar una Causa principal, pero con el favor de Dios lo intentaré.

La descristianización de muchas Iglesias hoy se debe principalmente al enorme desarrollo, sin precedente alguno comparable en la historia, que en siglo XX, hasta hoy,  ha tenido el mundo en su riqueza. La afirmación, que puede parecer atrevida, tiene mucho fundamento en el Evangelio.

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Sagrada Escritura

–El Antiguo Testamento apenas desvela el valor religioso de la pobreza. Israel considera que la riqueza ha de ser considerada bendición de Yavé sobre los justos (Job 42,10; Ez 36.28-30; Joel 2,21-27). Aunque también revela en bastantes lugares que «se regocijarán en Yavé los humillados (anawim), y aun los pobres (ebionim) se gozarán en el Santo de Israel» (Is 29,19). Pero el Salvador esperado es el Siervo de Yavé, imagen de pobreza, de humillación y de rechazo ignominioso; no precisamente de riqueza prepotente.

 

–Es en el Nuevo Testamento, en Cristo, donde se revela plenamente el Evangelio de la Pobreza, que comienza en el misterio de la Encarnación: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que tomó la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2,5-7).

+Cristo y sus apóstoles eligen la pobreza

«Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por amor a nosotros, para que fuesemos ricos por su pobreza» (2Cor 8,9). Traducido: El Hijo divino eterno, se hizo hombre por amor, para que quienes somos hombres, fuéramos deificados como hijos de Dios por su gracia. –Y es voluntad de Cristo que los apóstoles, re-presentantes suyos, expresen en sus vidas ese mismo descenso. Como así fue: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19,27).

+Cristo enseña que la pobreza, o al menos su espíritu, es condición necesaria para ser cristiano

«Todo aquel de vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). Más aún: –«Si quieres ser perfecto, véndelo todo, y dalo a los pobres» (Mt 19,21). –«Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición; y son muchos los que entran por ella» (Mt 7,13). Puertas y caminos son estrechos para los pobres – anchos y floridos para los ricos.

+Cristo revela la peligrosidad espiritual de la riqueza

Por el contrario, «en verdad os digo: qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos. Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos» (Mt 19,23-24). –«No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24). «¡Ay de vosotros los ricos! pues ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre» (6,24-25).

+Cristo bendice la pobreza

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc 6,21).  –Hasta la dulcísima Virgen María, con Cristo ya en su seno, proclama esta realidad, bendiciendo a Dios por ella: «Proclama mi alma la grandeza del Señor… A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,53).

Que el Espíritu Santo revele o confirme al lector en este conocimiento salvífico sobrenatural. Sin su asistencia divina, no se entenderán las enseñanzas evangélicas de Cristo; parecerán absurdas. Y con su asistencia –que suplicamos– recibimos en ellas la luz y la verdad.

A la luz de estas Palabras de Dios, nos atrevemos a pensar que el Occidente fue cristiano mientras fue «pobre», y se fue descristianizando con la explosión de «riqueza» que se dio en el siglo XX, iniciado siglos antes.

No tuerza el gesto el lector, pues cuando lea cómo explico esa afirmación, no cabe excluir que acabe por estar de acuerdo conmigo.

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–Qué tenían en el Mundo antiguo

+Tenían familias perseverantes en la unión, y numerosas en hijos, lo que imponía una vida austera y mucho trabajo de los padres, aunque también mucho gozo: el gozo de la cruz. En los pueblos, tenían ventanas abiertas a los prados y a los bosques. Salían temprano a trabajar los campos o a sacar el ganado. No pocos iban a Misa antes de ir al trabajo. La Catequesis era uno de los centros sociales del pueblo. Recogían por la tarde vacas y cabras, y las ordeñaban. Tenían perro, y algunos cazaban o pescaban. Cortaban leña para el fuego de la cocina. Se juntaban en la taberna, y los principales en el casino. Jugaban al dominó o la partida de mus. Se quedaban en casa porque era la única hora para estar con sus hijos. Algunos leían, pocos, en privado o en voz alta de algún libro. Era frecuente en algunos la confesión, y muchos rezaban al toque de Difuntos y el Rosario en la familia o en la Parroquia, a fin de tarde… Tenían en su gran mayoría una religiosidad cristiana, mejor o peor vivida. Y rara era la parroquia que no daba algún seminarista o religiosa.

+No tenían en los pueblos ni luz eléctrica, ni radio, ni teléfono, ni periódico. El periódico, de unas seis páginas, lo recibían, y no a diario, el alcalde, el párroco y el rico del pueblo. Tampoco tenían transporte de bicicletas (existían solo las del Circo, con una rueda grande), ni de motos, y menos de coches. El rico del pueblo tenía un carricoche con caballo. El pueblo, solo el burro. Los domingos salían de paseo por la carretera. Las casas normalmente mantenían abierta la puerta, incluso si sus dueños se ausentaban unas horas. El cartero pasaba una vez por semana. Algunos pueblos mayores tenían telégrafo. Una escuela atendía a los niños de un pueblo o de varios. El reloj personal apenas lo tenían, sobre su estómago, los ricos. Los demás oían las horas de la torre parroquial, miraban el reloj de sol de la plaza o calculaban por el estado de la luz. No todos sabían leer y escribir… En algo eran ricos: «Tenían tiempo». No vivían con prisas, sobrecargados.

En las ciudades había más posibilidades sociales y técnicas, como es lógico, pero no muchas más que en los pueblos. Las «atracciones» en espectáculos, bibliotecas, estudios, piano en la casa, servicio doméstico, conciertos y teatros, se daban en una vida más rica en posibilidades, pero de hecho era aprovechada por la clase alta de la ciudad. El resto, la mayoría, estaba más o menos como en los pueblos.

 

–Qué tenemos en el Mundo actual

A lo largo del siglo XX, los adelantos técnicos y sociales produjeron una explosión enorme, continuada, invasora, que se ha visto prolongada hasta nuestros días. En los «países desarrollados», disminuyó mucho el número de habitantes en los pueblos y aumentaron mucho en las ciudades. Los trabajos industriales, comerciales y de servicios superaron enormemente a los agrícolas. Y los bienes de consumo y de agrado se multiplicaron como nunca en la historia.

1) Tenemos mil «riquezas» posibles. Nadie hace más de un siglo hubiera imaginado en Occidente que un ciudadano medio tuviera normalmente acceso a luz y energía eléctrica, reloj de muñeca, coche, moto. frigorífica, lavadora, lavaplatos, máquinas de coser, radio, televisión familiar y personal, teléfono propio nacional e internacional –con mi pequeño móvil hablo con un amigo chileno, cruzando el Atlántico y los Andes, como si estuviera en la habitación de al lado–, internet, la web, Google, diarios impresos y digitales, smartphone, ordenadores e impresoras personales, máquinas de traducción automática, grabadoras de sonido o que fotografían imagenes, supermercados con innumerables productos, acceso a piscina y a viajes… Y recientemente, un gran número de prodigios informáticos y digitales: Facebook, Instagram, X, Telegram, Zoom, WhatsApp, navegador GPS, código de barras, asistente de voz, que hablando al PC lo pasa a escrito, código QR, Inteligencia Artificial (ChatGPT)…

Y muchas cosas más a lo largo del siglo XX y hasta hoy: servicios regulares aéreos, vuelos a la Luna; alquiler de vuelos, coches, caballos, veleros, trajes de etiqueta, equipos de esquiar; vacaciones con sueldo mantenido, becas de estudio nacionales o extranjeras. Seguridad social médica, medicina moderna, análisis, medicinas sorprendentes, cirugía milagrosa; cursos, a veces gratuitos, de cocina, artesanía, gimnasia, baile, marquetería, yudo, idiomas, floristería, aeromodelismo y muchas especialidades más. Bicicletas, motos, patines eléctricos, alas de vuelo, drones. Baterías múltiples, algunas del tamaño de una lenteja, que mantienen activo un reloj o una máquina durante años. Pagos por tarjeta, afiliación a partidos políticos o a otras asociaciones, predicción atmosférica exacta (no el Calendario Zaragozano), acceso continuo a películas, conciertos, noticiarios de política, sucesos notables, y en directo o diferido, competiciones deportivas –futbol, baloncesto, golf, tenis, regatas, Olimpíadas, campeonatos locales, regionales, nacionales, internacionales–, captables en casi todo el mundo. Agencia de viajes lejanos a precios increibles; reportajes sobre fauna terrena, acuática y volante, famosos, sucesos catastróficos o acciones extraordinarias…

Todo esto, y muchas cosas más, sobrevenidas invasoramente en poco más de un siglo, tiene el Mundo actual rico de Occidente, y no lo tenía el Mundo antiguo pobre, cien veces más escaso de recursos e incitaciones, sencillo y quieto. Y nótese que en los paises desarrollados, muchos bienes preciosos que ofrece el Mundo actual son asequibles prácticamente a casi todos los ciudadanos. Un smartphone, por ejemplo, ofrecido en diversas fabricaciones, se halla en modelos muy baratos y en otros muy caros. Puede adquirirlos cualquiera. Basta hacer un viaje largo en autobús o tren para comprobar que la mitad o más de los pasajeros pasan el tiempo con sus móviles más o menos perfectos = caros. Casi todos lo tienen.

(Nota. –Estas prolijas enumeraciones habrán sido para el lector fatigosas, pero que se consuele pensando que más me ha fatigado hacerlas. Así he querido dar a los lectores una impresión abrumadora de la abrumadora cantidad de incitaciones –casi todas mundanas, naturalistas, adictivas, y muchas anticristianas–, que en el «rico» Mundo actual reciben los ciudadanos. Si la persona no ejercita selecciones muy estrictas, y lleva con gran dominio el uso, son suficientes para descristianizar a los cristianos, y consecuentemente a las Iglesias.

En algo, en cambio, somos ahora pobres: «No tenemos tiempo», porque estamos «sobrecargados» de aparatos y de actividades impuestas o asumidas por activismo, por emulación, por necesidad o curiosidad. Es éste el tiempo de la descristanización en numerosas Iglesias locales. «–No tenemos tiempo para ir a Misa o rezar el Rosario en familia. Imposible. –¿Ni siquiera el Domingo? –Ni siquiera». Y es verdad, porque el Domingo lo tienen ocupado en otras cosas…

 

Todos esos inventos y adelantos prodigiosos se hacen realidad por el impulso primero que Dios puso en el hombre: «Dios los bendijo y les dijo, «sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominadlo todo»… (Gén 1,27-31). Y pueden conseguirse esos nuevos bienes porque son casi infinitas las posibilidades de la Creación divina, obra digna de un Creador divino omnipotente.

Pero esos formidables inventos y descubrimientos realizados por científicos, técnicos y trabajadores, no han suscitado en el hombre moderno la glorificación del Creador, sino el culto a la Creación y al HOMBRE, a su inteligencia y trabajo. «Alardeando de sabbios se hicieron necios, y dieron culto a las criaturas, en lugar de al Creador» (Rm 1,25).

Ese enriquecimiento indecible del mundo, llevó a la cuantiosa descristianización de muchas Iglesias, débiles en la fe, por ser débiles en predicación y Cruz, en sacramentos y oración.  

 

2) –Tiene el mundo actual además otras «atracciones» seductoras, que dan libre acceso a lo que siempre estuvo prohibido (y que sigue prohibido en naciones «retrasadas»). –La anticoncepción sistemática en los matrimonios, que trae un número mínimo de hijos. –La multiplicada fornicación anticonceptiva, las uniones «irregulares» reconocidas, sean heterosexuales u homosexuales, protegidas y aún promovidas y financiadas. –El «derecho» al aborto, inexistente obviamente, es impuesto por leyes criminales, y pretende ser universal. –El impudor en el vestir se aproxima cada vez más a la desnudez. Una maestra nórdica de adolescentes, para justificar su total desnudez en la playa, argumentaba a los padres quejosos, «yo no tengo nada que ocultar». –El divorcio como un derecho natural, sin necesidad de «causa», también aspira a la universalidad. Alguno que se casaba por tercera vez declaró: «Sí, es mi tercer matrimonio. Cuando me caso, si falla la unión, la rompemos, y pruebo con otra unión, sin que tenga por eso ningún problema moral ni legal. El divorcio es un derecho natural, y la ley civil entiende que cada uno tiene derecho a ser feliz, o al menos a buscar su felicidad». Y tantas otras pésimas posibilidades libres.

–Un jovencito le exige a su padre: «Papá, cómprame una moto. Todos los de mí cuadrilla la tienen. Ahora en verano se van en moto a la playa. Llegan en una hora y para la cena ya han vuelto. Y yo paso todo el día solo». No le dice que cada uno se lleva su novia. Pero el «bondadoso» padre ya lo sabe, y sin embargo accede a la compra. Es un cristiano no-practicante, que desde joven no quiso ser mártir, entrando por la senda estrecha. Y también ahora quiere que su hijo no sea en su vida un mártir, «un pato en un gallinero». –Un niño le pide a su padre un smartphone. «Todos mis amigos lo tienen». El padre bondadoso acepta comprárselo, pero un poco más adelante, cuando el niño haga la primera comunión, que por supuesto será la última. Y así consigue el generoso padre que ya su hijo a los 9 o 10 años sea un pequeño experto en pornografía, iniciado por sus compañeros.

 

3) –Y tenemos un mundo especialmente anti-cristiano en el conjunto de las máximas Organizaciones internacionales. La financiación principal de todas ellas procedelos Estados Unidos, y a todas da lógicamente una dirección común en las cuestiones fundamentales, como por ejemplo la necesidad universal del aborto, la destrucción de la familia, la anulación del cristianismo en leyes, costumbres, mentalidades e instituciones. Es decir, todas son Entidades criminales: 

ONU, Organización de las Naciones Unidas. FAO, Organización Mundial para la Agricultura y Alimentación. FMI, Fondo Monetario Internacional. Banco Mundial. Consejo de Europa (que se negó a incluir en su Constitución al cristianismo como integrante del origen de Europa). OIT, Organización Internacional del Trabajo. OMS, Organización Mundial de la Salud. Y este mismo macro-fenómeno se da en las Grandes Tecnológicas, en los principales centros mundiales de comunicación y de información, también encabezados sobre todo por los Estados Unidos

«¡Ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!» (Lc 6,24-25)… La bendición de la pobreza se entiende mejor cuando se contrapone a la maldición de la riqueza, muchas veces ignorada, otras veces malentendida, y siempre silenciada. En todo caso, cuidado: la grave peligrosidad de las riquezas ha de ser considerada a la luz de todas las enseñanzas de Cristo.

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Doctrina cristiana sobre la riqueza

1. –«Toda criatura de Dios es buena» (1Tim 4,4). Esta es una enseñanza muy fundamental en la Biblia (Gén 1,31; Rm 14,20; 1 Cor 6,12; Tit 1,15), y es la revelación de una verdad que muchas religiones y filosofías antiguas ignoraban. En efecto, todas las criaturas son ontológicamente buenas, aunque en relación al hombre concreto, puedan adquirir luego una significación moral buena, mala o indiferente.

2. –Es bueno poseer bienes de este mundo, en principio es algo querido por Dios. Fue el mismo Señor quien mandó al hombre poseer la tierra, dominarla y ponerla a su servicio (Gén 1,28-29; Sal 8,7-9). Por tanto, el instinto primario de apropiación en sí es sano, es natural y bueno.

3.Incluso puede ser bueno poseer riquezas, es decir, una abundancia de bienes claramente superior a la media. Si Dios creó el mundo naturalmente jerárquico y desigual, es indudable que en la Providencia divina ricos y no-ricos tienen su lugar. El igualitarismo es un falso dogma liberal. No es voluntad de Dios que todos sean iguales en la posesión de bienes de este mundo . O en otras palabras: puede haber riquezas legítimamente adquiridas y poseídas en caridad fraterna. Puede haber, sin duda, riquezas benéficas, realmente puestas al servicio de Dios y del bien común de los hombres.

4.Los religiosos «lo dejan todo», como los apóstoles, porque quieren vivir con Cristo pobre; porque quieren consagrarse a Él totalmente; para no tener el corazón dividido, y pueda mantenerse unido por su dedicación total a Cristo y a su Reino; porque quieren caminar por el camino estrecho de la cruz, el que más fácil y ciertamente lleva a la vida; porque la pobreza favorece la humildad y el amor fraterno (Vat. II, Perfectae caritatis, 1. 13)… Con razón ha visto la Iglesia desde el principio, en las comunidades de vírgenes consagradas, y pronto en las comunidades religiosas contemplativas y después en las activas, que los tres consejos evangélicos, y concretamente el de pobreza, forman el camino más favorable, seguro y expedito para el crecimiento de la persona en la santidad. Más favorable de suyo, se entiende, siempre que sea Dios quien elija y conceda ese don vocacional al cristiano.

En su día comenzaron justamente a ser calificadas estas vidas «religiosas», como «estados de perfección». Denominación hoy silenciada ominosamente, como si todas los estados de vida crisitanos, de suyo, fueran iguales en orden a la perfección.  No es ése el pensamiento de Cristo, cuando afirma «Si quieres ser perfecto, ni  tampoco el del Vaticano II cuando enseña la Universal vocación a la santidad en la Iglesia (Lumen Gentium cp.V), que ha de entenderse según la doctrina tradicional enseñada  en LG 39-42 y en Perfectae Caritatis (1 et passim).

La palabra de Cristo es en todos los siglos la misma: «Si quieres ser perfecto, ve, vende tus bienes, da a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Ven y sígueme» (Mt 19,21)… «Llamó a los que quiso, para que le acompañaran [amigos íntimos] y para enviarlos a predicar [colaboradores, apóstoles, especialmente asociados a Su obra de salvación» (Mc 3, 13-14)]. Y ellos, «dejándolo todo, lo siguieron» (Lc 5,11)… Pobreza, celibato-virginidad y obediencia, crean unos espacios de vida muy favorables al crecimiento en Cristo, pobre, célibe y obediente en todo al Padre… ¡Ay de los ricos! ¡Bienaventurados los pobres!

5.El peligro de las riquezas es gravemente enseñado por Cristo. En la parábola del sembrador señala que «con los afanes, riquezas y placeres» (Lc 8,14), se ahoga la Palabra divina sembrada en las almas (+Mt 13,22; Mc 4,19; Lc 21,34). Se pierde el hombre que, dejándose llevar de la avidez posesiva y consumista del mundo anticristiano, «atesora para sí y no es rico ante Dios» (Lc 12,15-21). Al fuego eterno irán los malos ricos, que no supieron compadecerse del pobre Lázaro, aunque lo tenían a su puerta (16,19-31). No supieron ver en él a Cristo: «Tuve hambre y no me disteis de comer» (Mt 25,31-46).

No siempre, por supuesto, la riqueza es ocasión de perdición eterna, pero con gran frecuencia impide ir a la perfección. Es el caso del joven rico que, no obstante ser bueno y fiel, respondió a la llamada de Cristo negativamente. Y «se entristeció mucho, porque era muy rico» (Lc 18,18-23).

Los apóstoles hacen también advertencias gravísimas a los ricos (Sant 5,1-5), hombres y naciones (Ap 18,7.16).

«Los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia, y muchos, por dejarse llevar de ella, se extravían en la fe y a sí mismos se atormentan con muchos dolores» (1 Tim 6,9-10).

Un texto muy preciso de Santo Tomás puede darnos una síntesis del pensamiento de los Padres y de los santos:

«Desde el momento en que una persona posee bienes de este mundo, ve su alma arrastrada al amor de los mismos. Por eso el primer fundamento para adquirir la perfección de la caridad es la pobreza voluntaria, según dice el Señor: “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, ven y sígueme” (Mt 19,21). La posesión de las riquezas de suyo dificulta la perfección de la caridad, principalmente porque arrastran el afecto y lo distraen; ya se ha dicho que “los cuidados del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra” de Dios (13,22). Por eso es difícil conservar la caridad entre las riquezas. Y así dice el Señor: “Qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos” (19,23). Y esto, ciertamente, debe entenderse de aquel que de hecho posee riquezas, pues de aquel que pone su afecto en las riquezas, dice el Señor que es imposible, cuando añade: “Más fácil es a un camello entrar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos” (19, 24)» (STh II-II,186,3 in c. y ad 4m). [Los que desprecian a Sto. Tomás y a la escolástica en general, desprecian lo que ignoran].

San Juan de la Cruz: «Cuanto más se gozare el alma en otra cosa que en Dios, tanto menos fuertemente se empleará su gozo en Dios» (3Subida 16,2). Esto es así porque el hombre es pecador, y «aunque es verdad que los bienes temporales, de suyo, necesariamente no hacen pecar, pero porque ordinariamente con flaqueza de afición se ase el corazón del hombre a ellos, falta a Dios… Por eso dice el Sabio que [si fueras rico] no estarás libre de pecado» (18,1).

Pío XII fue también fiel a la enseñanza de esta verdadera y santa doctrina.

«¿Qué hombre, partícipe de esa enfermedad que lleva consigo el pecado de nuestro primer padre, a menos de contarse entre los más perfectos que la gracia de Dios ha excepcionalmente suscitado, podrá guardar su corazón completamente desprendido de las cosas de la tierra [pobreza espiritual], si de algún modo no se aparta lo más posible de ellas y no se abstiene valientemente de las cosas terrenas [pobreza material]? Nadie goza de las comodidades de que este mundo abunda, ni toma parte en los placeres de los sentidos, ni se recrea en los goces que ofrece más y más cada día a sus adeptos, sin perder algo de su espíritu de fe y de su caridad con Dios» (11-II-1958; +Lumen Gentium 42e; GS 63c).

 

Errores sobre la riqueza

1) Es herejía creer que ningún rico puede salvarse. Ebionitas, apostólicos o apotácticos, encratitas o abstinentes, tacianos, cátaros, y no pocos cristianos de hoy, pensaron y piensan que riqueza y caridad son absolutamente incompatibles. La Iglesia ha tenido que rechazar este error no pocas veces al paso de los siglos.

El sínodo Diospolitano (a.415) condena la enseñanza de algunos pelagianos que decían: «A los ricos bautizados, a no ser que renuncien a todos sus bienes, no se les contará ni aquello que al parecer hacen de bueno, y no podrán obtener el reino de Dios» (J. de Guibert SJ, Lecciones de Teología Espiritual, 52). Durando de Huesca, en 1208, hubo de retractarse y confesar que «se salvan los que permanecen en el mundo poseyendo sus cosas, y hacen limosnas y otras obras buenas con sus propios bienes, guardando los preceptos del Señor» (ib.142: Denz 797). También la Iglesia condenó el error de Guillermo Cornelisz, el cual mantenía que «ningún rico puede salvarse y que todo rico es avaro» (Guibert,171; +Dionisio Foullechat, a.1369, ib.306-308: Denz 1087-1094). Jesús, refiriéndose precisamente a la salvación de los ricos, dijo: «Para los hombres, imposible; mas para Dios todo es posible» (Mt 19,25-26). Santo Tomás, fraile mendicante y gran teólogo de la pobreza, nunca enseñó que las riquezas sean algo perverso, un mal en sí; por el contrario, reconoció que «también las riquezas, en cuanto son cierto bien, son algo divino, principalmente en cuanto dan posibilidad de hacer muchas obras buenas» (Quodlibeto 10,q.6, a.12 ad 2m; + a.14; STh II-II,129,8; C.Gentes III,133).

2) Es herejía negar la peligrosidad de las riquezas. Muchos cristianos no la conocen, no obstante tantas graves enseñanzas del Señor. En no pocos casos se debe a que no se les ha predicado suficientemente ese evangelio. Y la mayoría de los fieles no se ha enterado de que hay que elegir entre servir a Dios y servir a las riquezas (Mt 7,24).

La descristianización de tantas Iglesias locales se produce cuando en el siglo XX, y hasta hoy, pasa Occidente del antiguo mundo «pobre» al mundo «rico», sin temor alguno al peligro de las riquezas. Y el apagamiento de la fe en los cristianos durante ese tiempo nuevo y deslumbrante, se da en parte porque no se ven asistidos suficientemente por la Iglesia docente con el Evangelio de la riqueza y la pobreza… Sin esa luz y gracia adjunta ¡qué difícil es que las naciones cristianas, inundadas de las nuevas «riquezas y atracciones» mundanas referidas, perseveren en la fe y la caridad! El resultado son las Iglesias descristianizadas.

 Hay, por supuesto, hoy en Iglesias descristianizadas asociaciones laicales, que no caen en ese error, y que siguen caminos de perfección evangélica, en su condición de seglares, como fieles conocedores y realizadores del Evangelio y de las mejores tradiciones espirituales de la Iglesia. Y también como valiosos creadores, por gracia de Dios, de excelentes desarrollos.

 

¿Y el Catecismo, la Misa dominical, la confesión, la comunión, el Rosario, la educación en el pudor, el silencio total sobre la salvación-condenación?… Todo esas realidades fueron aminorándose «para evitar el camino estrecho», y ni siquiera mencionarlo; «por falta de tiempo»; por «falta de sitio en el alma», atiborrada de criaturas; para no estar entre los compañeros «como un pato en  un gallinero»…

Los cristianos mundanizados, fascinados por las mil «riquezas» nuevas asequibles y por las «atracciones» malas liberales, se atracan cuanto pueden de los bienes y atracciones de este mundo, y así llegan a «dar culto a las criaturas, en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos» (Rm 1,25). Ni se acuerdan de Dios, ni le agradecen, ni lo celebran, aunque «en Él vivimos y nos movemos y existimos», como les dijo San Pablo a los atenienses (Hch 17,28). Es un horror. Que, sin embargo, no parece “horrorizar” a ciertos Pastores, aunque algunos de ellos, en el tiempo de su ministerio, hayan perdido la mitad de las ovejas que el Buen Pastor les había confiado. 

–Triunfo del Demonio, del Mundo y de la Carne. Iglesias descristianizadas y disminuidas, que se aproximan a su extinción. Descristianización y disminución de las Iglesias locales. Cristianos que, sin recibir las luces y los avisos apremiantes de sus Pastores, poniendo su corazón en las riquezas y en las atracciones liberales anexas, sin mayores traumas intelectuales o morales, se hacen no-practicantes, dejan la Misa y todo lo que de ella fluye. Y al excluirse ellos de la vida de la Iglesia, pasan a ser alejados, olvidados de Dios y de que en la vida presente se están jugando la vida eterna.

Animados por falsos maestros del Postconcilio, extasiados ante la mera palabra «mundo», o por decirlo en expresión de Jacques Maritain, «arrodillados ante el mundo» (Le Paysan de la Garonne, 1966), navegaban pacificamente en el mar de la recuperada paz y prosperidad. 

Santa Teresa: «Yo lo pienso muchas veces y no puedo acabar de entender cómo hay tanto sosiego y paz en las personas muy regaladas» (Medit. Cantares 2,15). «Gózanse de lo que tienen, dan una limosna de cuando en cuando, no miran que aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos para que repartan a los pobres, y que le han de dar estrecha cuenta del tiempo que lo tienen sobrado en el arca, suspendido y entretenido a los pobres, si ellos están padeciendo» (2,8). Es como si ignorasen que de esos mundanizados presupuestos familiares, de vestimentas, viajes, vacaciones muy costosss, de esas necesidades falsas admitidas como reales por mimetismo mundano, y de tanto gasto inútil, han de dar estrecha cuenta a Dios: «Y ¡cuán estrecha! Si lo entendiese [el rico], no comería con tanto contento ni se daría a gastar lo que tiene en cosas impertinentes y de vanidad» (2,11). «¡Ay de los ricos!», dice el Señor…

La tentación de las riquezas se ha dado siempre, pero nunca con la fuerza atrayente del siglo XX. En las Iglesias descristianizadas de Occidente es una tentación que ha arrasado con sus fascinaciones a la mayor parte del pueblo cristiano. De ser hijos de la Iglesia, mundanizándose, secularizándose, pasaron a no-practicantes, a alejados auto-excomulgados, y finalmente a apóstatas de la fe.

En el optimismo y la prosperidad posterior a la II Guerra Mundial, en el triunfalismo mundanizante del Postconcilio Vaticano II –«he aquí que hago nuevas todas las cosas» (Hch 21,5)–, muchos cristianos se echaron al mar del mundo sin salvavidas. No estaba iluminada en el pueblo cristiano, por falta de predicación y de vida espiritual consecuente, la fe en la peligrosidad de las riquezas. Aunque claramente se demostró en la realidad histórica del siglo XX la veracidad de la palabra de Cristo: «No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6,24). Y con bastante rapidez, fue decreciendo el servicio de Dios y creciendo la adicción a las riquezas del mundo. Los cristianos no-practicantes fueron sobrepasando en las Iglesias el número de los realmente fieles. Se perdió el santo temor a «las solicitudes del mundo y a la seducción de las riquezas» (Mt 13,22).

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¿Y el Catecismo, la Misa dominical, la confesión, la comunión, el Rosario, la educación en el pudor, el silencio sobre la divinidad de Jesucristo, la salvación o condenación?… Todo eso se fue perdiendo «por evitar el camino estrecho»; «por falta de tiempo»; por «falta de sitio en el alma», atiborrada de criaturas; por no estar entre los compañeros «como un pato en  un gallinero»… Los cristianos mundanizados, fascinados por las mil «riquezas» nuevas asequiblesy por las «atracciones» malas liberales, se atracan cuanto pueden de los bienes y atracciones de este mundo, y así llegan a «dar culto a las criaturas, en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos» (Rm 1,25).

Ni se acuerdan de Dios, ni le agradecen, ni le celebran, aunque «en Él vivimos y nos movemos y existimos», como les dijo San Pablo a los atenienses (Hch 17,28)… Dejan la Misa y todo lo que de ella fluye… «No tienen tiempo»… No tenéis tiempo, pero «si no comeis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). 

«¡Qué difícilmente entra un rico en el reino de los cielos!» (Mt 19,23).

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Esperanza. «El poder del infierno no derrotará a la Iglesia» (Mt 16,18). Cristo nos conforta en la esperanza: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Si Él resucitó a su amigo Lázaro, que llevaba cuatro días muerto, ¿no querrá y podrá sanar y revivificar a su esposa, que es la Iglesia, donde esté enferma o moribunda?… Lo hará con la Santísima Virgen María, con San Miguel y sus ángeles, con los santos y con los apóstoles de los últimos tiempos.

Mártires. Los católicos que sobreviven en una Iglesia descristianizada son heróicos testigos (mártires) del fiel amor de Dios por su esposa la Iglesia; del poder de la gracia de Dios para guardarlos vivos como Restos fieles, pocos en número, pero semillas del renacimiento de la Iglesia, allí donde está desfallecida, hasta el punto que ya no puede hablar la fe… Son pocos, pero «al Cielo lo mismo le cuesta salvar con muchos que con pocos» (1Mac 3,18).

 

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o Apostasía

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