(662) 15-X. –Santa Teresa de Jesús

–El cuadro de Salaverría es muy bueno, pero la imagen no se parece a Santa Teresa, según los más antiguos retratos.

–Cierto, pero no importa. Representa más su alma que su cuerpo. Y «el hombre ve la figura, pero el Señor mira el corazón» (1Sam 16,7). 

 

–Biografía mínima cronológica

–1515: Nace Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada en Gotarrendura, Ávila, de familia bien cristiana y numerosa. –1522: Se escapa con un hermanito caminando hacia los moros en busca del martirio. Ese precoz fervor religioso se va perdiendo en su adolescencia, cuando se aficiona a las novelas de caballería (por su madre), y a las artes de la vanidad femenina (por una parienta y una doméstica). –1531: Su padre acaba por internarla en las Agustinas para enderezarla. Una de las monjas le ayudó mucho. –1532: Ha de salir por enfermedad, y su tío paterno Pedro Sánchez de Cepeda la aficiona a las buenas lecturas de autores cristianos. –1533: Declara su vocación religiosa a su padre, que se la frena. –1535: Huye y entra en el Carmelo de la Encarnación, Ávila. –1538: Ha de salir por enfermedad grave. –1539: Regresa tullida a la Encarnación muy mal de salud. –1542: Es curada por intercesión de San José. “Casi veinte años” vive precariamente su condición de religiosa (Vida 4,3). –1554: Conversión profunda y definitiva ante un Cristo muy llagado. Inicia una vida espiritual muy intensa. –1559: Primera visión de Cristo. –1562 y ss: Escritora: Concluye su primer libro, la Vida, al que seguirán otros: Camino de perfección, Meditaciones sobre los Cantares, Moradas del Castillo Interior, Fundaciones, Visitas, Constituciones, 8 Poesías maravillosas, etc. Escribió también un gran número de cartas, unas 450 fueron halladas y reunidas en el Epistolario, como también sus Cuentas de conciencia. Fundadora: En esos años forma o reforma 17 Carmelos, el primero de ellos el de San José, 1562, en Ávila, y el último el de Burgos, el año de su muerte. Las fundaciones, estando casi siempre mal de salud, le exigieron muchos viajes y gestiones, llevando por eso una vida muy penitente. –1582:Muere en el Carmelo de Alba de Tormes, Salamanca, fundado  1570. –1614: beatificada por Paulo V. –1622: canonizada  por Gregorio XV. –1970: Declarada por Pablo VI Doctora de la Iglesia.    

 

I) –Doctrina y experiencia

Declara Santa Teresa: «No diré cosa que no la haya experimentado mucho» (Vida 18,7). ¿Era, pues, una experimentalista que no valoraba la doctrina? Todo lo contrario: ella no se fiaba de su experiencia subjetiva, y nunca enseñaba nada sin tener antes confirmada su ortodoxia católica por medio de asesores plenamente fidedignos. «No hacía cosa que no fuese con parecer de letrados» (36,5). Llegaba al discernimiento seguro de la voluntad de Dios, liberándose de la voluntad propia, consultando a personas ortodoxas y competentes. «No hay camino que más pronto lleve a la suma perfección que el de la obediencia» (Fundaciones 5,10).

Y cuando afirmaba esto no pensaba sólo en los religiosos. De una mujer muy piadosa, que no quería sujetarse a confesor [director] fijo, decía: «quisiera más verla obedecer a una persona que no tanta comunión» (ib. 6,18); que ya es decir.

Pero exigía letrados buenos

«Gran daño hicieron a mi alma confesores medioletrados… He visto por experiencia que es mejor –siendo virtuosos y de buenas costumbres– no tengan ningunas [letras], porque ni ellos se fían de sí, sin preguntar a quien las tenga buenas, ni yo me fiara; y buen letrado nunca me engañó. Estos otros tampoco me debían querer engañar, sino que no sabían más… Lo que era pecado venial me decían que no era ninguno; lo que era gravísimo mortal, que era venial… [Ya religiosa] duré en esta ceguedad más de diecisiete años, hasta que un padre dominico, gran letrado, me desengañó, y los de la Compañía de Jesús» (Vida 5,3).

 

 II) –Conversión, contemplando la imagen de un Cristo muy llagado

«Comencé de pasatiempo en pasatiempo, de vanidad en vanidad, de ocasión en ocasión, a meterme tanto en muy grandes ocasiones y andar tan estragada el alma en muchas vanidades, que ya yo tenía vergüenza de en tan particular amistad, como es tratar de oración, tornarme a llegar a Dios. Y me ayudó a esto que, como crecieron los pecados, comenzó a faltarme el gusto y regalo en las cosas de virtud… Me pesaba mucho que me tuviesen en buena opinión, como yo sabía lo secreto de mí» (Vida 7,1).

Así estaba Teresa en un Carmelo no reformado, degradado. Años más tarde, recuerdará con gran pena el daño que puede hacer en las religiosas un mal convento. Escribe cómo las «pobrecillas» que entran como novicias al convento «se van por lo que hallan… Pensando que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos, que ni saben cómo valerse ni remediarse; que la mocedad y sensualidad y demonio las convida e inclina a seguir algunas cosas que son del mismo mundo» (7,4)… «¡Oh grandísimo mal, grandísimo mal de religiosos, donde no se guarda religión!» (7,5).

La primera vez que el Señor la advirtió del perjuicio de las amistades que la visitaban, fue así: «Representóseme Cristo delante con mucho rigor; dándome a entender lo que aquello le pesaba… Yo quedé muy espantada y turbada, y no quería ver más a con quien estaba» (7,6)… Pero el demonio le hizo creer que aquella visión era obra de su imaginación; que «no estaba mal ver persona semejante, y torné a la misma conversación». Eran ya muchos los años que llevaba en «esta recreación pestinencial» (7,8). Ella ingresó en el Carmelo degradado en 1535…

Un día de 1553, quiso Dios misericordioso en su amor providente que, entrando Teresa en el oratorio, viera un busto del Ecce Homo que acababan de dejar allí. «Era de Cristo muy llagado, y tan devota [la imagen], que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle» (Vida 9,1).

En esta visión de Cristo en su Pasión sagrada se inicia su definitiva conversión.

 

III) – Cristo enamora a Teresa, se le manifiesta, trata con ella

La conversión de Santa Teresa, saliendo de una vida espiritual mediocre y aún pecaminosa a veces, a un camino de perfección total, tuvo la forma de un enamoramiento absoluto de Jesucristo, que le concedió muchas visiones de su gloriosa humanidad y un trato sumamente amoroso. También le concedió el Señor la gracia de expresar en sus escritos ese enamoramiento mutuo. Por ejemplo:

«Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad… que no se puede decir, que no sea deshacerse… Si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede imaginar, aun sola la blancura y resplandor. No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista y no la cansa, ni la claridad que se ve para ver esta hermosura tan divina… Es una luz tan diferente de la de acá que parece una cosa tan deslustrada la claridad del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz que se representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después… Parece, en fin, luz natural y ésta otra cosa artificial…

«[De verle a creer en él] hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado; porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios, no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma, se ve consumir en Cristo.

«¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil mundos… Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios en comparación del vuestro… y cuán grande es el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto a la Divinidad.

«Aquí se representa bien qué será el día del juicio ver esta majestad de este Rey, verle con rigor para los malos; aquí es la verdadera humildad que deja en el alma de ver su miseria, que no la puede ignorar; aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que –aun con verle que muestra amor– no sabe [el alma] a dónde se meter, y así se deshace toda…

Y aquí se cumple lo que enseña la Sagrada Escritura: «Contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (Sal 33,6). «Ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo» (Jn 17,3).

 

Perdidamente enamorada

Escribe la Santa: «Tan imprimida queda aquella majestad y hermosura que no hay poder olvidar, si no es cuando quiere el Señor que padezca el alma una sequedad y soledad grande, que aun entonces de Dios parece se olvida. Queda el alma otra, siempre embebida… » (Vida 28,3-9). Por eso le mandan a Sta. Teresa que no esté siempre pensando e imaginando al Señor. Pero

«en queriéndome divertir [distraer, pensar en otra cosa], nunca salía de oración; aún durmiendo me parecía estaba en ella, porque aquí era crecer el amor y las lástimas que yo decía al Señor, y el no lo poder sufrir –ni era en mi mano, aunque yo quería y más lo procuraba– dejar de pensar en Él. Con todo, obedecía cuando podía, mas podía poco o nada en esto, y el Señor nunca me lo quitó…

«Dábanme unos ímpetus grandes de este amor que, … yo no sabía qué me hacer; porque nada me satisfacía ni cabía en mí, sino que verdaderamente me parecía se me arrancaba el alma… No procura el alma [ahora] que duela esta llaga de la ausencia del Señor, sino que hincan una saeta en lo más vivo de las entrañas y corazón a las veces, que no sabe el alma qué ha, ni qué quiere… Es esta pena tan sabrosa que no hay deleite en la vida que más contento dé. Siempre querría el alma estar muriendo de este mal» de amor (Vida 29,7-11).

 

IV) –Cristo la libró de «grandísimas faltas»

Sí, realmente eran «grandísimas faltas» las de Teresa; y no lo dice sin medir sus palabras. Ya las he apuntado al hablar de su vida antes de su conversión. En el Carmelo no reformado que vivió tanto tiempo Santa Teresa, entre otras degradaciones, una de las peores era la mala costumbre de celebrar guateques en el locutorio, recibiendo a damas y caballeros en relaciones más o menos galantes. De hecho, había religiosas que, aún consagradas a Jesucristo Esposo, no guardaban para Él «un corazón indiviso» (cf. 1Cor 7,34), sino que consentían en amistades peligrosas y enamoramientos espiritualmente adúlteros. Teresa se acusa de esa enorme miseria a sí misma.

«De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día, porque para esto bastaba sola una vez, cuanto más tantas como el Señor me hace esta merced. Quedó con un provecho grandísimo y fue éste: tenía yo una grandísima falta, de donde me vinieron grandes daños y era ésta, que como comenzaba a entender que una persona me tenía voluntad, y si me caía en gracia, me aficionaba tanto que me ataba en gran manera la memoria a pensar en él [«en él»: se ve que “la persona” tenía bigotes]… Era cosa tan dañosa que me traía el alma harto perdida;

[pues bien], después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien, ni me ocupase [la memoria y el corazón]; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía. Ni hay saber, ni manera de regalo que yo estime en nada en comparación de lo que es oír una sola palabra dicha de aquella divina boca, cuanto más tantas. Y tengo yo por imposible, si el Señor por mis pecados no permite se me quite esta memoria, podérmela nadie ocupar, de suerte que, con un poquito de torname a acordar de este Señor, no quede libre» (Vida 37,4).

En realidad, una vez bendecida con las visiones y con las palabras de Cristo, declara: «después quisiera ella estarse siempre allí, y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá. Parecíame basura, y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello» (38,3).

A San Pablo le ocurría lo mismo: «Cuanto tuve por ventaja lo reputo ahora daño, a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura,con tal de gozar de Cristo» (Flp 3,7-8).

Libre del mundo…Deja claro Santa Teresa que quien se enamora de Cristo queda libre de las fascinaciones del mundo, y se alegra de haber dejado por gracia de Dios la vida antigua, porque «ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en ella… pues todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios» (Vida 20,26). «No hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que traemos» (21,4). «¡Oh, qué es un alma que se ve aquí haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada!» (21,6).

 

V) –La Humanidad de Cristo es el camino a Dios uno y trino

Como ustedes saben, una de las últimas tentaciones del Cristianismo occidental viene dado actualmente por el atractivo de las espiritualidades orientales, sea el zen u otras análogas, en las que se promueve la «contemplación» que paraliza toda actividad mental del entendimiento, de modo que por el centramiento de la mente logrado con la repetición de mantras y cierta prácticas psicosomáticas, quede la persona en una quietud total del entendimiento, en el vacío mental absoluto propio de la contemplación. Ése gran error en tiempo de Santa Teresa estaba ya carcomiendo en España en ciertos ambientes devotos por medio de alumbrados, iluminados, pseudomísticos. Así lo cuenta la Santa, confesando que hubo un tiempo en que se vió tentada de esa gran error.

Para llegar a la verdadera oración y unión con Dios, «avisan mucho que aparten de sí toda devoción corpórea y que se lleguen a contemplar en la Divinidad; porque dicen que, aunque sea la Humanidad de Cristo, a los que llegan ya tan adelante, que embaraza e impide a la más perfecta contemplación» (Vida 22,1). Este «apartarse del todo de Cristo… no lo puedo sufrir» (ib.). Decía la verdad, pero llegó a influirle un poco, por la autoridad de los que enseñaban tal doctrina. «En comenzando a tener algo de oración sobrenatural, digo de quietud, procuraba desviar toda cosa corpórea… y procuraba estarme recogida… Y ya no había quien me hiciese tornar a la Humanidad [de Cristo], sino que en hecho de verdad me parecía me era impedimento… Duró muy poco estar en esta opinión, y así siempre tornaba a mi costumbre de holgarme con este Señor, en especial cuando comulgaba» (22,2.4)…

«¡Oh, qué mal camino llevaba, Señor! Ya me parece que iba sin camino, si Vos no me tornaseis a él, que en veros cabe mí he visto todos los bienes. No me ha venido trabajo [sufrimiento] que, mirándoos a Vos cual estuvisteis delante de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tal capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero» (22,6). «Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos traerle humano» (22,9).

La Santa Doctora combatió con gran fuerza el error de los pseudomísticos alumbrados. Ella sabía y enseñaba que en el crecimiento perfectivo de la oración el cristiano va pasando de las oraciones activas, a otras de recogimiento y quietud, semipasivas, que conducen al «silentium mentis» propio de la oración pasiva mística más perfecta. Cuando se llega a ésta, «sin ningún [trabajo] nuestro obra el Señor aquí»; «no hago nada casi de mi parte, sino que entiendo claramente que es el Señor el que obra» (Vida 21, 9.13). Ya el campo del alma en la oración no es regado con pozales de agua laboriosamente; tampoco con el servicio de una noria, sino «con llover mucho, que la riega el Señor sin ningún trabajo nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho» /11,7). Por eso, a los que ya desde el principio de la vida de oración pretenden la contemplación pasiva, les dice Santa Teresa que

«quien quisiere pasar de aquí y levantar el espíritu a sentir gustos que no se le dan, es perder lo uno y lo otro; y perdido el entendimiento, se queda el alma desierta y con mucha sequedad. En la mística teología [en la oración pasiva mística] pierde de obrar el entendimiento, porque le suspende Dios.Presumir ni pensar siquiera de suspenderle nosotros eso es lo que digo que no se haga, ni se deje de obrar con él, porque nos quedaremos bobos y fríos, y no haremos lo uno ni lo otro» (12,4-5). Aquietando el entendimiento antes de tiempo –en una oración semejante al zen–, «quedarse han secos como un palo» (22,18). Francisco, Antonio, Bernardo, Catalina, todos llegaron a la santidad por el camino sagrado de Jesucristo, hombre-Dios (22,79).

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El objeto de la meditación cristiana puede ser muy variado, por supuesto, y «cada uno vea dónde aprovecha bien» (Vida 13,14). En todo caso, conviene que la oración se centre en Cristo. El orante «puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerla siempre consigo y hablar con El, pedirle para sus necesidades, quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos, y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad» (12,2).

Conviene subir a la contemplación de la Trinidad por la meditación de los misterios de Cristo, considerando todos los pasos del evangelio, y «no dejando [de lado] muchas veces la Pasión y la vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene todo bien» (13,13; +8,6-7). Afirmemos la fe en la palabra misma de Cristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie llega al Padre si no es por mí» (Jn 14,6). La humanidad de Cristo es puesel camino para llegar a estas alturas místicas, y el orante «no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación; por aquí va seguro» (Vida 22,7).

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La unión transformante la alcanza el cristiano en la oración cuando su vida ha pasado del modo predominantemente ascético (virtudes) al modo místico (dones del Espíritu Santo). 

Por Cristo.«La primera vez que Dios hace esta gracia, quiere Su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que recibe [por Cristo] tan soberano don» (7Morada 2,1). Nadie llega a esa unión con la Santísima Trinidad si no es por el camino de Jesucristo.

A la Trinidad.En esta séptima Morada, «por visión intelectual [sin imagen alguna], por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres Personas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria.

«Aquí se le comunican todas tres Personas y le hablan, y le dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos. ¡Oh, válgame Dios, qué diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera [de experiencia] qué verdaderas son!» (1,7-8).

 

VI) –Gracia y libertad

Santa Teresa es la doctora máxima de la oración, de la Eucaristía… y de tantas otras cosas de la espiritualidad cristiana. Pero aunque no tiene un libro sobre la gracia, en todos temas que trata se nos muestra como sublime Doctora de la Gracia divina, o mejor, de la colaboración entre la Gracia divina y la Libertad humana. Hemos de hacer solamente –no más, ni menos, ni otra cosa, por buena que sea– aquello que Dios nos concede hacer, pues «es Dios el que obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13).

Siempre la Santa está expresando en sus escritos el misterio de la gracia en su verdad; esté tratando del tema que sea. A veces con una breve frase dicha al paso, da más luz sobre la gracia que la que hallamos en no pocos tratados teológicos sobre ella. Por ejemplo, contando un paso de su vida escribe: el Señor, “sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza” (Vida 3,4)..

Veamos, por ejemplo, cómo Santa Teresa, en modo implícito, declara la suprema verdad de la gracia hablando de un tema concreto, la oración

No es cosa en la oración de «contentarse a sí, sino a El» (Vida 11,11). Estamos aún llenos de mil trampas y pecados, «¿y no tenemos vergüenza de querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades?» (2Moradas 7). Busquemos solamente a Dios en la oración, y todo lo demás –pensamientos, palabras, sentimientos, ideas, soluciones, discernimientos– tengámoslo como añadiduras, que sólo interesan si Dios nos las da; y si no nos las concede en la oración, no deseemos encontrarlas en ella. Suframos al Señor en la oración, pues él nos sufre (cf. Vida 8,6). A veces en la oración nos vemos sin pensamientos, ni palabras, ni sentimientos, pero no son esos bienes los que precisamente vamos a buscar en la oración: en la oración buscamos unirnos a Dios. «Sólo Dios basta».

Por tanto «no hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho, porque falten estos gustos y ternura» (Vida 11,14). «Importa mucho que de sequedades, ni de inquietud y distraimiento en los pensamientos, nadie se apriete ni aflija, si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado. Comience a no espantarse de la cruz, y verá cómo se la ayuda a llevar el Señor… Porque ya se ve que si el pozo no mana, nosotros no podemos poner el agua. Verdad es que no hemos de estar descuidados, para que cuando la haya, sacarla» (11,18).

Buenos cristianos sufren a veces una gran desolación –que a veces dura muchos años– cuando no pueden hacer ratos de oración por anomalías diversas, psicológicas, corporales, circunstanciales… Y el demonio se encarga de convencerles piadosamente de que «van mal, muy mal»…

Resistan al padre de la mentira, y sigan los consejos de Santa Teresa. «Entiendan que son enfermos; múdese la hora de la oración; pasen como pudieren este destierro…Con discreción,porque alguna vez el demonio lo hará. Y así es bueno, ni siempre dejar la oración cuando hay gran distraimiento y turbación en el entendimiento, ni siempre atormentar el alma a lo que no puede. Otras cosas hay exteriores de obras de caridad y de lectura, aunque a veces no estará ni para esto. Sirva entonces al cuerpo por amor de Dios, porque otras muchas veces sirve él al alma. Y tome algunos pasatiempos santos de conversaciones que lo sean, o irse al campo, como aconsejare el confesor… En todo se sirve a Dios. Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada, sino llevarla con su suavidad [la suavidad con que Dios la lleva] para su mayor aprovechamiento» (Vida 11,16-17).

Gracia y libertad: ni quietismos falsos, ni voluntarismos en los que «la parte del hombre» es lo decisivo para el crecimiiento en la santidad. Fidelidad, docilidad, abandono confiado en la Providencia divina. 

 

* * *

Estas enseñanzas espirituales de Santa Teresa, tan verdaderas y luminosas, tan claras y confortantes, son pura acción de la gracia de Dios en ella. En cualquier tema que toca –libre siempre de todo voluntarismo pelagiano o semipelagiano, libre de todo laxismo falso– manifiesta la dulzura y la potencia de la gracia de Dios,que así actúa en quien ha santificado plenamente.

Los textos teresianos que acabo de transcribir son suficientes por sí mismos para que la Iglesia reconozca a Teresa de Jesús como gran Doctora de la espiritualidad católica. Son en fondo y forma sobrehumanamente geniales, verdaderos, igualmente válidos para eruditos e iletrados, en el siglo XVI o en el XXI. Han nacido de Teresa «por obra del Espíritu Santo».

Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros.

 

José María Iraburu, sacerdote

 

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