(183) De Cristo o del mundo -XXV. La Cristiandad. 6. Laicos medievales-II
–A lo mejor la canonización del rey San Luis fue más bien política. Digo.
–Y dice mal. Justamente fue de los primeros santos medievales que fueron canonizados por la Iglesia después de un Proceso rigurosamente canónico.
En el artículo anterior traje como ejemplo de santidad laical en la Edad Media el ofrecido por las comunidades de los Humillados. Esta vez considero esa santidad en la persona de un laico santo, que no tiene otra comunidad que su propia familia.
San Luis de Francia nació en 1214, en el tiempo en que surgieron los franciscanos y dominicos. Luis IX fue rey de Francia desde 1226, año en que muere su padre. Blanca de Castilla, su madre, llevó la regencia un tiempo. El rey Luis casó con Margarita de Provenza, a la que amó siempre mucho, y con la que tuvo once hijos. Murió junto a las murallas de Túnez en 1270, a los cincuenta y seis años de edad.
Tenemos sobre la vida de San Luis información abundante y exacta, pues procede de varios íntimos suyos. En efecto, los Bolandistas recogen en las Acta Sanctorum (Venecia 1754, Augusti V, 275-758) las Vidas escritas por Gofredo de Beaulieu, dominico, confesor del rey durante veinte años; por Guillermo de Chartres, también dominico y familiar del rey; por el franciscano Guillermo de Saint-Pathus, confesor de la reina Margarita, viuda del santo rey; así como la preciosa historia escrita por Juan de Joinville, un noble de Champagne, íntimo amigo y compañero del soberano. A estas obras se añaden una relación de Milagros y algunos restos del Proceso de canonización.
San Juan Crisóstomo o San Francisco de Asís habrían aprobado en todo su género de vida, pero no precisamente por ser tan semejante a la de los monjes o frailes, que lo era, sino por ser tan fiel al Evangelio, a Jesús, a San Pablo, a los primeros cristianos. De San Luis nos dicen sus biógrafos que fue un verdadero prud’homme: cortés y afable, elegante y «gratiosissimus in loquendo». Cuando venían a él personas agitadas o turbadas por una gran conmoción, tenía la gracia especial de volverlos en seguida a la quietud y serenidad.
–Un gran Rey. Siempre tuvo San Luis gran cuidado para no dañar a nadie con su gobierno, y así dispuso una gran encuesta en su Reino, enviando personas de su confianza que descubrieran abusos, impuestos excesivos, indebidas confiscaciones, etc. Impuso la justicia real sobre las jurisdicciones señoriales, y de su tiempo viene la organización del Parlamento, cuyas actas (llamadas Olim), en doce mil volúmenes, llegaron hasta la Revolución francesa.
Bajo su gobierno, la autoridad real se hizo efectiva en toda Francia, y todos los reyes posteriores fueron descendientes suyos en línea masculina directa. San Luis consiguió guardar largos años su reino en la paz. Y Gofredo de Beaulieu da de ello esta genuina razón: «como eran gratos a Dios sus caminos, convertía a la paz a sus mismos enemigos, si es que pudiera tenerlos» (549). Por eso mismo fue llamado en su tiempo como árbitro para mediar entre reyes o señores en conflicto.
–Un Rey sacerdotal. Siempre procuró el rey San Luis la gloria de Dios en su reino, y cuidó en su pueblo no sólo la salud de los cuerpos, sino también la de las almas. Su vida y sus obras demuestran que conocía muy bien la condición sacerdotal de todos los cristianos –quizá sin conocerla de modo verbal consciente–, la que es propia también de los laicos y especialmente del rey, y que supo seguir así el ideal de sus antecesores carolingios.
Fundó varios monasterios y conventos, como el cister de Royaumont, y otros para franciscanos y dominicos –el de la rue Saint-Jacques era frecuentado por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino–. Hizo construir la Sainte-Chapelle, una casa en París para cuarenta beguinas, etc. Y también sus familiares participaron de su generosidad y piedad. Su hermana, la beata Isabel, fundó en Longchamp la primera casa de las clarisas. Blanca de Castilla, su madre, fundó las abadías femeninas cistercienses de Maubuisson y de Lysd.
–Un cristiano orante y penitente. La oración ocupaba una buena parte de los ocupadísimos días de San Luis. Rezaba con los clérigos y frailes de su Capilla real las Horas litúrgicas, el oficio de la Virgen y, en privado, el de Difuntos. A estas plegarias litúrgicas añadía largas oraciones privadas, sobre todo por la noche. En la iglesia, arrodillado directamente sobre las losas del suelo, y con la cabeza profundamente inclinada, después de Maitines, «el santo Rey (beatus Rex) rezaba a solas ante el altar». También solía rezar diariamente un rosario incipiente, costumbre sobre todo de irlandeses, en el que hacía cincuenta genuflexiones, diciendo cada vez un Ave María –entonces, la primera parte del actual Ave María– (586).
Se confesaba cada viernes, y recibía con esa ocasión una buena disciplina de mano de su confesor. Normalmente participaba cada día en dos Misas, y comulgaba seis veces al año. Entonces, cuando iba a acercarse a la comunión del Cuerpo de Cristo, guardaba continencia varios días con su esposa, se lavaba manos y boca, y vestido humildemente, se acercaba al altar avanzando de rodillas, las manos juntas, y en los días siguientes guardaba continencia conyugal por respeto al Sacramento (581). Esta misma continencia la guardaba los viernes de todo el año, en Adviento y en Cuaresma.
Le gustaba leer cosas santas, y reunió una buena biblioteca personal, pero no sobre sutilezas de teólogos, «sino de santos libros auténticos y probados» (551). Era muy devoto de oír predicaciones, y a veces en los viajes visitaba una abadía y solicitaba que se reuniera el capítulo y se expusiera un tema religioso (581). También era muy dado a los ayunos: ayunaba todos los viernes del año, Adviento, Cuaresma, los díez días entre Ascensión y Pentecostés, vigilias de fiestas y Cuatro Témporas, y en sus comidas normales era de gran sobriedad. Era austero también en el vestir, y nunca quiso usar adornos de oro (544), lo que venía a ser muy raro entre los nobles de la época.
–Un hogar cristiano según el Evangelio. Con su esposa y sus once hijos supo crear una Casa real que siempre tuvo la espiritual elegancia de un monasterio benedictino o de un convento franciscano o dominico. Había, pues, en esa iglesia-doméstica espacio y tiempo para todo lo bueno, pero no para lo malo o para las vanidades perjudiciales. No permitía en su casa ni histriones, ni cuentos o cantos groseros, ni la turba acostumbrada de músicos, «en lo que suelen deleitarse muchos nobles» (559). Esta firmeza para vivir el Evangelio no podía menos de resultar chocante a los cortesanos y amigos, pero ello no le preocupaba en absoluto, como se aprecia en una anécdota muy significativa.
Cuenta su confesor, el dominico Gofredo de Beaulieu, que habiendo oído el Rey que «algunos nobles murmuraban contra él porque escuchaba tantas misas y sermones, respondió que si él empleara el doble de tiempo en jugar o en correr por los bosques, cazando animales y pájaros, nadie encontraría en ello motivos para hablar» (550). También se nos refiere que a veces, en las comidas demasiado gustosas, echaba agua, y que cuando algún servidor se lo reprochaba, él decía: «Esto a ti no te importa, y a mí me conviene» (605).
–Un perfecto caballero medieval. No era San Luis un místico alejado físicamente del mundo, sino un laico evangélico secular –seglar–, cuya vida realizaba los ideales caballerescos en forma purificada y perfecta. Este ideal incluía la acción valerosa para frenar el escándalo, al ejemplo de Cristo, que expulsa violentamente a los mercaderes del Templo.
Una anécdota contada por su compañero el caballero de Joinville muestra este aspecto. En cierta ocasión hay en una abadía cluniacense una gran discusión con un judío que niega la virginidad de María, y al que casi descalabran por ello. Al saberlo San Luis comentó: «Verdaderamente, un hombre laico (homo laicus), cuando ve insultar la fe cristiana, debe impedirlo no sólo con las palabras, sino con una espada bien afilada» (678). Recuerda esto a San Ignacio de Loyola, en aquella ocasión, camino de Montserrat, cuando «le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho» poco antes contra la Virgen (Autobiografía 15).
La profundidad religiosa de su vida de laico se expresa conmovedoramente en las enseñanzas que deja escritas a sus hijos como testamento espiritual (546, 756-757). Son las mismas enseñanzas y exhortaciones que solía darles por la noche, cuando les iba a ver después del rezo de Completas (545).
–Un cristiano caritativo con pobres y enfermos. Siempre manifestó San Luis una gran caridad hacia los enfermos y pobres, fundando para ellos muchas obras de asistencia. Cada día su Casa alimentaba 120 pobres, y cada sábado lavaba los pies de tres de ellos, arrodillado, besándoles la mano al final. Tres pobres –trece en Cuaresma– se sentaban cada día a su mesa. Juan de Jeanville da también testimonio de su caridad con los difuntos, concretamente en tiempos de guerra o peste, cuando él ayudaba a enterrarlos con sus propias manos (742-744). Hizo muchas fundaciones de asistencia para ciegos, para pobres, y también para aquellas mujeres que corrían especiales peligros morales.
–Una vida sagrada. La vida de San Luis, como la de otros santos hogares de la época de Cristiandad, está enmarcada en un continuo cuadro de sacralidades. El bautismo, el agua bendita, el rezo de las Horas, la Misa diaria, el sacramento del matrimonio, la penitencia y la comunión sacramental, las lecturas de la Biblia y de los autores santos, y en su día las impresionantes ceremonias «ad benedicendum regem vel reginam, imperatorem vel imperatricem coronandos» (M. Andrieu, Le Pontifical Romain au Moyen-Age, 427-435), todos estos elementos guardan siempre la vida de San Luis en la belleza santificante de un ambiente sagrado.
Tanto apreciaba, por ejemplo, el hecho de haber sido bautizado que le gustaba firmar Ludovicum de Poissiaco, Luis de Poyssy, pues aquél era el lugar donde había nacido por el bautismo a la vida en Cristo (554). Y si, como enseña el Vaticano II, los sacramentales «disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y santifican las diversas circunstancias de la vida» (SC 60), puede decirse que toda la vida de San Luis fue sagrada, es decir, todo lo contrario de profana.
–Una santa muerte. Al final de su vida, piensa San Luis, como otros nobles piadosos de la época, en ingresar en una de las dos Ordenes mendicantes (ipse ad culmen omnimodæ perfectionis adspirans). Su buena esposa Margarita hubiera consentido en ello. Pero la Providencia dispuso las cosas de otro modo, «y con acrecentada humildad y cautela permaneció en el mundo» (545).
Llegada la hora de su muerte, frente a Túnez, repite en francés una vez más el lema de los cruzados, «Nous irons en Jerusalem!»; pero en esta ocasión pensando ya en la Jerusalén celestial. Al final, ya casi sin habla, «mira a los familiares que le acompañaban, con una sonrisa muy dulce, y suspirando» (565). Y aún añadió: «introibo in domum tuam, adorabo ad templum sanctum tuum, et confitebor Nomini tuo» (566).
San Luis de Francia es patrono de los terciarios franciscanos, ya que él también perteneció a la Orden Tercera de San Francisco.Por lo que hemos visto, él tenía une certaine idée de lo que debía ser la secularidad, o si se quiere la laicidad de un fiel discípulo de Cristo en el mundo. Él sabía bien que para vivir fielmente su cristiana vocación laical debía atenerse siempre a la suprema originalidad del Evangelio, a las enseñanzas de los Apóstoles y de los Padres, al ejemplo de los religiosos y de los santos, y no a los pensamientos y modas del mundo secular. Por eso, en perfecta docilidad al Espíritu Santo, él iba haciendo en su vida lo que Dios hacía en él, y no le importaba parecer raro a sus familiares o a sus compañeros de corte o de armas. Y así en sus palabras y costumbres, «nada había que supiera a mundana vanidad» (559). Su vida toda se configuraba, en perfecta libertad del mundo, según el Evangelio (Rm 12,2).
Hoy conviene elogiar las Órdenes Terciarias medievales. En mi artículo anterior (182) un comentarista alegaba en contra de ellas –aun reconociendo su ortodoxia y buena intención– que «lo que les inspiraba no era una espiritualidad laical, sino un intento de copiar a los religiosos sin entrar en el convento […] incluso en el celibato» [aunque casi todos, por cierto, eran laicos casados]. Eran, por tanto, «disfuncionales en su mismo origen», pues formar «“órdenes religiosas en el mundo”… crea una tensión interna que acaba por descarriar. Lo que se descubre [sic] en los tiempos del Vaticano II es que los laicos no se santifiquen “imitando a los monjes” sino a Jesucristo y a los primeros cristianos: no vivir el mundo con nostalgia de las celdas, sino sabiendo que Dios los quiere en el mundo».
Una respuesta más amplia a estas objeciones, hoy generalmente profesadas, la daré, con el favor de Dios, cuando llegue en este blog, por el orden cronológico que llevo, al análisis de la espiritualidad laical en nuestro tiempo. De momento me remito solamente al modelo de santidad que hemos contemplado en el rey San Luis de Francia. Todos los rasgos que he destacado de su vida, todos y cada uno, son perfectamente fieles al Evangelio y a su vocación laical secular. Realizan en forma plena y coherente la vocación de un cristiano laico, puesto por Dios en el mundo para que en él viva y se santifique, santificándolo al mismo tiempo.
La espiritualidad laical floreció en la Edad Media en innumerables santos, pertenecientes a todas las clases sociales, y no siempre, por supuesto, afiliados a Cofradías, Órdenes Terceras, Hermandades, etc. Unos treinta santos o beatos pertenecieron a Casas reales o a la nobleza, como ya lo documenté en otro artículo de este blog (105). Y esto tuvo la mayor importancia, si pensamos en el influjo que en aquel tiempo tenían los príncipes sobre su pueblo. Puede decirse que en cada siglo de la Edad Media hubo varios gobernantes cristianos realmente santos, puestos por la Iglesia como ejemplos para el pueblo y para los demás príncipes.
En la Edad Media, entre todos los fieles canonizados por la Iglesia, la proporción de los laicos fue muy grande. Y eso que «no se conocía todavía» la vocación laical, «descubierta» (¡-!) en el Vaticano II. En efecto, fueron laicos un 25 % de los santos canonizados por la Iglesia en los años 1198-1304, y un 27% en 1303-1431 (A. Vauchez, La sainteté en Occident aux derniers siècles du moyen âge, Paris 1981). El dato es convincente: «por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20). Estos hombres y mujeres realizaron la espiritualidad laical en el mundo secular con tal perfección evangélica, que muchos de ellos llegaron a la santidad. Y tengamos muy en cuenta, dejándonos de ideologías teológicas, que la espiritualidad laical más auténticamente cristiana es aquella que más florece en santos.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
12 comentarios
Hay gente que insiste en que la santidad para los laicos se "descubrió" en el siglo XX, pero los hechos son tozudos y nos demuestran que siempre hubo santos laicos.
Me ha gustado muchísmo leer la vida de este Santo, gracias por traerla aquí.
Recemos por los nuestros.
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JMI.-Sí, señor. Por eso es tradición continua y universal desde el principio de la Iglesia (p. ej. 1Tim 2,1-3) pedir por "los que nos gobiernan". Y hoy está mandado que, al menos normalmente, una de las peticiones de la Oración de los Fieles sea en la Misa en favor de ellos.
Por la cuenta que nos trae.
Yo creo mas bien que usted tiene ideas algo obsoletas. Ideas que han sido superadas, incluso por los mismos creyentes. Hoy pocos seguidores de la fe cristiana apostarían por sacar una afilada espada para defender sus creencias. Por eso suena extraño que una persona de estos tiempos ponga una frase como esa, como algo ejemplar y encomiable. Debería (digo yo) poner otras frases mas acordes con los tiempos que vivimos. Una afilada espada (o un revolver, o una metralleta, o un chaleco bomba) no es una forma aceptable de defender las propias creencias. Ni los catolicos, ni los musulmanes, ni por supuesto los ateos o agnosticos, debieran usar metodos de ese calibre. Y si lo hacen, no les deería jalear.
Le propongo que vea usted la cantidad de personas de hoy día (casi todos musulmanes) que defienden su fe haciendo uso de espadas afiladas, y vea los resultados de tales métodos. Miles y miles de muertos, paises enteros en la ruina, gentes inocecentes que caen bajo el impacto de las balas de los defenosres de su fe, aquellos que, siguiendo ejemplos de santidad como el que usted cita, se sienten dispuestos a matar y morir por su Dios. Esas persoanas, estimado sacerdote, no son santas para mí, son fanáticos, gentes de mente estrecha y sin respeto por sus semejantes.
Reciba un cordial saludo, confiando que siga usted bien.
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JMI.-De acuerdo con sus observaciones. Tendríamos que andar a cuchilladas y bombas-lapa cada día y en muchos lugares si entráramos en esa actitud de violencia ante las ofensas contra la religión.
Pero el ejemplo citado de San Luis se da en un marco histórico extremadamente diferente, en el que la Cristiandad era tan profunda en el 99% de los ciudadanos de la nación, que una agresión contra la Cruz, contra la Virgen, etc. no solamente era un sacrilegio, sino un delito contra el orden cívico común. Un orden cívico que en gran parte era defendido (a espada o como pudieran) por los propios ciudadanos, especialmente por los caballeros. No había apenas cuerpos de policía que lo defendieran. En suma, que elogie yo el espíritu de un acto o de unas palabras situadas en el s. XIII en modo alguno significa que aconseje esas palabras o actos en el XXI. Tampoco aconsejo entrar en un templo católico necesitado de purificación, y ponerse a dar voces, volcar mesas, etc. como hizo Cristo en Jerusalén.
Como bien te dice el Padre, debes hacer un esfuerzo por ubicarte en una mentalidad muy diferente a la actual. Vaya para ti esta ayuda:
En ocasión del derribamiento de las Torres Gemelas de N. York, uno de los aviones terroristas se estaba dirigiendo en línea recta al Capitolo o la Casa Blanca. Alertado el Presidente, ordenó derribarlo aún sabiendo que ésto implicaba víctimas inocentes. Se usó pues, y de manera drástica, la "espada afilada". Siglo XXI recién estrenado, por más señas. ¿Hubo condenas? Ninguna de relevancia, porque se vio lógico y natural preservar la integridad y seguridad de los edificios gubernamentales del Estado, aún a costa de muchas vidas.
Pues bien, en la Edad Media una ofensa a la Ssma. Virgen era más grave que un atentado a la residencia del Rey.
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JMI.-No saca la espada la Edad Media ante uno que no cree en la Virginidad de María o en la divinidad de Jesucristo o en la presencia real de la Eucaristía, sino contra quien ofende y pisotea públicamente esos misterios sagrados, profesados por la nación en donde se producen esas ofensas y blasfemias.
Esta incapacidad manifiesta de interpretar otras mentalidades alejadas años luz de los presupuestos relativistas en boga, explica el éxito de las "leyendas negras" contra la Iglesia y contra España. Mirar la historia con ojos modernosos produce espanto. Inversamente, mirar la actualidad con ojos medievales produce vómito.
¿Con qué ojos nos mirará Dios?
Por lo que entiendo, el recurso a la espada, en el S. XIII, equivaldría actualemnte a que algún fiel laico pusiera un juicio, con riesgo de carcel a alguien que haya hecho algún acto blasfemo.
Cordialmente Ariel.
San Luis de Francia fue un alma llena de Dios, alma de oración, le conocí leyendo las Florecillas de San Francisco de Asís:
Cómo San Luis, rey de Francia, fue a visitar al hermano Gil en hábito de peregrino. http://www.sanantoniocolegio.com/50fco/03florecillas/34florecill.php
Aunque los tiempos cambian, el amor a Dios, la fe es la misma, cuando estamos en comunión con la Santa Madre Iglesia Católica.
Hace algunos años que me vino al pensamiento, si yo hago una recopilación de monarcas santos y santas, se la enviaría a los actuales monarcas españoles, pero es seguro, que no le llegaría, porque algunos no le interesan la santidad. Pero, creo, que son mayorcitos estos monarcas españoles, e imitar a los que fueron santos. Pues así, los problemas de España, no se hablarían, pues la caridad cristiana siempre sería la bandera de España, en los corazones.
He leído otras preciosas historias, como de Santa Isabel de Hungría, que tanto bien hizo por la Iglesia de Cristo y por los pobres, son buenos ejemplos que no caducan, que es necesario que en el día de hoy, se vuelvan a repetir para bien de todos los españoles.
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JMI.-En este blog, en el artículo (105), tiene Ud. una treintena de santos y beatos que fueron reyes o miembros de las familias reales. Si encuentra alguno que no he citado, por favor, ya me lo dirá.
Cordial saludo en Cristo.
Ya cada uno de nosotros, uno por uno, podemos ampliar más conocimiento de esos santos que ha mencionado, y todavía quedan otros, a partir de ese etc.
Honor y gloria a la Santísima Trinidad. Pues la santidad es para todos los estados de vida, sólo es necesario estar en comunión con la Iglesia Católica y ser fieles a nuestro Papa Benedicto XVI, y sus sucesores, según lo enseña también San Francisco de Asís. Ya que son verdaderos sucesores del Apóstol Pedro por voluntad de Dios.
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