(710) Variaciones del poder del Demonio. -Edad Moderna, XVI. -Santa Teresa y San Juan de la Cruz
Si queremos conocer la importancia negativa del Demonio en la historia de la Salvación, en la que estamos viviendo, la conoceremos en los textos del Nuevo Testamento, en los hechos y palabras de Cristo y de los Apóstoles, del Magisterio de la Iglesia, de la Liturgia, así como de los Padres y de los grandes santos y doctores de todos los siglos. Y así podremos apreciar en toda su gravedad el silencio que sobre Satanás se ha producido en la Iglesia de Occidente desde hace algo más de medio siglo.
Ya he tratado del Padre de la Mentira en varios artículos de esta serie. Hoy quiero considerar Las tentaciones del Diablo, según han enseñado sobre ellas dos de los santos más notables en el campo precioso de la Espiritualidad. Los dos son Carmelitas y Doctores de la Iglesia, Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y San Juan de la Cruz (1542-1591).
–Las tentaciones de Satán
El Demonio es el Tentador que inclina a los hombres al pecado. Santo Tomás: «El oficio propio del Diablo es tentar» (STh I,114,2). San Pablo llama al Demonio «el Tentador» (1Tes 3,5). Cierto que también somos tentados por el mundo y la carne, pues «cada uno es tentado por sus propios deseos, que le atraen y seducen» (Sant 1,14; +Mt 15,18-20). Por tanto, no todas las tentaciones proceden del Demonio (STh I,114,3). Pero siendo el principal enemigo del hombre, y el que se sirve del mundo y de la carne para tentar, bien puede decirse que «no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus malos» (Ef 6,12). Una espiritualidad que ignore o que incluso niegue esta verdad, no es cristiana.
–Hay señales del influjo diabólico, aunque oscuras
Ya dice San Juan de la Cruz que de los tres enemigos del hombre «el demonio es el más oscuro de entender» (Cautelas 2). Cuando hablamos del Padre de la mentira, observa Pablo VI, «nuestra doctrina se hace incierta, por estar como oscurecida por las tinieblas mismas que rodean al Demonio» (15-XI-1972). Conocemos, sin embargo, suficientemente sus siniestras estrategias, que siempre operan por la vía de la falsedad: por ejemplo, *pensaciones obsesivas («me voy a condenar»), ideas falsas persistentes («Dios es infinitamente misericordioso y perdonará todo a todos»), que, por otra parte, pueden ser ajenas y aun contrarias a la persona en su temperamento, educación o ideas propias… Pueden ser influjos del Demonio. (*pensaciones: sensaciones que obran en la persona como si fueran pensamientos).
Santa Teresa, describiendo una tentación contra la humildad, nos señala los elementos típicos de la tentación diabólica: Esta era «una humildad falsa que el demonio inventaba para desasosegarme y probar si puede traer el alma a desesperación. Tengo yo tanta experiencia de que es cosa del demonio que, como ya ve que le entiendo, no me atormenta tantas veces como solía. Se ve claro [que es cosa diabólica] en la inquietud y desasosiego con que comienza y el alboroto que da en el alma todo el tiempo que dura, y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para la oración o para cualquier cosa buena. Parece que ahoga el alma y ata el cuerpo para que de nada aproveche» (Vida 30,9).
Señales propias del Demonio son: Inquietud, desasosiego, oscuridad, falsedad, alboroto interior, sequedad… pero sobre todo falsedad. El Demonio «cuando habla la mentira, habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44). Todo en él es engaño, mentira, falsedad; por eso en la vida espiritual –¿qué va a hacer, si no?– intenta falsificar todo.
San Juan de la Cruz dice que, por ejemplo, si se trata de humildad, el Demonio pone en el ánimo «una falsa humildad y una afición fervorosa de la voluntad fundada en amor propio»; si de lágrimas, también él «sabe muy bien algunas veces hacer derramar lágrimas sobre los sentimientos que él pone, para ir poniendo en el alma las afecciones que él quiere» (2Subida 29,11). Si se trata de visiones, las que suscita el Demonio «hacen sequedad de espíritu acerca del trato con Dios, y dan inclinación a estimarse y a admitir y tener en algo las dichas visiones; y no duran, antes se caen en seguida del alma, salvo si el alma las estima mucho, que entonces la propia estimación hace que se acuerde de ellas naturalmente» (24,7).
–Nada puede el Demonio sobre el hombre si éste no le cede sus potencias espirituales, razón y voluntad
Dios puede obrar en la substancia del alma inmediatamente –también mediatamente–, con ideas, sentimientos, palabras interiores. Pero el Demonio sólo mediatamente puede actuar sobre las potencias espirituales del hombre, induciendo en él sentimientos, imágenes, dudas, convicciones falsas, iluminaciones engañosas. Pero sin la complicidad de las potencias espirituales del hombre, el alma misma permanece para él inaccesible.
Sentidos, imaginación. Dice San Juan de la Cruz que hasta en personas de gran virtud «se aprovecha el demonio de los apetitos sensitivos (aunque con éstos, en este estado [de crecimiento espiritual], las más de las veces puede muy poco o nada, por estar ya ellos amortiguados), y cuando con esto no puede, representa a la imaginación muchas variedades, y a veces levanta en la parte sensitiva muchos movimientos, y otras molestias que causa, así espirituales como sensitivas; de las cuales no está en mano del alma poderse librar hasta que «el Señor envía su ángel y los libra» (Cántico 16,2).
Memoria, fantasía. La acción del Diablo «puede representar en la memoria y fantasía muchas noticias y formas falsas que parezcan verdaderas y buenas, porque, como se transfigura en ángel de luz (2Cor 11,14), le parece al alma luz. Y también en las verdaderas, las que son de parte de Dios, puede tentarla de muchas maneras» para que caiga «en gula espiritual y otros daños. Y para hacer esto mejor, suele él sugerir y poner gusto y sabor en el sentido acerca de las mismas cosas de Dios, para que el alma, encandilada en aquel sabor, se vaya cegando con aquel gusto y poniendo los ojos más en el sabor que en el amor» (3Subida 10,1-2).
Entendimiento. El padre de la mentira halla su mayor ganancia cuando pervierte la mente del hombre, pero si no lo consigue con falsas doctrinas –que es su medio ordinario–, puede intentarlo echando mano de locuciones y visiones espirituales o imaginarias. Pensamos también en el deber fundamental que tiene todo cristiano de formarse doctrinalmente en la fe católica. Si no tiene formación, o peor, si la tiene mala, esta inerme a los engaños del Padre de la Mentira, que le hará ver falsa la verdad, y verdadera la mentira. Hoy sobre todo, con tan precaria predicación y catequesis, el Adversario tiene fácil su labor.
El Demonio, pot otro lado, a los fieles con cierto grado de formación y vida cristiana, «siempre procura moverles la voluntad a que estimen aquellas comunicaciones interiores, y que hagan mucho caso de ellas, para que se den a ellas y ocupen el alma en lo que no es virtud, sino ocasión de perder la que hubiese» (2Subida 29,11). Estima Santa Teresa que en las visiones imaginarias es «donde más ilusiones puede hacer el demonio» (Vida 28,4; +6Moradas 9,1).
–El Demonio tienta a los buenos
A los pecadores les tienta por mundo y carne, y con eso le basta para sujetarlos y perderlos. No le permite Dios que tiente directamente a sus hijos cuando están aún muy débiles en fe y caridad. Pero se ve obligado el Tentador a hostilizar directamente, a cara descubierta, a los santos, que ya están muy libres de mundo y carne. Por eso es en las vidas de los santos donde hallamos normalmente directas agresiones diabólicas. Esto se supo ya desde antiguo. Lo vemos, por ejemplo, en la Vida de San Antonio, la que escribió San Atanasio (+373). Los demonios «cuando ven que los cristianos, y especialmente los monjes, se esfuerzan y progresan, en seguida los atacan y tientan, poniéndoles obstáculos en el camino; y esos obstáculos son especialmente los pensamientos obsesivos, fijos, (logismoi)», de los que escribió el monje docto del desierto, Evagrio Póntico (345-399) (Migne griego 26,876-877).
San Juan de la Cruz da la causa: «Conociendo el demonio esta prosperidad del alma –él, por su gran malicia, envidia todo el bien que en ella ve–, en este tiempo usa de toda su habilidad y ejercita todas sus artes para poder turbar en el alma siquiera una mínima parte de este bien; porque más aprecia él impedir a esta alma un quilate de esta su riqueza que hacer caer a otras muchas en muchos y graves pecados, porque las otras tienen poco o nada que perder, y ésta mucho» (Cántico 16,2).
Santa Teresa confesaba: «Son tantas las veces que estos malditos me atormentan y tan poco el miedo que les tengo, al ver que no se pueden menear si el Señor no les da licencia, que me cansaría si las dijese» (Vida 31,9). Por otra parte, en estas almas tan unidas a Dios, «no puede entrar el demonio ni hacer ningún daño» (5Morada 5,1). Por eso muchos santos mueren en paz, sin perturbaciones del Diablo (Fundaciones 16,5). Lo mismo atestigua San Juan de la Cruz: la purificación espiritual adelantada «ahuyenta al demonio, que tiene poder en el alma por el asimiento [de ella] a las cosas corporales y temporales» (1Subida 2,2). «Al alma que está unida con Dios, el demonio la teme como al mismo Dios» (Dichos 125). En ella «el demonio está ya vencido y apartado muy lejos» (Cántico 40,1).
Se da, pues, la paradoja de que el Demonio ataca sobre todo a los santos, a los que teme mucho, y en quienes nada puede. Cuando al Santo Cura de Ars le preguntaban si temía al Demonio, que durante tantos años le había asediado terriblemente, con ruidos espantosos, moviéndole la cama, etc., contestaba: «¡Oh no! Ya somos casi camaradas» (R. Fourrey, Le Curé d’Ars authentique, París, Fayard 1964, 204).
–Y el Demonio tienta a lo que parece bueno
«Entre las muchas astucias que el demonio usa para engañar a los espirituales –dice San Juan de la Cruz–, la más ordinaria es engañarlos bajo especie de bien, y no bajo especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán» (Cautelas 10). «Por lo cual, el alma buena siempre en lo bueno se ha de recelar más, porque lo malo ello trae consigo el testimonio de sí» (3Subida 37,1). A Santa Teresa, por ejemplo, el Demonio le tentaba piadosamente a que dejase tanta oración «por humildad» (Vida 8,5).
A la persona especialmente llamada por Dios a una vida contemplativa retirada, el Demonio le tentará llamándola a una vida excelente, pero más exterior, por ejemplo, al servicio de los pobres. Y si el Señor destina a alguien a escribir libros espirituales, el Diablo le impulsará, con fuertes apremios, a que se dedique a la predicación y a la atención espiritual de muchas personas, y a que de hecho deje de escribir. A estas personas el Padre de la Mentira no les tienta con algo malo, pues sabe que se lo rechazarán, sino que procura desviarles del plan de Dios sobre ellas con algo bueno, es decir, con algo que, siendo realmente bueno –el servicio de los pobres, la predicación, la dirección espiritual–, dificultará, sin embargo, la perfecta santificación de la persona y su plena colaboración con la obra de la Redención.
–Obsesión y posesión
Las tentaciones del Diablo revisten a veces modalidades especiales, que conviene conocer, siquiera sea a grandes rasgos. En la obsesión el Demonio actúa sobre el hombre desde fuera –aquí la palabra obsesión tiene el sentido latino de asedio, no el vulgar de idea fija–. En la posesión, desde dentro.
La obsesión diabólica es interna cuando afecta a las potencias espirituales, sobre todo a las inferiores: violentas inclinaciones malas, repugnancias insuperables, impresiones pasionales muy fuertes, angustias, etc.; todo lo cual, por supuesto, se distingue difícilmente de las tentaciones ordinarias, como no sea por su violencia y duración.
La obsesión externa afecta a cualquiera de los sentidos externos, induciendo impresiones, a veces sumamente engañosas, en vista, oído, olfato, gusto, tacto. Aunque más espectacular, ésta no tiene tanta peligrosidad como la obsesión interna. Las obsesiones diabólicas, sobre todo las internas, pueden hacer mucho daño a los cristianos carnales; por eso Dios no suele permitir que quienes todavía lo son se vean atacados por ellas.
En la posesión el Demonio entra en la víctima y la mueve despóticamente desde dentro. Pero adviértase que aunque el Diablo haya invadido el cuerpo de un hombre, y obre en él como en propiedad suya, no puede influir en la persona como principio intrínseco de sus acciones y movimientos; es decir, no puede apoderarse de su razón ni de su voluntad,sino por un dominio extrínseco y violento, ajeno a la sustancia del acto. La posesión diabólica afecta al cuerpo, pero el alma no es invadida, conserva la libertad y, si se mantiene unida a Dios, puede estar en gracia durante la misma posesión.
Sobre las posesiones diabólicas (Mc 5,2-9), Juan Pablo II dice: «No resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás puede llegar a esta extrema manifestación de su superioridad» (13-VIII-1986).
–Espiritualidad de la lucha contra el Demonio
El Demonio es peor enemigo que mundo y carne. Esto es algo que el cristiano debe saber. «Sus tentaciones y astucias –dice San Juan de la Cruz– son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne, y también se fortalecen [sus hostilidades] con estos otros dos enemigos, mundo y carne, para hacer al alma fuerte guerra» (Cántico 3,9).
Un tratado de espiritualidad que, al describir la vida cristiana y su combate, ignore la lucha contra el Demonio, difícilmente puede considerarse un tratado de espiritualidad católica, pues se aleja excesivamente de la Biblia y de la tradición. Vendría a ser como un manual militar de guerra que omitiera hablar –o sólamente lo hiciera en una nota a pie de página– de la aviación enemiga, misiles y drones, que son hoy sin duda las armas más peligrosas de una guerra.
La armadura de Dios es necesaria para vencer al Enemigo. En el cristianismo actual muchos ignoran u olvidan que la vida cristiana personal y comunitaria implica una fuerte lucha contra el Diablo y sus ángeles malos. Nunca piensan en ello. Ni lo saben.
A esto «hoy se le presta poca atención –observa Pablo VI–. Se teme volver a caer en viejas teorías maniqueas o en terribles divagaciones fantásticas y supersticiosas. Hoy prefieren algunos mostrarse valientes y libres de prejuicios, y tomar actitudes positivas» (15-XI-1972).
Pero la decisión de eliminar ideológicamente un enemigo. que sigue siendo obstinadamente real, sólo logra hacerlo más peligroso. Quienes así proceden olvidan que, como decía León Bloy, «el mal de este mundo es de origen angélico, y no puede expresarse en lengua humana» (La sangre del pobre, Madrid, ZYX 1967,87). Por esa vía se trivializa el mal del hombre y del mundo, y se trivializan los medios para vencerlos.
Es necesaria la armadura de Dios que describe San Pablo: «Confortáos en el Señor y en la fuerza de su poder; vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis resistir ante las asechanzas del diablo» (Ef 6,10-18)…
–La espada de la Palabra y la perseverancia en la oración: son las mismas armas con las que Cristo venció al Demonio en el desierto. La Palabra divina es como espada que corta sin vacilaciones los lazos engañosos del Maligno. «Orad para que no cedáis en la tentación» (Lc 22,40). Cierta especie de demonios «no puede ser expulsada por ningún medio si no es por la oración» (Mc 9,29).
–La coraza de la justicia: «No pequéis, no deis entrada al diablo» (Ef 4,26-27). Venciendo al pecado se vence al Demonio. «Sometéos a Dios y resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Sant 4,7). «¿Qué defensa, qué remedio oponer a la acción del demonio? –se preguntaba Pablo VI–. Podemos decir: Todo lo que nos defiende del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo invisible» (15-XI-1972).
–El escudo de la fe: dejando a un lado objeciones propias o ajenas, visiones y locuciones, aprendiendo a caminar en pura fe, pues el Demonio no tiene por dónde asir al cristiano, si éste sabe vivir en «desnudez espiritual y pobreza de espíritu y vacío en fe» (2Subida 24,9).
–La fidelidad a la doctrina y disciplina de la Iglesia es necesaria para librarse del Demonio. Decía Santa Teresa: «Tengo por muy cierto que el demonio no engañará –no lo permitirá Dios– al alma que de ninguna cosa se fía de sí y está fortalecida en la fe». A esta alma «como tiene ya hecho asiento fuerte en estas verdades, no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar –aunque viese abiertos los cielos– un punto de lo que tiene la Iglesia» (Vida 25,12).
El que da crédito a «quien enseña cosas diferentes y no se atiene a las palabras saludables, las de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad» (1Tim 6,3), no sólo cae en el error y hace mucho daño, sino que cae bajo el influjo del Padre de la Mentira.
San Pablo, ante los que «enseñan cosas diversas», exhorta a que «con delicadeza, se corrija a los adversarios, por si Dios les concede el arrepentimiento y reconocer la verdad, y librarse del lazo de diablo, a cuya voluntad están sujetos» (2Tim 2,25). El ecumenismo moderno los considera de otra manera, como «hermanos separados»…
–Los sacramentales de la Iglesia, la cruz, el agua bendita, son ayudas preciosas. Como un niño que corre a refugiarse en su madre, así el cristiano asediado por el Diablo tiende, bajo la acción del Espíritu Santo, a buscar el auxilio de la Madre Iglesia. Y precisamente los sacramentales son auxilios «de carácter espiritual obtenidos por la intercesión de la Iglesia» (Vat. II, SC 60).
Santa Teresa conoció bien la fuerza del agua bendita ante los demonios: «No hay cosa con que huyan más para no volver; de la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita; para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma cuando la tomo». Y añade algo muy suyo: «Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia» (Vida 31,4; +31,1-11).
–No debemos temer al Demonio
El Señor nos mandó: «No se turbe vuestro corazón ni tengáis miedo» (Jn 14,27). Cristo venció al Demonio y lo sujetó. Ahora es Satán como una fiera encadenada, que no puede dañar al cristiano si éste no se le entrega. El poder tentador de los demonios está completamente sujeto a la providencia del Señor, que los emplea para nuestro bien como castigos medicinales (1Cor 5,5; 1Tim 1,20) o como pruebas purificadoras (2 Cor 12,7-10).
Los cristianos somos en Cristo reyes, con poder sobre el Demonio. Por el bautismo, participamos del Señorío de Jesucristo sobre toda criatura, también sobre los demonios. En este sentido escribía Santa Teresa: «Si este Señor [Jesucristo] es poderoso, como veo que lo es y sé que lo es y que son sus esclavos los demonios –y de esto no hay que dudar, pues es de fe–, siendo yo sierva de este Señor y Rey ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí?, ¿por qué no he de tener yo fortaleza para combatir contra todo el infierno? Tomaba una cruz en la mano y parecía darme Dios ánimo, que yo me veía otra en un breve tiempo, que no temiera meterme con ellos a brazos, que me parecía que con aquella cruz fácilmente los venciera a todos. Y así dije: “Venid ahora todos, que siendo sierva del Señor, quiero yo ver qué me podéis hacer”».
Y concluye con esta actitud desafiante: «No hay duda de que me parecía que me tenían miedo, porque yo quedé sosegada y tan sin temor de todos ellos que se me quitaron todos los miedos que solía tener hasta hoy; porque, aunque algunas veces les veía, no les he tenido más casi miedo, antes me parecía que ellos me lo tenían a mí. Me quedó un señorío contra ellos, bien dado por el Señor de todos, que no se me da más de ellos que de moscas. Me parecen tan cobardes que, en viendo que los tienen en poco, no les queda fuerza» (Vida 25,20-21).
–Señales del Demonio en nuestro tiempo
«¿Existen señales, y cuáles, de la presencia de la acción diabólica? –se pregunta Pablo VI–. Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma, hipócrita y poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (cf. 1Cor 16,22; 12,3); donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido; donde se afirma la desesperación como última palabra» (15-XI-1972)…
Si esto es así, es indudable que nuestro tiempo se dan claramente las señales de la acción del Diablo. Estas señales también en otras épocas se han dado, pero no quizá tanto como en el grado del presente.
Los últimos Papas han atribuido al influjo del Demonio la descristianización de una parte de la Iglesia, sobre todo en el Occidente de antigua filiación cristiana.
–«Ya habita en este mundo el ‘hijo de la perdición’ de quien habla el Apóstol (2Tes 2,3)» (San Pío X, enc. Supremi apostolatus cathedra: AAS 36, 1903,131-132). –«Por primera vez en la historia, asistimos a una lucha fríamente calculadora y arteramente preparada por el hombre «contra todo lo que es divino» (2Tes 2,4)» (Pío XI, enc. Divini Redemptoris 19-III-1937, 22). –«Este espíritu del mal pretende separar al hombre de Cristo, el verdadero, el único Salvador, para arrojarlo a la corriente del ateísmo y del materialismo» (Pío XII, Nous vous adressons 3-VI-1950). –«Se diría que, a través de alguna grieta, ha entrado el humo de Satanás en el Templo de Dios… ¿Cómo ha ocurrido todo esto? Ha habido un poder, un poder perverso: el demonio» (Pablo VI 29-VI-1972)… Los últimos Papas han hecho el mismo diagnóstico, como lo veremos al considerarlos en la Iglesia de su tiempo, en la que se producen numerosas infiltraciones malignas graves.
* * *
“Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación” (Mt 26,41). El Tentador no duerme, siempre está a lo suyo, contra Dios, contra los hombres. Pero ya hemos quedado en que los cristianos somos reyes, en cuanto miembros de Cristo Rey, y que debemos guardarnos del Adversario, pero que es él quien nos teme a nosotros con mucha razón.
José María Iraburu, sacerdote
Post post. -Los dos magníficos cuadros de este artículo son obra de Fernando Álvarez de Sotomayor (+1960), y decoran la iglesia de las Carmelitas Descalzas en el Cerro de los Ángeles, Getafe, Madrid. El pintor, siguiendo la tradición iconográfica, presenta a los dos grandes santos en éxtasis, el acto más alto de los místicos: una escribiendo, el otro orando. Pero recuerden también que la vida activa de ambos fue muy ajetreada, movida, contrariada, trabajosa… y fecunda.
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