Nueva datación del Nuevo Testamento (8) -El libro del Apocalipsis
Reseña del libro: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, Wipf and Stock Publishers, Eugene-Oregon, 2000 (369 páginas); publicado originalmente por SCM Press, 1976. El libro está disponible en línea en: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html.
Capítulo VIII –El libro del Apocalipsis
“El libro del Apocalipsis es el único entre los escritos del Nuevo Testamento que fue fechado en la tradición temprana” (p. 221). La fecha de composición del Apocalipsis manejada en forma prevalente por la tradición (en torno al año 95, al final del reinado de Domiciano) tiene su primer apoyo en un escrito del año 180 de Ireneo de Lyon, nativo de Asia Menor, quien conoció a Policarpo, obispo de Esmirna, quien a su vez conoció al Apóstol Juan. “Es difícil creer que una obra tan vigorosa como el Apocalipsis pueda ser verdaderamente el producto de un nonagenario, como Juan el hijo de Zebedeo debe haber sido para entonces, incluso si él fuera tanto como diez años más joven que Jesús” (p. 222).
En el siglo XIX en general los exégetas, incluso los racionalistas, tendían a asignar al Apocalipsis una fecha de redacción temprana (entre los años 68 y 70), contra la fecha tardía tradicional. En el siglo XX esa situación se revirtió a tal punto que Robinson sólo conoció a dos defensores de la datación temprana.
En cuanto a la evidencia interna del Apocalipsis, Robinson analiza en primer término los Capítulos 1-3: las cartas a siete iglesias del Asia Menor. Esta primera parte del Apocalipsis corresponde a una situación muy similar a la observada en 1 Pedro. “Ambos [escritos] están dominados por una situación política que requiere el pseudónimo simbólico de ‘Babilonia’ y por una situación escatológica que obliga a la esperanza de que ahora la consumación no puede demorarse mucho. Ambos también presuponen que la persecución ha llegado bastante más lejos en Roma que en Asia” (p. 226). También hay importantes paralelos entre Apocalipsis 1-3 y Judas y 2 Pedro en cuanto a la denuncia de los falsos maestros, que en Apocalipsis 2,6.15 son identificados como nicolaítas. Al parecer los nicolaítas pretendían combinar la vida cristiana con el culto a los ídolos. Por otra parte, el Apocalipsis parece presuponer que la separación final de cristianos y judíos aún no había tenido lugar (cf. Apocalipsis 2,9; 3,9).
Robinson refuta dos objeciones habituales contra la datación temprana. 1) Muchos autores repiten que Policarpo, en su carta a los Filipenses, afirma que su propia iglesia de Esmirna fue fundada después de la
muerte de Pablo, por lo que Apocalipsis 2,8-11 no pudo ser escrito en 68-70. Sin embargo, todo lo que Policarpo dice es que los filipenses se convirtieron al Evangelio antes que los esmirneanos. 2) También se objeta que Laodicea fue destruida por un terremoto en el año 60 ó 61, por lo que su iglesia no podía ser rica en 68-70. “Pero la ciudad se enorgullecía de haberse reconstruido a sí misma sin esperar la ayuda de fondos imperiales, y hacia el final de la década bien puede haberse jactado, ‘soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’ (Apocalipsis 3,17)” (p. 230).
En cuanto a la segunda parte del Apocalipsis (Capítulos 4-22), Robinson analiza dos de sus temas principales: la persecución y el culto imperial. Apocalipsis 4-22 presupone claramente una gran persecución de los cristianos de parte del Imperio Romano. De la lista tradicional de diez grandes persecuciones romanas a la Iglesia, sólo las primeras dos (la de Nerón en torno al año 64 y la de Domiciano en torno al año 95) pueden ser las aludidas en el Apocalipsis. Robinson se inclina por la persecución de Nerón, entre otras razones porque fue mucho más grande y sangrienta que la de Domiciano. Además, por lejos la solución más extendida a la adivinanza de Apocalipsis 13,18 es la que afirma que 666 (“el número de la bestia”) representa el nombre “Nerón César”. Nerón, que se suicidó con su propia espada, bien puede ser la bestia que tenía una herida mortal de espada y sobrevivió –en sus sucesores tiránicos– (cf. Apocalipsis 13,3.12.14).
En cuanto a la objeción de que el decreto de adorar al emperador o su estatua no puede haber sido mencionado en 68-70, porque sería muy posterior, Robinson responde lo siguiente: “Todo lo que uno puede decir es que aunque la evidencia del culto imperial no excluye una fecha domiciánica, tampoco la establece. El lenguaje de adoración obligatoria del emperador alrededor del mundo bajo pena de muerte en todo caso no está destinado a ser tomado literalmente. El rol del vidente es divisar, no describir. Lo que él ve en la visión no sucedió más en el tiempo de Domiciano que en el tiempo de Nerón: él está proyectando sobre el fin –la era de Nerón redivivo– el resultado inevitable de una tiranía totalitaria” (pp. 237-238).
El autor analiza en profundidad este pasaje clave para la datación del libro: “Las siete cabezas son siete colinas sobre las cuales la mujer está sentada, y también son siete reyes: cinco cayeron, uno subsiste, otro aún no ha llegado y cuando llegue debe permanecer un poco de tiempo. La bestia que existía, pero ya no existe, es el octavo, aunque también es uno de los siete, y va hacia la perdición” (Apocalipsis 17,9-11).
Roma es la ciudad de las siete colinas. Los siete reyes son evidentemente siete emperadores de Roma. Si se lee este pasaje sin la idea preconcebida de que el sexto rey tiene que ser Domiciano, la interpretación del pasaje es muy simple y natural. Los primeros cinco reyes, que ya han caído, son Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. El sexto rey, que subsiste, es Galba, que reinó del 8 de junio del 68 al 15 de enero del 69. El séptimo rey, que aún no ha llegado y cuando llegue debe permanecer un poco de tiempo, es Otón, que reinó del 15 de enero al 16 de abril del 69. La bestia, el octavo rey, es también simbólicamente Nerón (uno de los siete) redivivo. Por lo tanto el Apocalipsis mismo dice que él ha sido escrito en 68-69.
Robinson piensa que el autor del Apocalipsis compartió los sufrimientos de los cristianos en Roma durante y después de la persecución de Nerón y replantea una tesis de Edmundson que reconcilia ingeniosamente el dato de la tradición (Juan fue exiliado por Domiciano y restaurado por Nerva) con la datación temprana del Apocalipsis. Domiciano habría enviado a Juan al exilio en el año 70, siendo cónsul imperial en Roma, y Nerva, su colega en el consulado, habría anulado la orden de Domiciano al año siguiente.
Por último, tampoco el Apocalipsis contiene ninguna referencia explícita a la destrucción de Jerusalén y su Templo por los romanos, lo cual sería muy extraño si hubiera sido escrito después del año 70.
Nota: Y ahora sí, gracias a Dios, he terminado esta reseña, después de cinco años y dos meses. ¡Feliz Domingo!
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