La creación del mundo
Aportes para un Catecismo Apologético
Volumen 3 – Dios Creador
Capítulo 1 – La creación del mundo
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1,1)
Introducción
Este capítulo está basado en: Catecismo de la Iglesia Católica – Compendio (en adelante Compendio), nn. 51-54; y Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Editorial Herder, Barcelona 1969 (en adelante Manual), pp. 140-151.
Asumiremos que ya han sido presentadas y justificadas por lo menos las siguientes verdades de fe: la existencia de Dios; los principales atributos de Dios; que Dios es la Causa Primera de todos los entes contingentes; el dogma de la Santísima Trinidad; y la verdad y santidad de la Biblia.
La importancia del tema tratado en este capítulo es subrayada en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica: “¿Por qué es importante afirmar que ‘en el principio creó Dios el cielo y la tierra’ (Génesis 1,1)? Es importante afirmar que en el principio Dios creó el cielo y la tierra porque la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios; manifiesta su amor omnipotente y lleno de sabiduría; es el primer paso hacia la Alianza del Dios único con su pueblo; es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo; es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin” (Compendio 51).
Dividiremos este tema en tres cuestiones diferentes: 1) ¿Quién creó el mundo? 2) ¿Para qué creó Dios el mundo? 3) ¿Cómo creó Dios el mundo?
¿Quién creó el mundo?
El Compendio del Catecismo enseña que quien ha creado el mundo es Dios uno y trino:
“¿Quién ha creado el mundo? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible del mundo, aunque la obra de la creación se atribuye especialmente a Dios Padre” (Compendio 52).
El Manual de Teología Dogmática de Ott subdivide esta cuestión en dos verdades de fe:
“Dios ha creado Él solo el universo” (Manual 150).
“Las tres divinas personas constituyen un único y común principio de la creación” (Manual 145).
La primera frase del primer libro de la Biblia afirma directamente que Dios creó “los cielos y la tierra”, es decir todo lo visible y lo invisible, obviamente exceptuando a Dios mismo:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1,1).
Esta verdad de fe es repetida en muchos otros lugares de la Sagrada Escritura, por ejemplo, éste:
“Tú hiciste el cielo y la tierra y cuantas maravillas existen bajo el cielo. Eres Señor de todo, y nadie puede oponerse a Ti, Señor” (Ester 13,10-11).
La creación del mundo por parte de Dios, además de ser una verdad de fe, puede ser conocida por la sola razón natural. De hecho, la filosofía permite demostrar que todos los entes contingentes (o sea, todo lo que existe, salvo Dios) provienen de una Causa Primera a la que llamamos Dios, puesto que tiene todos los atributos propios de la divinidad, incluyendo la omnipotencia y la bondad infinita.
Los Padres de la Iglesia defendieron esa verdad de fe fundamental contra los errores de las herejías gnósticas y maniqueas.
En muchos sistemas gnósticos, quien crea el mundo no es Dios, sino el demiurgo, una divinidad de menor orden. Generalmente el demiurgo era considerado por los gnósticos como un ser malvado o ignorante que creó un mundo no sólo imperfecto, sino positivamente malo. Las profundas diferencias de la gnosis con respecto al cristianismo saltan a la vista, no sólo porque éste sostiene que el Creador es el mismo Dios, el Ser perfectísimo, sino también porque sostiene que todo lo que Dios hizo es bueno. Y como todo lo que existe ha sido hecho por Dios, todo lo que existe es ontológicamente bueno, es decir, es bueno en sí mismo, aunque eventualmente pueda ser mal utilizado. Las verdades de fe ya presentadas permiten descartar fácilmente cualquier sistema gnóstico.
A diferencia de la gnosis, que suele estar ligada a algún tipo de monismo panteísta, el maniqueísmo es un dualismo, puesto que supone la existencia de dos dioses: un dios bueno, creador del mundo espiritual (bueno), y un dios malo, creador del mundo material (malo). La filosofía cristiana demuestra que dos de los atributos de Dios son su unicidad y su bondad, por lo que no puede haber dos dioses ni tampoco un dios malo. La teología natural basta para refutar el maniqueísmo.
¿Para qué creó Dios el mundo?
El Compendio del Catecismo enseña que el mundo fue creado para la gloria de Dios:
“¿Para qué ha sido creado el mundo? El mundo ha sido creado para gloria de Dios, el cual ha querido manifestar y comunicar su bondad, verdad y belleza. El fin último de la Creación es que Dios, en Cristo, pueda ser ‘todo en todos’ (1 Corintios 15,28), para gloria suya y para nuestra felicidad. ‘Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios’ (San Ireneo de Lyon)” (Compendio 53).
El primer numeral del Compendio expresa la misma doctrina con respecto a la creación del hombre:
“¿Cuál es el designio de Dios para el hombre? Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en Sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerlo partícipe de su vida bienaventurada…” (Compendio 1).
El Manual de Teología Dogmática de Ott subdivide esta cuestión en dos verdades de fe:
“El mundo ha sido creado para la gloria de Dios” (Manual 144).
“Dios fue movido por su bondad a crear libremente el mundo” (Manual 143).
Es muy importante comprender que el dogma de fe que dice que el mundo fue creado para la gloria de Dios no implica en absoluto que Dios haya creado el mundo por motivos interesados o egoístas, sino lo contrario. Esto queda en evidencia cuando se consideran las definiciones de la expresión “gloria de Dios” que los textos citados ofrecen de forma explícita o implícita: A) La gloria de Dios es la manifestación y comunicación de la bondad, la verdad y la belleza infinitas de Dios. B) En lo que respecta al hombre, la gloria de Dios es que el hombre alcance la visión de Dios en la vida eterna, y por lo tanto llegue a participar de la felicidad infinita de Dios.
Estas verdades de fe son afirmadas en distintos textos bíblicos, por ejemplo, los siguientes:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento” (Salmos 18,2).
“Porque de Él [el Señor], por Él y para Él son todas las cosas. ¡A Él la gloria por los siglos! Amén” (Romanos 11,35).
“Yo [Jesús] soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (Apocalipsis 22,13).
Por su parte, el Concilio Vaticano I enseñó lo siguiente:
“Este único Dios verdadero, por su bondad y su poder omnipotente, no para aumentar o adquirir su propia bienaventuranza, sino para manifestar su perfección por los bienes que da a sus criaturas, con libérrima decisión desde el principio de los tiempos produjo de la nada simultáneamente ambas criaturas, la espiritual y la corpórea, es decir, la angélica y la terrena, y por tanto la humana” (Constitución dogmática Dei Filius, capítulo 1).
Estas verdades fundamentales de la fe cristiana se oponen a las creencias de diversos sistemas gnósticos, herméticos o idealistas que conciben la historia del mundo como un proceso de “teogénesis”, es decir un progresivo desarrollo y perfeccionamiento del mismo Dios. Según estas falsas doctrinas, Dios habría originado el mundo en busca de un aumento de su propia perfección y felicidad. Nada más lejos que esto de la doctrina cristiana. Dios no da para recibir. Él, que es Amor, creó el mundo libremente por amor, porque es bueno, para compartir su infinita felicidad con seres distintos de Él, sin ganar nada a cambio para Sí mismo.
La filosofía cristiana demuestra que la perfección infinita de Dios impide que el motivo que Dios tuvo para crear el mundo fuera obtener algo que no tenía. Santo Tomás de Aquino lo explica así:
“Obrar movidos por la necesidad no es más que algo propio de seres imperfectos, hechos para obrar y recibir. Pero esto no le corresponde a Dios. Por eso, sólo Él es liberal en grado sumo, porque no actúa por utilidad, sino sólo por su bondad” (Suma Teológica I,44,4 ad 1).
¿Cómo creó Dios el mundo?
El Compendio del Catecismo enseña que Dios creó el mundo de la nada, libremente, con sabiduría y amor:
“¿Cómo ha creado Dios el universo? Dios ha creado el universo libremente con sabiduría y amor. El mundo no es el fruto de una necesidad, de un destino ciego o del azar. Dios crea ‘de la nada’ (ex nihilo: 2 Macabeos 7,28) un mundo ordenado y bueno, que Él trasciende de modo infinito. Dios conserva en el ser el mundo que ha creado y lo sostiene, dándole la capacidad de actuar y llevándolo a su realización, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo” (Compendio 54).
El Manual de Teología Dogmática de Ott subdivide esta cuestión en cuatro verdades de fe:
“Todo cuanto existe fuera de Dios ha sido sacado de la nada por Dios en cuanto a la totalidad de su sustancia” (Manual 140).
“Dios creó el mundo libre de toda coacción externa y de toda necesidad interna” (Manual 146).
“Dios creó un mundo bueno” (Manual 147).
“El mundo tuvo principio en el tiempo” (Manual 148).
A continuación, citaré algunos textos bíblicos que afirman estas verdades de fe:
“Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia” (2 Macabeos 7,28).
“Porque Tú [Dios] has creado el universo; por tu voluntad, no existía y fue creado” (Apocalipsis 4,11).
“Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis 1,31).
“Por cuanto nos ha elegido en Él [Cristo] antes de la fundación del mundo” (Efesios 1,4).
Conviene aclarar que afirmar que Dios creó el mundo de la nada no equivale a afirmar que el mundo no tiene una causa. Es cierto que, de por sí, nada puede provenir de la nada. Dado que el mundo es un ente contingente, aplicando el principio de causalidad se deduce que el mundo tiene una causa. La teología natural demuestra que esa causa es Dios, no la nada. Ahora bien, que Dios creó el mundo de la nada significa que Dios, Causa Primera del mundo, no usó ninguna sustancia preexistente para crearlo: ni su propia sustancia divina ni ninguna otra sustancia. El mundo no es Dios ni parte de la sustancia de Dios; y no existe ninguna sustancia coeterna con Dios (por ejemplo, la materia prima o el caos) que Dios haya podido usar para crear el mundo. Esto descarta todos los sistemas panteístas y la noción de emanación, muy a menudo ligada al panteísmo. Estrictamente, la creación es creación de la nada, y ésta implica que Dios, por su omnipotencia, hizo que comenzara a ser lo que antes no era nada en absoluto. En cambio, la doctrina panteísta de la emanación afirma que el mundo habría emanado de algún modo del mismo Dios.
En el primer relato bíblico de la creación esta verdad de fe es ilustrada por el hecho de que Dios crea todas las cosas, comenzando por la luz, por medio solamente de su Palabra:
“Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz” (Génesis 1,3).
Según la fe cristiana, la creación es un acto libérrimo y un don magnífico de Dios, no una absurda tragedia cósmica, como en las doctrinas panteístas que conciben el origen del universo como una inexplicable y lamentable caída del Uno en la multiplicidad.
Daniel Iglesias Grèzes
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7 comentarios
Si se asume todo eso, que es mucho asumir, el artículo se hace innecesario.
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DIG: Esos temas serán tratados en otros capítulos, que irán antes de este en la obra completa, Dios mediante.
Verdades siempre necesarias de recordar. Muy interesante. Gracias.
No creo que Dios haya creado el universo con la gran explosión. La gran explosión, si existió, es ciencia, y Dios no necesita ciencia para crear. Dios quiere algo y ese algo existe simplemente por un acto de su Voluntad. De hecho, así es como Dios hace los milagros, Dios no utiliza la ciencia para cambiar el orden natural de las cosas, Dios cambia el orden natural de las cosas simplemente con un acto de su voluntad, y a esto le llamamos milagro aunque tenga un desarrollo que pueda ser estudiado por la ciencia.
Voy a poner un ejemplo para que se entienda: en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, algunos estudiosos han dicho que lo que se produjo fue una multideslocalización de la materia. Dios no tuvo que hacer esta multideslocalización de la materia, Dios lo quiso y existió la multiplicación de los panes y los peces.
Asumir todo eso es asumir muy poco, porque Dios es inenarrable. Aunque Dios se ha humillado encarnándose sigue siendo Dios inenarrable. Sigue teniendo una gloria infinita de infinita belleza, de infinita y perfectísima santidad. De infinita grandeza y esplendor divino. De perfectísimo amor. De perfectísima justicia y misericordia. Y todos estos atributos no están en Dios si no que forman parte de la esencia de Dios. Dios es el único que Es, los hombres somos por participación de Dios. No hay ningún bisturí que pueda separar todos estos atributos de Dios porque no están en Dios por participación como sucede en el hombre, sino que son la esencia del único que Es en sí mismo.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz.
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