Nueva datación del Nuevo Testamento (2)
Comentario de: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, 1976.
Edición en línea: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html
Al comienzo del Capítulo II –“La importancia del (año) 70”– el autor enuncia una de sus tesis principales: “Uno de los hechos más extraños acerca del Nuevo Testamento es que lo que en cualquier proyección parecería ser el evento singular más datable y culminante del período –la caída de Jerusalén en 70 AD, y con ella el colapso del judaísmo institucional basado en el Templo– no es mencionado ni una sola vez como un hecho pasado. Es, por supuesto, predicho; y, al menos en algunos casos, se asume que esas predicciones fueron escritas (o redactadas) después del evento. Pero el silencio es de todos modos tan significativo como, para Sherlock Holmes, el silencio del perro que no ladró.” (p. 14).
En primer lugar Robinson descarta la interpretación de S. G. F. Brandon: ese silencio sería un intento deliberado de ocultar la simpatía de Jesús y de los primeros cristianos por los revolucionarios zelotas, cuyo levantamiento fue aplastado por los romanos. Esa interpretación es totalmente arbitraria y ha recibido críticas devastadoras de parte de Hengel, Cullmann y muchos otros académicos.
Prosigue Robinson: “Por supuesto se han intentado explicaciones de este silencio. Sin embargo, la explicación más simple de todas, que quizás… hay extremadamente poco en el Nuevo Testamento posterior al año 70 y que sus eventos no son mencionados porque todavía no habían ocurrido, a mi juicio exige más atención que la que ha recibido en círculos críticos.” (p. 15).
El resto del Capítulo está dedicado a examinar la relación de los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) con los eventos del año 70.
En primer término Robinson analiza el discurso escatológico de Marcos 13, que comienza así:
“Al salir del Templo le dice uno de sus discípulos: –Maestro, mira qué piedras y qué edificios. Jesús le responde: –¿Ves estas grandes construcciones? No quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida. Y estando Jesús en el Monte de los Olivos, enfrente del Templo, le preguntaron a solas Pedro, Santiago, Juan y Andrés: –Dinos cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que todo esto está a punto de llegar a su fin.” (Marcos 13,1-4).
Robinson subraya que la larga respuesta de Jesús no hace ninguna referencia a la destrucción del Templo. La única referencia subsiguiente al Templo es la siguiente alusión implícita:
“Cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe –quien lea, entienda–, entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; quien esté en el terrado, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; y quien esté en el campo, que no vuelva atrás para tomar su manto.” (Marcos 13,14-16).
Es claro que “la abominación de la desolación” no puede referirse a la profanación y destrucción del Templo en el año 70. En ese momento era demasiado tarde para huir a los montes de Judea, porque éstos estaban en poder de los romanos desde el año 67. Se sabe que los cristianos de Jerusalén huyeron hacia Pella, una ciudad griega de la Decápolis, hacia el año 65, antes del comienzo del sitio de Jerusalén.
Robinson muestra que el discurso de Marcos 13 está influenciado por dos libros del Antiguo Testamento: 1 Macabeos y Daniel; y también muestra que en ese discurso, en el que Jesús exhorta a sus discípulos a estar vigilantes durante los tiempos de persecución que sobrevendrán, no hay nada que no pueda encontrar un paralelo en el período de la historia de la Iglesia cubierto por el libro de los Hechos de los Apóstoles.
En segundo término el autor analiza el Evangelio de Mateo. Ante todo se detiene en el único pasaje evangélico que ha sido considerado casi unánimemente por los exegetas como una profecía retrospectiva sobre la destrucción de Jerusalén en el año 70:
“Los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y los mataron. El rey se encolerizó, y envió a sus tropas a acabar con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.” (Mateo 22,6-7).
Apoyándose en estudios anteriores de K. H. Rengstorfhas y S. Pedersen, Robinson sostiene que Mateo 22,7 representa una descripción fija de las antiguas expediciones militares de castigo y que es un lugar común en la literatura del Cercano Oriente, del Antiguo Testamento y rabínica, por lo que no se puede inferir que refleja un acontecimiento en particular.
Robinson muestra que las verdaderas profecías ex eventu (posteriores al evento) de la destrucción de Jerusalén, como las del Apocalipsis judío II Baruc y los Oráculos Sibilinos, describen varios detalles históricos. Uno buscaría en vano esa clase de detalles en el Nuevo Testamento.
El autor subraya que en el discurso escatológico de Mateo (Mateo 24), paralelo al de Marcos, la referencia a “la abominación de la desolación” es relacionada explícitamente con el profeta Daniel (cf. Mateo 24,15).
Robinson también destaca que Mateo 24,20 (“Rogad para que vuestra huida no ocurra en invierno ni en sábado”) denota un ambiente palestinense primitivo y un apego a la ley del sábado más estricto que el recomendado a los cristianos en el mismo Evangelio (cf. Mateo 12,1-14); por ende tiende a apoyar la hipótesis de una redacción temprana de Mateo.
Luego el autor sostiene que, en la hipótesis de una redacción tardía de Mateo, no ve ninguna razón para que el evangelista conservara (ni mucho menos inventara) profecías de Jesús aparentemente no cumplidas (como las de Mateo 10,23; 16,28 y 24,34), sin hacer ningún intento de explicar la aparente discordancia entre esas profecías y los hechos posteriores. Yo agrego lo siguiente: aunque, desde un punto de vista teológico, esa discordancia sea sólo aparente, este argumento de Robinson a favor de una redacción temprana es muy fuerte.
Posteriormente, Robinson afirma que la referencia de Jesús al asesinato de “Zacarías, hijo de Baraquías, al que matasteis entre el Templo y el altar” (Mateo 23,35) puede interpretarse razonablemente como una referencia a 2 Crónicas 20,21: “Pero ellos se conjuraron contra Zacarías y, por orden del rey, lo apedrearon en el atrio del Templo del Señor.”
Finalmente el autor analiza el Evangelio de Lucas, deteniéndose en dos pasajes que parecen describir detalles del sitio de Jerusalén de los años 67-70:
“Y cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: –¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que no sólo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho.” (Lucas 19,41-44).
“Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed que ya se acerca su desolación. Entonces los que estén en Judea huyan a los montes, y quienes estén dentro de la ciudad que se marchen, y quienes estén en los campos que no entren en ella: éstos son días de castigo para que se cumpla todo lo escrito. ¡Ay de las que estén encintas y de las que estén criando esos días! Porque habrá una gran calamidad sobre la tierra y habrá ira contra este pueblo. Caerán al filo de la espada y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles.” (Lucas 21,20-24).
Sin embargo, afirma Robinson, estos textos no proveen más que descripciones estereotipadas de operaciones militares de la Antigüedad. “En la narración de Josefo sobre la captura romana de Jerusalén hay algunas características que son más distintivas; tales como la fantástica lucha de facciones que continuó a lo largo de todo el sitio, los horrores de la pestilencia y la hambruna (incluyendo el canibalismo), y finalmente el incendio en el cual el Templo y una gran parte de la ciudad perecieron. Son éstas las que cautivaron la imaginación de Josefo y, podemos suponer, de todos los demás testigos de estos eventos. Nada se dice de ellas aquí. Por otra parte, entre todas las barbaridades que Josefo reporta, no dice que los conquistadores aplastaran niños contra el suelo. (Los menores de 17 años fueron vendidos como esclavos). La expresión (de Jesús)… no está basada en nada que ocurriera en 66-70: es un lugar común de la profecía hebrea.” (pp. 26-27).
Apoyándose en los estudios de C. H. Dodd, Robinson afirma que las descripciones de Jesús no se ajustan a la toma de Jerusalén por Tito en el año 70 DC, sino a la de Nabucodonosor en el año 586 AC.
Para concluir, aporto otras dos consideraciones: 1) si los Evangelios sinópticos hubieran sido escritos después del año 70 y las profecías de Jesús sobre la destrucción de Jerusalén fueran posteriores al evento, no se explicaría por qué en este caso (a diferencia de otros), los evangelistas no explicitaron que las profecías de Jesús se habían cumplido; 2) en cuanto a la profecía de Jesús acerca de que del Templo de Jerusalén no quedaría piedra sobre piedra, ella comenzó a cumplirse en el año 70, pero su cumplimiento pleno ocurrió en el año 363, cuando una serie de acontecimientos extraordinarios hizo fracasar un intento de reconstrucción del Templo apadrinado por el Emperador romano Juliano el Apóstata (cf. Stanley Jaki, To Rebuild Or Not To Try?, Real View Books, Royal Oak-Michigan, 1999). (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
Notas:
1) La traducción de las citas de Redating the New Testament es mía.
2) Para las citas bíblicas he utilizado la Biblia de Navarra.
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