(577) Evangelización de América, 83 –Río de la Plata, 9 –Las Reducciones misionales, y 4. –Llanto por su destrucción
–Destruyeron lo realizaciones más perfectas de los cristianos católicos.
–Normal. Es la especialidad de los protestantes masónicos e ilustrados.
–Llanto sobre las reducciones arruinadas
Los mayores sufrimientos, sin embargo, fueron los de los indios, que por esa causa quedaron abandonados sin pastor. De momento, continuaron las reducciones una vida precaria bajo diversas fórmulas sustitutivas: con clero secular o con otros religiosos, menos numerosos y preparados. Pero su decadencia fue inevitable, hasta que desaparecieron en las guerras de la independencia.
Evocaremos el dolor de los indios transcribiendo algunas partes de una Carta del Cabildo de la Misión San Luis Gonzaga dirigida al gobernador de Buenos Aires, marqués de Bucareli (Tentación 186-188; Lugon 207). Lleva fecha del 28 de febrero de 1768, poco después de que los jesuitas de aquella reducción, anticipándose a la expulsión, la abandonaran.
«Dios te guarde a ti que eres nuestro padre… Nos han escrito pidiéndonos ciertos pájaros que desean enviemos al Rey. Sentimos mucho no podérselos enviar, porque dichos pájaros viven en las selvas donde Dios los crió y huyen volando de nosotros, de modo que no podemos darles alcance… Pedimos ahora que Dios envíe la más hermosa de las aves, que es el Espíritu Santo, a ti y a nuestro Rey para iluminaros y que os proteja el santo Ángel.
«Llenos de confianza en ti, te decimos: Ah, señor Gobernador, con las lágrimas en los ojos te pedimos humildemente dejes a los santos padres de la Compañía, hijos de san Ignacio, que continúen viviendo siempre entre nosotros, y que representes tú esto mismo a nuestro buen Rey en el nombre y por el amor de Dios. Esto pedimos con lágrimas todo el pueblo, indios, niños y muchachas, y con más especialidad los pobres.
«No nos gusta tener cura fraile o cura clérigo… no han tenido interés por nosotros. Los padres de la Compañía de Jesús sí, que cuidaron desde el principio de nuestros antepasados, los instruyeron, los bautizaron y los conservaron para Dios y para el rey de España. Así que de ningún modo gustamos de párrocos frailes o de párrocos clérigos. Los padres de la Compañía de Jesús saben conllevarnos, y con ellos somos felices sirviendo a Dios y al Rey, y estamos dispuestos a pagar, si así lo quisiere, mayor tributo en yerba caamirí…
«Esto es la pura verdad, te decimos, y si se hace lo contrario, se perderá pronto este pueblo y otros pueblos también, para sí, para el Rey y para Dios, y nosotros caeremos en poder del demonio. Y entonces, a la hora de nuestra muerte, ¿a quién tendremos que nos auxilie? A nadie absolutamente…
«Por tanto, señor Gobernador bondadoso, haz como te suplicamos. Y que nuestro Señor te asista y te dé su gracia continuamente. [Siguen las firmas]» (Tentación 186-188).
Esta hermosa carta puede servir de epitafio para las reducciones guaraníes de los jesuitas.
Destrucción de las Reducciones
El marqués de Bucareli, pensando quizá que el influjo de la Ilustración era para los indios más benéfico que el del Evangelio, puso gran empeño en procurar el bien de las reducciones, evitando abusos, y enviándoles administradores de Asunción, Corrientes, Villarrica y de otras ciudades vecinas. Con ellos entraron en tromba hacendados y comerciantes, ansiosos por las riquezas de las reducciones, no tan inmensas como las forjadas en la leyenda, pero en todo caso sumamente apetecibles.
Como dice Jean-Paul Duviols, «raros eran los administradores de los pueblos que se abstenían de malversaciones y cohechos. La riqueza económica fue mucho peor administrada por los funcionarios reales de lo que había sido por los jesuitas. Aquéllos, considerando su gestión esencialmente como una fuente de beneficios inmediatos, practicaron un pillaje económico que empobreció progresivamente a los pueblos» (Tentación 56).
Las poblaciones misionales se fueron despoblando, se abandonaron las mejores tierras, cayeron en la ociosidad talleres y fábricas, y a los diez años de la expulsión de los jesuitas, solamente en nueve reducciones había aún escuela. A principios del XIX, lo poco que quedaba de las reducciones fue arrasado en las guerras de la independencia. Es demasiado triste para ser contado… Quedan ahora, invadidas por la selva en muchos casos, las ruinas ciclópeas de las iglesias misionales, algunas galerías derrumbadas, restos de graneros y talleres… Estas ruinas son el testimonio patético de la eficacia de la Ilustración para destruir las construcciones del Evangelio.
–Adversarios de las reducciones
La hostilidad de no pocos de los españoles y criollos del Plata contra las reducciones, a la que ya hemos aludido, está bien expresada por un tal M. Haÿs, administrador del asiento de negros en Buenos Aires, que, sin avergonzarse de su cargo, en una Mémoire publicada en Amsterdam en 1717, vuelca contra los jesuitas un cúmulo de denuncias.
Acusa a los jesuitas de que podían levantar en las reducciones, en pocos días, un ejército de sesenta mil hombres: «el pretexto para mantener siempre alerta a tan grande cantidad de tropas son los paulistas, que hacen incursiones en las misiones para raptar a indios. Pero los españoles de mayor entendimiento juzgan de otra manera y afirman que es con el solo fin de impedir que todo el mundo –sin excepción– tenga acceso a las Misiones. La precaución adoptada de no enseñar la lengua española a los indígenas y de hacerles un caso de conciencia si frecuentan a los españoles basta para descubrir cuáles son los verdaderos propósitos de los padres jesuitas»…
Es necesario «dar a conocer que la ambición de gobernar como soberanos y el deseo insaciable de amasar riquezas inmensas es su único propósito… Esas gentes deberían hallarse en condición de libres y poseer tierras y deberían gozar de la libre disposición de sus cosechas y del producto del trabajo; así sería una colonia como Dios manda: y gracias a todo ello se tendría la circulación de los bienes, o sea, el comercio, tal como se practica en el resto de las colonias. Se reconocería la autoridad del Rey y se conservarían sus dominios» (Tentación 167-169).
Por lo demás, los hombres de la Ilustración, antes de que se enfriara en su tumba el cadáver de las reducciones, se dieron el gusto de escupir sobre ellas. Así, en 1769, Matías Anglés y Gortari, corregidor de Potosí, hizo sobre las reducciones un informe al virrey del Perú, en el que –al parecer, para justificar su extinción– asegura que de estos indios «se apoderan los vicios, obscenidades y demás delitos de tal suerte que causa gran lástima y desconsuelo; y sólo los dichos padres se esfuerzan en alabarlos y atribuirles unas virtudes y perfecciones que jamás las han conocido, ni practicado; y me parece que puedo decir con toda realidad que tanto distan sus indios de profesar el cristianismo, como distan estas Misiones de ser verdaderas y apostólicas misiones» (Tentación 164).
En esos mismos años Louis Antoine de Bougainville, navegante francés que cumple en las Malvinas una misión al servicio de España, publicael Journal du voyage autour du monde (1766-1769), en el que se permite escribir cosas como éstas:
«Creo que no deja de ser interesante saber de qué modo viven aquellos curas sultanes. En cada parroquia no hay más que dos jesuitas… El cura vive en una casa grande cerca de la iglesia, la cual tiene dos partes… En la otra parte hay un crecido número de mujeres, jóvenes o casadas o viudas, según la elección del cura, que hacen trabajar en tareas diversas bajo la custodia e inspección de ancianas –lo que en Asia llaman serrallo se llama aquí seminario–. El alojamiento del padre cura comunica interiormente con estas dos partes…
«Estos indios son tristes, tiemblan sin cesar bajo la férula de un maestro pedante y severo, no disfrutan de ninguna propiedad y están sometidos a una vida trabajosa cuya uniformidad es suficiente para morirse de aburrimiento» (Tentación 188-189).
–Algunas verdades sobre las reducciones
La destrucción de las reducciones hoy prosigue en los historiadores anti-católicos o anti-jesuitas, que o bien las ignoran o desprecian, presentándolas como el fruto ambiguo del despotismo ilustrado de los jesuitas, ávidos de riquezas y de poder, o bien las consideran como un curioso empeño humanitario, de inspiración utópica renacentista, y sin específico impulso cristiano. Por eso, si en el «Siglo de las Luces» la realidad histórica de las reducciones fue arruinada por las fuerzas políticas ilustradas y progresistas, hoy es necesario que al menos defendamos su verdad histórica de estas mismas fuerzas.
Muchos hay, por otra parte, cristianos incluidos, que, al margen de prejuicios ideológicos, simplemente desconocen la historia de las reducciones, y piensan de ellas más o menos que fueron un experimento curioso, muy reducido, por lo demás, que no pudo resistir la prueba del tiempo, y que, por tanto, se puede ignorar perfectamente. Como dice Lugon, «nuestra cultura de jóvenes cristianos ignora la existencia de esta república cristiana, “triunfo de la humanidad”, en muchos aspectos, al decir de Voltaire» (15). Así las cosas, convendrá dejar asentadas algunas afirmaciones ciertas:
–1. Las reducciones guaraníes produjeron una verdadera nación, lo que algunos historiadores han llamado la República Guaraní, un cuasi-estado, con grandes autonomías, ligado en muchas cosas de modo directo a la Corona de España. Cuestión difícil de precisar es la cifra de población, ya que los informes dan a veces cifras dispares, quizá porque el impuesto de la Corona se fijaba en función del censo, y también porque los jesuitas, temiendo provocar al mundo criollo con la grandeza de las reducciones, procuraron siempre empequeñecerlas en la apariencia. Algunos autores opinan que llegaron a tener unos 150.000 habitantes, y Anton Sepp hablaba de 200.000.
Lo que estas cifras significan no puede apreciarse debidamente si no se tiene una idea, ni siquiera aproximada, de la demografía americana de la época. Sirva, pues, como un dato orientador señalar que en 1725 Buenos Aires tenía unos 5.000 habitantes, y que hacia 1800 las provincias de Buenos Aires y de Paraguay, juntas, incluyendo indios, negros y mestizos, apenas llegaban a los 270.000 habitantes. Otro dato: el obispo de Buenos Aires, tras una visita pastoral realizada en 1681, escribía al Rey acerca de los indios de las reducciones, y afirmaba que sobrepasaban con mucho en población y en armas a todo el resto de las provincias, y que vivían muy independientes, pues «penden solo de su arbitrio». Así pues, lo que destruyó el rey Carlos III no fue un insignificante conjunto de pintorescas reservas de indios norteamericanos, sino una nación fuerte y perfectamente organizada.
–2. Las reducciones del Paraguay tuvieron una vida próspera y durable.Y es de notar en esto que, en general, las comunidades utópicas cristianas, estimuladas por ideales religiosos, han mostrado una perfección y perduración mucho mayor que las comunidades utópicas socialistas o románticas, impulsadas puramente por ideales humanitarios. Diversos estudios sociológicos, como el de Henri-Charles Desroches, así lo muestran (Sociologie des sectes).
Las comunidades utópicas creadas por el socialismo de Owen, Cabet o Fourier, aunque a veces mostraron una cierta prosperidad económica, nunca pudieron durar. Ninguno de los treinta falansterios de Fourier, que fueron uno de los intentos utópicos de mayor duración, duró más de doce años. Eran cuerpos sociales ideológicos, voluntaristas, sin alma, y que por tanto estaban destinados a ser muy pronto cadáveres. Tampoco el utopismo de los kibutzim israelitas pudo, tras varios decenios, mantener los heroicos planteamientos de su origen, y se fueron aburguesando más y más, configurándose progresivamente al mundo tópico.
Es un dato cierto, reconocido por muchos autores, que las reducciones guaraníes han sido las comunidades utópicas más perfectas y durables de la historia. Ellas, en este sentido, y en general muchas de las poblaciones misionales de América, aparecen como un milagro moral obrado por Cristo Salvador a través de los hechos de los apóstoles de América.La instantaneidad en la curación de los indios y la perduración de sus efectos sanantes son las notas que caracterizan un milagro genuino. A los cinco o diez años, los guaraníes, que antes eran aquello,han venido ahora en las reducciones a ser esto, lo que no es posible sin un milagro de la gracia de Dios.
–3. Las reducciones guaraníes terminaron por la violencia de factores exteriores. En efecto, después de siglo y medio de feliz existencia, si no hubieran sido destruidas por factores externos y violentos, las reducciones hubieran podido continuar su vida indefinidamente, con las evoluciones históricas normales, hasta venir a dar quizá en una nación india soberana y autónoma.
De hecho, en el momento de su extinción, las reducciones se hallaban en plena prosperidad económica, como puede apreciarse en los datos proporcionados por Fernández Ramos. Al ser expulsados los jesuitas, se hizo un censo del ganado existente en las estancias misionales, y en él no se incluyeron las dos mayores, San Miguel y Yapeyú, de las que se señala que las cabezas eran innumerables. En el resumen sobre el conjunto de las Misiones se dan estas cifras: cabezas de ganado bovino, 769.869; ovino, 38.141; caballos, mulas y burros, 139.634.
En la no continuidad de las reducciones, expulsados ya los jesuitas, pudo influir precisamente su extraordinaria peculiaridad formal, tan diversa de los poblaciones hispanas o indias del entorno. Comparándolas, por ejemplo, con las comunidades misionales de indios regidas por los franciscanos, señala Rubén Bareiro Saguier:
«A diferencia de los jesuitas, aquéllos lo intentaron en pueblos de indios, relativamente abiertos, sin que se estableciera el sistema de control estricto ni de organización minuciosa vigente en las Misiones. Los pueblos de indios gobernados por los franciscanos conservaban, posiblemente para bien y para mal, ciertas características propias de la cultura indígena en su modo antiguo de vida. Pero en otros aspectos los franciscanos permitieron la hispanización mucho más que los jesuitas; así los pueblos de indios estaban más occidentalizados que los de las Misiones» (Tentación 47-48).
–4. El sistema misionero de las reducciones y poblaciones de indios fue el más frecuente en América hispana. Cuando hoy se habla de las reducciones en América suele pensarse en las reducciones de los jesuitas en el Paraguay. Pero la verdad es que, como ya hemos dicho, desde el comienzo mismo de la conquista y evangelización de América la norma de concentrar a los indios fue clara y general.
En Guatemala, para 1550, la mayoría de los indios vivía en pueblos nuevos. En México, la política reduccional fue intensamente procurada por el virrey Velasco (1550-1564), y el virrey Montesclaro se esforzó en completarla (1603-1605), afectando así a gran parte de la población indígena. En el Perú, como ya vimos, a partir de 1573 el virrey Toledo impulsó con gran empeño y eficacia la reducción de los indios. Y en 1602 intentó lo mismo en Nueva Granada el visitador Henríquez, aunque con escaso éxito.
–Potencia civilizadora de la evangelización de América
Ciertamente no siempre es fácil, por otra parte, distinguir en cada caso si una población indígena es un poblado misional, una doctrina o una reducción. En todo caso, sí ha de afirmarse que la América hispana hubo muchísimas doctrinas, reducciones y poblaciones misionales de indios. Citaremos algunos ejemplos.
La misión entre los indios mojos, en el actual departamento de Beni, al norte de Bolivia, fue realizada por un pequeño grupo de jesuitas, entre los que se distinguió, como hemos dicho, el padre Cipriano Barace. Ya hacia 1700, a los quince años de apostolado, había en ella 20.000 indios en 8 reducciones. Varias décadas más tarde, en 1734, las reducciones en esta zona eran ya 20, con unos 35.000 indios. Y si se consulta el mapa actual, podrá verse que la mayoría de las ciudades de esa zona, Trinidad, San Borja, Santa Ana, San Joaquín, etc., nacieron como poblados mi-sionales.
La misión entre los indios chiquitos y otras tribus del Alto Perú ofrece una fisonomía semejante. Llevada también en esos años por los jesuitas, llegó a formar 10 reducciones. La expulsión de los jesuitas, realizada tan bruscamente en 1768, produjo gravísimos daños en éstas y en muchas otras reducciones que hasta entonces vivían con indudable prosperidad material y espiritual.
Las 7 reducciones dependientes del obispado de Santa Cruz de la Sierra, en el Chaco merecen ser igualmente recordadas: San Francisco Javier, de 1692; San Rafael, 1696; San José, 1697; San Juan Bautista, 1699; la Concepción, 1699; San Miguel, 1718, y San Ignacio, 1724. No siempre estos poblados misionales eran tan perfectos como las reducciones guaraníes, pero en todo caso constituían muy notables realizaciones comunitarias de civilización y religiosidad.
En el siglo XVIII la Corona española no insistió ya en la congregación de los indios en poblados, salvo en las fronteras. La fundación entonces de poblados indígenas, en lugares que hasta entonces se habían mantenido en un aislamiento rebelde, solía ser hecha casi siempre por misioneros, y casi siempre en condiciones extremadamente duras y peligrosas. Pedro Borges, sin la pretensión de ofrecer una lista completa, enumera para esa época las siguientes poblaciones misionales (AV, Iberoamérica 365):
«En California se fundaron 24 poblados entre 1768 y 1827, entre ellos los actuales San Francisco y Los Ángeles; en Guayana se establecieron 52 entre 1682 y 1820, con 6.946 habitantes en 1774; en la cuenca del Amazonas se erigieron 119 entre 1638 y 1767, con 160.000 habitantes en 1724; en el Perú se congregaron en 1572 un total de 226 caseríos de la región de Arequipa en 22 poblados, mientras que en la selva se establecieron 90 entre 1631 y 1815…
«A finales del siglo XVIII, concretamente en 1789, la evangelización se desarrollaba en un total de cincuenta circunscripciones o territorios misionales, distribuidos de la siguiente manera: Estados Unidos: tres (Alta California, Texas y Nuevo México) con 110 poblados y 58 misioneros; México: doce (Baja California, Sonora-Pimerías, Tarahumaras, Nayarit, Coahuila, Nuevo León, Nueva Vizcaya, Nuevo Santander, Río Verde, Huasteca, Sierra Gorda y Yucatán), con 328 poblados y 202 misioneros; Honduras: dos (Río Tinto y Comayagua), con 2 poblados y 5 misioneros; Costa Rica: uno (Talamanca), con 4 poblados; Panamá: uno (Veragua), con 5 poblados y 12 misioneros; Colombia: ocho (Popayán Nieva, Putumayo-Caquetá, Llanos de San Juan, Meta, Llanos de Santiago, Casanare, Barinas-Pedraza, Santa Marta-Río Hacha), con 45 poblados; Venezuela: seis (Nueva Barcelona, Nueva Guayana, Orinoco-Río Negro, Guayana, Cumaná, Maracaibo), con 117 poblados; Ecuador: uno (Mainas), con 32 poblados y 12 misioneros; Perú: tres (Huánuco, Cajamarquilla, Lamas Trujillo), con 9 poblados y 30 misioneros; Bolivia: cinco (Chiriguanos, Salinas, Chené, Chiquitos y Mojos); Paraguay: uno, con 19 poblados; Argentina: cuatro (Gran Chaco, Corriente, Paraná y Río Cuarto), con 20 poblados; Chile: tres (Chiloé, Valdivia y Arauco), con 96 poblados y 48 misioneros.
«De esta manera,sigue diciendo Borges, las fronteras de la evangelización terminaron coincidiendo con las fronteras de Hispanoamérica, más los Estados Unidos desde San Francisco hasta Carolina del Norte» (365).Por eso, los patéticos intentos, hoy tan frecuentes, de escribir la historia de América silenciando la función de la Iglesia o relegándola a un capítulo aparte, nos hacen pensar en una biografía sobre Mozart en la que se olvidara decir que fue un músico célebre o en la que se consignara este detalle en un apéndice.
–Elogios de las reducciones guaraníes
Cuando el mundohace alabanzas del Reino, suele tratarse de elogios ambiguos y a veces sospechosos. No citamos, pues, aquí los puntos de elogio que sobre las reducciones pueden hallarse en Montesquieu, Voltaire, Rousseau, o en otros enciclopedistas e ilustrados. Estos autores no entendían nada de la inspiración fundamental de las misiones, y hablando desde sus ideologías, citaban en seguida a Platón, Esparta y los lacedemonios, ignorando casi todo de la realidad concreta de las reducciones. Limitaremos, pues, aquí nuestra memoria a unos pocos elogios más significativos.
Guillaume Thomas Raynal, exjesuita que abandonó el sacerdocio, y que sumó su pluma a la de los enemigos de la Iglesia, tan numerosos en el XVIII, escribía poco después de la expulsión de los jesuitas: «Cuando en 1768 salieron de manos de los jesuitas las Misiones del Paraguay habían alcanzado éstas un grado de civilización que es, quizás, el máximo a donde pueden ser conducidas las nuevas naciones y que era, seguramente, muy superior a todo lo que existía en el resto del nuevo hemisferio» (Tentación 200).
A fines del XIX, un socialista inglés, Cunningham Graham, estudió in situ las reducciones del Paraguay, y pudo interrogar a ancianos guaraníes, cuyos padres habían vivido en las reducciones. En su obra A vanished Arcadia, publicada en 1901, atestigua la veneración que todos guardaban hacia la memoria de aquellos misioneros: «No hay un viejo que no se incline a su solo nombre; que no recuerde con una viva emoción aquel tiempo feliz». Si el gobierno de las comunidades, dejándose de ideologías, es para procurar eficazmente la felicidad de los hombres, hay que afirmar que «los jesuitas hicieron a los indios felices; el hecho es cierto».
Pío XII (12-8-1949) declaraba al ministro del Paraguay: «Estas realizaciones sociales han quedado allí para la admiración del mundo, el honor de vuestro país y la gloria de la Orden ilustre que las realizó, no menos que para la de la Iglesia católica, pues ellas surgieron de su seno maternal».
–Las reducciones guaraníes han sido las comunidades utópicas más perfectas y durables de la historia; y entiendo por utópicas aquellas comunidades que se configuran en forma distinta y mejor que las comunidades tópicas, las que en un tiempo dado existen en la realidad social presente. En mi libro Evangelio y utopía muestro, y creo que demuestro, que las Reducciones fueron las comunidades utópicas más perfectas de la historia, tanto en su concepción ideal, como en sus realizaciones experimentales. Lo cual no tiene nada de extraño, porque en todos sus aspectos se inspiraban en el Evangelio y en el Magisterio apostólico. Ahora bien, todos los creyentes sabemos que la gracia de Cristo perfecciona la naturaleza, tanto en la edificación de hombres nuevos como en la realización de familias y comunidades, pueblos, ciudades y naciones.
José María Iraburu, sacerdote
Bibliografía de la serie Evangelización de América
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