(137) La Cruz gloriosa –I. El Señor quiso la Cruz
–Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
–Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Después de considerar los males del mundo y la universalidad de la Providencia divina, venimos al tema principal. ¿Quiso Dios realmente la muerte de Jesús o ésta debe ser atribuida a la cobardía de Pilatos, a la ceguera del Sanedrín y del pueblo judío? La fe católica da una respuesta cierta:
—Dios quiso que Cristo muriese en la Cruz. Ofreciendo en ella el sacrificio de su vida, el Hijo divino encarnado expía los pecados de la humanidad y la reconcilia con Dios, dándole la filiación divina. En la carta apostólica Salvifici doloris (11-II-1984) enseña el beato Juan Pablo II que «muchos discursos durante la predicación pública de Cristo atestiguan cómo Él acepta ya desde el inicio este sufrimiento, que es la voluntad del Padre para la salvación del mundo» (18).
Las Escrituras antiguas y nuevas «dicen» clara y frecuentemente que Jesús se acerca a la Cruz «para que se cumplan» en todo las Escrituras, es decir, los planes eternos de Dios (Lc 24,25-27; 45-46). Desde el principio mismo de la Iglesia confiesa Simón Pedro esta fe predicando a los judíos: Cristo «fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios» (Hch 2,23); «vosotros pedisteis la muerte para el Autor de la vida… Y Dios ha dado así cumplimiento a lo que había anunciado por boca de todos los profetas, la pasión de su Cristo. Arrepentíos, pues, y convertíos» (3,15-19).
El hecho de que la Providencia divina quiera permitir tal crimen no elimina en forma alguna ni la libertad ni la culpabilidad de quienes entregan a la muerte al Autor de la vida, y por eso es necesario el arrepentimiento. Y continúa enseñando Pedro: «hemos sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin defecto ni mancha, ya previsto antes de la creación del mundo, pero manifestado [ahora] al final de los tiempos» (1Pe 1,18-19). «Herodes y Poncio Pilato se aliaron contra tu santo siervo, Jesús, tu Ungido; y realizaron el plan que tu autoridad había de antemano determinado» (Hch 4,27-28).
Es la misma fe confesada por San Pablo: «Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús, ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo… Y cuando cumplieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos» (Hch 13,27-30). Así el Hijo fiel, el nuevo Adán obediente, realiza «el plan eterno» que Dios, «conforme a su beneplácito, se propuso realizar en Cristo, en la plenitud de los tiempos» (Ef 1,9-11; 3,8-11; Col 1,26-28). Por eso Cristo fue «obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz» (Flp 2,8). Obediente, por supuesto, a lo que «quiso» la voluntad del Padre (Jn 14,31), no a la voluntad de Pilatos o a la del Sanedrín. Para obedecer ese maravilloso plan de Dios «se entregó por nosotros, ofreciéndose a Dios en sacrificio de agradable perfume» (Ef 5,2).
La Liturgia antigua y la actual de la Iglesia «dice» con frecuencia que quiso Dios la cruz redentora de Jesús. Solo dos ejemplos: «Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad» (Or. colecta Dom. Ramos). «Oh Dios, que para librarnos del poder del enemigo, quisiste que tu Hijo muriera en la cruz» (Or. colecta Miérc. Santo).
La Tradición católica de los Padres, del Magisterio y de los grandes maestros espirituales «dice» una y otra vez que Dios quiso en su providencia el sacrificio redentor de Cristo en la Cruz. El Catecismo de Trento (1566, llamado de San Pío V o Catecismo Romano) enseña que «no fue casualidad que Cristo muriese en la Cruz, sino disposición de Dios. El haber Cristo muerto en el madero de la Cruz, y no de otro modo, se ha de atribuir al consejo y ordenación de Dios, “para que en el árbol de la cruz, donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida” (Pref. Cruz)». Y según eso exhorta:
«Ha de explicarse con frecuencia al pueblo cristiano la historia de la pasión de Cristo… Porque este artículo es como el fundamento en que descansa la fe y la religión cristiana. Y también porque, ciertamente, el misterio de la Cruz es lo más difícil que hay entre las cosas [de la fe] que hacen dificultad al entendimiento humano, en tal grado que apenas podemos acabar de entender cómo nuestra salvación dependa de una cruz, y de uno que fue clavado en ella por nosotros.
«Pero en esto mismo, como advierte el Apóstol, hemos de admirar la suma providencia de Dios: “ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación… y predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Cor 1,21-23)… Y por esto también, viendo el Señor que el misterio de la Cruz era la cosa más extraña, según el modo de entender humano, después del pecado [primero] nunca cesó de manifestar la muerte de su Hijo, así por figuras como por los oráculos de los Profetas» (I p., V,79-81).
Es la misma enseñanza del actual Catecismo de la Iglesia Católica: «La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica San Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés» (599).
—Cristo quiso morir por nosotros en la Cruz. Como dice Juan Pablo II en la Salvifici doloris, «Cristo va hacia su pasión y muerte con toda la conciencia de la misión que ha de realizar de este modo… Por eso reprende severamente a Pedro, cuando éste quiere hacerle abandonar los pensamientos [divinos] sobre el sufrimiento y sobre la muerte de cruz (Mt 16,23)… Cristo se encamina hacia su propio sufrimiento, consciente de su fuerza salvífica. Va obediente al Padre, pero ante todo está unido al Padre en el amor con el cual Él ha amado al mundo y al hombre en el mundo» (16). «El Siervo doliente se carga con aquellos sufrimientos de un modo completamente voluntario (cf.Is 53,7-9)» (18; cf. Catecismo, 609).
Jesús es siempre consciente de su vocación martirial, de la que su ciencia humana tiene un conocimiento progresivo, pero siempre cierto. Por eso anuncia a sus discípulos que en este mundo van a ser perseguidos como Él va a serlo. Y cuando les enseña que también ellos han de «dar su vida por perdida», si de verdad quieren ganarla (Lc 9,23), lo hace porque quiere que su misma actitud martirial constante sea la de todos los suyos: «yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (Jn 13,15).
Desde el comienzo de su vida pública da Jesús muestras evidentes de que se sabe «hombre muerto», condenado por las autoridades de Israel. Todo lo que dice y hace muestra la libertad omnímoda propia de un hombre que, sabiéndose condenado a la muerte, no tiene para qué proteger su propia vida. La da por perdida desde el principio. Él sabe perfectamente que es el Cordero de Dios destinado al sacrificio redentor que va a traer la salvación del mundo. Por eso, al predicar la verdad del Evangelio, no tiene miedo alguno al enfrentarse duramente con los tres estamentos de Israel más poderosos, los que pueden decidir su proscripción social y su muerte. En efecto, como bien sabemos, se enfrenta con la clase sacerdotal, se enfrenta con los maestros de la Ley, escribas, fariseos y saduceos, y se enfrenta con los ricos, notables y poderosos. Y ciertamente no choca contra estos poderes mundanos hasta poner su vida en grave peligro por un vano espíritu de contradicción, que sería despreciable e injustificable. En absoluto. Jesús arriesga su vida hasta el extremo de perderla porque ama a los hombres pecadores, porque sabe que solo predicándoles la verdad pueden ser liberados de la cautividad del Padre de la Mentira, y porque quiere salvarlos en el sacrificio expiatorio de la Cruz, cumpliendo el plan salvífico de Dios, muchas veces anunciado en la Biblia.
La sagrada Escritura, ciertamente, nos «dice» que Jesús quiso morir por nosotros en la Cruz. Cristo «sabía todo lo que iba sucederle» (Jn 18,4), anunció su Pasión con todo detalle en varias ocasiones, y hubiera podido evitarla. Pero no, Él quiso que se cumplieran en su muerte todas las predicciones de la Escritura (Lc 24,25-27). Por eso, nadie le quita la vida: es Él quien la entrega libremente, para volverla a tomar (Jn 10,17-18). Él, en la última Cena, «entrega» su cuerpo y «derrama» su sangre para la salvación del mundo.
En la misma hora del prendimiento, Jesús sabe bien que legiones de ángeles podrían acudir para evitar su muerte (Mt 26,53). Pero Él no pide esa ayuda, ni permite que lo defiendan sus discípulos (Jn 18,10-11). Tampoco se defiende a sí mismo ante sus acusadores, sino que permanece callado ante Caifás (Mt 26,63), Pilatos (27,14), Herodes (Lc 23,9) y otra vez ante Pilatos (Jn 19,9). Es evidente que Él «se entrega», se ofrece verdaderamente a la muerte, a una muerte sacrificial y redentora. Por eso nosotros hemos de confesar como San Pablo, que el Hijo de Dios nos amó y, con plena libertad, se entregó hasta la muerte para salvarnos (Gál 2,20).
La liturgia, que diariamente confiesa y celebra la fe de la Iglesia, «dice» una y otra vez lo mismo que la sagrada Escritura. Nuestro Señor Jesucristo, «cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada» (Pleg. eucarística II), «con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a sí mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar» (Pref. V Pascua).
Los Padres y el Magisterio apostólico «dicen» lo mismo. Concretamente, con ocasión de los gravísimos errores de los protestantes sobre el misterio de la Cruz, el Catecismo de Trento enseña que «Cristo murió porque quiso morir por nuestro amor. Cristo Señor murió en aquel mismo tiempo que él dispuso morir, y recibió la muerte no tanto por fuerza ajena, cuanto por su misma voluntad. De suerte que no solamente dispuso Él su muerte, sino también el lugar y tiempo en que había de morir» (cita aquí Jn 10,17-18 y Lc 13,32-33). «Y así nada hizo él contra su voluntad o forzado, sino que Él mismo se ofreció voluntariamente, y saliendo al encuentro a sus enemigos, dijo: “Yo soy”, y padeció voluntariamente todas aquellas penas con que tan injusta y cruelmente le atormentaron». Y fijémonos en las siguientes palabras de este gran Catecismo.
«Cuando uno padece por nosotros todo género de dolores, si no los padece por su voluntad, sino porque no los puede evitar, no estimamos esto por grande beneficio [ni por gran declaración de amor]; pero si por solo nuestro bien recibe gustosamente la muerte, pudiéndola evitar, esto es una altura de beneficio tan grande» que suscita el más alto agradecimiento. «En esto, pues, se manifiesta bien la suma e inmensa caridad de Jesucristo, y su divino e inmenso mérito para con nosotros» (I p., cp.V,82).
—Si así «dicen» la Escritura y el Magisterio, los Padres y la Liturgia ¿cuál será el atrevimiento insensato de quienes «contra-dicen» una Palabra de Dios tan clara?… Cristo quiso la Cruz porque ésta era la eterna voluntad salvífica de Dios providente. Y los cristianos católicos están familiarizados desde niños con estas realidades de la fe y con los modos bíblicos y tradicionales de expresarlas –voluntad de Dios, plan de la Providencia divina, obediencia de Cristo, sacrificio, expiación, ofrenda y entrega de su propia vida, etc.–, y no les producen, obviamente, ninguna confusión, ningún rechazo, sino solamente amor al Señor, gratitud total, devoción y estímulo espiritual. Ellos han respirado siempre el espíritu de la Madre Iglesia. Y ella les ha enseñado no solo a hablar de los misterios de la fe, sino también a entenderlos rectamente a la luz de una Tradición luminosa y viviente. Por eso para los fieles que «permanecen atentos a la enseñanza de los apóstoles» (Hch 2,42), las limitaciones inevitables del lenguaje humano religioso jamás podrán inducirles a error.
Por tanto, aquellos exegetas y teólogos que niegan en Cristo el preconocimiento de la Cruz y explican principalmente su muerte como el resultado de unas libertades y decisiones humanas, sin afirmar al mismo tiempo que ellas realizan sin saberlo la Providencia eterna, ocultan la epifanía plena del amor divino, que en Belén y en el Calvario «manifestó (epefane) la bondad y el amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4).
El lenguaje de la fe católica debe ser siempre fiel al lenguaje de la sagrada Escritura. Quiso Dios que Cristo nos redimiera mediante la muerte en la Cruz. Quiso Cristo entregar su cuerpo y su sangre en la Cruz, como Cordero sacrificado, para quitar el pecado del mundo. Ésta es una verdad formalmente revelada en muchos textos de la Escritura. Cristo entendió su sacrificio final expiatorio como «inherente a la misión que tenía que realizar en el mundo». Ningún teólogo puede negarlo sin contrariar la Escritura sagrada. Y si los apóstoles afirman una y otra vez que «Dios envió a su Hijo, como víctima expiatoria de nuestros pecados» (1Jn 4,10), ningún teólogo, por altos y numerosos que sean sus títulos académicos, debe atreverse a afirmar que «Dios no envía su Hijo a la muerte, no la quiere, y menos la exige».
Un teólogo podrá explicar el sentido de las Escrituras, purificándolo de entendimientos erróneos, pero jamás deberá negar lo que la Biblia afirma, y nunca habrá de tratar las palabras bíblicas con reticencias y críticas negativas, como si fueran expresiones equívocas. Allí, por ejemplo, donde la Escritura dice que Cristo es sacerdote, teólogos o escrituristas no pueden decir que Cristo fue un laico y no un sacerdote, sino que han de explicar bien que nuestro Señor Jesucristo fue sacerdote de la Nueva Alianza sellada en su sangre.
El teólogo pervierte su propia misión si contra-dice lo que la Palabra divina dice. No puede preferir sus modos personales de expresar el misterio de la fe a los modos elegidos por el mismo Dios en la Escritura y en la Tradición eclesial. No puede suscitar en los fieles alergias pésimas contra el lenguaje empleado por Dios en la Revelación de sus misterios, que es el lenguaje constante de la Tradición teológica y popular. Es evidente que Dios, para expresar realidades sobre-naturales, emplea el lenguaje natural-humano, y que necesariamente usará de antropo-morfismos. Pero en la misma necesidad ineludible se verá el teólogo. También su lenguaje se verá afectado de antropo-morfismos, pues emplea una lengua humana. La diferencia, bien decisiva, está en que el lenguaje de la Revelación, asistido siempre por el Espíritu Santo en la Escritura, en la Tradición y en el Magisterio apostólico, jamás induce a error, sino que lleva a la verdad completa. Mientras que un lenguaje contra-dictorio al de la Revelación, arbitrariamente producido por los teólogos, lleva necesariamente a graves errores.
El deterioro intelectual y verbal de la teología siembra en el pueblo cristiano la confusión y a veces la apostasía. Ya traté en un artículo del Lenguaje católico oscuro y débil (24). Allí dije que «la reforma hoy más urgente en la Iglesia es la recuperación del pensamiento y del lenguaje que son propios del Catolicismo». Tanto en los niveles altos teológicos, como en la predicación y la catequesis, ese deterioro doctrinal hoy se produce
1º– cuando falla la fe en las sagradas Escrituras, es decir, si ésta queda prácticamente a merced del libre examen, mediante una interpretación histórico-crítica desvinculada de la Tradición y el Magisterio (76-79). Entonces la fe católica ya no es apostólica, es decir, no se fundamenta en la roca de Cristo y de los Apóstoles, que dieron testimonio verdadero de «lo que habían visto y oído». Más bien se apoya en el testimonio, bastante posterior, de las primeras comunidades cristianas.
2º– cuando se pierde la calidad del pensamiento y del lenguaje religioso (44-60). La teología católica, ratio fide illustrata, desde sus comienzos, se ha caracterizado no solo por la luminosidad de la fe en ella profesada, sino también por la claridad y precisión de la razón que la expresa. Sin un buen lenguaje y una buena filosofía, no hay modo de elaborar una teología verdadera. Los errores y los equívocos serán inevitables. Por lo demás, un pensamiento oscuro no puede expresarse en una palabra clara. Ni puede, ni quiere.
3º– cuando se desprecian las palabras y los conceptos que la Iglesia ha elaborado en su tradición, bajo la acción del Espíritu de la verdad (Jn 16,13), y se crean, por el contrario, alergias en el pueblo cristiano hacia esos modos de pensamiento y expresión. Pío XII, en la encíclica Humani generis (12-VIII-1950), denuncia a quienes pretenden «liberar el dogma mismo de la manera de hablar ya tradicional en la Iglesia» (9). Estas tendencias «no solo conducen al relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan» (10). Por todo ello es «de suma imprudencia abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y expresiones» que, bajo la guía del Espíritu Santo, se han formulado «para expresar las verdades de la fe cada vez con mayor exactitud, sustituyéndolas con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía» (11). Reforma o apostasía.
Quiso Dios, quiso Cristo salvar a la humanidad pecadora por la sangre de su Cruz. Ésta es Palabra de Dios, como hemos visto. Pero podemos preguntarnos: ¿por qué quiso Dios en su providencia disponer la salvación del mundo por un medio tan sangriento y doloroso? Es la clásica cuestión teológica, Cur Christus tam doluit? La fe católica, como lo veremos, Dios mediante, en el próximo artículo, fundamentándose en la Revelación, da una respuesta verdadera y cierta a esa pregunta misteriosa.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
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18 comentarios
Ya desde muy niño, me quedé siempre muy impresionado, durante los oficios del Viernes Santo : "Mirad el Árbol de la Cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo” y repetíamos: "Venid a adorarle". Aún me pone los pelos de punta.
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JMI.- "Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Diios, nacido del Padre antes de todos los siglos".
¿Le suena?
“Bien comprendo lo que escucho;
mas por qué Dios quisiera, se me esconde,
de redimirnos esta forma solo.
Sepultado está, hermano, este decreto
a los ojos de aquellos cuyo ingenio
en la llama de amor no ha madurado".
(Divina Comedia. Paraíso. Canto VII (55-60)
El misterio de la cruz sólo se entiende desde el amor, el amor absoluto de Dios a cada hombre.
Pues hay que salirles al cruce con energía y sabiduría, como usted bien hace Padre, y al mismo tiempo colaborar con todas nuestras capacidades en la "reingeniería social cristiana" - dicha al modo nuevo- (evangelización, misión, apostolado, catequesis), para que reverdezca la fe en el pueblo.
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JMI.- Tiene razón, pero no sea demasiado optimista. Los que niegan la historicidad de las palabras y de los hechos de nuestro Señor Jesucristo cuando no les gustan, admiten y suscitan todas las dudas y negaciones que se les ponen en el coco. A ver.
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JMI.- La cuestión que Ud. propone es muy interesante, pero perdóneme que no la publique, porque me parece que no debo hacerlo. Pide Ud. mi opinión sobre un párrafo escrito por el profesor Joseph Ratzinger en un libro publicado en 1968 (Einführung in das Christentum, Kösel-Verlag), y en español en 1969 (Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca). Tengo esta obra en mi biblioteca. La escribió Ratzinger hace 43 años cuando tenía 41 de edad.
Ratzinger (1927- ) comenzó su docencia en Bonn (1959), pasó a Münster (1963), y después a Tubinga (1966), donde enseñaba Hans Küng, en los años efervescentes, también en la Facultades de Teología, que fueron a dar en mayo de 1968. Fue allí donde publicó la Introducción, que suscitó resistencias en algunos textos concretos, retirados de ediciones posteriores. No estaba en su ambiente, y regresó a su tierra, Baviera, a un mundo católico más tradicional, para enseñar en Ratisbona (1969), hasta que fue consagrado arzobispo de Munich (1977). El beato Juan Pablo II le llama a Roma para prefecto de la Congregación de la Fe (1981), y por gracia de Dios vino a ser nuestro Papa Benedicto XVI en 2005.
Pero, en fin, hecho este recuerdo, le hago notar que yo fundamento mis artículos en la sagrada Escritura, en la Liturgia y en los Padres de la Iglesia, en Concilios y en Encíclicas, en Catecismos católicos promovidos por la Santa Sede y firmados por Papas, en escritos de los santos, especialmente de los Doctores de la Iglesia. A veces también añado citas de teólogos, bien para refutarlas, bien para ilustrar mejor la fe católica. En estos artículos, por ejemplo, sobre la Providencia y sobre la Cruz, ya ve Ud. que así procedo.
Un cordial saludo.
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Un profesor de literatura pregunta a sus alumnos:
_¿Porqué se volvió loco el Quijote?
Los alumnos responden a una:
_Porque leyó demasiados libros de caballería.
Pero el profesor respondió:
_Sí, pero no. En realidad, el Quijote se volvió loco porque Cervantes lo quiso.
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Pues así trabaja la Providencia. Nosotros con nuestra "lógica" o con nuestra "ciencia" somos capaces -cuando somos capaces - de ver las causas inmediatas, inmanentes. Pero no todos son capaces de ver que esas causas inmanentes operan porque Alguien quiere que operen.
Gracias Padre
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JMI.- Dios hizo libre a Adán, con una libertad creatural, por tanto falible. Y esa libertad, cediendo a la tentación del diablo, falló, desobedeciendo a Dios y pecando. Dios quiso permitir ese pecado, pudiendo haberlo impedido, por supuesto, en vistas a un bien mayor; todo el mundo de la gracia y de la salvación traído en Cristo, nuevo Adán. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. O felix culpa!
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JMI.- Hago un añadido, comentando su "si Adán se hubiera atenido, etc. entonces Cristo habría venido a la tierra... en forma gloriosa sin necesidad de su pasión..."
La frase me recuerda un dicho que tiene su gracia:
"Si mi tía tuviera dos ruedas, no sería mi tía, sería una bicicleta".
La providencia del Padre hizo encarnar a su Hijo, inclinado hacia el Espíritu, vencedor del pecado, del dolor y de la muerte, para salvar a la humanidad del mal, por amor.
Pienso que Jesús al saber que entregando su vida, se convertía en Salvador de los pecados, que resucitaba y volvía a la vida espiritual, invisible e infinita a la derecha de su Padre, no vacilo en dar este paso de amor tan grande hacia su Padre para la salvación de las almas, en este mundo y eternamente. Otra hubiese sido la predestinación, si en vez de perdonar venia a juzgar.
Esta en nosotros no creer o creer en este gran misterio, por el pecado sufrimos, pero por el perdón del pecado se libera el alma, aunque cueste es posible enmendarlo por amor de y a Dios para nuestro bien y el de todos los hermanos.
Mas son los pecados mas pesada es la cruz, pero más es la gracia derramada, cuando nos reconocemos pecadores, para gloria del Señor, porque aceptamos y valoramos su misericordiosa entrega de expiación.
Me parece que Dios consumo la salvación de este mundo, por el único medio que hay, cuando la humanidad se vuelve incrédula.
Ahora, "gracias" a la caída sí conocemos lo que es Dios, y sobre todo lo que ha sido capaz de hacer para restituirnos la gloria que perdimos. Y hacerlo porque nos amaba, aunque nunca hayamos sido dignos de ese amor.
Padre, no sé si es falta de amplitud en mi visión, pero yo noto que hoy se critica demasiado a San Anselmo por su visión muy "judicial" de la muerte de Cristo y su significado y algo de eso le toca a Santo Tomás de Aquino también. Percibo que desde que empezó a desarrollarse el concepto de "hábito" para referirse a la gracia santificante la justificación objetiva, la lograda por Jesús en la cruz, fue pasando a la penumbra y todo se basaba en la gracia creada, en la apropiación personal de la Redención y lo que apasionaba a Anselmo y al Aquinate se ha relegado para darle paso a lo que sucede en el hombre cuando es justificado y no a lo que pasó en la Cruz.
La sesión sobre la Justificación en Trento ya adolece de eso. No objeto a su Ortodoxia, en lo absoluto, sino a una cuestión de énfasis.
Estoy de acuerdo con usted en que el día de hoy tenemos muchos teólogos esparciendo errores en relación a la intención eterna del Padre y el Hijo de redimirnos tal y como pasó, pero yo creo que además de estos errores hay algo más natural, más normal y menos malévolo en su origen que fue aquél cambio de énfasis en el que intencionalmente dejamos a Lutero desarrollar su Teología de la Cruz, su Justificación Forense y nosotros optamos por ocultar o silenciar cualquier cosa nuestra que pareciera darle la razón y en vez de desarrollar una teología que mirara constantemente al aspecto objetivo de la Cruz optamos por desarrollar su aspecto subjetivo.
Me encantaría verle a usted desarrollar cómo la persona del Espíritu Santo, su In-Habitación y sus efectos en nosotros son temas en creciente abandono entre nosotros.
Me parece interesante la catequesis del Papa sobre Duns Scoto sobre la predestinacion de Cristo y el plan eterno de asumir nuestra naturaleza humana aun sin el pecado del hombre.
Creo que siendo esta afirmacion verdadera eso no quita que aun si bien es contingente la necesidad de la Cruz al pecado del hombre, no implica que Dios no hubiese considerado desde la eternidad la posibilidad de que el hombre peque y no haya dudado en estar dispuesto a enviar a su Hijo. Creo que en ese sentido se podria hablar de predestinacion pero como parte del plan de Dios que sabe de la debildad del hombre y no lo abandona. Siendo la Cruz un remedio al pecado contigente del hombre que estuvo previsto desde toda la eternidad, del mismo modo la Encarnacion fue planeada desde toda la eternidad pero como algo incontingente.
dice Benedicto XVI sobre Duns Scoto...
"Ante todo, meditó sobre el Misterio de la Encarnación y, a diferencia de muchos pensadores cristianos del tiempo, sostuvo que el Hijo de Dios se habría hecho hombre aunque la humanidad no hubiese pecado. Él afirma en la “Reportata Parisiensa“: “¡Pensar que Dios habría renunciado a esta obra si Adán no hubiese pecado sería del todo irracional! Digo por tanto que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y que – aunque nadie hubiese caído, ni el ángel ni el hombre – en esta hipótesis Cristo habría estado aún predestinado de la misma forma” (in III Sent., d. 7, 4). Este pensamiento, quizás un poco sorprendente, nace porque para Duns Scoto la Encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad por parte de Dios Padre en su plan de amor, es cumplimiento de la creación, y hace posible a toda criatura, en Cristo y por medio de Él, de ser colmada de gracia, y dar alabanza y gloria a Dios en la eternidad. Duns Scoto, aun consciente de que, en realidad, a causa del pecado original, Cristo nos redimió con su Pasión, Muerte y Resurrección, reafirma que la Encarnación es la obra más grande y más bella de toda la historia de la salvación, y que esta no está condicionada por ningún hecho contingente, pero es la idea original de Dios de unir finalmente todo lo creado consigo mismo en la persona y en la carne del Hijo." (Fragmento de la Catequesis de los miercoles correspondiente al 7 de julio de 2010)
Saludos.-
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JMI.- Sí, ésa fue la doctrina de Escoto y de los escotistas sobre la finalidad de la Encarnación. Expone una hipótesis posible, pero discurre en un ámbito intelectual de posibilidades puramente teóricas.
Por el contrario, según creo, más en coherencia con la Escritura y con la doctrina de los Padres, Santo Tomás de Aquino enseña que "aquello que únicamente depende de la voluntad de Dios y a lo cual la criatura no tiene ningún derecho, solo puede ser conocido en la medida en que nos lo enseña la Escritura, por la que se nos da a conocer la voluntad divina. Pues bien, la Sagrada Escritura nos señala por doquier el pecado del primer hombre como motivo de la encarnación (incarnationis ratio). Y por eso es más conveniente decir (convenientius dicitur) que la obra de la encarnación es ordenada por Dios para remedio del pecado, de tal manera que, sin el pecado, la encarnación no hubiese tenido lugar. Pero esto no limita el poder de Dios, pues habría podido encarnarse incluso en ausencia del pecado" (STh III,1,3).
La doctrina del Doctor Común de la Iglesia, como digo, parece más coherente con Escritura, Padres y Liturgia, vinculando más estrechamente Encarnación y Redención. El Hijo de Dios, confesamos en el Credo, bajó del cielo "propter nos homines et propter nostram salutem", para nuestra salvación. Y el Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo, enseña que en Cristo "su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación" (607).
Conviene notar, por otra parte, que esta doctrina de la encarnación esencialmente redentora (de hecho, históricamente, según lo enseñan las Escrituras) en modo alguno es inconciliable con la otra gran verdad: que la Encarnación del Hijo divino viene a coronar super-maravillosamente la obra de la Creación.
Gracias. Y un saludo en el nombre de JESÚS, nombre elegido por Dios, "porque salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21)..
En el campo de las revelaciones privadas, se comenta el asunto en el Cap. 6 de la parte I de «Mística Ciudad de Dios», de la venerable sor María de Jesús de Ágreda:
http://misticaciudad.wordpress.com/2010/05/07/capitulo-1-capitulo-6/
Vale la pena leerlo (en realidad, éste y los anteriores para entenderlo plenamente y, por supuesto, el libro), porque, aunque en la práctica se parece a la postura escotista, hay diferencias; copio el ¶76 para que se lea sobre todo la parte final:
«76. Y de ser más común la opinión que el Verbo bajó del cielo de principal intento a redimir el mundo, entre otras causas, una es porque el misterio de la redención y el fin de estas obras es más conocido y manifiesto, por haberse ejecutado y repetido tantas veces en las Escrituras; y al contrario, el fin de la impasibilidad, ni se ejecutó, ni se decretó absoluta y expresamente, y todo lo que perteneciera a aquel estado quedó oculto y nadie lo puede saber con aseguración, si no fuere a quien yo en particular diere luz o revelare lo que conviene de aquel decreto y amor que tenemos a la humana naturaleza. Y si bien esto pudiera mover mucho a los mortales, si lo pesaran y penetraran, pero el decreto y obras de la redención de su caída es más poderoso y eficaz para moverlos y traerlos al conocimiento y retorno de mi inmenso amor, que es el fin de mis obras; y por eso, tengo providencia de que estos motivos y misterios estén más presentes y sean más frecuentados, porque así es conveniente. Y advierte que en una obra bien puede haber dos fines, cuando el uno se supone debajo de alguna condición, como fue que, si el hombre no pecara, no descendiera el Verbo en forma pasible y que, si pecase, que fuese pasible y mortal; y así en cualquier suceso no se dejara de cumplir el decreto de la encarnación. Yo quiero que los sacramentos de la redención se reconozcan y estimen y siempre se tengan presentes para darme el retorno; pero quiero asimismo que los mortales reconozcan al Verbo humanado por su cabeza y causa final de la creación de todo lo restante de la humana naturaleza, porque él fue, después de mi propia benignidad, el principal motivo que tuve para dar ser a las criaturas; y así, debe ser reverenciado, no sólo porque redimió al linaje humano, pero también porque dio motivo para su creación.»
El libro entero está en PDF en:
http://iteadjmj.com/docs/docs.html
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JMI.- La sabiduría espiritual de la Madre María Jesús de Ágreda es un misterio inefable de la gracia divina. Siempre que puedo visito y venero su sepulcro en Ágreda y difundo su Obra. Es un milagro verdadero que pueda escribir una Obra de tal altura una monja, sin ningunos estudios especiales, y que nunca salió de su casa, la casa de sus padres, porque ellos fundaron en ella un Monasterio, en el que permaneció la hija hasta su muerte.
“Pequeña hija de mi Querer, tú debes saber que son derechos absolutos de mi Fiat Divino el tener el primado sobre cada uno de los actos de la criatura, y quien le niega el primado le quita sus derechos divinos que por justicia le son debidos, porque es creador del querer humano. ¿Quién puede decirte hija mía cuánto mal puede hacer una criatura cuando llega a sustraerse de la Voluntad de su Creador? Mira, bastó un acto de sustracción del primer hombre a nuestra Voluntad Divina para cambiar la suerte de las generaciones humanas, y no sólo eso, sino que cambió la misma suerte de nuestra Divina Voluntad. Si Adán no hubiese pecado, el Verbo Eterno, que es la misma Voluntad del Padre Celestial, debía venir a la tierra glorioso, triunfante y dominador, acompañado visiblemente por su ejército angélico, que todos debían ver, y con el esplendor de su gloria debía fascinar a todos y atraer a todos a Sí con su belleza; coronado como rey y con el cetro de mando para ser rey y cabeza de la familia humana, de modo de darle el gran honor de poder decir: ‘Tenemos un rey hombre y Dios’. Mucho más que tu Jesús no descendía del Cielo para encontrar al hombre enfermo, porque si no se hubiera sustraído de mi Voluntad Divina, no debían existir enfermedades, ni de alma ni de cuerpo, porque fue la voluntad humana la que casi ahogó de penas a la pobre criatura; el Fiat Divino era intangible de toda pena y tal debía ser el hombre. Por lo tanto Yo debía venir a encontrar al hombre feliz, santo y con la plenitud de los bienes con los cuales lo había creado. En cambio, porque quiso hacer su voluntad cambió nuestra suerte, y como estaba decretado que Yo debía descender sobre la tierra, y cuando la Divinidad decreta, no hay quien la aparte, sólo cambié modo y aspecto, así que descendí, pero bajo vestidos humildísimos, pobre, sin ningún aparato de gloria, sufriente, llorando y cargado con todas las miserias y penas del hombre. La voluntad humana me hacía venir a encontrar al hombre infeliz, ciego, sordo y mudo, lleno de todas las miserias, y Yo para sanarlo lo debía tomar sobre de Mí, y para no infundirle espanto debía mostrarme como uno de ellos, para hermanarlos y darles las medicinas y remedios que se necesitaban. Así que el querer humano tiene la potencia de volverse feliz o infeliz, santo o pecador, sano o enfermo. Entonces mira, si el alma se decide a hacer siempre, siempre mi Divina Voluntad y vivir en Ella, cambiará su suerte y mi Divina Voluntad se lanzará sobre la criatura, la hará su presa y dándole el beso de la Creación cambiará aspecto y modo, y estrechándola a su seno le dirá: ‘Pongamos todo a un lado, para ti y para Mí han regresado los primeros tiempos de la Creación, todo será felicidad entre tú y Yo, vivirás en nuestra casa, como hija nuestra, en la abundancia de los bienes de tu Creador.’ Escucha mi pequeña recién nacida de mi Divina Voluntad, si el hombre no hubiese pecado, no se hubiese sustraído de mi Divina Voluntad, Yo habría venido a la tierra, pero ¿sabes como? Lleno de Majestad, como cuando resucité de la muerte, que si bien tenía mi Humanidad similar al hombre, unida al Verbo Eterno, pero con qué diversidad mi Humanidad resucitada era glorificada, vestida de luz, no sujeta ni a sufrir, ni a morir, era el divino triunfador. En cambio mi Humanidad antes de morir estaba sujeta, si bien voluntariamente, a todas las penas, es más, fui el hombre de los dolores. Y como el hombre tenía aún los ojos ofuscados por el querer humano, y por eso aún enfermo, pocos fueron los que me vieron resucitado, lo que sirvió para confirmar mi Resurrección. Después subí al Cielo para dar tiempo al hombre de tomar los remedios y las medicinas, a fin de que curase y se dispusiera a conocer mi Divina Voluntad, para vivir no de la suya, sino de la mía, y así podré hacerme ver lleno de majestad y de gloria en medio a los hijos de mi reino. Por eso mi Resurrección es la confirmación del Fiat Voluntas Tua come in Cielo così in terra. Después de un tan largo dolor sufrido por mi Divina Voluntad por tantos siglos, por no tener su reino sobre la tierra, su absoluto dominio, era justo que mi Humanidad pusiera a salvo sus derechos y realizase mi y su finalidad primaria, la de formar su reino en medio a las criaturas.
Además de esto, tú debes saber, para confirmarte mayormente, cómo la voluntad humana cambió su suerte y la de la Divina Voluntad con relación a él. En toda la historia del mundo sólo dos han vivido de Voluntad Divina sin jamás hacer la suya, y fuimos la Soberana Reina y Yo, y la distancia, la diversidad entre Nosotros y las otras criaturas es infinita, tanto, que ni siquiera nuestros cuerpos quedaron sobre la tierra, habían servido como morada al Fiat Divino y Él se sentía inseparable de nuestros cuerpos y por eso los reclamó, y con su fuerza imperante raptó nuestros cuerpos junto con nuestras almas en su patria celestial. ¿Y por qué todo esto? Toda la razón está en que jamás nuestra voluntad humana tuvo un acto de vida, sino que todo el dominio y el campo de acción fueron sólo de mi Divina Voluntad. Su potencia es infinita, su amor es insuperable”.
He comprobado, con frecuencia, que a algunos sacerdotes más jóvenes les cuesta bastante aceptar el hecho que Dios QUISO que Cristo muriese en la Cruz. Me sucedió el año pasado que, conversando con un sacerdote, exprese justamente eso y él me dijo que tal cosa no era así. Entonces decidí cambiar el curso de la conversación y después le mandé por e-mail este tan clarificador post.
Cuál sería mi sorpresa al escucharlo ayer decir, desde el mismo comienzo de su homilía, que Dios QUISO que Cristo nos redimiera mediante la muerte en la Cruz. Me sentí inmensamente feliz al ver que mucha gente iba a escuchar una verdad tantas veces ignorada, aun cuando en una de las plegarias eucarísticas dice muy claramente: Para cumplir TUS designios, Él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida.
Muchísimas gracias, Padre Iraburu, por todo el bien que hace, aún sin saberlo. Pero Dios, que es muy buen pagador, se ocupará del asunto. Que Él lo bendiga siempre.
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JMI.-Y si se Le despistara de la cuenta, acuérdese Ud. de recordárselo.
Bendigamos al Señor, que siempre hace fructificar sus palabras de verdad. Siempre.
Bendición +
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