(20) La victoria final de Cristo: esperanza –I
–Bueno, parece que esto se anima un poco.
–Todo lo que voy tratando, sea lo que sea, es siempre «causa nostræ letitiæ» porque se funda en la palabra de Dios. Por tanto, alegráos, alegráos siempre en el Señor. Servid al Señor con alegría. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Enséñame a cumplir tu voluntad, y a guardarla de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo.
«Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Así rezamos cada día en la Misa. Están perdidos aquellos que viven «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). Por el contrario, Simeón era un anciano «justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25), y también Nicodemo era un hombre de fe, que «esperaba el reino de Dios» (Mc 15,43). Ahora los cristianos, en la plenitud de los tiempos, vivimos «esperando la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Y ésa es la fe y la esperanza que nos identifican. La frase viene de San Pablo, cuando contrapone a los que «son enemigos de la cruz de Cristo, tienen por dios su propio vientre y ponen su corazón en las cosas terrenas», con los cristianos, que somos «ciudadanos del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo» (Flp 3,19-21).
«Cristo, ¿vuelve o no vuelve?» Así se titula un libro (1951) del padre Leonardo Castellani, traductor y comentador de El Apokalipsis de San Juan (1963). Pocos autores del siglo XX han hecho tanto cómo él para reafirmar la fe y la esperanza en la Parusía. Se quejaba con razón de que el segundo Adviento glorioso de Cristo, con su victoria total y definitiva sobre el mundo, estuviera tan olvidado en el pueblo cristiano, tan ausente de la predicación habitual, siendo así que esa fe y esa esperanza han de iluminar toda la vida de la Iglesia y de cada cristiano. «No se puede conocer a Cristo si se borra su Segunda Venida. Así como según San Pablo, si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana; así, si Cristo no ha de volver, Cristo fue un fracasado» (Domingueras prédicas, 1965, III dom. Pascua).
Pero recordemos en primer lugar que hay muchas esperanzas falsas, y una sola verdadera.
No tienen verdadera esperanza
–aquéllos que diagnostican como leves los males graves del mundo y de la Iglesia. O están ciegos o es que prefieren ignorar u ocultar la verdad. Como les falla la esperanza, niegan la gravedad de los males, pues consideran irremediable el extravío del pueblo. Y así vienen a estimar más conveniente –más optimista– decir «vamos bien». Tampoco tienen esperanza verdadera aquellos que se atreven a anunciar «renovaciones primaverales» que no van precedidas del reconocimiento de los pecados y de la conversión y penitencia que nos libra de ellos.
–falsa es la esperanza de quienes la ponen en medios humanos, y reconociendo a su modo los males que sufrimos, pretenden vencerlos con nuevas fórmulas doctrinales, litúrgicas y disciplinares «más avanzadas que las de la Iglesia oficial». Ellos se consideran a sí mismos como un «acelerador», y ven como un «freno» la tradición católica, los dogmas, la autoridad apostólica. Éstos una y otra vez intentan por medios humanos –métodos y consignas, organizaciones y campañas, una y otra vez cambiadas y renovadas–, lo que sólo puede conseguirse por la fidelidad a la verdad y a los mandamientos de Dios y de su Iglesia. Sus empeños son vanos. Y por eso vienen a ser des-esperantes.
–los que no esperan de verdad la victoria «próxima» de Cristo Rey, pactan con el mundo, haciéndose sus cómplices. Por ejemplo, no viven ciertamente esa esperanza de la Parusía inminente de Cristo aquellos políticos cristianos, que aunque aparenten oponerse a los enemigos de Cristo y de la Iglesia, en el fondo ceden ante ellos, y sometiéndose durante muchos decenios a la norma del mal menor, van llevando al pueblo, un pasito detrás de los enemigos del Reino, a los mayores males.
–quienes no creen en la fuerza de la gracia del Salvador, no llaman a conversión, porque no tienen esperanza. Y así aprueban, al menos con su silencio, lo que sea: que el pueblo se aleje habitualmente de la eucaristía, que profane normalmente el matrimonio, etc. Ni piensan siquiera en llamar a conversión, porque estiman irremediables los males del mundo arraigados en el pueblo cristiano. «¿Cómo les vas a pedir que?»…. Al fallarles la esperanza en Dios, y la esperanza en la bondad potencial de los hombres asistidos por su gracia, ellos no piden, y por tanto, no dan el don de Dios a los hombres, a los casados, a los políticos, a los feligreses sencillos, a los cristianos dirigentes. No llaman a conversión, porque en el fondo no creen en su posibilidad: les falta la esperanza. Ven como irremediables los males del mundo y de la Iglesia. ¡Y son ellos los que tachan de pesimistas y carentes de esperanza a los únicos que, entre tantos desesperados y derrotistas, mantienen la esperanza verdadera!
Tienen verdadera esperanza
–los que reconocen los males del mundo y del pueblo descristianizado, los que se atreven a verlos y, más aún, a decirlos. Porque tienen esperanza en el poder del Salvador, por eso no dicen que el bien es imposible, y que es mejor no proponerlo; por eso no enseñan con sus palabras o silencios que lo malo es bueno; y tampoco aseguran, con toda afabilidad y simpatía, «vais bien» a los que en realidad «van mal».
–los que tienen esperanza predican al pueblo con mucho ánimo el Evangelio de la conversión, para que todos pasen de la mentira a la verdad, de la soberbia intelectual a la humildad discipular, del culto al placer y a las riquezas al único culto litúrgico del Dios vivo y verdadero, de la arbitrariedad rebelde a la obediencia de la disciplina eclesial.
Se atreven a predicar así el Evangelio porque creen que Dios, de un montón de esqueletos descarnados, puede hacer un pueblo de hombres vivos (Ez 37), y de las piedras puede sacar hijos de Abraham (Mt 3,9). Sostenidos por esa viva esperanza, todo ella fundada en la omnipotencia misericordiosa del Salvador del mundo, procuran evangelizar no solamente a los paganos, sino a los mismos cristianos paganizados, lo que exige de Dios un milagro doble.
«Todos los pueblos, Señor, vendrán a postrarse en tu presencia». El «Salvador del mundo» salvará al mundo y a su Iglesia. ¿Está viva de verdad esta esperanza en la mayoría de los cristianos de hoy? Son muchos los que dan por derrotada a la Iglesia en la historia del mundo. ¿Cuáles son las esperanzas de los cristianos sobre este mundo tan alejado de Dios, tan poderoso y cautivante, y qué esperanzas tienen sobre aquellas Iglesias que están profundamente mundanizadas?…
Nuestras esperanzas no han de ser otras que las promesas mismas de Dios en las Sagradas Escrituras. En ellas los autores inspirados nos aseguran una y otra vez que «todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, y bendecirán tu Nombre» (Sal 85,9; cf. Tob 13,13; Sal 85,9; Is 60; Jer 16,19; Dan 7,27; Os 11,10-11; Sof 2,11; Zac 8,22-23; Mt 8,11; 12,21; Lc 13,29; Rm 15,12; etc.). El mismo Cristo nos anuncia y promete que «habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16), y que, finalmente, resonará grandioso entre los pueblos el clamor litúrgico de la Iglesia: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios, soberano de todo; justos y verdaderos tus designios, Rey de las naciones. ¿Quién no te respetará? ¿quién no dará gloria a tu Nombre, si sólo tú eres santo? Todas las naciones vendrán a postrarse en tu presencia» (Ap 15,3-4).
Siendo ésta la altísima esperanza de los cristianos, no tenemos ante el mundo ningún complejo de inferioridad, no nos asustan sus persecuciones, ni nos fascinan sus halagos, y tampoco nos atemorizan los zarpazos de la Bestia, azuzada y potenciada por el Diablo, que «sabe que le queda poco tiempo» (Ap 12,12). Sabemos con toda certeza los cristianos que al Príncipe de este mundo ha sido vencido por Cristo, y por eso mismo no tenemos ni siquiera la tentación de establecer complicidades oscuras con ese mundo de pecado.
Una vez más son hoy principalmente los Papas los que mantienen vivas las esperanzas de la Iglesia. Son ellos los que, fieles a su vocacion, «confortan en la fe a los hermanos» (Lc 22,32). Especialmente asistidos por Cristo, son fieles a la Revelación, a la fe y a la esperanza de la Tradición católica. Con muy pocos apoyos de los autores católicos actuales en estos temas.
León XIII enseña: «Puesto que toda salvación viene de Jesucristo, y no se ha dado otro nombre a los hombres en el que podamos salvarnos (Hch 4,12), éste es el mayor de nuestros deseos: que todas las regiones de la tierra puedan llenarse y ser colmadas del nombre sagrado de Jesús… No faltarán seguramente quienes estimen que Nos alimentamos una excesiva esperanza, y que son cosas más para desear que para aguardar. Pero Nos colocamos toda nuestra esperanza y absoluta confianza en el Salvador del género humano, Jesucristo, recordando bien qué cosas tan grandes se realizaron en otro tiempo por la necedad de la predicación de la cruz, quedando confusa y estupefacta la sabiduría de este mundo… Dios favorezca nuestros deseos y votos, Él, que es rico en misericordia, en cuya potestad están los tiempos y los momentos, y apresure con suma benignidad el cumplimiento de aquella divina promesa de Jesucristo: se hará un solo rebaño y un solo Pastor» (epist. apost. Præclara gratulationis, 1894).
San Pío X, de modo semejante, en su primera encíclica, declara que su voluntad más firme es «instaurar todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10). Es cierto que «“se amotinan las naciones” contra su Autor, “y que los pueblos planean un fracaso” (Sal 2,1), de modo que casi es común esta voz de los que luchan contra Dios: “apártate de nosotros” (Job 21,14). De aquí viene que esté extinguida totalmente en la mayoría la reverencia hacia el Dios eterno, y que no se haga caso alguno de la Divinidad en la vida pública y privada. Más aún, se procura con todo empeño y esfuerzo que la misma memoria y noción de Dios desaparezca totalmente. Quien reflexione sobre estas cosas, será ciertamente necesario que tema que esta perversidad de los ánimos sea un preludio y como comienzo de los males que se han de esperar para el último tiempo; o que “el Hijo de perdición”, de quien habla el Apóstol, no esté ya en este mundo… “levantándose sobre todo lo que se llama Dios… y sentándose en el templo de Dios como si fuese Dios” (2Tes 2,3-4)».
«Sin embargo, ninguno que tenga la mente sana puede dudar del resultado de esta lucha de los mortales contra Dios… El mismo Dios nos lo dice en la Sagrada Escritura… “aplastará la cabeza de sus enemigos” (Sal 67,22), para que todos sepan “que Dios es el Rey del mundo” (46,8), y “aprendan los pueblos que no son más que hombres” (9,21). Todo esto lo creemos y esperamos con fe cierta» (enc. Supremi Apostolatus Cathedra, 1903).
Cristo vence, reina e impera. Cada día confesamos en la liturgia –quizá sin enterarnos de ello– que Cristo «vive y reina por los siglos de los siglos. Amén». No sabemos cuándo ni cómo será la victoria final del Reino de Cristo. Pero siendo nuestro Señor Jesucristo el Rey del universo, el Rey de todas las naciones; teniendo, pues, sobre la historia humana una Providencia omnipotente y misericordiosa, y habiéndosele dado en su ascensión «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), ¿podrá algún creyente, sin renunciar a su fe, tener alguna duda sobre la plena victoria final del Reino de Jesucristo sobre el mundo?
Reafirmemos nuestra fe y nuestra esperanza. La secularización, la complicidad con el mundo, el horizontalismo inmanentista, la debilitación y, en fin, la falsificación del cristianismo proceden hoy del silenciamiento y olvido de la Parusía. Sin la esperanza viva en la segunda Venida gloriosa de Cristo, los cristianos caen en la apostasía.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
13 comentarios
Cuando NSJC preguntó "Habrá Fe sobre la Tierra?" , entiendo que ha querido significar "¿Me estarán esperando todavía?".
Porque cuando los soldados pactan con el Enemigo, es que ya no creen en el triunfo de la Causa que defienden, se han persuadido de que la capitulación es inminente y entonces se agolpan para ser los primeros en "negociar" en las condiciones más ventajosas. Léase, aceptan el "mal menor". Estamos perdidos, sálvese lo que se pueda.
Me atrevo a suponer que dentro de esta capitulación se encuadra una de las plagas más difundidas que hacen estragos entre las filas católicas, y me refiero a la no evangelización de los bautizados. Falta grave ésta que ya se ha hecho consetudinaria y de la que los padrinos de bautismo en primer lugar, y los de confirmación también, deberemos dar cuentas a Dios por omisión, en muchos casos culpable.
Y que María nos ayude a esperar y a contemplar la vuelta de su Hijo con el mismo gozo con que ella debe haber ansiado y contemplado que llegara el Esperado de los tiempos.
“El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene.” (1Cor 16,22)
Y cómo no tener esperanza, si la Providencia nos sigue concediendo, aún en medio de las tinieblas del mundo, a sacerdotes como ud. - y otros tantos menos conocidos pero con fidelidades heroicas-?
Gracias una vez más, querido padre, por alimentar nuestra Esperanza, robusteciendo la Fe y estimulando en nosotros la Caridad!!!
cuento con sus oraciones. Es lo más precioso que puede usted decirme.
Como es lógico, según los temas, consulto y me acompaño de diversos autores.
Pero en su conjunto, en este blog me acompaño especialmente por el P. Leonardo Castellani.
Soy lector suyo hace años, pues he tenido varias estadías (como se dice allá) en Argentina, y mis amigos me lo descubrieron hace ya bastante tiempo. Es un genio. Une una inmensa cultura al atrevimiento para pensar y decir la verdad, y todo ello con un gran sentido del humor constante, hable de lo que hable. Por eso me viene muy bien de compañero concretamente en este blog, "Reforma o apostasía". Lo que yo voy diciendo, el lo dijo ya hace medio siglo con muy grande fuerza y claridad.
Ojo: quedamos en que usted va a rezar mucho por mí.
Bendición + JMI
"Una nueva cultura", "Una nueva exégesis de Pablo", "Una nueva espiritualidad más allá de las formas religiosas", "La visión nueva de la mística española del siglo de oro"... Bufff
No nombra a la Iglesia, por supuesto, que no es una obra meramente natural, pero creo que hoy en día también hay un riesgo de grave error, o más que riesgo, una realidad, que sería el deificar al cuerpo de la Iglesia en sí misma, minusvalorando a Su Cabeza. Está claro que es una posición muy cómoda para algunos, pero no creo que sea cristiana, ya que Cristo está con nosotros, y sigue actuando de muchas maneras.
Creo que no se puede decir que todo lo que dice tal o cual autoridad eclesiástica es meramente verdad sin más; ¿no podría ser esto una grave herejía?
Me gustaría que alguien pudiera aclarar que dice la fe al respecto.
Si consulta usted el Concilio Vaticano II, encontrará doctrina abundante sobre la sagrada función docente dentro de la Iglesia, con toda clase de matices y precisiones. Puede verlo en la Lumen gentium, en la Christus Dominus (Obispos), en la Presbyterum ordinis (sacerdotes), en la Dei Verbum (lugar de la Escritura, la Tradición, el Magisterio), también sobre la función de los laicos colaborando en el ministerio profético de la Iglesia según su modo y lugar propio (Lumen gentium, Apostolicam actuositatem). Si no quiere buscar tanto, en el mismo Catecismo de la Iglesia Católica tiene el tema bien resumido en los nn. 888-892.
Es un tema que está muy clarmente expresado en la doctrina de la Iglesia. Y por supuesto, en ninguno de los documentos aludidos se le ocurre a nadie afirmar "que todo lo que dice tal o cual autoridad eclesiástica es meramente verdad sin más". Estaríamos buenos, si así fuera...
Gracias por haberme presentado al Padre Leonardo Castellani. !Qué profeta! Ahora entiendo porqué usted le cita tanto.
Yo aún no leo mucho de él, pero me sorprendió el hecho de que, contra las instrucciones de su superior, se habría sumado como candidato a diputado. Le agradecería pudiera confirmarme éste antecedente desconcertante de su vida.
Atte.
entre, por favor, en internet donde hay varias biografías, más o menos amplias, del padre Leonardo Castellani, y allí encontrará los datos que le interesan.
Cordial saludo en Cristo + JMI
Yo he leído bastante a Castellani, y recuerdo efectivamente ese dato de su biografía. Si bien en un principio me llamó la atención, hay un factor importante a considerar, y es que en el período de entreguerras se había dado un resurgir católico muy importante en muchas sociedades, entre ellas la argentina, a caballo de una reacción popular e intelectual muy fuerte contra las democracias masónicas, y antes de que éstas triunfaran en la IIGM. En esa perspectiva, la posibilidad de católicos orientando la política no era una quimera, y me atrevo a suponer que la acción del P. Castellani(un genio de la anticipación y con gran profundidad de miras) iba en ese sentido, para animar a los laicos por ese camino.
La historia argentina (y creo que la española también) está sembrada de clérigos que estuvieron presentes al momento de tomar la decisiones claves del devenir nacional. En el momento en que el P. Castellani hizo su audaz jugada, parecían estar dadas las condiciones para desplazar del control de la sociedad argentina a la camarilla masónica que se había apoderado de los resortes del poder en el año 1.852, en una operación militar conjunta del masón traidor Urquiza, de los brasileños y de los ingleses, los cuales pudieron así derrotar a Rosas.
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