1. Introducción
Mi anterior post (“Creacionismo y Diseño Inteligente”) motivó una interesante contribución de Francisco José Soler Gil (”Darwinismo y ateísmo“), que ha sido publicada en InfoCatólica. Allí el Dr. Soler, a quien mucho agradezco su valioso aporte a la actual discusión, sostiene las siguientes dos tesis principales:
• El darwinismo no es una teoría esencialmente atea ni una teoría que resulte más fácil de conjugar con una cosmovisión atea que el Diseño Inteligente.
• El Diseño Inteligente no constituye una alternativa más favorable al teísmo que el darwinismo.
2. Puntos de acuerdo
Comenzaré mi réplica enumerando mis siete principales puntos de acuerdo con el Dr. Soler en esta materia (tal como yo los veo):
• Nuestra común fe cristiana exige creer que Dios es el inteligentísimo Diseñador y el omnipotente Creador del universo y de todos los seres que hay en él: vivos o inertes, racionales o irracionales.
• En principio no existen dificultades teológicas para que el cristiano acepte la noción general de evolución, es decir la idea de que las especies proceden unas de otras, a partir de un origen común.
• Más aún, aunque la fe cristiana (en sí misma, es decir independientemente del conocimiento científico) es tan compatible con el fijismo como con el evolucionismo, podría llegar a decirse que la teoría de la evolución (en el sentido amplio ya expuesto) manifiesta más claramente la infinita inteligencia del Creador que las concepciones fijistas del origen de las especies.
• Empero, la fe cristiana es obviamente incompatible con cualquier evolucionismo materialista o naturalista; y también con cualquier teoría de la evolución que niegue la realidad del diseño inteligente de los seres vivos por parte de Dios.
• La evidencia científica disponible apoya decididamente la hipótesis de la evolución en sentido amplio: las especies han surgido las unas de las otras a través de un proceso evolutivo de miles de millones de años, que comenzó probablemente con una sola especie unicelular.
• La teoría darwinista ortodoxa (o neodarwinismo), que pretende que las mutaciones genéticas aleatorias y la selección natural dan cuenta de la complejidad y diversidad de los seres vivos, presenta importantes dificultades o puntos débiles.
• Se debe dar crédito a los principales representantes del movimiento DI (Diseño Inteligente) por plantear vigorosamente dichas dificultades, reabriendo un debate científico que muchos pretenden dar por cerrado.
3. Darwinismo y cristianismo: la cuestión histórica
A partir de nuestra base común, analicemos ahora las principales áreas de desacuerdo. El Dr. Soler sostiene que, en el fondo, el conflicto entre el darwinismo y el teísmo no es un problema de principios (o sea, de oposición sustancial entre ambos), sino que es un accidente histórico, producto de un malentendido entre ambas partes. Soler parece incluso sugerir que la responsabilidad principal de ese malentendido fue de los cristianos, por su supuestamente errónea adhesión a la “teología física” de William Paley y otros autores. En cambio, yo sostengo que el problema de fondo no es histórico sino filosófico. La tendencia manifiestamente atea de la gran mayoría de los darwinistas no es un mero accidente histórico, ni el producto de un malentendido casual, fácilmente evitable.
En primer lugar consideraré esta cuestión desde el punto de vista histórico.
El famoso argumento de Paley no es otra cosa que una reformulación de la “quinta vía” de Santo Tomás de Aquino (llamada por Kant “prueba físico-teológica” de la existencia de Dios). La quinta vía, plenamente asumida por la filosofía y la teología católicas, prueba la existencia de Dios a partir del orden del mundo o a partir de la finalidad en la naturaleza. (1)
La tesis de la mayor culpabilidad cristiana en el supuesto malentendido entre darwinismo y cristianismo omite considerar muchos hechos fundamentales, entre ellos los siguientes.
Ante todo conviene recordar la postura religiosa del propio Charles Darwin: “Los años de estudio en Cambridge fueron también el comienzo de serias y profundas dudas religiosas… Pasada la madurez acabaría siendo un completo agnóstico, incapaz ya de creer en la existencia de Dios… Cuando en octubre de 1836 regresó Darwin de su periplo a casa…, para él habían perdido toda su vigencia tanto el dogma científico-natural (constancia de las especies) como el teológico (creación). Alrededor de los cuarenta años se describía personalmente como un agnóstico… Por su hijo Francis sabemos que en la familia de Darwin jamás se habló una sola palabra sobre religión… En noviembre de 1859 (es decir, el mismo mes de la aparición de la obra de Darwin) escribía Engels a Marx: “Por lo demás, Darwin, a quien precisamente estoy leyendo, es un hombre muy famoso… La teleología (finalidad) todavía no estaba destruida. Y eso es lo que ha ocurrido ahora”.” (Adolf Haas, Darwin, en: Karl-Heinz Weger, La crítica religiosa en los tres últimos siglos. Diccionario de autores y escuelas, Editorial Herder, Barcelona 1986, pp. 78-80).
Los principales divulgadores tempranos de la obra de Darwin fueron pensadores ateos, agnósticos, deístas o panteístas caracterizados por su militancia contra el dogma cristiano, es decir contra el cristianismo ortodoxo. Piénsese por ejemplo en Thomas Huxley, “el bulldog de Darwin”, en los nueve miembros del X Club que él fundó, o en Ernst Haeckel, “el bulldog de Darwin en el Continente”.
En los siglos XX y XXI los principales representantes o divulgadores del darwinismo han sido ateos, y a menudo ateos militantes. Piénsese por ejemplo en Julian Huxley, Jacques Monod, Stephen Gould, Richard Dawkins, Daniel Dennett, etc. Las implicaciones anti-teístas de la teoría de Darwin son muy probablemente la razón principal por la que estos y otros autores (como los antes nombrados) apreciaron y respaldaron esa teoría con tanto ardor.
El neodarwinismo “metafísicamente modesto” (compatible con el teísmo) es prácticamente inexistente. De hecho casi ninguna de las versiones existentes del neodarwinismo satisface esa condición. El neodarwinismo real (el que se afirma o se sugiere en la inmensa mayoría de los libros de texto o de divulgación sobre la evolución) no tiene nada de metafísicamente modesto. Un neodarwinismo metafísicamente modesto sería una teoría tan diferente del neodarwinismo existente, que no tendría derecho a llevar el mismo nombre que él.
En el mundo real, la perspectiva darwinista es la de una evolución ciega, no planificada ni guiada por inteligencia alguna. Esta perspectiva, predominante hoy en los medios científicos más influyentes, sobre todo en América del Norte, excluye terminantemente la idea de un diseño inteligente, tanto de la vida como del universo en general.
Más aún, la perspectiva darwinista se ha convertido en una completa cosmovisión, obviamente anticristiana, por medio de una doble extrapolación, “hacia arriba” y “hacia abajo”, por así decir.
Mediante la extrapolación hacia abajo, la evolución darwinista se extiende también a la evolución prebiológica (origen de la vida por medio de reacciones químicas aleatorias en la “sopa primordial”) e incluso a la evolución cósmica (múltiples o infinitos universos que evolucionan en una especie de lucha darwinista por la supervivencia del más apto).
Y mediante la extrapolación hacia arriba, la evolución darwinista se convierte en darwinismo social: el ser humano toma el control de su propia evolución, utilizando la eugenesia para eliminar a los hombres menos aptos y obtener un mejoramiento de la especie humana, al modo de los criadores de perros o caballos. La conexión entre el darwinismo y el darwinismo social no es accidental. Charles Darwin expresó ideas racistas y eugenésicas en su libro “La descendencia del hombre”. La Sociedad Eugenésica británica se inspiró en las ideas de Darwin. Un primo y amigo de Darwin (Francis Galton) fue el fundador y el primer presidente de esa Sociedad; y su segundo presidente fue Leonard Darwin, hijo de Charles Darwin.
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