Con frecuencia el ecologismo radical desprecia al género humano.
La cosmovisión cristiana es relativamente antropocéntrica y absolutamente teocéntrica. San Pablo lo expresó así: “Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios1.” Todavía en 1947, en la Advertencia que da inicio a su obra principal, un teólogo católico muy “progresista” dijo que su ensayo se basa en dos hipótesis primordiales, de las que la primera es la “significación preeminente del Hombre en la Naturaleza2“.
Pocas décadas después, el influjo combinado del darwinismo, el materia-lismo, el neomalthusianismo, el ecologismo radical y el animalismo ha deshecho el consenso que, durante toda la Cristiandad, consideró como algo evidente que el ser humano ocupa el lugar principal en la jerarquía de los seres del universo material. Si el hombre es sólo un animal más, algo más evolucionado que los otros animales, si en el fondo no es más que un conjunto de átomos, si su reproducción amenaza gravemente a la especie humana y a todas las demás especies, si agota los recursos naturales y pone en peligro al medio ambiente, si es un tirano que viola los supuestos derechos de los demás animales y un cáncer que ensucia y destruye la Tierra, entonces ya no es la obra maestra del supremo artista divino que creó el mundo sino, en definitiva, un ser maligno y despreciable. Allí ha venido a parar buena parte del “humanismo” ateo. Por desgracia, hoy esa misantropía no es rara dentro del movimiento ecologista. Ofrezco algunos datos al respecto.
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