(715) Variaciones del poder del Demonio. –Edad Moderna, s. XX. San Pío X

San Pío X, por el pintor chileno Pedro Subercaseaux (1880-1956) 

San Pío XGiuseppe Melchiorre Sarto (1835-1914)

Nació en la pequeña localidad de Riese (Treviso), hijo segundo de los diez que tuvo el modesto matrimonio de Giovanni Battista Sarto, alguacil y cartero del pueblo, y de Margherita Sanson. Consiguieron éstos para su hijo una beca de estudios en el Seminario de Padua, y fue ordenado sacerdote en 1858. Párroco de Tombolo hasta 1867, y posteriormente arcipreste de Solzano y canónigo de Treviso. Desde 1875, rector del Seminario de esta ciudad, y sirvió también en otros altos cartos diocesanos.

En 1884 León XIII lo nombró Obispo de Mantua, y días después Vicario general de Roma. Creado Cardenal en 1893, fue constituido Patriarca de Venecia. A la muerte de León XIII (1903), en un cónclave perturbado por el veto del emperador de Austria-Hungría, que fue resistido, fue elegido Papa en la Basílica de San Pedro. Y las grandes obras que hizo (1903-1914), por don de Dios, se vieron facilitadas por los dos excelentes pontificados que le precedieron largamente –más de medio siglo–, el Beato Pío IX (1846-1878) y León XIII (1878-1903).

Es el primer Papa canonizado desde San Pío V (+1572). Demos gracias a Dios.

 

Numerosas fueron las grandes obras promovidas o realizadas por San Pío X.  +La prohibición de toda intervención de Estados en el Cónclave para elección del Papa (1904).+El Catecismo, compuesto por él en 1905, con base en el Catecismo Romano post-Tridentino, y publicado como Catecismo de la Doctrina Cristiana en 1912, que todavía se halla en librerías como Catecismo de San Pío X. +El Código de Derecho Canónico, confiado por él a la guía del cardenal Pietro Gasparri, y promulgado por Benedicto XIV en 1917. +La renovación total de los Estudios Eclesiásticos, para recuperar y perfeccionar la mejor tradición católica en exégesis e historia, en filosofía y teología. +Sus acciones sobre la Liturgia, que le merecieron el título de «el Papa de la Eucaristía».

Aquí voy a exponer solamente tres obras de San Pío X: –La Comunión infantil. –La Comunión frecuente, y –La Derrota del Modernismo.

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I) La comunión infantil

Siempre Mons. Sarto, teniendo «los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5), estimó de un modo especial a los niños. Recordemos aquella escena del Evangelio donde dice: «Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis, que de los que son como ellos es el reino de Dios» (Mc 10,13-16). Cristo nunca quiso que su Cuerpo fuera reservado a los adultos y prohibido a los niños, a quienes amaba tanto. Y así, siendo Papa, emitió el decreto Quam Singulari (8-08-1910), del que hago un breve extracto:

«I. La edad de discreción, tanto para la confesión como para la comunión, es aquella en que el niño empieza a razonar, es decir, hacia los siete años, sea más o sea menos… III. El conocimiento de la religión que se  requiere en el niño… es que perciba los misterios de la fe necesarios con necesidad de medio, y distinga el  pan eucarístico del pan corporal y común… IV. La obligación del precepto de la confesión y comunión grava al niño… VI. Los que tienen cuuidado de los niños han de procurar con todo empeño que después de la primera comunión los mismos niños se acerquen con frecuencia a la sagrada mesa y, a ser posible, hasta diariamente, como lo desea Cristo Jesús y la madre Iglesia, y que lo hagan con aquella devoción que permite su edad» (Denzinger 3530-3536).

No da Pío X una nueva doctrina, sino que recupera la antigua ley de la Iglesia. Recuérdese la antigua costumbre de dar la comunión al niño recién bautizado, que siempre se ha mantenido vigente entre griegos y orientales; y dispuesto en un decreto del IV Concilio de Letrán (1312, can. XXI), que fue reiterado en Trento (1551, Denzinger 1659), etc.

 

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II) La comunión frecuente

Estudio el tema en este mismo blog: (281La comunión, frecuencia conveniente y efectos (29.08.14). Y allí señalo que la tendencia a demorar las comuniones eucarísticas, para prepararse bien a ellas espiritualmente, se acentuó mucho, hasta el error, con el jansenismo. Y llegó a afectar la costumbre en la Iglesia católica. Por eso, sin duda, uno de los actos de San Pío X más valiosos y que más suscitaron en los fieles el amor al Papa fue su decreto Sacra Tridentina Synodus (20-XII-1905), que en la parte dispositiva, comienza diciendo:

«1. La comunión frecuente y cotidiana… esté permitida a todos los fieles de Cristo de cualquier orden y condición, de suerte que a nadie se le puede impedir, con tal que esté en estado de gracia y se acerque a la sagrada mesa con recta y piadosa intención».

Fue indecible la alegría que esa norma causó, sobre todo en los cristianos de Misa diaria, que venían comulgando solo con la autorización del confesor y en los tiempos del Año señalados. Hubo personas de Misa diaria –entre ellas, una de mis abuelas–, que desde el día en que se publicó la nueva norma, comulgó diariamente hasta el día de su muerte.

Demos gracias a Dios y a su fiel ministro Pío X.

 

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III) La derrota del Modernismo

–San Pío X ante errores gravísimos

A pesar del gran esfuerzo de sus Predecesores en el combate contra el error y la afirmación de la verdad, los errores inficcionaron a buena parte de los «ilustrados» de la Iglesia. El siglo XIX fue un hervidero mental contra la fe católica. León XIII, como ya vimos, en la Providentissimaus (1983,40) demuestra que todos los errores contra la Escritura y los Dogmas proceden sobre todo de una falsa filosofía y del racionalismo. Recuerdo aquí los principales difusores de las tinieblas, considerados muchas veces en su tiempo como «lumbreras».

Kant (+1804) niega el realismo, encerrado en un idealismo ignorantista y egológico. Fichte (1814), Schelling (+1854) y Hegel (+1831) pretenden, cada uno a su modo, sujetar por el idealismo la religión a una filosofía subjetiva. Karl Marx (+1883) y su marxismo. Para Schleiermacher (+1889), irracional y fideísta, la fe es puro sentimiento. Sabatier (+1901) afirma el primado de la experiencia religiosa subjetiva sobre la razón y la fe objetiva. Sigmund Freud (+1939) y el psicologismoBergson (+1941) entiende la religión como una íntima experiencia de la conciencia. Y Blondel (+1949), inmanentista, confunde el orden natural y el sobrenatural, y con su impulso vital creador, entiende la verdad como «adequatio rei et vitæ» , .Y a

Y aún aún hay más errores y horrore. La Iglesia hubo de condenar el liberalismo de Lamennais (+1834), el racionalismo de Hermes (1835) y de Günter (1857), el libre examen de Renan (+1892), el modernismo de Loisy (+1940)

Todos los errores citados contienen algún punto de verdad, pero en su conjunto son pensamientos del Padre de la Mentira. El resultado es caótico. Pareciera que los pensadores europeos que abandonaron y desecharon el marco luminoso de la fe, quedaron sumidos en la oscuridad de las tinieblas. Al perder la luz de la fe, perdieron el uso de razón en referencia a las realidades fundamentales del ser humano: Dios, el hombre y la vida eterna, las que más iluminan la verdad del ser humano.

El Venerable Don José Rivera, en plan casero, nos lo explicaba con un ejemplo imposible. Si se lograra infundir espíritu humano en un perro, podría éste pensar y obrar como un  hombre, dejando de guiarse por el instinto. Pero si perdiera su adhesión a la nueva vida humana, y volviera a la animal, ya habría perdido el uso de sis instintos nativos: no sabría reconocer a su amo o su casa, no distinguiría su olfato la calidad de alimentos o aguas… Habría quedado como un animal tonto. Sin razón humana y sin instinto animal.

Es verdad. Los intelectuales apóstatas han perdido la fe, pero también el uso de razón. Dicen «Dios ha muerto», pero habrían de confesar «La Filosofía ha muerto». Si a uno de ellos se le pregunta sobre alguna cuestión que pertencezca al objeto de la Filosofía, tendrá que decir: NS – NC (no sabe – no contesta). Y dice la verdad. Ya no se cuenta con los cultivadores de la filosofía moderna. «Alardeando de sabios, se hicieron necios» (Rm 1,22). 

Nótese, sin embargo, que la Iglesia del siglo XIX pemaneció sumamente viva y expansiva, en medio de tantos adversarios, como lo demuestran sus vocaciones sacerdotales y religiosas; la práctica religiosa del pueblo; la cultura cristiana en las familias creyentes; la renovación de los estudios filosóficos, teológicos y bíblicos… y muy especialmente las muy numerosas vocaciones misioneras. Bien puede decirse que el siglo XIX es, con los primeros siglos y el XVI, el siglo de las misiones. Y el Evangelio, tan terriblemente combatido en un Occidente descristianizado, se difunde y arraiga en numerosas naciones paganas, hoy florecientes.

Vamos con San Pío X y con sus «buenos combates de la fe».

 

1903. Encíclica E Supremi Apostolatus (El Apostolado Supremo)

Es la primera encíclica de San Pío X, en la que manifiesta claramente la intención fundamental de su Pontificado:Continuar la fuerte denuncia y combate que contra los errores y los horrores de su tiempo, ya habían realizado con gran fuerza el Beato Pio IX (Qui Pluribus, 1846; Syllabus, 1864), y León XIII (Libertas Praestantissimum, 1888; Humanum Genus, 1888). Pero es él, San Pio X, de orígenes familiares y académicos modestos, quien Dios elegirá para lograr la más perfecta denuncia y la más eficaz refutación del modernismo en su formidable encíclica Pascendi (1907), que en seguida veremos.

En E Supremi Apostolatus declara su primera intención.

(3)… «estábamos aterrorizados por la deplorable situación actual de la humanidad. ¿Quién puede ignorar, en efecto, que la sociedad humana está hoy afligida, aún más que en épocas pasadas, por una enfermedad íntima y muy grave que, agravándose día a día y corrompiéndola en todas sus fibras, la lleva a la ruina? Comprendéis, venerados hermanos, lo que es esta enfermedad: el abandono y el rechazo de Dios, al que va inexorablemente asociada la ruina, según las palabras del Profeta: «Los que se alejan de ti se pierden» [Sal 72,27]…

4. «Sin embargo, como Dios quiso elevar nuestra humildad [de Obispos] a esta plenitud de poder, dirigimos nuestro corazón a «Aquel que nos consuela», y… declaramos que en el ejercicio del Pontificado tenemos un solo propósito: «Renovar todas las cosas en Cristo» [Ef 1,10], para que «Cristo sea todo y en todos» [Col 3,11]…  Al emprender y proseguir esta magnífica obra, Venerables Hermanos, la certeza de contar con todos vosotros, esforzados colaboradores, en la realización de esta empresa. Nos infunde gran ardor. Si dudáramos de esto, tendríamos que juzgaros, erróneamente, como ignorantes o indiferentes ante esta guerra nefasta que ahora y en todas partes se declara y se libra contra Dios. De hecho, contra su Creador «se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso» [Sal 2,1], y el grito de los enemigos de Dios es casi unánime: «Apártate lejos de nosotros» [Job 21,14]. Por tanto, en la mayoría de las personas la reverencia hacia el Dios eterno se ha extinguido por completo, y en la conducta tanto pública como privada, no se tiene en cuenta el principio de Su voluntad suprema. De hecho, con todas nuestras fuerzas y todos los artificios tendemos a suprimir por completo incluso la memoria y la noción de Dios.

(5). «Quien considere esto, debe temer también que esta perversión de las almas sea una especie de anticipo de los males que se prevén para el fin de los tiempos; y que “el hijo de perdición", del que habla el Apóstol [2Tes 2,3], no pise ya estas tierras. ¡Con gran audacia, con tanta furia, se ataca en todas partes la piedad religiosa, se cuestionan los dogmas de la fe revelada y se intenta obstinadamente suprimir y borrar toda relación entre el hombre y Dios! Y en efecto, con una actitud que según el mismo Apóstol es propia del “Anticristo", el hombre, con una temeridad sin precedentes, tomó el lugar de Dios, elevándose “por encima de todo lo que lleva el nombre de Dios"; hasta el punto de que, aunque no puede extinguir completamente la noción de Dios en sí mismo, rechaza sin embargo su majestad y se dedica a sí mismo este mundo visible, como un templo, y se ofrece a la adoración de los demás. “Se sienta en el templo de Dios mostrándose como si fuera Dios” [2Tes 2,2 ]…

Hoy se dan todos esos males, y en un grado y extensión mucho mayores. Razón por la cual ya no se predica casi nunca la verdad de estas realidades diabólicas. Así lo exige la mundanización buenista, que impera como virtud en no pocos Pastores y creyentes.

 

El modernismo, como conjunto de todos los errores y herejías, es sinuosamente ambiguo. Aborreciendo los conceptos precisos, y evitando toda exposición sistemática –por principio evolucionista, anti-escolástico; por impulso vitalista y sentimental, y por tanto irracional; y también por astuta cautela, para poder seguir destruyendo desde dentro el edificio de la Iglesia–, se expresa en formas ambiguas, a veces más literarias que filosóficas,

Tampoco el modernismo se organiza socialmente, como hace notar Sabatier:

«El modernismo no es ni un partido ni una escuela: es una orientación [un espíritu]. Sería algo muy delicado querer indicar los signos característicos por los que se reconoce a sus adherentes. ¡Son tan distintos unos de otros! Junto al exegeta, el historiador y el sabio, se ve al puro y simple demócrata. Al lado del poeta está el humilde sacerdote obrero. Junto al obispo se halla el simple seminarista. Y, no obstante, a pesar de todas esas diferencias de situación, de preocupaciones y de vocación, se reconocen entre sí. En ningún lugar hay listas hechas o alguna señal de adhesión: y, sin embargo, se adivinan y se acercan entre sí, y forman un solo corazón y una sola alma».

El Papa San Pío X combate contra el modernismo con la fuerza del Espíritu Santo. No habiendo tenido una formación académica especialmente notable, muestra en el tiempo de su pontificado (1903-1914) una lucidez intelectual difícilmente superable. Pío X cree firmísimamente en la fe católica, que él ejercita al modo divino, es decir, según la virtud de la fe, perfeccionada en su ejercicio por los dones intelectuales del Espíritu Santo –ciencia, consejo, entendimiento, sabiduría–. Él cree en el verdadero poder de conocimiento que tiene la razón, y aún más la razón sobrenaturalmente elevada por la fe. Cree con el realismo propio del sentido común; cree en los Evangelios, y en su historicidad e inerrancia, que por la inspiración, proceden del Autor divino. De Pío X dijo el Cardenal belga Mercier (1851-1926), rector de Lovaina:

«Si al nacer Lutero o Calvino, la Iglesia hubiera contado con pontífices del temple de Pío X ¿habría logrado la Reforma apartar de Roma a un tercio de la Europa cristiana? Pío X salvó a la cristiandad del peligro inmenso del modernismo, es decir, no de una herejía, sino de todas las herejías a la vez». Y lo hizo sobre todo por el decreto Lamentabili del Santo Oficio y por las enseñanzas y normas de la formidable encíclica Pascendi; sobre los errores de los modernistas.

El decreto Lamentabili (1907)

Dos teólogos presentaron al Cardenal Richard, arzobispo de París, un elenco de proposiciones erróneas. Con esa oportuna base se formó el decreto Lamentabili, que contiene sesenta y cinco proposiciones modernistas, de las cuales cincuenta proceden de textos de Loisy y el resto de Tyrrel y Le Roy.

El sacerdote Alfred Loisy (1875-1940), que conoció a Ernest Renan, se formó y enseñó en el Instituto Católico de París, especializado en lengua hebrea y Antiguo Testamento. A causa de su modernismo fue destituido en 1893, y excomulgado en 1908. Todas sus obras fueron puestas en el Índice en 1932.

El decreto Lamentabili, ante el auge del modernismo, pretendió lo mismo que el Syllabus de Pío IX (1864): defender al pueblo cristiano de los innumerables errores que invadían crecientemente Facultades teológicas, Seminarios, parroquias, librerías religiosas.

El decreto condena en primer lugar la emancipación de la exégesis respecto del Magisterio apostólico (1-8); pues una exégesis que ignora totalmente el Magisterio necesariamente viene a ser errónea. Afirma la inspiración y la inerrancia de la Sagrada Escritura (9-19). Enseña la doctrina auténtica de la Revelación expuesta en los dogmas (20-26), especialmente la fe en Cristo (27-38), los sacramentos (39-51), la Iglesia (52-57) y la inmutabilidad de las verdades religiosas (58-65).

La última proposición condenada dice: «El catolicismo actual no puede conciliarse con la verdadera ciencia, si no se transforma en un cristianismo no dogmático, es decir, en un protestantismo amplio y liberal» (65). Es, pues, evidente que protestantismo liberal y modernismo son hermanos. Destaco algunas proposiciones:

(9) Son ignorantes los que «creen que Dios es verdaderamente autor de la Sagrada Escritura». (14) «En muchas narraciones, los evangelistas no refirieron tanto lo que es verdad, cuanto lo que creyeron más provechoso para los lectores, aunque fuera falso».

(20) «La revelación no pudo ser otra cosa que la conciencia adquirida por el hombre de su relación con Dios». (23) «Puede existir y de hecho existe oposición entre los hechos que se cuentan en la Sagrada Escritura y los dogmas de la Iglesia que en ellos se apoyan». (29) «El Cristo que presenta la historia es muy inferior al Cristo que es objeto de la fe». (35) «Cristo no tuvo siempre conciencia de su dignidad mesiánica». (36) «La resurrección del Salvador no es propiamente un hecho de orden histórico, sino un hecho […] que la conciencia cristiana derivó paulatinamente de otros hechos». (38) «La doctrina sobre la muerte expiatoria de Cristo no es evangélica».

(52) «Fue ajeno a la mente de Cristo constituir la Iglesia como sociedad que había de durar siglos». (56) El primado de la Iglesia Romana se formó «no por ordenación de la divina Providencia, sino por circunstancias meramente políticas». (58) «La verdad no es más inmutable que el hombre mismo, pues se desenvuelve con él, en él y por él».

Sabemos que actualmente, estos errores graves, señalados y condenados hace cien años, actualmente, por obra de algunos teólogos y Altas autoridades eclesiásticas, en no pocas Iglesias locales de Occidente, son hoy más profesados que ciertos dogmas de la fe católica. Lo que manifiesta en forma cierta que hoy la Iglesia mantiene exteriormente en su unidad un gran número de comunidades cristianas cismáticas.

 

La encíclica Pascendi Dominici Gregis(1907)

Sobre las doctrinas de los modernistas

–La encíclica Pascendi (8-IX-1907, Dz 3475-3500), vino a ser en San Pío X, respecto al decreto Lamentabili,lo que fue en el Beato Pío IX la encíclica Quanta cura (1864)en relación al Syllabus (1864): un desarrollo argumentado de una lista de proposiciones heréticas. Su valor principal está en que combate –La encíclica Pascendi (8-IX-1907, Dz 3475-3500), vino a ser respecto al decreto Lamentabili lo mismo que la encíclica Quanta cura en relación al Syllabus (1864): un desarrollo amplio y argumentado de una lista escueta de proposiciones condenadas. La principal virtud, pues, de esta encíclica está en haber dado formulación precisa y sistemática a las gravísimas herejías del modernismo, un conjunto informe de herejías deliberadamente oscuro, confuso y equívoco. Advierte la encíclica en su inicio que «cada modernista presenta y reúne en sí mismo una variedad de personajes… el filósofo, el creyente, el apologista, el reformador», etc. Sintetizo la Pascendi.

–El filósofo modernista es agnóstico-ignorantista, pues «la razón humana está rigurosamente encerrada en el círculo de los fenómenos» (4). Por el principio de la inmanencia, la verdad, la revelación, «no puede buscarse fuera del hombre, sino en su interior», de modo que «la fe reside en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino» (5). La religiosidad es, pues, un «puro desarrollo del sentimiento religioso» (8). Y el sentimiento, elaborado por la inteligencia sobre él, forma «el dogma» (9).

–La teología modernista enseña, por tanto, que los dogmas son «símbolos, imágenes de la verdad, y que,  por tanto, han de acomodarse al sentimiento religioso, que es cambiante (10). «No sólo puede desenvolverse y cambiar el dogma, sino que debe». Deben los dogmas evolucionar y cambiar si «han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento religioso» (11). Por otra parte, deben tenerse «por verdaderas todas las religiones», pues el sentimento religioso es común, aunque diverso, en todos los pueblos (13).

–El exegeta modernista entiende que los Libros sagrados son «una colección de experiencias [religiosas], no de las que están al alcance de cualquiera, sino de las extraordinarias e insignes, que suceden en toda religión» (21). Dios habla por ellos al creyente, pero sólo «por la inmanencia y permanencia vital» (21). La Biblia es, pues, «una obra humana compuesta por los hombres para los hombres» (21). «Si se encuentra algo que conste de dos elementos, uno divino y otro humano, lo humano vaya a la historia, lo divino a la fe. De aquí la conocida división [del protestantismo liberal y de los modernistas] del Cristo histórico y el Cristo de la fe» (28).

El reformador modernista propugna cambios profundos en la filosofía, que ha de acomodarse «a la filosofía moderna, la única verdadera y la única que corresponde a nuestros tiempos» (37). La evolución es un principio vital inexorable y universal. «Si, pues, no queremos que el dogma, la Iglesia, el culto sagrado, los libros que reverenciamos como santos, y aún la misma fe, languidezcan con el frío de la muerte, deben sujetarse a las leyes de la evolucióni» (25). Tomando la filosofía moderna como fundamento, es como ha de «renovarse la teología». Y el mismo criterio ha de aplicarse a dogmas, catequesis, culto sagrado, régimen de la Iglesia, doctrina moral, vida sacerdotal, en la que debe suprimirse el celibato obligatorio (37). «La Iglesia nace de la colectividad de las conciencias [de los discípulos de Cristo], y de igual manera la autoridad [en ella] procede vitalmente de la misma Iglesia»; no son de institución divina (22). Consecuentemente, como «el magisterio nace de las conciencias individuales, depende de las mismas conciencias y, por lo tanto, debe someterse a las formas populares» (24).

Todo esto muestra claramente que el modernismo es «un conjunto de todas las herejías» (38), pues todas y cada una de las verdades de la fe católica, aunque se conserven de palabra con fórmulas deliberadamente ambiguas, quedan falsificadas –por el agnosticismo, –por el egologismo idealista, –por el inmanentismo sentimental, vitalista y experiencial, –y por el evolucionismo; principios filosóficos que, realmente, hacen de los modernistas unos verdaderos enfermos mentales: cristianos que al perder la fe, han perdido la razón, y se han suicidado intelectual y moralmente. Como era previsible: corruptio optimi pessima.

 

–Causas del modernismo

Entre las causas del modernismo señala el Papa como principal «la perversión de la inteligencia», la basura filosófica, en otras palabras. A ella se añaden «la curiosidad y el orgullo». Y a esos dos vicios agrega también como causa la ignorancia: «quieren pasar por doctores de la Iglesia», y reformarlo todo, mientras que desconocen las maravillas de la filosofía y de la teología coherentes con las verdades católicas (42).

La Pascendi muestra claramente que el modernismo es «un conjunto de todas las herejías» (38), pues todas y cada una de las verdades de la fe católica, aunque se conserven a veces de palabra con fórmulas deliberadamente ambiguas, quedan falsificadas –por agnosticismo, –por idealismo egologico idealista, –por inmanentismo sentimental, vitalista, experiencial, –por el evolucionismo, etc. Principios filosóficos tan podridos, hacen de los modernistas unos verdaderos enfermos mentales. Son cristianos que al perder la fe, han perdido el recto uso de la razón, al menos en ciertos campos, y que así se han suicidado intelectual y moralmente. Como era previsible: corruptio optimi pessima. «Alardeando de sabios, se hicieron necios» (Rm 1,22)… Precisando: no son sabios, inteligentes, pero si son listos.

 

–Tácticas del modernismo

El Padre de la Mentira, que quita a los suyos la verdad, les da en cambio la astucia: son listos. Sus tácticas son a un tiempo obscuras y patentes. Ridiculizan y desconocen «el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Padres y la tradición, el Magisterio eclesiástico». Y «es tanta su actividad y tan incansable su trabajo, que da verdadera tristeza ver cómo se consumen con intención de arruinar la Iglesia» (42).

«Para hacer despreciable y odiosa a la mística Esposa de Cristo, que es la luz verdadera, los hijos de las tinieblas acostumbran atacarla en público con absurdas calumnias: la llaman enemiga de la luz y del progreso de las ciencias». Y atacan también, lógicamente, «con extremada malevolencia y rencor, a los varones católicos que luchan valerosamente por la Iglesia… Les acusan de ignorancia y terquedad… y procuran quitarles eficacia social oponiéndoles la conjuración del silencio». Si condena la Iglesia la obra de alguno de sus autores, «no sólo lo alaban en público, sino que  llegan a tributarle casi la veneración de mártir de la verdad» (43).

Merece la pena leer completos estos números de la encíclica (41-44), tanto por la descripción exacta de la acción de los modernistas, como para reconocer hoy esa misma hostigación, que actúa del mismo modo que en los tiempos de Pío IX, León XIII y Pío X.

 

–Combatirlos es un grave deber

Así lo hizo Cristo –con los fariseos, por ejemplo: «raza de víboras» (Mt 23,33); «ni entráis en el Reino, ni dejáis entrar en él a los que quieren» (23,13)–- Así lo hicieron en la historia de la Iglesia siempre los Pastores y Doctores santos. Así se hizo en la reforma gregoriana y en la tridentina. Así lo exhorta San Pablo: «Combate los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12), y así lo hizo él: «He combatido el buen combate» (2Tim 4,7). Así lo hizo San Pío X.

Exigió vigilancia sobre la ortodoxia a todos los responsables de las diversas comunidades cristianas, especialmente a los Obispos y Superiores religiosos (45). Dispuso el saneamiento de los estudios eclesiásticos, reafirmando la tradición filosófica y teológica de la Iglesia (46). Dio normas eficaces para la elegir buenos Guías, y para «destituir a los que descubierta o encubiertamente favorecen el modernismo» (49). Exigió a editoriales y librerías cumplir fielmente lo que es propio de su misión (50-53). Dispuso que hubiera en cada Diócesis una «comisión doctrinal» integrada por católicos  fieles y competentes (54). A todo lo cual añadía siempre San Pío X el mayor poder, el de la oración suplicante al Dios de toda verdad y a su más potentes intercesores del cielo y de la tierra. 

Los más adictos al modernismo, aun permaneciendo a veces en sus convicciones, hubieron de batirse en retirada. Por ejemplo, el propio Alfred Loisy, ya fuera de la Iglesia, declaraba:

«La encíclica de Pío X fue impuesta por las circunstancias. El Pontífice dijo la verdad al declarar que no podía guardar silencio sin traicionar del depósito de la doctrina tradicional. Al punto al que han llegado las cosas, su silencio habría sido una enorme concesión, el reconocimiento implícito del principio fundamental del modernismo: la posibilidad, la necesidad y la legitimidad de una evolución en la manera de entender los dogmas eclesiásticos, incluidos los de la infalibilidad y autoridad pontificia, así como las condiciones de ejercicio de esa autoridad… La encíclica Pascendi no es más que la expresion total, inevitablemente lógica, de la enseñanza recibida en la Iglesia desde fines del siglo XIII». Más bien mantenida por la Iglesia, siempre fiel a sí misma, desde el siglo I, fundamentada en Escritura, Tradición y Magisterio apostólico.

El Juramento antimodernista, tres años después de la Pascendi, viene establecido por San Pío X en el motu proprio Sacrorum antistitum (1-IX-1910), que enumera y afirma una tras otra todas las verdades fundamentales de la fe, especialmente las negadas por los modernistas. Todos los clérigos con cura de almas, y con especial solemnidad aquellos más dedicados a la docencia, quedaban obligados a profesar y firmar el juramento antimodernista. Fue un instrumente eficaz para restaurar en la Iglesia la unidad verdadera en la fe católica. De su texto destaco un par de proposiciones fundamentales.

–«Profeso que la fe no es un sentimiento ciego de la religión, que brota de los escondrijos de la subconciencia… sino un verdadero asentimiento del entendimiento a la verdad recibida de fuera por el oído», mediante el ministerio apostólico. – «Repruebo el error de quienes afirman que la fe propuesta por la Iglesia puede repugnar a la historia, y que los dogmas católicos, en el sentido en que ahora son entendidos, no pueden conciliarse con los más exactos orígenes de la religión cristiana»… «como si fuera lícito al historiador sostener lo que contradice la fe del creyente». Por ejemplo, que uno es el Jesús histórico y otro muy distinto el Cristo de la fe, idealizado por las primeras comunidades cristianas y descrito en los Evangelios.

San Pío X venció al modernismo, lo mató. Hizo contra esa síntesis de todas las herejías lo que obviamente había que hacer. No obstante, medio siglo después, ya que «el muerto» da señales de vida, Pío XII ha reitera el combate en la encíclica Humani Generis (1950), Sobre las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica. Describe y refuta las enseñanzas falsas de la «teología nueva», una formulación renovada del modernismo. Logra la Iglesia en esos años una cierta estabilidad en ortodoxia y ortopráxis. El concilio Vaticano II mantiene la fe católica en grandes documentos, todos ellos firmados casi unánimemente por los Padres conciliares, también por Mons. Lefebvre.

 

Pero en el post Concilio…

Seguiré, Dios mediante, considerando temas que nos ayuden a vivir, orar y obrar en el tiempo presente de la Santa Iglesia… Reforma o apostasía. Y por último hoy:

“Aunque al presente vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,19-20). En consecuencia, mía es la voluntad de Cristoprovidente sobre la historia y el presente. Nada es abrumador en la medida en que vivimos en Cristo y estamos conformes con Él. León Bloy, escritor converso, decía: «Todo lo que sucede es adorable».

Romanos 8,28. Paz y bien. 

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o Apostasía

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