(714) Variaciones del poder del Demonio. –Edad Moderna, s. XIX. –León XIII

León XIII, por Fabio Cipolla (1852-1935)

León XIII, Gioacchino Peci (1818-1903)

Nació cerca de Roma, hijo del conde Peci, y fue el sexto de siete hijos. Formado en el colegio jesuita de Viterbo hasta 1824, estudió teología en el Collegium Romano (1824-1832). Desde joven dio muestras de su fiel vida cristiana y de su valor como humanista, latinista, escritor y teólogo. En 1843 fue consagrado Obispo de Damieta. Sirvió a la Iglesia como Nuncio en Bruselas, y como arzobispo de Perusa. Fue elegido Papa en 1878.

 

–Papa León XIII, bendición para la Iglesia, y maldición contra el diablo y sus mentiras

Casi todas las mentiras del Demonio, que en su tiempo iban penetrando primero poco a poco y finalmente en maneras públicas y prepotentes, y que actualmente están causando una gran descristianización del Occidente, fueron ya denunciadas y rebatidas por el gran papa León XIII, en un gran número de encíclicas. Resumo algunas de ellas especialmente notables.

 

–El Espíritu Santo en la Iglesia y en cada cristiano

1897: León XIII, encíclica Divinum Illud Munus. Sobre la presencia y virtud admirable del Espíritu Santo

Obra grandiosa, que publicó, ya muy anciano, con apasionada voluntad y esperanza de que creciera en la Iglesia el conocimiento del Espíritu Santo y de su obra santificadora… A quien quiera predicar o escribir algo sobre el Espíritu Santo –la Iglesia, la liturgia, los siete dones, la inhabitación, la perfección espiritual, imposible sin los dones, que perfeccionan el ejercicio de las virtudes, etc.– le recomiendo que visite antes con devoción el templo sagrado de la Divinum illud munus.

(6)… Por obra del Espíritu Divino tuvo lugar no solamente la concepción de Cristo, sino también la santificación de su alma, llamada unción en los Sagrados Libros (Hch 10,38), y así es como toda acción suya se realizaba bajo el influjo del mismo Espíritu [S. Basilio, De Sp S 16], que también cooperó de modo especial a su sacrificio, según la frase de San Pablo: «Cristo, por medio del Espíritu Santo, se ofreció como hostia inocente a Dios» (Heb 9,14). Y de esa unción de Jesucristo, en forma de virtudes, dones, carismas y gracias diversas, participamos en su propio Cuerpo místico los cristianos.

 

–La libertad y el liberalismo

1888: León XIII, encíclica Libertas Praestantissimum. Sobre la libertad y el liberalismo

(1)… «Jesucristo, liberador del género humano, que vino para restaurar y acrecentar la dignidad antigua de la Naturaleza, ha socorrido de modo extraordinario la voluntad del hombre y la ha levantado a un estado mejor, concediéndole, por una parte, los auxilios de su gracia y abriéndole, por otra parte, la perspectiva de una eterna felicidad en los cielos… Son, sin embargo, muchos los hombres para los cuales la Iglesia es enemiga de la libertad humana. La causa de este perjuicio reside en una errónea y adulterada idea de la libertad…

(2) «Nos hemos hablado ya en otras ocasiones, especialmente en la encíclica Immortale Dei [1885], sobre las llamadas libertades modernas, separando lo que en éstas hay de bueno de lo que en ellas hay de malo…

(4) «Ahora bien: así como ha sido la Iglesia católica la más alta propagadora y la defensora más constante de la simplicidad, espiritualidad e inmortalidad del alma humana, así también es la Iglesia la defensora más firme de la libertad. La Iglesia ha enseñado siempre estas dos realidades y las defiende como dogmas de fe. Y no sólo esto.

«Frente a los ataques de los herejes y de los fautores de novedades, ha sido la Iglesia la que tomó a su cargo la defensa de la libertad y la que libró de la ruina a esta tan excelsa cualidad del hombre.  La historia de la teología demuestra la enérgica reacción de la Iglesia contra los intentos alocados de los maniqueos y otros herejes. Y, en tiempos más recientes, todos conocen el vigoroso esfuerzo que la Iglesia realizó, primero en el concilio de Trento y después contra los discípulos de Jansenio, para defender la libertad del hombre, sin permitir que el fatalismo arraigue en tiempo o en lugar alguno».

Pocas realidades del hombre amontonan tantos errores en este mundo como la libertad de la voluntad. Según tiempos, lugares y culturas la «libertad» se entiende como una voluntad sin límites, abandonada a sí misma, o bien sujeta a determinismos psicosomáticos o fatalismos pretrazados por los dioses,

Lutero, partiendo de la corrupción total del hombre por el pecado original, abomina tanto de la razón como de la libertad de la voluntad. «La razón es la grandísima puta del diablo, una puta comida por la sarna y la lepra» (etc., así cinco líneas más). Y por la misma causa, niega en su verdad la libertad del hombre (1525, De servo arbitrio), estimando que «lo más seguro y religioso» sería que el mismo término «libre arbitrio» desapareciera del lenguaje. Como lógica consecuencia, niega también la necesidad de las buenas obras para la salvación.

Para cuántos luteranos, liberales, socialistas y comunistas, mayo francés del 68, ciertos líderes católicos, adictos a pestíferas filosofías de moda, el animalismo o lo que sea, deforman horriblemente la realidad del ser humano, que precisamente es creado, a diferencia de todas las demás criaturas, a «imagen de Dios», dotado por tanto de una voluntad libre.

Háganme caso. Si quienes viven en la perdición intelectual que he aludido, quieren saber qué es la libertad humana, busquen en el Cristianismo, y concreto el consejo: lean la encíclica de León XIII Libertas Praestantissimum, tan sencilla como totalmente verdadera. Con la gracia del Dios vivo y verdadero, y el poco uso de razón que les quede, pasarían de las tinieblas a la luz.

 

–La Masonería

1888: León XIII, encíclica Humanum Genus. Condenación del relativismo filosófico y moral de la masonería.

Con precedentes en ciertos gremios y sociedades secretas, la Masonería se inició en Londres (1717), y alcanzó con el tiempo una gran extensión internacional. Desde el principio dio muestras de que sus principios y obras eran incompatibles con la Iglesia Católica –no con las comunidades protestantes–. Ya el papa Clemente XII reprobó la Masonería en la bula In eminenti apostolatus (1738). Y entre 1751 y 1846, otros seis Papas reiteraron la condenación de la Masonería, como asociación secreta contraria a la Iglesia.

La encíclica anti-masónica de León XIII, Humanum genus (1884), prolonga, pues, una doctrina ya tradicional en el Magisterio apostólico de la Iglesia. Sin embargo, destaca este documento sobre sus precedentes por la calidad persuasiva de su argumentación –la propia de los documentos de León XIII–, y también por las muy graves circunstancias en las que se produjo. La Toma de Roma en 1870, en una acción violenta monitoreada precisamente por la Masonería, pone fin al reinado temporal de los Papas sobre los Estados Pontificios, y éstos fueron incorporados al Reino de Italia, presidido por el rey Victor Manuel II, de la Casa de Saboya.

Quedó el Papa con el micro Stato della Città del Vaticano. Y los católicos italianos, renovados de un modo brusco y radical, sufrieron unos cambios de marcos político-sociales tan bruscos y radicales. Gran parte de los principios secularizantes y ateizantes denunciados en el Syllabus (1864) formaban parte en el nuevo Reino de Italia del pensamiento y acción de la Masonería. Y los fieles católicos italianos –y los de otras naciones afines– necesitaban conocer bien las intenciones del Maligno, para resistirlas y combatirlas eficazmente. Y esto es lo que impulsó a León XIII a publicar la encíclica Humanum Genus (1888), que se inicia con un planteamiento muy fuerte:

 «La raza humana, después de que “por envidia de Lucifer” se rebelara desgraciadamente contra Dios, creador y dador de dones sobrenaturales, quedó dividida en dos bandos diferentes y hostiles; uno de los cuales lucha incesantemente por el triunfo de la verdad y el bien, el otro por el triunfo del mal y del error.

«El primero es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo…. El segundo es el reino de Satanás, y sus súbditos son aquellos que siguen los ejemplos desastrosos de su líder. y de sus antepasados comunes, rehúsan obedecer la ley eterna y divina, y aprenden muchas cosas sin importarles de Dios, muchas contra Dios. Estos dos reinos, semejantes a dos ciudades que con leyes opuestas van a fines opuestos… como describió a Agustín… con estas breves y profundas palabras: “Dos ciudades nacieron de dos amores; la terrenal del amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, la celestial desde el amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo (De Civit. Dei , lib. XIV, c. 17)…

«En nuestros tiempos, los partidarios de la ciudad malvada, inspirados y ayudados por esa sociedad, que está ampliamente difundida y fuertemente organizada, y que toma el nombre de Sociedad Masónica, parecen estar todos conspirando juntos e intentando las pruebas finales. Porque sin ocultar más sus designios, se levantan con extrema audacia contra la soberanía de Dios; trabajan pública y abiertamente para arruinar a la Santa Iglesia, con la intención de privar completamente, si es posible, a los pueblos cristianos de los beneficios traídos al mundo por Jesucristo nuestro Salvador…

«En tan grave riesgo, en tan feroz y encarnizada guerra contra el cristianismo, es nuestro deber mostrar el peligro, señalar a los enemigos y resistir lo más que podamos a sus designios y artes, para que las almas que Nos han sido confiadas no se pierdan eternamente- Y el reino de Jesucristo, confiado a Nuestra protección, no sólo permanece intacto, sino que a través de nuevas y continuas adquisiciones, se expande a todas partes de la tierra».

La Humanum genus León XIII, en la nueva situación, pretende confortar a los católicos por la fe y doctrina de la Iglesia sobre las cuestiones más importantes: la existencia de Dios Creador –bien diferente del Arquitecto supremo masónico–, origen que fundamenta toda autoridad, también la civil, como nos es revelado: «No hay autoridad que no provenga de Dios» (Rm 13,1); el matrimonio católico, el derecho de la Iglesia a la enseñanza escolar y académica, la independencia de la Iglesia y sus derechos dentro de la sociedad civil, etc.

–La justicia social

1891: León XIII, encíclica Rerum Novarum. Sobre la situación de los obreros  

La encíclica Rerum novarum (De las cosas nuevas) es la trigésimo octava encíclica de León XIII, dos años antes de morir, y la primera encíclica social de la Iglesia católica… Pretendía ante todo mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Era preciso que muchas de las nuevas cuestiones provocadas por la Revolución Industrial, fueran iluminadas y propugnadas por doctrinas y cambios verdaderas y prudentes, y que se reprobaran ciertas doctrinas falsas que trastornaban y engañaban a la sociedad.

Pretendía también León XIII frenar la muy lamentable distanciación que, bajo la presión de ideas revolucionarias y demagógicas, se había ido produciendo entre los obreros y su Madre la Iglesia. Los graves problemas sociales que se estaban viviendo debían solucionarse fundamentalmente en colaboración de obreros y patronos empresariales, el Estado y los economistas y sociólogos. Sólo así, en forma pacífica e inteligente, podrían conseguirse mejoras notables en la situación de los trabajadores, en la justicia social y en la misma industria y economía. La encíclica afirmaba la competencia del magisterio de la Iglesia en cuestiones sociales, colaborando así al bien común y a la verdad y prudencia de las acciones políticas propias del Estado (normativas relacionadas con salarios, limitación de horarios y jornadas laborales, vivienda, higiene, seguridad, descanso dominical, etc.).

El Papa, ante todo, dejó bien claro que la crisis social que atravesaba Europa procedía fundamentalmente de la debilitación y el abandono de la fe. Disueltos en el siglo anterior los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, descuidando las instituciones públicas el bien de los obreros, y escasamente asistidos éstos por la predicación de la Iglesia, se fue debilitando en la clase trabajadora el buen espíritu cristiano tradicional en ella. En ella se estaban difundiendo el mal espíritu de un socialismo primitivo, duro y salvaje, y también las mentiras sutilmente difundidas por la masonería.

León XIII, ya muy anciano, dos años antes de morir, en la gran encíclica Rerum Novarum, supo enfrentar esta oscura situación, tan penosa para los obreros y para la Iglesia, con un texto fundamental en la doctrina social de la Iglesia. Su influjo, con la gracia de Dios, suscitó en los medios católicos una reacción muy positiva, que se produjo en forma de Asociaciones, Cooperativas, Obras asistenciales de todas clases, que vinieron a formentar grandes mejoras en la vida de la «clase trabajadora», y lo que es muy importante, suscitó en los católicos economistas, empresarios y políticos un cambio de mentalidad en doctrina y en acciones de justicia y de caridad.

La Rerum novarum, al ser verdadera y prudente, pervive en el desarrollo del Magisterio social católico, como se comprueba en las grandes obras doctrinales posteriores. Por ejemplo, una parte notable del magisterio de Pío XII; el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 36; Apostolicam Actuositatem 8; 14); las encíclicas de Juan XXIII (Mater et Magistra, 1961), Pablo VI (Populorum Progressio 1967), Juan Pablo II (Laborem exercens, 1981).

 

–El gran combate contra el demonio

León XIII vio demonios y oyó sus blasfemias. El 13 de octubre de 1884, después de celebrar la Misa en su capilla privada del Vaticano, se detuvo al pie del altar y quedo sumido en una realidad que solo él veía. Según el P. Domenico Pechenino, que declaró este suceso como testigo presencial, su rostro tenía una expresión de horror. Cuando se repuso, dijo a los que le acompañaban: «¡Qué imágenes tan terribles se me ha permitido ver y escuchar!». Y se encerró a solas en su oficina privada. Cuando volvió de su estudio, dijo a los que le esperaban:

«Vi demonios y oí sus crujidos, sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz de Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía destruir la Iglesia y llevar todo el mundo al infierno si se le daba suficiente tiempo y poder. Satanás pidió permiso a Dios de tener 100 años para poder influir al mundo como nunca antes había podido hacerlo». Vió también a San Miguel Arcángel, que arrojó a Satanás con sus legiones al infierno.

Después de un rato, llamó al Secretario para la Congregación de Ritos, y le entregó una hoja de papel en la que había escrito una oración, para que la enviara a todos los obispos del mundo, indicándoles que, bajo mandato, tenía que ser rezada después de cada misa. Y así se hizo hasta el concilio Vaticano II: unos 80 años. La oración decía así:

Oración a San Miguel: San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

–El combate de Cristo y de su Iglesia contra el Demonio, Príncipe de este mundo

El combate apostólico del papa León XIII nos muestra que todavía en el siglo XIX se creía en el demonio. Y que no predominaba el “buenismo pacifista" en la relación de la Iglesia con el Mundo pecador… Todavía se entendía el combate de la Iglesia con el mundo al modo de Cristo: “No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino la espada” (Mt 10,34).

Es la enseñanza que fielmente transmitía San Pablo, cuando describe la armadura de Dios: no es nuestra lucha contra hombres de carne y hueso, sino contra el diablo (Ef 6,10-20). Es lo que siempre predicaron los Santos Padres (Las dos ciudades, San Agustín). Es el mismo combate que San Ignacio de Loyola revela en la meditación de Las dos banderas (Ejercicios espirituales,135-147).

Partiendo de ese entendimiento de la vida cristiana, se encarecían siempre «los buenos combates de la fe» (2Tim 4,7), y en ellos, lógicamente, se acentuaba la necesidad principal de la oración para lograr la victoria (por ejemplo, la Batalla de Lepanto, 1571). Por el contrario, el modo actual más frecuente de diagnosticar y combatir los males del mundo y de la Iglesia es muy escasamente fiel al Evangelio y a la Tradición, y en consecuencia lleva necesariamente a una serie de continuas derrotas de la Iglesia, cada vez más graves. La mundanización de partes de la Iglesia conduce a esas partes derechamente a la apostasía. Lo prueba la realidad actual.

León XIII, libre del buenismo falso y siempre perdedor, tras describir los males de su tiempo con total verismo, afirma que de tal modo «han hundido la sociedad contemporánea», que «ante circunstancias tan nefastas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino» (Quamquam 1). Los poderes enormes del Príncipe del Mundo en la batalla, no serán vencidos por quienes vayan al combate armados de un palo, una navaja y un tirachinas.

Ignoro yo por qué causas se entendió en la Iglesia que convenía terminar con la obligación de rezar al final de la Misa la Oración a San Miguel. ¿Porque se pensaba que, ya con las reformas del Concilio, habían disminuido los ataques? Ciertamente no.  Todos los datos que nos llegan de informantes fidedignos dicen que sucede justamente lo contrario: que esos ataques diabólicos se han acrecentado en el tiempo postconciliar… ¿O será más bien porque se piensa que el Demonio es una personalización del mal en general, pero que no existe ni actúa?… Pero ya sabemos que es de fe la existencia del Demonio, de fe formalmente revelada en la Sagrada Escritura, y enseñada siempre por el Magisterio apostólico.

–Permítame. ¿Y la supresión de la oración a San Miguel en la Misa, tan lamentable, no habría sido una de las podas del aggiornamento del Vaticano II? –Va a ser que sí. Del propio Concilio, no. Pero sí de sus organismos derivados. Concretamente la broma fue de la Sagrada Congregación para los Ritos y el Consilium  en la Instrucción Inter Oecumenici, sobre la exacta aplicación de la constitución litúrgica (26-09-1964). La Instrucción describe la Misa paso a paso, y en el nº 166, dice así: «Después el sacerdote venera el altar con un beso, como al comienzo. Seguidamente, hecha inclinación profunda con los ministros, se retira». Simplemente no menciona la oración final a San Miguel. Así fue la cosa, fue suprimida por omisión, y de hecho así se entendió. 

 

–La devoción a San José

1889: León XIII, encíclica Quamquam Pluries (Aunque muchas veces) sobre La devoción a San José.

Publicó León XIII esta su encíclica trigésimo tercera, viendo que en el mundo de su tiempo sufría la Iglesia una gran prueba, tan grave que necesitaba auxilios divinos muy especiales. Con este fin exhortó a pedir una especial ayuda a San José –recientemente proclamado por Pío IX Patrono Universal de la Iglesia–, pues él, con la Virgen María, es ante Dios el máximo intercesor en favor del pueblo cristiano.

(1)… «Venerables Hermanos, ustedes conocen los tiempos en los que vivimos; son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia. Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con los pensamientos y costumbres más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad. Estas cosas son, en efecto, tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres. Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino

(2) … «Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia» son muchas y profundas… Él es el esposo de María y padre putativo de Jesús… De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a San José, le obedeciera y le diera aquel honor y reverancia que los hijos deben a sus propios padres… Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño… Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia… Es por tanto conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces tutelaba santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.

(6)… «Disponemos, pues, que durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, se añada una oración a San José… y que esta costumbre sea repetida todos los años». Al mismo tiempo considera «una práctica santa y laudable consagrar el mes de marzo al honor del Santo Patriarca».

La oración a San José, en cuatro párrafos, es ofrecida al final del documento pontificio. Reproduzco solamente la petición fundamental de la misma:

«Aleja, [San José], padre amadísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas. Y como libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las insidias hostiles y de toda adversidad».

* * *

Grande y santa es la memoria del papa León XIII, que murió en 1903, a los 93 años de edad. Y termino de recordarlo, señalando su buen humor, expresado en esta anécdota [que hace unos 50/60 años leí o me contaron.!..] Al cumplir León XIII los 90 años, se celebró en la Santa Sede una fiesta asistida por un gran número de notables. El embajador alemán, cuando se acercó a saludarle, le dijo: «Santidad, que Dios le conceda llegar a los cien años». A lo que el Papa, sonriendo, le respondió: «Por favor, no ponga usted un límite a la Providencia divina».

 

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o Apostasía

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