(197-5) La virtud de la prudencia
–¿Y esto?… ¿Esto es un artículo nuevo del blog?
–Yo he obrado con prudencia. Y usted tendrá que conformarse.
Comprendo perfectamente que si se retrasa en aparecer en mi blog un artículo nuevo, cuando ya «toca», algunos de mis lectores más adictos y sensibles sufran no poco. A mí me pasaría lo mismo: no me pierdo nada de lo que escribo. Incluso me figuro que su adicción a mi blog, al verse frustrada, pueda ocasionar en algunos repercusiones psicológicas y somáticas negativas bastante penosas: crisis de ansiedad, insomnio, alteraciones del colon, etc. Y lo lamento mucho. Pero estos adictos afectados deben comprender también que uno no es una máquina de escribir, y que a veces otras ocupaciones necesarias impiden o retrasan la publicación de mis artículos.
En esta ocasión, habré de limitarme, primero, –a reproducir lo que sobre esta virtud escribí con José Rivera (+1991) en la Síntesis de espiritualidad católica. Y segundo, –a recomendarles leer la recensión que he escrito, presentando el libro La prudencia, del P. Thomas Deman, O.P. (Edit. Gaudete, Larraya, Navarra 2012). Los dos textos se completan mutuamente.
–Las virtudes morales sobrenaturales son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del hombre, para que todos los actos cuyo objeto no es Dios mismo, se vean iluminados por la fe y movidos por la caridad, de modo que se ordenen siempre a Dios. Las virtudes morales, por tanto, no tienen por objeto inmediato al mismo Dios (fin), sino al bien honesto (medio), que conduce a Dios y que de él procede, pero que es distinto de Dios.
Hay muchas virtudes morales, pero tanto la tradición judía y cristiana, como la filosofía natural de ciertos autores paganos, han señalado como principales cuatro virtudes cardinales (de cardo-cardinis, gozne de la puerta). En efecto, «la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, son las virtudes más provechas para los hombres en la vida» (Sab 8,7; cf. STh II-II,47-170). Estas cuatro virtudes morales principales regulan el ejercicio de todas las demás virtudes.
Hay en el hombre cuatro potencias operativas, cuatro facultades: la razón que piensa, la voluntad que quiere libremente, la sensualidad irascibleque pretende valientemente el bien sensible arduo y difícil y la sensualidad concupiscible que desea el bien sensible (STh I,81,1-2). Las cuatro son sanadas de sus congénitas enfermedades por las virtudes cardinales:
–la prudenciarige la actividad de la razón, asegurándola en la verdad y librándola tanto del error como de la ignorancia culpable;
–la justiciafortalece lavoluntad en el bien, venciendo así toda malicia;
–la fortalezaasiste a la sensualidad irascible, protegiéndola de ladebilidad nociva; y
–la templanzaregula la sensualidad concupiscible,liberándola de los excesos o defectos de sus deseos.
–La prudencia es una virtud que Dios infunde en el entendimiento para que, a la luz de la fe, discierna en cada caso concreto qué debe hacerse u omitirse, ordenando siempre la decisión al fin último sobrenatural. Ella elige los medios mejores para un fin. Es la más preciosa de todas las virtudes morales, ya que debe guiar el ejercicio de todas ellas, e incluso la actividad concreta de las virtudes teologales. Hasta la caridad, la reina indiscutible de todas las virtudes, ha de sujetarse a la prudencia, ha de regirse en su ejercicio concreto por la virtud de la prudencia. Un acto de caridad ejercido con imprudencia no sería un acto de caridad, sino un impulso natural presuntamente benéfico, y a veces sería simplemente un pecado.
Cristo nos quiere «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16). Y San Pablo: «esto pido en mi oración, que vuestra caridad crezca en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor» (Flp 1,9-10). Los espirituales antiguos apreciaban mucho la diácrisis, que permite al cristiano guiarse a sí mismo, dejarse guiar por personas fide-dignas, y aconsejar bien a otros.
El imprudente yerra constantemente su camino: no se conoce, no aprecia con verdad sus posibilidades reales, por de más o por de menos; distorsiona la realidad en su mente, confundiéndola con sus sueños o manías; lleva su juicio más allá de su información y conocimiento; habla de lo que no sabe; es precipitado y atrevido, o perezoso y tímido; actúa con prisa o con excesiva lentitud, antes de tiempo o cuando ya es tarde; es obstinado en sus juicios, o demasiado crédulo e influenciable (Ef 4,14), pues no distingue los espíritus (1 Jn 4,1). El prudente, en cambio, es el hombre que, por ser humilde, anda en la verdad: estudia o consulta lo que ignora, aprende con la experiencia, atiende a razones, busca consejo, actúa con oportunidad y circunspección. El Señor lo ha bendecido con la sabiduría.
El don de consejo es un don del Espíritu Santo que perfecciona el ejercicio de la virtud de la prudencia, para que la persona, sin apenas discurso, al modo divino, acierte siempre a conocer lo que conviene en cada caso, es decir, discierna como por un instinto sobrehumano lo que la voluntad de Dios providente quiere que se haga en ese momento y circunstancia. En otras palabras, la virtud de la prudencia no llega a ejercitarse con perfección hasta que se ve asistida por el don de consejo.
Miren, si no, el caso del bendito patriarca San José, que después de rezarlo y meditarlo mucho, libre completamente de apegos desordenados, decide «repudiar en secreto» a su esposa María (Mt 1,18-25)… Si no llega a ser por la íntima revelación que le hizo un ángel, hubiera causado con la mejor voluntad un enorme desastre.
Del don de consejo trataré en otra ocasión, en el próximo apuro de ocupaciones en que me vea.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
14 comentarios
1 Nunca dejes para mañana,...lo que puedas hacer hoy.
2 No molestes a otro con lo que puedes hacer tú .
3 No malgastes el dinero de que no dispones.
4 No compres lo que no necesitas, aunque sea muy barato.
5 La vanidad cuesta más...que remediar el hambre, el frío y la sed.
6 Rara vez te arrepentirás de haber comido poco, y muchas te arrepentirás de haber comido demaseado.
7 Nada es molessto cuando se hace de buena gana.
8 Continuamente nos causamos molestias tontamente.
9 Toma siempre las cosas por el lado bueno.
10 Si estás enojado....cuenta hasta 10 antes de hablar....y si estás muy enojado....CUENTA HASTA CIENTO.
El prudente ha de parecer muchas veces....sordo,ciego y tonto....Esto duele mucho y duele a todos.....Es una de las cosas difíciles que tiene la veradera Virtud......Lo decía San Pablo . Nosotros, ¡Necios por CRISTO!
Saludos.
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JMI.-Yo conocí a uno que decía:
No hagas hoy lo que puedas dejar para mañana.
Pero es mejor lo que dice Ud., sí.
Hemos perdido lo fundamental de la formación del carácter de los cristianos -las virtudes- para asimilar unos "valores" falsos impulsados por el mundialismo secularizante.
Hay que formar en virtudes , no en "valores" !
Muchas gracias Padre!
A mí me ha venido bien todo.
¿ Por qué no viene a residir en esta diócesis ?
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JMI.-Porque todavía no tengo el don de la ubicuidad.
He recordado al leerlo y le pedí al Señor esas virtudes.
Bendiciones!
Y estando así, hicieron de las suyas: iniciaron una reñida competencia sobre quien había de llevar la vanguardia; no queriendo ceder ninguno de los dos vicios, ni la ventaja del valor ni la del valer.
La codicia alegaba ser la raíz de todos los males. De esta suerte peleaban entre sí y todo paraba en confusión.
Yo, como único remedio para vivir, viendo ese vicioso proceder (y observando siempre al mundo no como ni por donde lo suelen mirar todos sino al contrario de los demás y por la otra parte de lo que parece) opté por alejarme de esos apetitos bestiales que llevan la virtud en los pies y el corazón en la cartera.
: )
Siempre me ha parecido difícil saber cuándo un acto de caridad se pasa a lo imprudente, y deja de ser caridad y es incluso pecado, como nos ha expuesto. ¿Qué hay que tener en cuenta para no equivocarse?
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JMI.-Vaya con la preguntita.
Oración de petición, pensar con calma, buscar consejo, etc.
Pero sobre todo pedir: "dame Señor tu luz y tu verdad" en este asunto.
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JMI.-Gracias a Dios.
Bendición +
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JMI.-La virtud de la prudencia manda en este caso no publicar un comentario que no tiene en absoluto nada que ver con el artículo.
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JMI.-Sí, y a muchos laicos y a muchos religiosos y a muchos médicos, políticos, funcionarios, comerciantes, niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos y ferroviarios jubilados. Seguro.
Es obligación de los sacerdotes, obviamente con pleno conocimiento de un hecho pecaminoso grave, oponerlo con la verdad, so pena de pecado mortal.
El sacerdote tiene obligación de atacar el pecado donde se encuentre, aún a costa de su vida y no puede alegar prudencia inicua.
No sólo los dos del señor Muñoz, sino todos en general -y sobre todo los entusiastas- ponen de manifiesto una deforme comprensión de la virtud de la prudencia. Se insiste en la "cobardía" como defecto específico que amenaza a la prudencia y lo mismo se podría decir de la incontinencia o de la mendacidad: es lo que tiene esta virtud, que cualquier pecado o desorden moral conlleva su destrucción: ser imprudente. Es decir, si perdí la gracia santificante por un pecado mortal, el que sea, sé positivamente que, además, fui imprudente, pequé de imprudencia. Pero al revés la cosa no funciona igual. La prudencia se aconseja, juzga e impera actos que enderezan la entera vida moral a la verdad, incluso más allá de lo que exige el precepto o donde no hay precepto. El decálogo que se ha propuesto más arriba en un comentario es un buen ejemplo de incomprensión de la específica naturaleza de la prudencia y su confusión con otras virtudes (hecho, sin duda con piadosa intención y en la mejor de las conciencias. Seguro).
Una última cosa: explicando la pérdida del sentido de la verdad moral que ha conllevado una exagerada aplicación de la metodología casuística, dom Lottin (1957, no hoy) decía que la culpa, antes que de los sacerdotes, era de los fieles, que incesantemente han asaltado a los confesores pidiéndoles reglitas de "hasta dónde puedo" en diferentes terrenos, con lo que manifestaban a las claras que la preocupación que les dominaba no era el reino de la verdad en sus vidas, sino la exoneración procesal, que es otra cosa. Bien es verdad que el clero cedió y todos pecamos de imprudencia crónica. Abrazo enorme y mis disculpas a los comentaristas, a los que deseo no ofender.
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JMI.-A nadie ofende diciendo la verdad.
1. La verdadera prudencia es escándalo y locura para griegos y judíos, lo mismo que para nosotros, cuando somos mediocres y mundanizados; pero es "fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o griegos" (1Cor 1,21-24).
2. La verdadera prudencia tiende a la plena santidad, y ésta no se alcanza con el mero cumplimiento de la justicia ("hasta dónde puedo sin pecar"), sino dejándose mover por el ESanto en un amor-caridad sin límites, una caridad que va mucho más allá de lo exigido por el precepto.
Oseaque: la verdadera prudencia cristiana es sumamente imprudente para el hombre o el cristiano carnal.
-Dicho sea de paso, Sr. Brigante, como usted sabe, pero algunos lectores no, el término "brigante" no está admitido por la Real Academia de la Lengua Española. Traduce la palabra francesa "brigande": persona que se dedica al robo con violencia y mano armada, y que generalmente se une en banda con otros malhechores (dictionnaire Robert).
Ay, Jesús: ¡un brigante en mi blog!
Gracias por las puntualizaciones, dómine.
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JMI.-Nuestro piadoso Brigante se refiere a los cristianos de la Vandée, alzados en armas en 1793 ante los atropellos criminales de la Revolución Francesa contra la Iglesia y contra los cristianos.
Véase, p.ej., Edit. GAUDETE, 2008, Una familia de bandidos en 1793.
Dios lo bendiga
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JMI.-Este hombre me quiere matar.
¡S.O.S.!!!!!!!!!!!!
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