(636) Espiritualidad, 14. –Si quieres ser mi discípulo, toma tu cruz y sígueme

Tiziano- Jesús con la cruz a cuestas

–Parece una frase muy importante del Evangelio…

–Es una de las sentencias de Cristo más fuertes y luminosas para revelarnos qué es la vida cristiana.

 

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame» (Lc 9,23). Eso dijo Jesús a los Doce, después de anunciarles su propia Cruz,

Ya escribí hace diez años dos artículos sobre este tema (135-136), pero he querido rehacerlos, abreviarlos y reiterarlos en uno solo.

 

—«Nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolado» (1Cor 5,7)

Jesús ansiaba «su hora» (Jn 2,4), en la que iba a padecer en manos de los pecadores (Mt 26,45). Ansiaba «dar cumplimiento» absoluto a lo que la Sagrada Escritura (esto es, el plan de Dios, la voluntad divina) decía de él (Lc 24,25-27). Rehuye la muerte mientras «no ha llegado su hora» (Jn 8,20). Y en la hora de las tinieblas dice: «Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado… Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,23.27-28). Y en la Cena: «ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15).

La Cruz es revelación de Cristo. Sin ella sería imposible conocerle del todo. Es en la Cruz donde «da testimonio total de la verdad», firmándolo con su sangre (Jn 18,37); donde declara plenamente su amor al Padre, obedeciéndole hasta la muerte, y muerte cruz, y su amor a los hombres, ganando su salvación al precio de su propia vida. Por eso él ansía esa hora. «Entregado por nuestros pecados, resucitado para nuestra justificación» (Rm 4,25).

 

–Misterio Pascual: muerte y resurrección de Cristo inseparables

+Ya en la misma Cruz es glorificado Cristo: alzado de la tierra, atrae a todos hacia sí (Jn 12,32). De su costado abierto nace ya en la Cruz la nueva Eva, la Iglesia, su Esposa. De su pecho mana sangre y agua, los sacramentos vivificantes: Eucaristía y Bautismo. A morir, «entrega el Espíritu», palabras de doble sentido: entrega au aliento vital (muere) y entrega el Espíritu Santo (Pentecostés), el que nos da vida sobrehumana como hijos de Dios, La naturaleza se estremece, se rompe, se desgarra cuando él muere; la muchedumbre se retira golpeándose el pecho, y el centurión declara: «Verdaderamente, éste era Hijo de Dios». Ya en la misma Cruz es glorificado Cristo.

+Muerte y resurrección vienen a ser en Cristo una sóla realidad: su victoria sobre el pecado y la muerte, sobre el mundo y el Demonio. El paso de «los tres días» no deben hacernos concebir Cruz y Resurrección como dos realidades separadas. ¿Por qué, pues, pasarontres días entre una y otra?

-Para que Cristo experimentase hasta el sepulcro la humillación de la condición humana, bajó hasta lo más profundo de nuestra miseria. -Para que descendiera a «los infiernos», y anunciara la salvación a los difuntos. -Para que se afirmara inequívocamente la realidad de su muerte.

 

Toda la vida cristiana participa del Misterio Pascual de Cristo

 La Cruz y la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo son continuamente el modelo y la causa de nuestra nueva vida sobre-natural.  Enseña el Vaticano II:

«“No queráis vivir conforme a este mundo” (Rom 12,2); es decir, conforme a aquel espíritu de vanidad y de malicia que transforma en instrumento de pecado la actividad humana, ordenada al servicio de Dios y de los hombres. A la hora de saber cómo es posible superar tan deplorable miseria, la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y el egoísmo, corren diario peligro» (Gaudium et spes 37).

 

Entonces, ¿también estamos llamados a ser en Cristo «corderos de Dios» inmolados  para quitar el pecado del mundo? ¿Para qué los cristianos hemos sigo elegidos-llamados-consagrados-enviados al mundo? Para morir al hombre viejo adámico participando de la Cruz de Cristo, y para acrecentar al hombre nuevo cristiano en virtud de la Resurrección de Cristo, el nuevo Adán. Ésa es nuestra vocación. Nuestra inmensa y gloriosa misión.

«Para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo padeció por vosotros, y él os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos» (1Pe 2,21; +Jn 13,15). Nuestra vida, normalmente, no implicará una vocación divina tan intensamente victimal como la de Cristo; pero lo que sí es cierto es que, como corderos en el Cordero pascual de la Nueva Alianza, estamos ya desde el Bautismo divinamente destinados a «completar en nuestra carne lo que falta a los sufrimiento de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Esta vocación victimal es propia de todos los cristianos, pero en algunas personas se da con especial intensidad: «en cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gál 6,14)…

Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, «muriendo, destruyó nuestra muerte [y el pecado, su causa]; y resucitando, restauró la vida» (Pref. I de Pascua). Veámoslo en el Bautismo, en la Penitencia, en la Eucaristía, en las mortificaciones, en todo lo bueno que hacemos y en todo lo malo que padecemos. 

–En el Bautismo, uniéndonos sacramentalmente a la Cruz de Cristo, morimos al pecado original, y en virtud de su Resurrección, nacemos a una vida nueva. Así entendió la Iglesia el Bautismo desde el principio.  

«¿Ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos con él sepultados por el bautismo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4; +Col 2,12-13).

 

–En la Eucaristía hallamos los cristianos la participación más cierta, más plena y santificante en la Cruz de Cristo y en su Resurrección. Es principalmente en la Santa Misa donde nuestras cruces personales, uniéndose a la cruz del Salvador, reciben toda su fuerza santificante y expiatoria. Es en la Eucaristía donde Cristo, por la fuerza de su Cruz, nos fortalece para que debilitemos y matemos al hombre viejo y carnal; y por la fuerza de su Resurrección, nos da nuevos impulsos de gracia que acrecientan al hombre nuevo y espiritual. Es en la Eucaristía donde, así como en el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, también nosotros nos vamos transfigurando en Cristo progresivamente. Con toda razón, pues, enseña la Iglesia que la Eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana» (Vat. II, LG 11a).

 

–En la Penitencia sacramental, cada vez que el pecado disminuye nuestra vida de gracia o nos la quita, de nuevo la Cruz y la Resurrección del Salvador nos hacen posible morir al pecado y renacer a la vida. Una oración del Ritual de la penitencia lo expresa así:

«Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo, y derramó el Espíritu Santo para el perdón de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz. Y yo te absuelvo + … La pasiónde nuestro Señor Jesucristo, la intercesiónde la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos, el bien que hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan como remedio de tus pecados, aumento de gracia y premio de vida eterna. Amén».

 

En las penitencias voluntarias, mortificaciones, participamos también de la Cruz de Cristo, colaborando con Él en nuestra salvación y en la del mundo… Es un tema muy amplio, y me limitaré a citar algunas enseñanzas de Pablo VI en su formidable constitución apostólica Paenitemini (17-II-1966).

«Durante el Concilio, la Iglesia, meditando con más profundidad en su misterio… ha subrayado especialmente que todos sus miembros están llamados a participar en la obra de Cristo y, consiguientemente, a participar en su expiación» (2)…«El carácter eminentemente interior y religioso de la penitencia, no excluye ni atenúa en modo alguno la práctica externa de esta virtud» (18).

«La verdadera penitencia no puede prescindir en ninguna época de la ascesis física. Todo nuestro ser, cuerpo y alma, debe participar activamente en este acto religioso… Este ejercicio de la mortificación del cuerpo –ajeno a cualquier forma de estoicismo [o de dolorismo]– no implica una condena de la carne que el Hijo de Dios se dignó asumir. Al contrario, la mortificación mira por la «liberación» del hombre, que con frecuencia se encuentra, por causa de la concupiscencia, casi encadenado por la parte sensitiva de su ser. Por medio del «ayuno corporal» el hombre adquiere vigor y «la herida producida en la dignidad de nuestra naturaleza por la intemperancia queda curada por la medicina de una saludable abstinencia» (Or. viernes I sem. de Pascua)» (19).

«En el Nuevo Testamento y en la Historia de la Iglesia –aunque el deber de hacer penitencia esté motivado sobre todo por la participación en los sufrimientos de Cristo– se afirma, sin embargo, la necesidad de la ascesis que castiga el cuerpo y lo reduce a esclavitud, con particular insistencia para seguir el ejemplo de Cristo» (20).

Recuerden en lo que sigue,  la oración que he citado del Ritual de la penitencia: «el bien que hagas y el mal que puedas sufrir».

 

–En todo el bien que hacemos

El cristiano, sólo tomando la cruz cada día, puede seguir a Cristo y hacer todas las obras buenas que Él le quiera conceder (Lc 9,29). Si evitara la Cruz, no podría hacerlas, pues en nosotros el hombre-viejo-carnal es irreconciliable con el hombre-nuevo-espiritual, y por eso éste no puede imponerse al otro sino venciéndolo con cruz. El combate entre los dos es necesario, porque sus deseos son polarmente contrarios:«Si vivís según la carne, moriréis; mas si con el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis… No somos deudores a la carne de vivir según la carne», si habita en vosotros el Espíritu Santo (Rm 8,4-13).

Por tanto, en cada obra buena, meritoria de vida eterna, en cada instante de vida de gracia, es la Cruz de Jesús la que nos permite morir a la inclinación de la carne, y es su Resurrección la que nos mueve eficazmente a la obra buena y santa. Podemos comprobar esta verdad grandiosa con algunos ejemplos.

+Dar una limosna requiere negar (Cruz)el egoísmo de la carne, para poder afirmar (Resurrección) el amor fraterno y compasivo. Un matrimonio, por ejemplo, renuncia a gastar 3.000 euros en un precioso viaje de vacaciones, que ya tenía proyectado (muerte), para poder darle 3.000 euros a una pariente pobre que no tiene modo de arreglar su estropeada dentadura (vida). Así es la cosa: solo de la Cruz («mi cuerpo que se entrega») brota la donación, la entrega, la limosna. Es cierto que si esa obra buena se realiza con una caridad inmensa, apenas se notará el dolor de la cruz, solo el gozo de ayudar a una persona: «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7). En cambio, si el amor es pequeño, dolerá no poco la cruz de la donación. Pero son precisamente los actos intensos de la virtud, los que, movidos por la gracia, le dan mayor crecimiento. En todo caso, esté la caridad más o menos crecida, cueste más o menos esa limosna, lo que es cierto es que toda entrega, toda donación está causada (causa ejemplar y causa eficiente) por la pasión y la resurrección de Cristo.

+Perseverar en la oración es con frecuencia una penalidad muy grande para el hombre carnal (Cruz), y es vida y gracia para el hombre espiritual (Resurrección). Por tanto, sólo es posible perseverar en la oración porque Cristo murió y resucitó por nosotros. Concretando más el ejemplo: para un cristiano que solamente puede ir a Misa los días de labor si asiste a ella temprano, el acostarse pronto por la noche, privándose de conversación, lectura, TV o lo que sea (Cruz),es condición necesaria para participar en la Eucaristía diariamente (Resurrección). El tiempo es limitado, 24 horas cada día: sin quitar tiempo de un lado (negación) es imposible ponerlo en otro (afirmación).  

+Decir la verdad en este mundo pecador, y también en un ambiente local de Iglesia descristianizada, en el que abundan más los errores que la verdad, es imposible sin aceptar hostilidades a veces muy penosas. Pero si las aceptamos (Cruz), podremos iluminar a nuestros hermanos con la alegría de la verdad (Resurrección). Está muy claro que quien no ame de todo corazón la Cruz de Cristo no es capaz de predicar el Evangelio. (Por eso el Evangelio suele ser hoy tan escasa y débilmente predicado).

 

Sin amor a la cruz es imposible discernir la voluntad de Dios. Sin amor a la cruz es imposible conocer la propia vocación; es imposible concretamente que haya vocaciones a dejarlo todo y seguir a Cristo, sirviéndole en los hermanos. Sin amor a la Cruz es imposible que una joven de hoy vista decentemente. Es imposible vivir el Evangelio de la pobreza. Es imposible librarse de las tentaciones continuas del consumismo y de la lujuria. Es inevitable que confundamos nuestra voluntad con la de Dios, aunque ésta sea muy distinta. Es la cruz el árbol que da frutos más abundantes y dulces. Es la cruz la llave que nos abre la puerta a un vida nueva en Cristo Resucitado, a una vida maravillosa, que excede con mucho a todos nuestros sueños.

Esta verdad evidente nos lleva a otra también evidente: Siempre que pecamos rechazamos la Cruz de Cristo, y no dejamos que ella mortifique al hombre viejo y carnal, haciendo posible la obra buena. Siempre que pecamos despreciamos la Sangre de Cristo, inutilizamosl en nosotros su Pasión, nos avergonzamos del Crucificado, lo rechazamos. Por eso exhorta el Apóstol:

«mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia… Despojáos del hombre viejo con todas sus obras (Cruz), y vestíos del nuevo (Resurrección)» (Col 3,5-10). Así es como el Padre «nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados» (1,13-14).

 

–En todos los males que sufrimos

En todo mal que padecemos participamos de la Cruz de Cristo, con toda su virtualidad santificante y expiatoria… Las penas que sufrimos en este valle de lágrimas, son diarias, innumerables y distintas: penas corporales, espirituales, psicológicas, de convivencia, de trabajo, sin culpa, con culpa, pasajeras, crónicas, ocultas, espectaculares, enormes, triviales… Todas ellas han de servirnos, gracias a la Cruz de Cristo, para expiación de nuestros pecados y para crecimiento en la gracia y en el premio de la vida eterna.

Es importantísimo que aceptemos todas y cada una de nuestras cruces libre, amorosa, esperanzadamente. Que en modo alguno vivamos nuestras cruces como algo malo, negativo, inútil, estéril, frustrante. Si veneramos la Cruz de Cristo, veneremos también nuestras propias cruces, que son también de Cristo, porque somos miembros de su Cuerpo («Saulo, Saulo… Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,4-5) y porque son penas que la Providencia divina dispone en nuestras vidas para nuestra santificación y la del mundo pecador.

Éstas son las verdades principales de la fe que nos ayudan a aceptar las cruces.

1. Queremos colaborar con Cristo en la salvación del mundo, completando en nuestro cuerpo lo que falta a su Pasión por su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,24). Queremos «ayudarle a Cristo a llevar la cruz», aunque en realidad es Él quien nos conforta para que podamos llevar la nuestra.

2. Reconocemos la voluntad de Dios providente en todos los sucesos de cada día, gratos o dolorosos, y queremos hacerla nuestra incondicionalmente. En cada momento de nuestra vida queremos hacer la voluntad de Dios, y no la nuestra propia. Cuando la voluntad divina nos es penosa, no dudamos en tomar la cruz, convencidos de que «todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28). Estamos seguros de que, como dice Santo Tomás, «todo está sometido a la Providencia, no solamente en general, sino en particular, hasta el menor detalle» (STh I, 22,2). En todo la fe nos muestra la mano de Dios, y la besamos con amor.

3. Nuestras cruces son Cruz de Cristo, y por eso las aceptamos absolutamente. Si nosotros somos su Cuerpo, nuestras cruces son cruces suyas, y por tanto son cruces santas, santificantes y venerables: son como astillas de la Cruz sagrada. San  Juan Pablo II dijo que estamos llamados «a participar en ese sufrimiento [de Cristo] mediante el cual se ha llevado a cabo la redención… Todo hombre, en su sufrimiento puede hacerse partícipe del sufrimiento redentor de Cristo» (Salvifici doloris 19).

4. Las cruces que sufrimos tienen un inmenso valor santificante y expiatorio para nosotros y para toda la comunión de los santos, y por eso las aceptamos con toda voluntad. De tal modo los santos conocían el valor santificante de las cruces, que no las temían, sino que las deseaban y pedían, estimándolas como lo más precioso de sus vidas –sujetándose al pedirlas, por supuesto, a lo que la Providencia divina dispusiera–. Cito aquí algunos textos:

Santa Teresa de Jesús (+1582): «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí» (Vida 40,20).«Gran cosa es entender lo mucho que se gana en padecer por Dios» (34,16). Es argumento frecuente en sus cartas: «Si consideramos el camino que Su Majestad tuvo en esta vida, y todos los que sabemos que gozan de su reino, no habría cosa que más nos alegrase que el padecer» (Cta. 56, 11-V-1973). «Dios nos dé mucho en qué padecer, aunque sean pulgas y duendes y caminos» (Cta. 47, VI-1974). «Cada día entiendo más la merced que me hace el Señor en tener entendido el bien que hay en padecer» (Cta. 298, 17-IX-1980).

San Claudio La Colombière (+1682): en el cielo «nos reprocharemos a nosotros mismos el habernos quejado de lo que debería aumentar nuestra felicidad… Y si un día han de ser ésos nuestros sentimientos ¿por qué no entrar desde hoy en una disposición tan feliz? ¿Por qué no bendecir a Dios en medio de los males de esta vida, si estoy seguro de que en el cielo le daré por ellos gracias eternas?» (El abandono confiado en la Providencia divina 2).

5. Recordemos bien que nuestras culpas son siempre mucho mayores que las penas que nos oprimen, y que esas penas notienen comparación con la gloria que esperamos. Eso nos ayudará mucho a la hora de aceptar las cruces personales. El Señor «no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 102,10). ¿Habrá algún cristiano que niegue esa verdad?

Y pensemos en profunda convicción de fe, como San Pablo, que «así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación» (2Cor 1,5). «Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros» (Rm 8,18; +2Cor 4,17).

6. De ningún modo experimentemos nuestras cruces como si fueran algo puramente negativo, como si no tuvieran valor alguno, como si nada bueno pudiera salir de ellas…  Una cosa es que sintamos dolor y tristeza por nuestras penas, y otra muy distinta es que con-sintamos en nuestra tristeza, autorizándonos a estar tristes, y alegando que tenemos causas sobradas para ello. Tengamos en esto mucho cuidado, pues «la tristeza según el mundo produce la muerte» (2Cor 7,10). En cambio, la alegría cristiana ha de ser permanente, en la prosperidad y en la adversidad: «alegráos, alegráos siempre en el Señor» (Flp 4,4).

Otra realidad muy distinta es la tristeza propia de ciertas dolencias psicológicas, en las que el paciente, por causas genéticas, hormonales, traumáticas o del tipo que sean,  «padece» en «padecimientos» a veces graves y duraderos, que con el auxilio de la gracia son llevados con humilde paciencia y aceptación de la Cruz, y que ayudan a la purificación y al crecimiento espiritual de la persona, que así también colabora con el Crucificado en la obra de la redención.

7. No rechazar cruces por «piadosos» motivos falsos. Un laico casado bien cristiano, por ejemplo, se lamenta: «Mi matrimonio fue un error, y con los años se ha hecho un horror. Así no hay quien se santifique». Parece –aunque de internis neque Ecclesia iudicat– que este hombre quizá esté amargado, porque no ve sus penas conyugales como Cruz, sino que las considera una miseria total,  lamentable, inútil, que debe ser eliminada cuanto antes. Puede ser que convenga una separación, como las admite la Iglesia en ciertos casos; pero ciertamente conviene que sane con la gracia y el perdón su inmensa amargura.

Recuerdo que dando yo ejercicios a una comunidad femenina de clausura, una de las religiosas me pidió que la atendiera en el locutorio. La atendí como pude, pero ella hablaba tanto que no me dejaba apenas hablar. Y resultó monotemática: no se cansaba de cargar amargamente contra su Priora: «Como no se fía de la Providencia, nos hace trabajar mucho, demasiado, para una empresa de confección, y con eso nos quita tiempo para la oración. Es muy influenciable, y cambia de criterio cada dos por tres, alterando la vida de la comunidad», etc. Detrás de un ametrallamiento de muchas quejas, parecía que en ella estaba muy viva una convicción indiscutible: «es muy difícil que con una Priora así podamos ir adelante en la vida de la perfección». Por lo visto, mientras la Providencia no les quite las cruces que la Priora ocasiona, es para ellas «imposible crecer en santidad»… Asombroso: después de veinte o cuarenta años de vida monástica, esta bendita religiosa aún no alcanza a ver en ciertas cruces ninguna gracia. Ninguna. Está convencida de que sin esas cruces podrían santificarse mucho mejor… Qué espanto. Y hablaba piadosamente, como con ansias de santidad, que posiblemente eran verdaderas.

* * *

—Es muy importante que conozcamos las cruces que experimentamos como «negatividades» (–), para positivizar cada una de ellas (+)integrándolas en la Cruz misma de Cristo. Después de todo el signo de la cruz es el signo «más», el signo positivo por excelencia.Con el auxilio del Espíritu Santo, hemos de revisar atentamente cuáles son nuestras penas más habituales para, reconociendo en ellas la Cruz del Señor, hacerlas realmente «nuestras» por la aceptación de la voluntad de Dios providente. De otro modo, las penas que rechazamos con amargura y protesta no son nuestras propiamente, sino que las padecemos como puede padecer su dolor un perro apaleado o enfermo.

 

–Hay penas «limpias» –sin culpa propia o ajena que las cause– y penas «sucias» –causadas por culpa propia o ajena–. Sin duda alguna, son las penas sucias las que más nos cuesta llevar con aceptación y paciencia. Pues bien, todas las penas, limpias o sucias, han de ser positivizadas, con la gracia de Dios, por la conformidad con la Providencia divina. Todas. Y advirtamos desde el principio que la Cruz de Cristo fue ciertamente una pena sucia, la más sucia de la hisstoria humana, toda ella hecha de pecado: odio de los fariseos, ttraición de Judas, abandono de los discípulos, ceguera del Sanedrín, cobardía de Pilatos… Y Jesús «ansiaba su hora» (Jn 2,4), pues en ella iba a realizar la obra de la redención.

Positivación de cruces «limpias». Ejemplos.

(–) Sufro una enfermedad cerebral, que me ha dejado débil y desmemoriado. Es realmente una miseria. Según me dicen los médicos, no hay medicina que sane mi dolencia, que probablemente irá a peor. Qué desastre más absoluto. Esto no es vida. (+) Alabado sea Jesucristo que, a mí, incapaz de mortificaciones voluntarias, me da con todo amor, en su peso y grado justos, y en el momento más conveniente de mi vida, esta cruz no pequeña. Así me concede expiar por mis pecados y colaborar con el Crucificado en la obra de la Redención.

 (–) Soy fea, irremediablemente fea, y nadie me busca ni aprecia, porque además esta fealdad me ha causado timidez, reclusión solitaria y un mal genio insuperables. Estoy sola, completamente desesperada. (+) El Señor me ama inmensamente, y me ha dado una vocación de ermitaña en medio del mundo, pero sin el prestigio espiritual de ser ermitaña. De hecho, «mi vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Doy gracias a Dios que me ha configurado un poco al Siervo de Yahvé: «no hay en él hermosura que atraiga las miradas, despreciado, habituado al sufrimiento, tenido en nada» (Is 53,2-3)… De muchas tentaciones me ha librado el Señor por mi fealdad. Bendita es la belleza y bendita la fealdad. Y bendita es siempre la voluntad de Dios providente.

Positivación de cruces «sucias». Ejemplos.

 (–) Mi hermana es una irresponsable, y por eso yo tengo que trabajar el doble en nuestra tienda (cruz sucia por culpa ajena). Es indignante. Se lo he dicho cien veces, y cuanto más se lo digo peor se porta. Mi vida es inaguantable… (+) Bendito sea Dios que, por la pereza de mi hermana, echa sobre mí la cruz de un trabajo abrumador. Dios me asiste con su gracia, y acepto la situación exactamente igual que como la aceptaría si ella estuviera gravemente enferma, impedida para todo trabajo (cruz limpia). Digo lo de Santa Teresa: «si queréis que esté holgando, quiero por amor holgar. Si me mandáis trabajar, morir quiero trabajando… ¿Qué mándáis hacer de mí?» 

 (–) Mis excesos en la bebida me han llevado a la cirrosis. Ahora estoy sin salud y sin trabajo, y mi familia me trata como una carga inútil (cruz sucia por culpa propia).No hay modo de sanarme; a lo más pueden aliviarme y prolongar un tanto mi vida, es decir, mi tormento. Es sencillamente desesperante. ¿Cómo no voy a estar amargado? (+) Gracias, Señor, que me concedes expiar mis culpas en esta vida, y reducir así mi purgatorio. Siendo yo un miserable pecador, me concedes incluso colaborar contigo en la obra de la Redención, como el Buen Ladrón que muere con Cristo.

 

—La aceptación de las cruces, positivizando sus negatividades, no dificulta en modo alguno que se procure el remedio de sus causassi es que tienen remedio y si es que está de Dios que sean superadas–, sino que de suyo facilitan el remedio grandemente. Si la hermana del primer ejemplo no se amarga, ni se queja, sino que mantiene toda su bondad y su paz hacia su hermana irresponsable y perezosa, sintiendo por ella no rabia, sino penapor amor compasivo, hay muchas más probabilidades de que ésta finalmente se corrija y asuma sus deberes. Si el enfermo mantiene su buen ánimo, aumentan sin duda sus posibilidades de curación o de alivio. La aceptación de la cruz nunca disminuye la capacidad de remediar en lo posible los males que la causan, sino que acrecienta muchísimo la fuerza espiritual para enfrentarlos y superarlos, en cuanto ello sea posible.

«Los enemigos de la cruz de Cristo» (Flp 3,18), por el contrario, inspirados por el Padre de la Mentira, argumentan que el amor a la cruz solo vale para debilitar el esfuerzo que debe hacerse para superar los distintos males que la causan: la enfermedad, la injusticia social, etc. Pero eso es mentira. La cruz es infinitamente positiva. Es abnegación del egoísmo, es «entrega de la propia vida» por amor a los demás. Es paciencia y fortaleza en las situaciones más duras. Es la perseverancia en el buen empeño, aunque se encuentren mucchas contrariedades y no se reciba por él ninguna gratificación sensible. Ésa es verdaderamente la cruz. Falsificaciones de la cruz puede haber muchas y distintas. Pero ésa es la verdadera cruz de Cristo en los cristianos. Por tanto, si algunos males se derivaran de la cruz, no serán de su verdad, sino de su falsificación.

* * *

–Efectos buenos de la aceptación de las cruces

La Cruz aceptada con paciencia y humildad mantiene a los enfermos en paz y buen ánimo, aunque a veces estén con dolores y mal asistidos. La cruz guarda unidos a los esposos en una entrega mutua, incesante y generosa, que sabe perdonar. La cruz suprime la contracepción o el aborto, y florece en niños. La cruz hace que los padres se dediquen abnegadamente al bien de los hijos, sin ahorrar por ellos ningún sacrificio. La cruz hace que un cristiano muy rico no se dedique simplemente a «pasarlo bien», sino a «pasar haciendo el bien», como Cristo (Hch 10,38), entregándose a los demás con su trabajo y su fortuna. La cruz consigue que no se rompa la fraternidad en una familia a causa de una herencia, pues cada uno –o alguno que se sacrifica– mira por el bien de los otros. La cruz hace que, cuando todos están amargados y desanimados por males sociales que parecen insuperables, haya hombres fuertes y esperanzados (Juan Bosco, Alberto Hurtado, Teresa de Calcuta y tantísimos más en la historia de la Iglesia), que con la fuerza de la caridad divina sacan adelante obras buenas humanamente inalcanzables.  

Cualquier feligrés de sana vida cristiana que, ante un análisis clínico alarmante, 1) declara «que sea lo que Dios quiera», 2) cumplirá luego con buen ánimo y paz –«alegre en la esperanza» ( Rm 12,12)– todo lo que los médicos le indiquen para recuperar la salud. Y el cristiano ilustrado que entre lo uno 1) y lo otro 2) sólo ve una «contradicción patente» bien puede ser calificado de cristiano esquizofrénico, pues disocia morbosamente lo que está unido. Una vez más, los sabios y eruditos no entienden lo que comprenden perfectamente los pequeños y sencillos (Lc 10,21).

Bendigamos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo que, concediéndonos tomar la Cruz cada día, nos hace posible seguirlo, ser discípulos suyos, salvarnos y colaborar en la obra de la salvación de los hombres.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

 

10 comentarios

  
Marina
Después de leerle, pienso que soy muy afortunada.
El señor me ha bendecido con abundantes cruces, aparentemente, doy pena, pero por dentro me siento dichosa, e incluso conservo el
buen humor.
No hay cruz sin gloria, ni gloria sin cruz.
Siga escribiendo así de bién.

dios le bendiga.
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JMI.-Gracias, Marina. La cruz es el árbol que da más frutos y más flores.
Bendición +
16/03/21 2:27 PM
  
enrique Cheli Pedraza
Agradeciedo una vez mas, al Padre José María Iraburu , el aporte de sus valiosas reflexiones
Al recordar, tener bien presente y sin olvidar
a san Álvaro de Zamora( o de Córdoba) Precursor del Via Crucis
/ Rogamos, para pedir la intercesión del beato Álvaro de Córdoba, ( 1360-1430+) ardiente predicador, quien, con su ejemplo y sus obras, contribuyó a la reforma de la Orden, iniciada por el Beato Raimundo de Capua y sus discípulos. El cual, después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa, quedó, impactado por el doloroso Camino del Calvario, recorrido por Jesús ,fundando a tres millas de Córdoba el convento de Santo Domingo Escalaceli (Escalera del Cielo), donde había varios oratorios, que, reproducían la “vía dolorosa”, desde Getsemaní al Gólgota, por él venerada en Jerusalén, que, diera origen a la devoción del “ Vía Crucis” .
/ Oramos, para pedir su intercesión, al recordar, que, fue el precursor del Vía Crucis, al que llamó “Scala Coeli” (Escalera al cielo), porque, la Cruz de Jesús, es el único camino, que ,conduce al Reino de Dios( teniendo presente lo que dice Mt 20, 17-28 “El camino al cielo, beber del cáliz y subir a la cruz”
/ Pedimos, para no olvidar ,que, el mismo Jesús a través de Mateo 20:21 advirtió ,a la madre de Santiago y Juan ( la que reclamó los primeros puestos de honor para sus 2 hijos y que uno se sentara a la derecha y otro a su izquierda en el reino ), que, para entrar en el reino, deberían compartir su destino, siendo la cruz, constituyéndose, la cruz de Cristo en el camino del cristiano, al aclarar, que, por la Pasión se llega a la Resurrección, que, por la cruz se entra en el reino de su Padre, un reino espiritual, y lo conquistan, quienes puedan beber el cáliz de la Pasión, junto a Él, y los que sean capaces de entregar sus vidas libremente en la cruz(dándonos a entender que sin corona de espinas, no hay luego, corona de luz)


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JMI.-Per Crucem ad lucem.
Bendición +
16/03/21 8:34 PM
  
Juan
Estoy completamente de acuerdo con lo que dice.
De pequeño,quedé tullido y marcó mi carácter acomplejádome.Sufrí mucho.
Afortunadamente, Dios me dió fortaleza para irme superándose poco a poco e hizo de mí una persona,más religiosa.Ahora,transcurrida gran parte de mi vida,tengo la evidencia que mi limitación, fue una bendición de Dios.Un acto misericordioso, que ha redundado en mi beneficio.Como dice Madre Teresa de Calcuta,"Los sufrimientos son el beso de Jesús "

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JMI.-Me uno de corazón a su acción de gracias a Dios.
Bendición +
17/03/21 12:55 AM
  
Mario Enriquez
Un escrito excelente sobre la Cruz.

"Es la perseverancia en el buen empeño, aunque se encuentren muchas contrariedades y no se reciba por él ninguna gratificación sensible."

"Bendigamos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo que, concediéndonos tomar la Cruz cada día, nos hace posible seguirlo, ser discípulos suyos, salvarnos y colaborar en la obra de la salvación de los hombres."

Estas dos frases dan animo.
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JMI.- Sí, bendigamos al Señor siempre y en todo lugar,
dándole gracias.
Bendición +
17/03/21 5:00 AM
  
Andrés Soris
Maravilloso leer este documento en este momento ve mi vida. Gracias a Jesucristo por este regalo
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JMI.-Demos gracias a Dios siempre y en todo lugar. Amén.
Que Él le guarde siempre y le acreciente en su amor.
Bendición +
17/03/21 11:20 PM
  
Maria M.
Caray, padre Iraburu, despues de leer su articulo sobre la cruz, me arrepiento de quejarme por su peso y me ha motivado e inspirado para mirarla con ojos nuevos. Muchas gracias.
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JMI.- ¡Lo que nos queda por aprender del mundo de la gracia divina!
Señor, Señor... Nos identificamos con los ciegos del Evangelio a quien nuestro Señor y Salvador Jesucristo abre los ojos mostrando su compasión y su omnipotencia divina.
Si no ciegos, estamos al menos tuertos o super-miopes.
Bendición +
19/03/21 11:08 PM
  
Matt Horis
Gracias Padre Iraburu.. excelente análisis. Tengo una duda hace tiempo y es que si Jesús en el primer mandamiento nos pide honrar a nuestros padres como luego Jesús nos pide dejarlo todo y seguirlo .. es como algo contradictorio mis padres son adultos mayores y no los podría abandonar y dejarlos a su suerte por seguir el llamado que me hace Dios.. es muy complejo. Un abrazo Gracias
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JMI.-Nuestro Señor Jesucristo no vino a abolir los mandamientos de la Ley de Dios, sino allevarlos a su plenitud. El IV, honrar padre y madre, está perfectamente vigente.
Otra cosa es que si Dios llama a dejarlo todo para seguirle en entrega más total, incluya dejar la padres, familia, barca, redes y todo... Pero nada tiene que ver con abandonar a los padres dejándolos a su suerte. Nunca lo ha entendido así la Iglesia, ni en la práctica los religiosos, sacerdotes, y tampoco los laicos casados, que dejan a sus padres, para unirse a su cónyuge.
Bendición +
24/03/21 2:44 AM
  
Anónimo
Una duda, padre. Estoy de prácticas de profesor en un Instituto y en tiempos libres me paseo y también buscó un lugar donde estar solo para rezar Laudes. Cuando me preguntan qué he hecho, si he Estado paseando yo digo que sí solamente, porque no me gusta hablar sobre que dedicó un rato a rezar. No sé si lo hago porque me avergüenzo de Cristo (lo que sería pecado) o porque no me gusta tener que hablar y dar explicaciones sobre mi vida espiritual(por ser un tema muy personal)
¶Usted qué opina?
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JMI.-Yo no puedo opinar hasta qué punto calla por vergüenza o por no manifestar sin más cosas íntimas de su vida interior espiritual.
Bendición +
26/03/21 11:58 AM
  
Manuel d
Estimado Padre Iraburu
Suelo preguntarme el sentido de la figura de Simon El Cireneo, ayudando en la senda al Calvario a Nuestro Señor con la cruz a cuestas.
A veces lo veo como un apoyo de Nuestro Señor pero no lo veo así porque le obligaron a cargar con la cruz.
Más bien lo veo como la imagen de todos aquellos los que nos ayudan a llevar nuestra cruz, siendo de esta manera como Nuestro Señor agradecería a todos ellos (los llamados cirineos) su labor.
Como me consta su sabiduría en estos temas le agradezco de corazón que nos comente esta figura que, para mi, es un tanto difusa su comprensión.
Nuestro Señor Jesucristo le bendiga
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JMI.-Dios suscita al Cirineo para que ayude a llevar su Hijo la cruz. Y para que su ejemplo nos ayude a llevar la cruz de nuestro prójimo. Y punto.
Bendición +
No es aut-aut, sino et-et.
26/03/21 4:51 PM
  
Fernando del Carpio Marek
Qué buena lectura que nos ha brindado Padre. Estoy un poco atrasado con sus artículos, que siempre resultan ser las lecturas más provechosas para el alma. En particular aquí usted da ejemplos tan concretos y reales, que es difícil no verse reflejado en ellos con alguna ligera adaptación. Gracias Padre, y gracias Señor Espíritu Santo por darle el don de sabiduría, ciencia, inteligencia, etc. al Padre Iraburu.

P. S. Recién descubrí que usted escribe en su libro Hechos de los Apóstoles de América sobre el venerable fray Vicente Bernedo, Apóstol de Charcas, es decir, Apóstol de Bolivia, mi patria. No tenía la más mínima idea de que Dios nos había dado este regalo gozoso de tener un "apóstol", un santo gigante (aunque aún no esté canonizado), a la altura de esos que uno lee en las hagiografías antiguas. ¿Puede usted creer que en Bolivia son poquísimos quienes saben de él, y que jamás he escuchado a obispos ni sacerdotes siquiera mencionarlo? Bueno, si yo hasta ahora no leí su libro Hechos de los Apóstoles de América, quién soy para quejarme de las negligencias ajenas. Feliz y santa Semana Santa, Padre.
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JMI.- Yo he estado bastante en Hispanoamérica, y siempre he lamentado apreciar que con gran frecuencia apenas conocen y valoran la historia gloriosa de su propia Iglesia, sobre todo en los últimos decenios. Por eso escribí los "Hechos de los Apóstoles de América", no sólo para ensalzar a sus más grandes santos y personalidades, sino para estimar a su pueblo cristiano. El Quinto Centenario me pareció en buena parte como organizado por los adictos a la Leyenda Negra.
Bendición +
28/03/21 8:57 PM

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