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19.09.13

Reflexiones sobre el naturalismo metodológico en la ciencia –2

Para leer la primera parte de este trabajo, pulse aquí:
http://infocatolica.com/blog/razones.php/1308211218-reflexiones-sobre-el-naturali-1

La doctrina del naturalismo metodológico de la ciencia consiste en afirmar que el científico debe proceder como si el naturalismo metafísico fuera verdadero; o sea, como si fuera verdad que en nuestro universo material no ocurre ni puede ocurrir nada sobrenatural y, por lo tanto, todo lo que ocurre en él fuera susceptible de ser estudiado y explicado por la ciencia, prescindiendo totalmente de Dios.

En este artículo consideraré el naturalismo metodológico de la ciencia desde el punto de vista filosófico. Para ello dividiré el trabajo científico en tres etapas: la etapa previa o preparatoria, la labor estrictamente científica y la etapa posterior o de aplicación.

La etapa previa incluye, entre otros, los siguientes aspectos: la confianza en la ciencia, la vocación científica, la elección de temas de estudio y las convicciones o intuiciones previas al estudio científico del tema.

La labor estrictamente científica incluye sobre todo los siguientes tres aspectos: la formulación de una hipótesis científica, la recolección de datos por medio de observaciones o experimentos y la justificación científica de la hipótesis con base en los datos obtenidos.

La etapa posterior incluye, entre otros, los siguientes aspectos: la reflexión sobre las consecuencias filosóficas de los resultados de la ciencia y la aplicación práctica de los conocimientos científicos por medio de la técnica.

Analizaré brevemente cada uno de esos aspectos desde el punto de vista de la utilidad de la fe cristiana para la labor científica.

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21.05.13

El quinto Evangelio –Fragmento 23 (Giacomo Biffi)

Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19,17).


Si quieres entrar en la vida, sigue los dictámenes de tu conciencia.

Este fragmento hará sin duda las delicias de los moralistas contemporáneos, los cuales tienden a simplificar cada vez más su tarea con la apelación a la conciencia del individuo. Sobre todo ofrece una clara justificación bíblica a la idea cada vez más difundida entre los cristianos de que no existe ninguna regla de moralidad fuera del sentimiento interior del bien y del mal.

En realidad no se trata de una doctrina nueva: siempre ha enseñado la moral cristiana que la norma próxima del bien obrar para el hombre concreto es su propia conciencia personal, a la que debe siempre seguir en cualquier cosa que mande o prohíba. La novedad consiste más bien en una concepción original de la conciencia y de sus funciones. La antigua mentalidad sostenía que la conciencia era solamente el altavoz interior que transmitía y amplificaba la ley de Dios; le era, por tanto, esencial a la conciencia el mantenerse en sintonía con la voz divina, sin la cual se hacía inservible como un receptor de radio que no pudiera conectar con la emisora deseada. Por tanto, la primera misión impuesta a la conciencia no era descubrir dentro de sí misma la norma de moralidad, sino buscarla en los mandamientos del Señor. El primer imperativo de la conciencia era conocer la ley.

En cambio, según la opinión que hoy se generaliza, parece que la conciencia no debe salir de sí misma; basta que esté atenta a sus propios deseos, a sus propias aversiones, a sus propios entusiasmos, a sus propios fastidios… y no tendrá necesidad de más. El conocimiento de las normas objetivas es algo extrínseco y, por tanto, indiferente. Y así hemos podido llegar finalmente a la raíz del equívoco: se había creído hasta el presente que la conciencia era un medio dado por Dios para hacernos conocer su voluntad; pero ahora hemos descubierto que se trata en realidad de un regalo mucho más precioso: es un medio para evitar al hombre la incomodidad de conocer la voluntad de Dios. Todo se hace así más fácil: la conciencia es la abolición de la ley. Es la ruptura con la esclavitud de los preceptos y de la casuística. El imperativo moral queda maravillosamente simplificado:

—¿Son lícitas las experiencias prematrimoniales?
—Sigue tu conciencia.
—¿Cómo hacer la declaración de la renta?
—Sigue tu conciencia.
—¿Me es lícito practicar un aborto si tengo ya tres hijos que mantener?
—Sigue tu conciencia. Si de hecho no está informada, síguela sin más.

Y no es sólo la tarea del moralista la que de este modo queda notablemente aligerada, sino también las decisiones aún más comprometedoras del individuo; porque, pese a las apariencias, no existe en este mundo nada más flexible que la conciencia que no trate continuamente de conformarse a la ley divina. Aguarda una recompensa inminente al hombre que obedece a su propia conciencia sin preocuparse de indagar el parecer de Dios: la conciencia acaba por obedecer fielmente al hombre sin pasarle factura ni gravarle con preocupaciones.

Aun el que haya contraído el feo vicio de envenenar de cuando en cuando a sus tías para anticipar la herencia, comprobará en el funeral de la cuarta que su conciencia (lo mismo que su tía) no tienen ningún reproche que hacerle.

(Giacomo Biffi, El quinto Evangelio, 1971, cap. 23).

Nota del Blogger: “El quinto Evangelio” es una crítica humorística a la teología “progresista” de los años ’70. El autor (un sacerdote italiano que posteriormente llegó a ser Arzobispo de Bolonia y Cardenal) imagina el hallazgo de treinta fragmentos de un “quinto Evangelio” que generalmente contradice a los Evangelios canónicos y se adecua a las ideas “progresistas”. En cada capítulo Biffi cita primero el texto de un Evangelio canónico, luego cita el fragmento “paralelo” del imaginario “quinto Evangelio” y finalmente comenta dicho fragmento en forma irónica.


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19.02.13

Programa “Saber Amar” en Uruguay

Arriba a Uruguay directora del Programa Saber Amar, experta en formación en la afectividad y sexualidad de niños y adolescentes

Ante las urgentes necesidades en la formación de la afectividad y la sexualidad de los niños y adolescentes uruguayos, y las múltiples solicitudes de personas e instituciones, la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU) auspiciará el programa Saber Amar, producido por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y que se emplea con mucho fruto en Ecuador, Chile, Argentina y Paraguay. Una de las autoras del programa, la Lic. María Judith Turriaga, con amplia experiencia en diferentes países, arribará en la última semana de febrero a Uruguay para una primera presentación del proyecto formativo y sus ejes principales.

La CEU procura no solamente brindar el material formativo, sino capacitar a los formadores para una buena utilización del mismo, de ahí la invitación a una de las autores del Proyecto. La presentación, de base antropológica, es pasible de ser compartida por quienes no tengan fe cristiana.

Presentaciones de la Lic. María Judith Turriaga

I) Martes 26 de febrero, de 9 a 12 hs.: Educación Afectiva y Sexual y Visión general del programa “Saber Amar”.

II) Miércoles 27, Jueves 28, Viernes 1º, de 9 a 17 hs.: Curso intensivo, que desarrolla los cinco ejes principales de “Saber Amar”: Eje antropológico, Eje psicológico, Eje fisiológico, Eje sociológico, Eje de los medios de comunicación.

Lugar: Colegio Seminario (Soriano 1472, Montevideo).

Preinscripción. Por razones organizativas, se solicita una preinscripción vía teléfono o correo electrónico a: 2418 4075 interno 227 – [email protected]

Curriculum Vitae de María Judith Turriaga Eguiguren

Formación Académica:

• 1981-1985 Profesora especialista en Audición y Lenguaje, Instituto Mexicano de Audición y Lenguaje, México D.F.
• 1991-1995 Licenciada en Lingüística y Literatura, Facultad de Pedagogía, Universidad de La Sabana (Bogotá, Colombia).
• 1985-1999 Cursos de actualización y capacitación para profesores, Universidad de Piura (Perú).
• 1999- Programa doctoral en Educación, Departamento de Educación, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Navarra (Navarra, España). Tesis en curso acerca de la formación de profesores para la educación corporal.

Experiencia profesional:

• 1984-1999 Profesora de niños, adolescentes y adultos con problemas de lenguaje y aprendizaje.
• 1984-1986 Profesora de terapia de lenguaje. Instituto Mexicano de Audición y Lenguaje.
• 1986-1991 Profesora de Pedagogía y Didáctica. Universidad Tecnológica Equinoccial. Quito, Ecuador.
• 1986-1998 Capacitación de docentes en las áreas de Pedagogía y Didáctica. Instituto Nacional de Capacitación Docente. Quito, Ecuador.
• 1986-1999 Profesora de Historia de América y Teoría del Conocimiento IB. Quito, Ecuador.
• 1999-2002 Profesora de Teoría del Conocimiento, Historia Universal e Historia del Ecuador, Coordinadora de los Programas de Filosofía para Niños y Estimulación Temprana en los Colegios “Los Pinos” de Quito y “Arrayanes” de Ibarra.
• 2002-2009 Capacitación a profesores de Educación para la sexualidad y la afectividad, Didáctica, Educación temprana y Educación personalizada en Ecuador, Perú y Chile.
• 2002-2008 Profesora de Historia del Pensamiento y Didáctica. Universidad de Los Hemisferios. Quito, Ecuador.
• 2006-2010 Directora del proyecto “Saber Amar” en todo el Ecuador.

Fuente: http://iglesiacatolica.org.uy/noticeu/arriba-a-uruguay-directora-del-programa-saber-amar-experta-en-formacion-en-la-afectividad-y-sexualidad-de-ninos-y-adolescentes/


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17.01.13

Tres pensamientos

Quienes dicen que Jesús se equivocó al profetizar que el Reino de Dios llegaría durante su generación están en un serio error. Tanto llegó el Reino de Dios, que el mismo Jesús en persona es el Reino de Dios en plenitud. Un estudio sereno de los Evangelios muestra que Jesús relacionó siempre el Reino de Dios con su persona y que era consciente de su especial relación con Dios Padre y de estar implantando el Reino de Dios en el mundo. ¿Quién es si no el sembrador de la parábola, que esparce generosamente la semilla del Reino por doquier? (Y hay muchos otros textos evangélicos que van en la misma línea). Por eso Jesús llegó a decir: “El Reino de Dios está en medio de vosotros“. Y no se equivocaba.

En cuanto a la teoría de que Jesús era sólo un predicador común y corriente, no da cuenta de la inmensa desproporción entre la causa (el supuesto predicador común y corriente) y el efecto (la Iglesia cristiana). Los prejuicios impiden a muchos reconocer la grandeza de Jesús.


Hay quienes identifican virtud y salud. De esta identidad se deduce fácilmente la identidad entre falta de virtud y falta de salud, o sea entre pecado y enfermedad. Sin negar que en ese planteo hay un fragmento de verdad, sostengo que en rigor esa identidad es inválida. De entre los muchos argumentos de distinto tipo que podrían aducirse para refutar esa falsa identidad, me limitaré en esta ocasión a presentar un argumento de orden teológico-escriturístico. En efecto, la Palabra de Dios dice a este respecto lo siguiente: “Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: ‘Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?’ Respondió Jesús: ‘Ni él pecó ni sus padres, es para que se manifiesten en él las obras de Dios’” (Juan 9,1-3).


Quienes sostienen la existencia de muchas morales confunden las múltiples teorías o sistemas morales con la ley moral, que es necesariamente única, pues única es la naturaleza humana y única es la vocación universal a la santidad.

El hecho de que en distintos tiempos y lugares el conocimiento humano de la ley moral alcance grados variables y esté a menudo obscurecido por el error no es obstáculo para el reconocimiento de la unicidad de la ley moral.

Si no fuera así, la existencia de distintas teorías científicas a lo largo de la historia o en un momento dado nos llevaría a concluir que los seres humanos no viven en un único universo material regido por un único conjunto de leyes matemáticas, físicas, químicas, biológicas, etc.

Daniel Iglesias Grèzes


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13.01.13

La Iglesia y el Reino de Dios

Hace años alguien me escribió que, en una homilía, un sacerdote dijo lo siguiente: “Jesús no vino a instaurar su Iglesia, sino a empezar a construir el Reino, y en ese barco entramos todos.” Intentaré mostrar que esa afirmación contradice la doctrina católica.

1. ¿Qué quiso lograr Jesús?

Consideremos la primera parte de la frase en cuestión: “Jesús no vino a instaurar su Iglesia, sino a empezar a construir el Reino”. Esta proposición se parece mucho a una famosa frase –pretendidamente irónica– de Alfred Loisy, teólogo católico disidente (modernista) de principios del siglo XX: “Jesús anunció el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia". Loisy fue excomulgado por sus doctrinas heréticas.

Es verdad que Jesús vino para traer el Reino de Dios, es decir para salvarnos, para darnos la comunión con Dios. “Reino de Dios” y “salvación” pueden ser considerados como sinónimos. Donde Dios reina hay salvación y recíprocamente.

Por otra parte, al menos desde Orígenes (siglo III) la exégesis católica ha tenido claro que en definitiva Jesucristo mismo, en persona, es el Reino de Dios. En Él el Reino de Dios no sólo ha venido ya, sino que ha alcanzado su plenitud. Él mismo es nuestro Salvador y nuestra salvación.

Contrariamente a lo que insinúa la frase analizada, la Iglesia no es un producto accidental o secundario de la misión de salvación de Jesucristo, sino que es parte esencial de ella. La Iglesia es nada menos que el Cuerpo de Cristo, un Cuerpo cuya Cabeza es Cristo, nuestra salvación. La Iglesia hace presente socialmente a Cristo en el mundo de hoy y continúa su misión de salvación, animada por el mismo Espíritu de Cristo. Jesús se identifica plenamente con su Iglesia: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado.” (Mateo 10,40); “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mateo 28,20).

El Concilio Vaticano II identifica el Reino de Dios y el Reino de Cristo (cf. constitución dogmática Lumen Gentium, n. 5), identificación muy obvia para la doctrina católica. Pues bien, el mismo Concilio dice que la Iglesia es en cierto modo el Reino de Cristo (o sea, el Reino de Dios): “La Iglesia o Reino de Cristo, presente actualmente en misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo.” (Lumen Gentium, n. 3). La expresión “en misterio” significa que la presencia del Reino de Dios en la Iglesia es sacramental (la palabra griega “mysterion” fue traducida al latín como “sacramentum”). La Iglesia terrestre es el Reino de Dios en germen; la Iglesia celestial es el Reino de Dios en plenitud.

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