(630) Espiritualidad, 8. –Jesucristo, escándalo y locura
–«Cristo Crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos»…
–«pero fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, judíos o griegos» (1Cor 1,23-24).
–Jesús, mártir toda su vida
El pecado del mundo es ignorado por los hombres. Y esto por dos razones: primera, porque en él han vivido sumergidos desde siempre; y segunda, porque en mayor o menor medida son cómplices de ese mal, y están, por decirlo así, con-naturalizados con él.
Pero Jesús, el hombre más feliz que ha existido en la historia de la humanidad, como ya expliqué al final del anterior artículo sobre Él (625), vive al mismo tiempo horrorizado por el mal del mundo, que rechazándole a Él, se cierra a su salvación. Y este horror es creciente, hasta hacerse en Getsemaní «pavor, angustia, sudor de sangre» (Mc 14,33; Lc 22,44).
En la Tercera Memoria (1941) de las apariciones de Fátima, escrita por la Hna. Lucía, beatificada en 2008 por Benedicto XVI, se narra la visión del infierno. «Visteis el infierno –dice la Virgen a los tres niños– a donde van las almas de los pobres pecadores». La Beata Jacinta, la menor, en aquella visión «se horrorizó de tal manera, que todas las penitencias y mortificaciones le parecían pocas para salvar de allí a algunas almas… Algunas personas no quieren hablar a los niños pequeños sobre el infierno, para no asustarles. Pero Dios no dudó en mostrarlo a tres, y una de ellas contando apenas seis años, y Él bien sabía que había de horrorizarse». ¿Habrá que pensar que lo que «ven» los Beatos niños de Fátima no lo alcanza a «ver» el Niño Jesús?
El mal que no alcanzan a ver, pues ellos mismos lo hacen, los sacerdotes y fariseos, los escribas y rabinos, tan expertos en las Sagradas Escrituras, Jesús niño, que a los doce años asombra a los doctores con su sabiduría, lo ve con toda claridad desde que tiene uso de razón. Desde niño dice Jesús al Padre celestial: «arroyos de lágrimas bajan de mis ojos por los que no cumplen tu voluntad» (Sal 118,136).
Jesús, desde chico, sabe que «el mundo entero está bajo el Maligno» (1Jn 5,19), y que todos los errores y males que abruman a la humanidad, se producen bajo su influjo. Ve y entiende que las autoridades, en lugar de servir a sus súbditos, «los tiranizan y oprimen» (Mc 10,42). Ve, en el mismo Pueblo elegido, la generalizada profanación del matrimonio, que ha venido a ser una caricatura de lo que el Creador «desde el principio» quiso que fuera (Mt 19,3-9). Ve en Israel cómo una secular adicción a la mentira, al Padre de la Mentira, hace casi imposible que los hombres, criaturas racionales, capten la verdad (Jn 8,43-45). Ve cómo el hombre, habiendo sido hecho a imagen de Dios, ha endurecido su corazón en la ambición, en la avaricia, en la venganza y en los castigos rigurosos, ignorando el perdón y la misericordia. Y cómo escribas y fariseos, los hombres de la Ley divina, han venido a ser una «raza de víboras», unos «sepulcros blanqueados», que «ni entran, ni dejan entrar» por el camino de la salvación (Mt 23,13-33). Ve claramente que están «llenos de codicia y desenfreno, llenos de hipocresía y de iniquidad» (23,25.28). Y ve cómo, por la avidez económica de unos y la complicidad pasiva de otros, el Templo de Dios se ha convertido en «una cueva de ladrones» (21,12-13)…
Ese enorme abismo mundano de pecado lo ve Jesús con plena claridad toda su vida. Y sabe también que ese abismo de mentira y de culpa no lo ven las autoridades, ni los sacerdotes, ni tampoco los teólogos de Israel. Conoce que Él ha sido enviado por el Padre para iluminar con su luz «a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte» (Lc 1,79); para revelar a Israel la plena verdad y para denunciar toda la mentira, rescatando de ella por el Evangelio a todos los hombres, más o menos sujetos al Padre de la Mentira. Y es consciente de que no podrá cumplir esa misión sin grandes sufrimientos, sin sufrir un rechazo total, una persecución a muerte, siendo su mayor sufrimiento la perdición de sus perseguidores..
–Jesús se reconoce en las Escrituras
Jesús, desde muy niño, escucha las sagradas Escrituras en las celebraciones sabáticas de la sinagoga. Aprende a leer, lee las Páginas divinas, y cada vez va comprendiendo mejor, en su conocimiento humano adquirido, cómo todas las Escrituras se están refiriendo a Él continuamente. Mientras es niño y muchacho, permanece callado; pero cuántas veces en Nazaret habría podido decir lo que dirá años más tarde allí mismo: «hoy se cumple [en Mí] esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).
Cuando Jesús lee o escucha cómo en el monte Moriah, por orden de Yavé, Abraham está dispuesto a sacrificar a su único hijo, Isaac, y le oye decir «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gén 22), sabe que Abraham e Isaac son figura del Padre celestial y de Él mismo; es consciente de que el Padre divino, con todo amor, «no escatima a su propio Hijo, sino que lo entrega por todos» (Rm 8,32).
A medida que año tras año participa Jesús en la celebración anual de la Pascua, ve que en el día catorce del mes de Nisán, el mes primero del calendario judío, en la primavera, se sacrifica un cordero inmaculado, al que no se quebranta hueso alguno, y que de su sangre recibe Israel la liberación de la esclavitud y de la muerte (Éx 12). Y entiende, sin duda, en todo ello el anuncio profético de su propia Pasión y muerte.
Cuando Jesús medita en el establecimiento de la Alianza Antigua, sellada en el Sinaí con aquel sacrificio ofrecido por Moisés, en un altar construido sobre doce piedras, es consciente de que las palabras que entonces se pronunciaron van a tener en sí mismo una realización nueva y definitiva: «ésta es la sangre de la Alianza que hace con vosotros Yavé sobre todos estos preceptos» (Éx 24). Moisés, al decir esto, esparcía sobre los judíos la sangre del sacrificio. Esa sangre, en la Alianza nueva, será la sangre de Cristo.
Jesús conoce también la profecía de Isaías, y sin dudas ni perplejidades, con una conciencia humana cada vez más clara y segura, se reconoce en el Siervo de Yavé, profetizado para la plenitud de los tiempos:
«He aquí a mi Siervo, a quien yo sostengo, mi Elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él, y él dará la Ley a las naciones… Yo te he formado y te he puesto por Alianza para mi pueblo, y para luz de las gentes»… (42,1.6). «Tú eres mi siervo, en ti seré glorificado» (49,3).
«No hay en él apariencia ni hermosura que atraiga las miradas, no hay en él belleza que agrade. Despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada.
«Pero fue él, ciertamente, quien tomó sobre sí nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado y herido por Dios y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y triturado por nuestros pecados. El castigo salvador pesó sobre él, y en sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros andábamos errantes, como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros…
«Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado, tendrá posteridad y vivirá largos días, y en sus manos prosperará la obra de Yavé… El Justo, mi siervo, justificará a muchos, y cargará con las iniquidades de ellos. Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres, y recibirá muchedumbres por botín: por haberse entregado a la muerte, y haber sido contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de todos e intercedía por los pecadores» (53,2-12; +1Pe 2,21-25).
Jesús conoce las Escrituras, y sabe que Israel mata a los profetas que Dios les envía –los mata siempre, más pronto o más tarde: a todos–. Por eso se lamenta: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!» (Mt 23,37; cf. 5,12; 23,30-39). En su vida pública acusa abiertamente a los judíos de ser «asesinos de los profetas», anunciando así su propia pasión con toda claridad. Por otra parte, el mismo asesinato de Juan Bautista es para Cristo anuncio cierto de su propia pasión.
Sí, Jesús conoce perfectamente a los judíos de su tiempo, y conoce además desde niño las profecías. Sabe muy bien lo que le espera:
«Desde el día en que vuestros padres salieron de Egipto hasta hoy, les he enviado a mis siervos, los profetas, día tras día. Pero no me escucharon, no me prestaron oído, y endurecieron su cerviz, y obraron peor que sus padres. Cuando tú les digas todo esto, no te escucharán; les llamarás y no te responderán» (Jer 7,25-26).
Es consciente Jesús de que los profetas, los salmistas, se refieren a él: «soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre, porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí» (Sal 68,9-10).
Jesús se reconoce en el Justo que describe el libro de la Sabiduría. Se conoce a sí mismo prefigurado en ese Justo, terriblemente perseguido por la muchedumbre de los pecadores:
«Tendamos trampas al justo, porque nos fastidia, oponiéndose a nuestro modo de obrar, y echándonos en cara las transgresiones a la Ley, reprochándonos nuestros extravíos. Él se gloría de poseer el conocimiento de Dios, y a sí mismo se llama hijo del Señor. Es un vivo reproche contra nuestra conducta, y sólo verle nos resulta insoportable, porque lleva una vida distinta de los otros, y sus caminos son muy diversos de los nuestros. Nos tiene por escoria, y se aparta de nuestras sendas como de inmundicias. Ensalza el fin de los justos y se gloría de tener a Dios por padre. Veamos si sus palabra son verdaderas y comprobemos cómo le irá al final. Porque si el justo es hijo de Dios, Él lo acogerá y lo librará de las manos de sus enemigos. Pongámosle a prueba con ultrajes y tormentos, veamos su resignación, probemos su paciencia. Condenémosle a muerte afrentosa, ya que dice que Dios lo protegerá» (Sab 2,12-20).
Sí, Jesús conoce bien las Escrituras pues es Él quien las ha inspirado. Y sabe que todas ellas se refieren a Él y que sólo en Él hallan su pleno cumplimiento. Y esto Jesús lo sabe no solo cuando es adulto, es decir, cuando actúa como Maestro de Israel, sino ya cuando es niño y adolescente. Y lo sabe en un grado siempre creciente. Reconoce que las Escrituras van cumpliéndose a lo largo de su vida. Por eso dice a los judíos: «examinad las Escrituras, ya que en ellas esperáis hallar la vida eterna: ellas dan testimonio de mí» (Jn 5,39). Y también les dice estas verdades a sus discípulos.
«“Esto es lo que yo os decía estando aún con vosotros, que era preciso que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos de mí”. Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras, y les dijo: “Así estaba escrito, que el Mesías debía padecer y al tercer día resucitar de entre los muertos… Vosotros daréis testimonio de esto”» (Lc 24,44-48; +24,27.32). Y los Apóstoles, en efecto, aprendieron esta enseñanza y la transmitieron en su predicación: «Vosotros pedisteis la muerte para el autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos… Dios ha dado así cumplimiento a lo que había anunciado por boca de todos los profetas, la pasión de Cristo» (Hch 3,15-18).
–¿Cristo ignora el sentido verdadero de su misión?
¿Quién puede atreverse a pensar que Cristo ignoró durante muchos años «lo que Dios había anunciado por boca de todos los profetas», esto es, su propia pasión? ¿Cómo es posible que los escrituristas y teólogos que hoy enseñan esa barbaridad sean ensalzados en la Iglesia con premios y condecoraciones?… Los evangelistas, especialmente Mateo, que escribe para judíos, insisten una y otra vez en esta verdad: «todo esto sucedió para que se cumpliesen las Escrituras de los profetas» (Mt 26,56).
Decir que Cristo, en el curso de su vida pública, va enterándose poco a poco de cuàl va a ser su final es una gran herejía. Quienes la profesan y enseñan entienden que, al menos en el comienzo de su predicación, espera instaurar con éxito el Reino de Dios en este mundo, y que sólo a lo largo de su campaña pública, cada vez más hostilizada, se va decepcionando y comienza a sospechar que todo su empeño va a acabar en el fracaso, y sólo al final conoce que morirá en la Cruz. Es una inmensa estupidez, patentemente contraria a lo enseñado por los profetas, los apóstoles y los evangelistas. Equivale a afirmar que Jesús ignora las Escrituras o que si las conoce, no las entiende, las interpreta mal, pues no capta lo que éstas realmente anuncian tantas veces acerca de Él y de su pasión. Es una hipótesis absurda, hoy enseñada por algunos exegetas y teólogos de gran prestigio, muy satisfechos de su ciencia, de su prestigio académico y popular, y de las promociones y premios recibidos. Lo consiguieron.
¿Pero cómo Cristo hubiera reprochado a sus Apóstoles no haber descubierto en las Escrituras el anuncio de su pasión (Lc 24,25-26), si Él mismo, durante años, no hubiera entendido los anuncios proféticos de su Cruz? ¿Cómo Él mismo anuncia a sus discípulos tres veces –al menos– que sus adversarios van a matarlo? ¿Y cómo pensar que Jesús, al menos al comienzo de su vida pública, hubiera albergado una falsa esperanza de que su Evangelio iba triunfar en Israel?… Estas preguntas pueden ser contestadas tranquilamente por arrianos y modernistas .
–El Cordero de Dios
«Jesús, al empezar», cuando hizo su retiro en el desierto y recibió después el bautismo en el Jordán, «tenía unos treinta años» (Lc 3,23). Y ya en ese momento inicial de su misión, estando en el desierto, el Diablo, «mostrándole de un monte muy alto todos los reinos del mundo y la gloria de ellos», lo tienta a un mesianismo glorioso, potente, sin cruz alguna. Pero Jesucristo entonces, al comienzo mismo de su ministerio público, rechaza a Satanás, consciente de que su verdadero camino lleva a la Cruz (Mt 4,1-11).
En este mismo comienzo del ministerio de Jesús sitúan los evangelios, y también los escrituristas, su encuentro en el Jordán con Juan Bautista, medio año mayor que él. Por inspiración del cielo (Jn 1,31-34), enseguida de bautizar a Jesús, lo señala Juan y lo presenta diciendo: «éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (1,29). Al oír esto, los Apóstoles no entienden casi nada. Pero Juan sí sabe lo que está diciendo iluminado por el Espíritu Santo. Está diciendo que «éste es el verdadero Cordero pascual, y es en la sangre de su sacrificio expiatorio donde el mundo pecador va a encontrar por fin ls reconciliación con Dios y su perdón».
Y esa identidad pascual-martirial que Juan sabe de Jesús, la sabe Jesús evidentemente de sí mismo. Eso explica su enigmática forma de actuar, humanamente inexplicable: Él obra en medio de Israel con una valentía aparentemente temeraria: «no se guarda» en lo que dice o en lo que hace; no «guarda su propia vida», porque desde el principio la da por «perdida» (cf. Lc 9,24).
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En dos artículos anteriores, (625) y (630), he considerado la fisonomía martirial de Cristo, que marca toda su vida y su obra, y en otros dos artículos próximos consideraré el camino de Cristo en los tres años de su vida pública, siempre avanzando hacia la Cruz, en la que culimina su vida en este mundo, y que prosigue en la historia de la Iglesia, en cada uno de los cristianos que es fiel al Resucitado, como un San Pablo:
«Me alegro ahora en mis padecimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
José María Iraburu, sacerdote
9 comentarios
La cruz y la resurrección son la culminación de su salvación, pero toda su vida es pura salvación, desde su Encarnación hasta su Ascensión. Es el mismo Dios en medio de nuestra miseria,
Es Enmanuel, es Dios con nosotros: "Yo soy el Señor tu Dios, que te toma de la mano y te dice: no temas, que yo estoy contigo" (Is. 41,13).
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JMI.- Amén.
El propio Simeon se lo recordó a la Virgen María y a San José, cuando el Niño tenía poco más de un mes, al decirle a María sin paños calientes: "Y a ti misma una espada te traspasará el alma" (Lc. 2, 35). Me parece que sólo así, bajo la instrucción atenta y amorosa de sus padres, "el niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él" (Lc. 2, 40).
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JMI.-Así lo dispuso la Providencia divina.
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JMI. +Así es Maricruz. Bendición +
Muy unidos en la oración con Jesús y María.
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JMI.- Me da usted en enlace de un cierto libro que puede adquirirse en Amazon. Lo siento, me mandan a veces a esta Sala de Comentarios la indicación de algún libro para hacerle propaganda. Pero nunca los publico. No es el sitio apropiado. Las más de las veces no conozco el libro, 1) y ni puedo recomendarlo sin conocerlo, 2) ni puedo ponerme a leerlo para conocerlo.
Gracias por su buena intención.
Bendición +
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JMI.-El amar nos lleva a rezar y a confesar en privado o en público, según nuestras posibilidades, aquellas verdades de fe que están silenciadas o incluso negadas en el modo que mejor podamos: conversación, predicación, carta, en una reunión, donde sea: "con oportunidad o sin ella".
La omisión sistemática del tema del infierno es pésima, pues equivale a negar una verdad de fe, que nuestro Señor y Salvador Jesucristo revela en unas 50 veces distintas de los Evangelios.
María, vive horrorizada por el mal del mundo, que rechazando a su Hijo, se cierra a su salvación. María, reconoce a su Hijo en las Escrituras.
¿Jesús le enseñaba a su Madre acerca de Él?.
Mi duda es porque Monseñor Straubinger en algunos comentarios a la Sagrada Biblia (
Lc. 1, 55 y Jn. 19, 25, no recuerdo si en otros también) dice que la Virgen María ignoraba que su Hijo iba a ser rechazado por Israel. Comentarios:
Lc. 1, 55: ... Lo cual concordaría también con el hecho de que la Virgen ignoraba el misterio del rechazo del Mesías en su primera venida, por parte del pueblo escogido, y creía, como los Reyes Magos (Mt. 2, 2-6), Zacarías (v. 69 ss.), Simeón (2, 32), los apóstoles (Hch. 1, 6) y todos los piadosos israelitas que aclamaron a Jesús el Domingo de Ramos, que el Mesías-Rey sería reconocido por su pueblo, según la promesa que María había recibido del ángel con respecto a su Hijo en el v. 32: “el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará en la casa de Jacob para siempre, y su reinado no tendrá fin”. Véase 2, 35; 2, 50; Mi. 7, 20 y notas.
Jn. 19, 25: ... María no vacila, aunque humanamente todo lo divino parece fallar aquí, pues la profecía del ángel le había prometido para su Hijo el trono de David (Lc. l, 32), y la de Simeón (Lc. 2, 32), que Él había de ser no solamente “luz para ser revelada a las naciones” sino también “la gloria de su pueblo de Israel” que de tal manera lo rechazaba y lo entregaba la muerte por medio del poder romano. “El justo vive de fe” (Rm. 1, 17) y María guardó las palabras meditándolas en su corazón (Lc. 2, 19 y 51; 11, 28) y creyó contra toda apariencia (Rm. 4, 18), así como Abrahán, el padre de los que creen, no dudó de la promesa de una numerosísima descendencia, ni aún cuando Dios le mandaba matar al único hijo de su vejez que debía darle esa descendencia. (Gn. 21, 12; 22, 1; Si. 44, 21; Hb. 11, 17-19).
Desde ya muchas gracias
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JMI.-Podemos con cierta base en la Escrituras "suponer" que la Sma. Virgen María sabía o ignoraba esto o lo otro. Pero no podemos "saberlo", porque no hay datos ciertos. Los Evangelios son muy parcos a la hora de hablar de María. Lo poco que dicen es GRANDIOSO siempre, eso sí.
La Virgen María, por otra parte, como dice Santa Isabel, es "bienaventurada porque ha querido que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). Si le han comunicado los discípulos, o Ella misma ha oído directamente, que Jesús anuncia su próxima muerte en Jerusalén, aunque los discípulos no se lo crean, Ella está segura de que se cumplirá lo que Jesús ha anunciado clara y repetidas veces. Y si después de la Cruz quedan todos confusos, Ella está convencida con toda certeza de que "al tercer día resucitará", porque sabe que son palabras ciertas de su Hijo. Y Ella las cree con absoluta firmeza.
Otras veces "le ha dicho el Señor" que el que de Ella va nacer heredará el trono de David y reinará para siempre. ¿Qué entendía Ella en cuanto a tiempos y modos de ese "reinar" para siempre? ¿Que ya ahora resucitado "vive y reina" por los s. de los s.? ¿Que en su segunda venida reinará sobre todas las naciones, y todos los reyes vendrán a postrarse en su presencia, en el nuevo cielo y nueva tierra? ¿Que ambas realidades se cumplirán?...
No me parece espiritualmente provechoso hacer suposiciones y defender hipótesis sobre temas como éste. "El justo vive de la fe" (Rm 1,17), y de la Virgen sabemos lo que la Escritura nos revela, lo que la Tradición y el Magisterio apostólico enseña y ha enseñado siempre.
Bendición +
Gracias a Dios y a usted por su artículo.
Respecto de si es analogable a la Virgen María lo que se dice de Nuestro Señor Jesucristo, santo Tomás de Aquino dice:
«Cuanto algo está más cerca del principio en cualquier género de cosas, tanto más participa de los efectos de dicho principio... Ahora bien, la Santísima Virgen María gozó de la suprema proximidad a Cristo según la humanidad, puesto que de ella recibió la naturaleza humana» (STh III, q. 27, a. 5) y en ese mismo artículo en la primera respuesta dice: «la Santísima Virgen María poseyó tal plenitud de gracia, que fue la más próxima al autor de dicha gracia, hasta el extremo de recibir en sí misma al que está lleno de toda gracia y, al darlo a luz, hacer llegar la gracia a todos».
Por lo cual es claro que es analogable lo que se predica de Cristo en Ella. Si Cristo veía con claridad el pecado del mundo, María es quién después de Él lo veía con más claridad; si toda la vida de Cristo fue una cruz, toda la vida de María fue una cruz, si Cristo se reconoce en las Escrituras, María reconoce a Cristo en la Escritura, etc.
Y, siguiendo a san Luis de Montfort, considero que sí es edificante, pues de ese modo sabemos que Ella es la más cercana a Cristo, y así, la que mejor y más perfectamente nos puede conducir a Él:
«Vos estáis, Señor, siempre con María, y María siempre está con Vos y no puede estar sin Vos: de otro modo dejaría Ella de ser lo que es; de tal modo está Ella transformada en Vos por la gracia, que no vive, no existe, sino que sólo Vos, mi Jesús, vivís y reináis en Ella con más perfección que en todos los ángeles y bienaventurados. ¡Oh! si fuere conocida la gloria y el amor que recibisteis, Señor, en esta admirable criatura, se tendrían para con Vos y para con Ella sentimientos bien diferentes de los que se tienen. María os está tan íntimamente unida, que más fácil sería separar a la luz del sol, al calor del fuego; digo mal, más fácil sería separar de Vos a todos los ángeles y santos, que a vuestra bienaventurada Madre; porque Ella os ama más ardientemente y os glorifica más perfectamente que todas vuestras criaturas juntas» (Tratado de la verdadera devoción, 63).
¡Feliz fiesta de santo Tomás de Aquino! El doctor de los doctores de la Iglesia.
Le ruego su bendición.
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JMI.- Merecida bendición santificante +
Que el Señor resucitado le bendiga
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JMI.-Ahora, Manuel, que no nos oye nadie:
¿Y no es una pena que tantos lectores se interesen más por una noticia o un post en el que se describen los pecados, pongamos, de un famosos Cardenal, que las maravillas deslumbrantes de nuestro Señor y Salvador Jesucristo caminando firme hacia la Cruz sagrada?
Sí, es una pena.
Por pura gracia de Dios (y gracia bien grande) te parece este artículo "una delicia". Se te alegra el alma con un gozo inefable contemplando a Jesús que obedece al Padre hasta la muerte, y muerte de Cruz, abriendo así para siempre a los hombres la fuente de la salvación eterna.
Bendición +
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