La caja negra de Darwin (6)
Comentario de: Michael J. Behe, Darwin’s black box: the biochemical challenge to evolution, Free Press, New York 2006; 10th anniversary edition, with a new afterword.
En el Capítulo 6 (“Un mundo peligroso”) Behe examina el sistema inmunológico del cuerpo humano, describiendo cuatro de sus principales características: diversidad, reconocimiento, destrucción y tolerancia.
1. Diversidad
Los enemigos microscópicos (bacterias, virus y hongos) del ser humano son muy abundantes y muy diferentes entre sí. Para enfrentarlos, el cuerpo humano produce miles de millones de anticuerpos de distintas formas. En el óvulo fecundado hay cuatro grupos de genes que contribuyen a hacer anticuerpos: el grupo 1 contiene unos 250 segmentos de genes, el grupo 2 contiene diez segmentos, el grupo 3 contiene seis más y el grupo 4 otros ocho. Cuando el feto crece, comienza a producir células B, que son las “fábricas de anticuerpos”. Durante la construcción de células B, ocurre algo extraño: el genoma del ADN es reordenado y parte del mismo es descartado. Tres segmentos de los grupos 1, 2 y 3 son elegidos, aparentemente al azar, y unidos entre sí. Esto, unido a otros efectos que aumentan el número de variaciones posibles, permite fabricar unos diez mil millones de tipos diferentes de anticuerpos. Esta cantidad es tan grande que es casi seguro que al menos un tipo de anticuerpo se unirá a casi cualquier molécula, incluso las sintéticas.
2. Reconocimiento
Cada anticuerpo está formado por cuatro cadenas de aminoácidos: dos cadenas livianas idénticas y dos cadenas pesadas idénticas. El conjunto tiene una forma simétrica semejante a una letra Y. La base de la Y está unida a la membrana de la célula B y el resto de la Y sobresale hacia afuera de esa célula, para tratar de detectar a los invasores. Los dos extremos superiores de la Y contienen los “sitios de unión”. Cada tipo de anticuerpo tiene sitios de unión con diferentes características: por ejemplo, un anticuerpo puede tener un sitio de unión con una pieza que sobresale aquí, un agujero más allá y un parche aceitoso en el borde; otro anticuerpo puede tener una carga positiva a la izquierda, una hendidura en el medio y un bulto a la derecha; etc. Si la forma de un sitio de unión es exactamente complementaria a la forma de una molécula de la superficie de un invasor, entonces el anticuerpo se unirá a esa molécula. Enseguida el anticuerpo, a través de un mecanismo muy complicado, enviará una señal hasta el núcleo de la célula B. Al recibir esta señal, la célula B comienza a reproducirse rápidamente, pero ahora los anticuerpos ya no están pegados a la membrana celular, sino que quedan libres para moverse en el fluido extracelular, buscar a los invasores y unirse a ellos.
Incluso en un esquema muy simplificado, este sistema de reconocimiento de enemigos consta de al menos tres componentes esenciales: la forma del anticuerpo unida a la membrana de la célula B, el mensajero y la forma libre o exportada del anticuerpo. Este sistema es irreduciblemente complejo. Una célula que tratara de desarrollar este sistema en pasos darwinistas (graduales) estaría en un grave dilema. ¿Qué debería hacer primero? Ninguno de los tres componentes tiene utilidad alguna sin los otros dos. Behe afirma: “Somos conducidos inexorablemente a la conclusión de que incluso esta selección clonal muy simplificada no podría haberse originado en pasos graduales.” (p. 125).
3. Destrucción
Los anticuerpos no destruyen por sí mismos a los virus o bacterias enemigos, sino que sólo ofician como señales para otros sistemas que destruyen a los objetos así marcados. Gran parte de la matanza real de enemigos es hecha por el “sistema complementario”, llamado así porque complementa la acción de los anticuerpos. El sistema complementario consta de unos veinte tipos de proteínas que forman dos caminos relacionados, llamados el “camino clásico” y el “camino alternativo”. Estos caminos son notablemente complejos y recuerdan en varios sentidos a la cascada de la coagulación de la sangre discutida en el Capítulo 4. El camino clásico comienza cuando un gran conjunto de proteínas (llamado C1) se une a un anticuerpo que a su vez está unido a la superficie de una célula extraña. C1 está compuesto por 22 cadenas de proteínas. En este camino intervienen nueve conjuntos de proteínas (de C1 a C9), varios de ellos con más de una variante, que interactúan de diversos modos entre sí. Al final de un complejísimo proceso, una forma tubular pincha y agujerea la membrana de la bacteria invasora. La presión osmótica hace que el agua se precipite hacia adentro y destruya a la bacteria. El camino alternativo es tan complejo como el camino clásico y ambos caminos son sistemas irreduciblemente complejos.
4. Tolerancia
El sistema inmunológico tiene que discriminar entre el cuerpo humano y el resto del mundo. Por ejemplo, no se deben generar anticuerpos contra los glóbulos rojos que circulan permanentemente por la sangre. Cuando el cuerpo produce anticuerpos contra sí mismo, generalmente ocurre un desastre. Es lo que pasa, por ejemplo, en la esclerosis múltiple o en la diabetes juvenil. Cómo el cuerpo adquiere tolerancia a sus propios tejidos es todavía algo oscuro, pero sea cual sea el mecanismo, sabemos una cosa: un sistema de auto-tolerancia tuvo que estar presente desde el comienzo del sistema inmunológico.
Behe concluye: “Diversidad, reconocimiento, destrucción, tolerancia –todos estos y más interactúan los unos con los otros. Hacia cualquier lado que nos volvamos, una explicación gradualista del sistema inmune está bloqueada por múltiples requisitos entretejidos. Como científicos anhelamos entender cómo este magnífico mecanismo vino a la existencia, pero la complejidad del sistema condena a todas las explicaciones darwinistas a la frustración. El mismo Sísifo se apiadaría de nosotros.” (p. 139). (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
Nota: Las citas han sido traducidas por mí.
2 comentarios
Conviértete Daniel!, dobla tu rodilla y junto con los gringos del mundo rinde honor y pleitesía a nuestros dioses de la ciencia. Ten FE !.
Toda la gloria para el Tiempo y el Azar, por los siglos de los siglos. Amén
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