Nueva datación del Nuevo Testamento (6) –Las epístolas petrinas y Judas
Reseña del libro: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, Wipf and Stock Publishers, Eugene-Oregon, 2000 (369 páginas); publicado originalmente por SCM Press, 1976. El libro está disponible en línea en: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html.
Con 60 páginas, el Capítulo VI es el más largo del libro. Al principio del Capítulo, el autor dedica diez páginas (pp. 140-150) a un intento de reconstrucción del marco cronológico de las cartas de Pedro, a partir del punto en que terminan los Hechos de los Apóstoles. Ese marco sirve también para la carta de Judas “por su manifiesta interdependencia –de una u otra forma– con 2 Pedro” (p. 140). Ese marco dispone de dos fechas absolutas: las del incendio de Roma (19 de julio del 64) y la del suicidio de Nerón (9 de junio del 68).
No es nada fácil esclarecer los acontecimientos de la parte final de la vida de Pablo. Es probable que después de dos años de cautiverio en Roma Pablo haya sido liberado y viajado a España, como aseguran varias fuentes antiguas. “Con mucho la pieza de evidencia más importante es la de 1 Clemente 5,6s, que afirma que, después de haber predicado tanto en el este como en el oeste, él alcanzó el ‘extremo oeste’.” (p. 142). Dado que Clemente escribió esto en Roma, podemos asumir que ‘extremo oeste’ significa aquí España.
La asociación entre el incendio de Roma y la persecución de los cristianos depende únicamente de los Anales de Tácito. Esa asociación no aparece en Las vidas de los doce Césares de Suetonio, ni en los primeros escritos cristianos. Apoyándose en los argumentos de una obra muy valiosa pero casi olvidada de Edmundson (Church in Rome in the First Century), Robinson piensa que la persecución de Nerón no comenzó en el mismo año del incendio de Roma, sino en la primavera del año siguiente (65 DC).
También es difícil dilucidar si Pedro y Pablo murieron en ese primer ataque o algo después. Considerando que Pedro murió crucificado y la antigua tradición del Quo Vadis?, el autor se inclina a pensar que Pedro murió en el verano del 65, durante la fase de violencia masiva. En cambio la muerte de Pablo parece haber sido una ejecución judicial relativamente independiente de la persecución de Nerón. La evidencia (aunque no es mucha) favorece la tesis de que Pablo murió algo después que Pedro, probablemente en el año 66 ó 67.
Luego Robinson analiza la Primera Carta de Pedro –1 Pedro (cf. pp. 150-169). La carta afirma haber sido escrita por el Apóstol Pedro desde “Babilonia” (es decir desde Roma, según un consenso casi universal) a un amplio conjunto de iglesias del Asia Menor. Por medio de varias alusiones (1,14.18; 2,9s; 3,5s; 4,3) se puede inferir que ahora esas comunidades incluyen una mayoría de cristianos de origen gentil (o sea pagano).
El autor sostiene que “la única evidencia circunstancial en la epístola que es relevante para su datación [es] la amenaza de persecución que la impregna en todas partes” (p. 151). “En resumen, no hay evidencia de una persecución estatal abierta. Sin embargo hay un sentido de tensión con respecto a las autoridades cívicas que está ausente incluso en las últimas cartas de Pablo y el final de Hechos” (p. 153). Sobre esta base, los exégetas han propuesto tres posibles fechas principales de composición, coincidiendo con las tres primeras grandes persecuciones: las de Nerón (circa 64), Domiciano (circa 95) y Trajano (circa 107). Robinson no encuentra evidencias para fechar la carta bajo Trajano o bajo Domiciano y, por muchas razones, se inclina por fecharla bajo Nerón, en la primavera del 65. Más aún, las referencias de la carta a la Pascua permitirían fecharla hacia fines de abril del 65.
Finalmente Robinson analiza y descarta los tres principales argumentos contra la autoría apostólica de la carta. De esta larga sección citaré sólo el primero de esos argumentos y el comienzo de la réplica de Robinson. “Si la epístola fuera de un socio íntimo de Jesús deberíamos esperar más referencias directas a su vida y palabras. Ésta es una expectativa muy subjetiva, e irónicamente es precisamente porque 2 Pedro sí contiene tal referencia explícita que es desacreditada” (pp. 164-165). Aquí encontramos de nuevo el carácter apriorístico de cierta crítica “liberal” del Nuevo Testamento. Como dice el refrán: “palos porque bogas, y palos porque no bogas”.
En la última sección del Capítulo VI (pp. 169-199), el autor analiza la Segunda Carta de Pedro (2 Pedro) y la Carta de Judas, dos escritos muy similares entre sí desde el punto de vista literario. Las dos cartas están dirigidas a comunidades principalmente judeocristianas dentro del mundo helenístico, probablemente en Asia Menor. Ninguna de las dos contiene referencias a situaciones de persecución. Ambas denuncian a falsos maestros que malinterpretan la doctrina cristiana sobre la gracia de Dios, favoreciendo el libertinaje. La gran mayoría de los académicos sostiene que 2 Pedro depende de Judas.
La datación de 2 Pedro está muy ligada a la cuestión de su autoría. Hay exégetas críticos que consideran como pseudoepigráficos la mayoría de los libros del Nuevo Testamento. Robinson no sigue esa corriente, porque hay pruebas de que la Iglesia de los primeros siglos condenaba la pseudoepigrafía incluso de escritos ortodoxos. Aunque Robinson piensa que 2 Pedro es el caso que más se prestaría a la tesis de la pseudoepigrafía, se inclina por una tesis intermedia entre la autoría “normal” por parte de Pedro (con o sin la ayuda de un amanuense) y la pseudoepigrafía (otro autor, que finge ser Pedro). Esta tesis intermedia consiste en proponer que el autor compuso 2 Pedro por orden de Pedro, en su nombre y con su autoridad. No sería un imitador sino un “agente” de Pedro. Además, Robinson propone la hipótesis (que, para asombro suyo, parece no habérsele ocurrido a nadie antes) de que ese agente de Pedro fue el propio Judas.
Ahora podemos volver al tema de la datación. Las dos “cartas católicas” en cuestión serían posteriores a las cartas pastorales de Pablo. Probablemente la carta de Judas, “hermano de Santiago” (Judas 1) es anterior a la muerte de Santiago, cabeza de la Iglesia de Jerusalén martirizado en el año 62 por instigación del sumo sacerdote Anano II. 2 Pedro sería posterior a Judas, pero anterior al último viaje de Pedro a Roma (no antes del año 62). Por lo tanto la fecha de composición más probable para ambas cartas sería 61-62.
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4 comentarios
Si esto era así, entonces una de las siguientes dos afirmaciones sobre tal condena de la pseudoepigrafía debe ser verdadera:
a. se aplicaba solamente a los escritos que formaban o podrían formar parte del Nuevo Testamento;
b. se aplicaba a los escritos que formaban o podrían formar parte de ambos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo.
Evidentemente, si la opción b es la verdadera, entonces se puede también afirmar que la Iglesia de los primeros siglos no tenía la menor idea sobre la autoría real del Libro de la Sabiduría, cronológicamente el último del AT, escrito en el siglo I a.C., cuyo autor se presenta como el rey Salomón.
Si ése no fue el caso, como me parece es más probable, entonces la Iglesia aplicaba varas diferentes para los escritos del AT y del NT, tal que mientras el recurso a la pseudoepigrafía era admisible en el primero, no lo era en el segundo.
Obviamente existe una tercer alternativa, que es que la condena a la pseudoepigrafía no era una posición oficial de la Iglesia.
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DIG: Me refiero únicamente al Nuevo Testamento.
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DIG: La Iglesia también fijó con su autoridad el canon del Antiguo Testamento.
El Canon del Antiguo Testamento fue definido por la Iglesia de manera oficial desde el siglo IV. Sin embargo, ya los mismos apóstoles habían definido de facto el canon veterotestamentario para la Iglesia al emplear la versión griega de los LXX en la predicación y la enseñanza.
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DIG: En Trento se definió como dogma un canon fijado muchos siglos antes.
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