(33) Cardenal Pie, obispo de Poitiers –I lúcido y valiente
–Perdone, pero ¿este escrito suyo no es un plagio del libro del P. Sáenz?
–Bueno, en realidad toma por base el libro del P. Alfredo Sáenz, S. J., El Cardenal Pie, lucidez y coraje al servicio de la verdad (Ed. Nihuil - Ed. Gladius, Buenos Aires 1987; hay nueva edición en Gladius 2007, 538 ps.). Pero tanto como un plagio no es. El P. Sáenz es buen amigo mío y me lo consiente con todo gusto. En la Fundación GRATIS DATE le hemos publicado tres preciosas obras suyas (Catálogo F.GD). Él a su vez escribió su libro tomando como base la obra de Mons. Baunard, Histoire du Cardinal Pie, Ed. H. Oudin, 18862, vols. I-II; y la de Jean Creté, Vie du cardinal Pie, 1980. Unos y otros citan los textos de Oeuvres de Monseigneur l’évêque de Poitiers, Paris-Poitiers, Ouidin 1886-1879, vols. I-IX.
Louis Edouard Pie (1815-1880), hijo de un zapatero, nace en un pueblecito de la diócesis de Chartres, estudia en un colegio y en el Seminario Menor de esa ciudad, en 1835 ingresa en el Seminario de San Sulpicio, cerca de París, es ordenado sacerdote en 1839 y Obispo de Poitiers en 1849, donde ejerce su ministerio pastoral durante treinte años, hasta su muerte, siempre bajo el lema mariano Tuus sum ego, que hace suyo ya al recibir el subdiaconado. A mediados del XIX, cuando parte del episcopado francés era galicano y otra parte ultramontano, según se inclinase a una cierta autonomía de Roma o profesara una fidelidad total a la Sede romana, el Obispo de Poitiers se adhiere siempre en doctrina y disciplina a Roma, como todos los obispos de la zona eclesiástica de Burdeos, a la que pertenece Poitiers. Muerto el Beato Pío IX (1878), con quien mantenía una relación personal y cordial muy estrecha, su sucesor, León XIII, en uno de sus primeros actos, creó Cardenal al Obispo de Poitiers (1879).
Mons. Pie, desde su ordenación episcopal, se mostró sumamente devoto de San Hilario de Poitiers (310-367) –el gran defensor, con San Atanasio, de la divinidad de Cristo frente a los arrianos–, procurando en todo seguir su ejemplo y citando sus escritos con gran frecuencia. Cuidó siempre especialmente de los sacerdotes y de los religiosos. A semejanza de San Carlos Borromeo en referencia a San Ambrosio de Milán, fundó Pie los Oblatos de San Hilario, para sacerdotes diocesanos con vida comunitaria. Celebró veinte Sínodos diocesanos, procurando siempre en ellos la buena formación doctrinal de su clero, su fervor espiritual y pastoral, y si fidelidad disciplinar.
Poitiers es un lugar de Francia de muy especial significación histórica. –En la batalla de Poitiers es donde los francos, dirigidos por Carlos Martel, logran una victoria militar definitiva sobre los invasores islámicos (732), salvando la autonomía y el cristianismo de las naciones europeas. –Cerca de la ciudad de Poitiers está la abadía de Ligugé, cuna de la vida monástica en las Galias. Fué fundada en el año 361 por San Martín de Tours (316-397), discípulo de San Hilario, obispo de Poitiers, que le cedió el terreno de una antigua villa romana. Este monasterio fue rescatado de las ruinas por Mons. Pie y su íntimo amigo dom Guéranger (1805-1875), restaurado en Solesmes de la vida monástica en Francia, que había sido eliminada por la Revolución. –La Vendée, perteneciente a la diócesis de Poitiers, fue misionada por San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), y presentó la resistencia y la guerra más valiente contra las fuerzas anticristianas de la Revolución (1793-1796).
Las tinieblas mundanas del siglo XIX fueron especialmente oscuras en Francia, durante la vida de Mons. Pie. A partir del luteranismo, que rechaza a la Iglesia y a la Escritura, en cuanto Palabra divina, reduciéndola por el libre examen a palabra de hombre, y que rompe en trozos contrapuestos la unidad de la Cristiandad, se llega derechamente al Siglo de las luces, a la Ilustración, en gran parte difundida por los enciclopedistas franceses y la masonería, y al estallido de la Revolución Francesa (1789-1792), cuyo espíritu naturalista marca ya el Occidente de modo definitivo, y se va imponiendo más y más a lo largo del XIX en la cultura, la educación, las instituciones y las estructuras políticas a través del liberalismo.
La vida de Mons. Pie transcurre en una Francia, posterior a la Revolución Francesa, que avanza dando tumbos continuamente, con cambios bruscos de régimen, pero ya sellada para siempre por el espíritu del 89, tanto en la restauración de los Borbones (1814), como en la monarquía republicana de Luis Felipe (1830), en la II República (1848), en el II Imperio, con Napoleón III (1848) y en la III República (1870), con Gambetta, Thiers, etc., que da inicio a una serie increíble de gobiernos inestables, unos 50 hasta 1914. Francia, a lo largo del siglo XIX, permanece y crece en el espíritu de la Revolución, afirma los derechos del hombre negando los derechos de Dios y de su Iglesia, retira los crucifijos de los tribunales, hace estatal y laicista la enseñanza, oprime o suprime las órdenes religiosas, controla el nombramiento de los Obispos, etc.
Es, pues, en el XIX cuando se consuma en Francia la configuración cultural y política de la nación en un espíritu naturalista, que se cierra a la gracia, a lo sobre-natural, racionalista, que se cierra a la Revelación divina y a la fe, y liberal, que afirma la libertad del hombre como la fuente única de los valores: «seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gén 3,5), rechazando toda sujeción a la soberanía de Dios y del orden natural por Él creado y mantenido.
En medio de este mundo oscuro y perverso, la luz del Obispo de Poitiers fue una antorcha encendida, que llevaba siempre en alto la Palabra de la vida (cf. Flp 2,15-16). Mons. Pie mostró en el siglo XIX una admirable lucidez y valentía para «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12). Su gran Instrucción sinodal de 1854 sobre los principales errores de nuestro tiempo es el antecedente inmediato de los documentos del Papa Pío IX, la encíclica Quanta cura (1864) y el Syllabus o colección de los errores modernos (1864), textos muy notables que el gobierno de Francia (la campeona de «la libertad de prensa») prohibió publicar.
En estos grandes textos, lo mismo el Obispo de Poitiers que el Papa intentan mostrar con claridad a los cristianos tanto los errores entonces más vigentes como las verdades católicas que han de vencerlos con la luz de Cristo. Mons. Pie combatió, concretamente, con gran fuerza aquellas modalidades de naturalismo y del liberalismo, que afectaban a buena parte de sus hermanos obispos franceses, designados para tal cargo por el Gobierno.
Apoyándose continuamente en la Escritura y en el testimonio de los grandes Padres y Doctores católicos, Atanasio, Hilario, Agustín, Belarmino, el Obispo de Poitiers combate incansablemente el naturalismo imperante en todas sus expresiones, el ateo, el agnóstico, el deísta, el racionalista y liberal, como también el catolicismo liberal que admite el reinado de Cristo en las conciencias, pero que lo considera perjudicial en las naciones.
Hay ya en el mundo muchos anticristos. Así lo afirma el apóstol Juan: «ésta es la hora última, y está para llegar el Anticristo, y os digo ahora que muchos se han hecho anticristos, y por eso conocemos que ésta es la hora última» (1Jn 2,18). El Cardenal Pie, comentando este texto, denuncia el anticristianismo filosófico, moral, social, político, el anticristianismo más radical que niega a Dios Padre, «sustituyendo la realidad de Dios por abstracciones y sueños que fluctúan entre el ateísmo y el panteísmo»; que niega a Jesucristo, el Hijo enviado por Dios, y al Espíritu Santo.
«Es también anticristo el que niega el milagro; anticristo es el que niega la revelación divina en las Escrituras; anticristo el que niega la institución divina de la Iglesia…; anticristo el que niega la superioridad de los tiempos y de los países cristianos sobre los países infieles, o que dice que el cetro de Cristo, suave y bienhechor para las almas, y aun quizá para las familias, es malo e inaceptable para las ciudades y los imperios» (Oeuvres II,194).
El Obispo de Poitiers, aludiendo a una afirmación muy significativa escrita por un político anticristiano, escribe: «Encarnando en la voluntad de la multitud el derecho supremo de dominar, hemos oído hace poco a la Revolución, en las columnas de uno de sus órganos más autorizados, que el entendimiento entre la Iglesia y la sociedad moderna seguirá siendo imposible mientras no hayamos quitado de nuestros programas la máxima de los Apóstoles, “que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”, dado que el artículo fundamental y en adelante indiscutible de nuestras Constituciones es que la ley brotada de las voluntades del pueblo no conoce nada por encima de ella, y que ella se impone, cualquiera que sea [aunque se trate, p. ej., del “matrimonio homosexual” o de la eutanasia, añado yo] a todas las conciencias» (II,682). Mons. Pie declaraba en una ocasión: «sé evidentemente que el Anticristo ha de venir un día, y ha de prevalecer. Pero Dios me guarde de haber figurado entre sus agentes y precursores» (I,681).
La lucha contra la Bestia liberal y contra sus efectos dañosos era librada por el Cardenal Pie de modo total y coherente. A diferencia de muchos de sus hermanos Obispos, él no luchaba solamente contra los efectos nocivos del laicismo anticristiano imperante –cuestiones concretas: el divorcio, la limitación o supresión de la enseñanza privada, etc.–; él luchaba ante todo y sobre todo contra la Bestia laicista del Estado liberal, es decir, contra la causa incesante de la destrucción de Francia, de su ser, de su misión, de su historia, contra la degradación de las leyes, de la cultura, de las instituciones, y consecuentemente, contra la causa principal de la descristianización del pueblo. Otros Obispos, como digo, aceptaban la Bestia secularista y secularizante a veces por una necesidad que consideraban inevitable, pero otras veces incluso por una convicción doctrinal errónea. En este sentido, merecen ser recordadas las últimas palabras de Mons. Pie pronunciadas como testamento en su cátedra episcopal:
«Vosotros todos, mis hermanos, si estáis forzados a ver el triunfo del mal, no lo aclaméis jamás. No digáis nunca al mal “eres el bien”; a la decadencia, “eres el progreso”; a la noche, “eres la luz”; a la muerte, “eres la vida”. Santificaos en el tiempo en que Dios os ha colocado. Gemid por los males y desórdenes que Dios tolera. Oponedle la energía de vuestras buenas obras y de vuestros esfuerzos. Mantened toda vuestra vida pura de errores, libre de impulsos malos. De tal manera que después de haber vivido aquí unidos al Espíritu del Señor, seais admitidos a no ser sino uno con Él por los siglos de los siglos» (II,732). Amén.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
6 comentarios
Y como la norma de la democracia es que nada puede imponerse por sobre la "voluntad popular", la sociedad toda queda sometida a la pequeña minoría de pícaros que consigue manipular las manifestaciones multitudinarias y la "opinión pública" en su provecho y beneficio.
Lo particularmente grave es que ésta no es una cuestión meramente política, ¡qué va!. Se trata de una cuestión esencialmente religiosa, pues el oráculo de la "voluntad popular" (adecuadamente azuzado, digitado y condicionado por una oscura y poderosa minoría) toma el lugar de Dios en la sociedad, estableciendo los paradigmas de la "normalidad" a la cual instintivamente toda persona tiende a conformarse.
Mas te alabo muy mucho porque despiertas a tantos que nos despiertan.
Había de ser muy continua nuestra oración por éstos que nos dan luz.
¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia?.
Si algunos ha habido ruines, más resplandecerán los buenos.
Ruego al Señor los tenga de su mano y los ayude para que nos ayuden, amén."
(SANTA TERESA DE JESÚS-Vida 13,21)
Dios lo bendiga, querido padre.
Gracias, Virginia, y bendición + JMIraburu
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