(320) Liturgia –33. Liturgia de las Horas, 9. Inicio de la Hora y Gloria

campo y tendido cables

 

–Esta imagen me confunde. ¿Nos va a hablar de la Liturgia de las Horas o de la electricidad?

–Lea el artículo y finalmente encontrará la respuesta a su incordiosa pregunta. 

En la Liturgia de las Horas voy a examinar los elementos que la integran. Analizaré una Hora, la de Laudes, por ser Hora principal, y concretamente los Laudes del lunes de la Iª semana. Las Vísperas siguen un orden simétrico, y las Horas menores, aunque sea en forma muy abreviada, también.

* * *

Dios mío, ven en mi auxilio

Al comienzo del Oficio divino suplicamos: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Y al iniciar cada Hora, Dios mío ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. La apertura de la Hora tiene suma importancia, porque con ella pedimos a Dios que ilumine nuestras mentes y encienda nuestros corazones en su amor, de tal modo que, por obra del Espíritu Santo, podamos hacer nuestra la oración de Cristo y de la Iglesia. Aquellas palabras de Cristo, «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5), deben ser recordadas muy especialmente cuanto intentamos orar. Por decirlo de alguna manera, para todas las normales acciones cristianas –realizar un trabajo, visitar a un enfermo, escribir una carta, asistir a una reunión, etc.­–  nos sentimos capaces. Es cierto que si no las hacemos movidos por la caridad, «de nada aprovecha» (2Cor 12,3). Pero al menos la obra podemos realizarla, si está al alcance de nuestra naturaleza. En cambio, de todas las normales actividades cristianas es la oración, sin duda, aquella que en principio nos resulta nos resulta más imposible.

Es precisamente la oración lo que más necesita del auxilio divino, porque de suyo es la acción más sobrehumana. Arar un campo, ayudar a una persona, realizar un trabajo, todo eso está en principio al alcance de nuestras posibilidades. Otra cosa es que queramos realizarla y que tengamos los medios precisos para ello. Pero ciertamente, en principio, está en nuestro poder. Por el contrario, si nos preguntaran, «¿sabe usted orar, es capaz de entrar en diálogo con el Creador del cielo y de la tierra, con el Salvador del mundo, en el cual vivimos, existimos y somos?», muchos habríamos de reconocer nuestra ignorante impotencia. En ninguna acción cristiana somos tan conscientes de nuestra impotencia como en la oración. Es una obra tan alta y espiritual que sin «la fe operante por la caridad» nos es imposible (Gal 5,6).

Podemos sin fe y sin caridad conducir un coche, clavar unas tablas, visitar a un enfermo, dar una limosna… Pero sin el auxilio divino no podemos activar las dos alas de la fe y de la caridad, que nos hacen posible «levantar el corazón hacia el Señor» en el vuelo espiritual de la oración. Nos quedamos en tierra, no salimos de nosotros mismos: podemos andar sobre la tierra, pero somos incapaces de volar… Todos tenemos de ello una experiencia evidente. Por eso, al comenzar cada Horas, tenemos la absoluta ncesidad de pedir con plena convicción de fe, Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Es una petición necesaria, sin la cual no es posible el milagro de la oración.

No debemos, pues, dar a ese inicio de la Hora una atención mínima y rutinaria, sino que debe ser un acto espiritual especialmente verdadero e intenso, que hacemos fortaleciéndolo con la señal de la Cruz. Pedimos así una gracia primera, que abre nuestros corazones a muchas otras luces y gracias. Dios mío, ven en mi auxilio… Y el mismo Señor que nos mueve a hacer esa súplica, es «el mismo Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26).

* * *

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

Esta perfecta doxología trinitaria es la que más expresa el sentido del Oficio divino y de cada una de sus Horas. «El mundo ha sido creado para la gloria de Dios» (Vat. I, Denz 3025). Cuando la humanidad se hunde en el pecado y da culto a la criatura y no al Creador, que es bendito por los siglos (Rm 1,25), inicia el Señor la historia de la salvación eligiendo al pueblo de Israel: «mi elegido, mi pueblo, que hice para mí, que cantará mis alabanzas» (Is 43,21): «es la obra de mis manos, para manifestar mi gloria» (60,21). Y para eso justamente los cristianos hemos sido elegidos y congregados en la Iglesia, «para que unánimes, a una sola voz, glorifiquemos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Rm 15,6). Es verdad que podemos glorificar a Dios tanto en el ora como en el lab-ora, pero muy especialmente proclamamos su gloria en la Liturgia. La Iglesia es para la gloria de Dios (208). 

El «Gloria» trinitario es, pues, el sentido fundamental de las Horas litúrgicas. Observemos que tanto en Laudes como en las demás Horas el Gloria es siempre el hilo que une todas las perlas que forman el collar de cada una. –En el mismo inicio de la Hora, después del Dios mío… está el Gloria a la santísima Trinidad. –La última estrofa del Himno inicial suele ser una doxología trinitaria. –Cada una de las tres piezas de la salmodia, dos salmos y un cántico, termina estallando en el Gloria. –En medio del Responsorio que sigue a la Lectura breve está el Gloria. –Y al terminar el cántico del Benedictus o del Magnificat vespertino proclamamos de nuevo el Gloria…

Por tanto, todo el Oficio divino se ve alzado y dirigido permanentemente hacia la glorificación de Dios. Así como en un tendido eléctrico que atraviesa los campos vemos cada tantos metros un poste o una torre que levanta sobre la tierra el cable y que le va dando dirección hacia su meta, ésa es la función del Gloria en el rezo de las Horas litúrgicas: levantar siempre las oraciones y dirigirlas hacia su fin propio: «en su templo un grito unánime: ¡Gloria!» (Sal 28,9).

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

2 comentarios

  
Ionah
"...al iniciar cada Hora, Dios mío ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme."
Brevemente, querido Padre, le invito a recordar de paso a Casiano, que recomendando las jaculatorias tomadas del Salterio, justamente sobre "Dios mío, ven en mi auxilio..." declara que fue para él propicia para recibir del Altísimo singulares gracias. Y que el influjo de las Colaciones y las Instituciones, así como el prestigio de su autor y de la fundación de Marsella, sirvieron para incorporar esas palabras a la oración oficial de la Iglesia.
Filialmente suyo en Jesús, María y José
---------------------
JMI.-Gracias. Muy interesante.
11/05/15 4:03 PM
  
Carmen
Cortito su blog del lunes, pero qué bonito!, porque a mi modo de ver, trata de dos de las más importantes realidades del hombre: el reconocimiento de su desvalimiento, que le lleva a decir "Dios mío, ven en mi auxilio...", y la conciencia de su destino a dar gloria a Dios , en la Trinidad.
Gracias, padre Iraburu, por su artículo
---------------------------------
JMI.-"Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
13/05/15 3:23 PM

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.