Dos antropologías en conflicto (5)
5. Dos visiones de la laicidad
La antropología cristiana conduce a una visión de la laicidad como legítima autonomía de los asuntos temporales, de la cultura humana y de la comunidad política (cf. Concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et Spes, nn. 36, 59, 76). Esta visión católica de la laicidad contradice tanto al integrismo, que niega la autonomía de la realidad creada, como al secularismo, que la exagera considerándola como independencia respecto de Dios. Mientras que el integrismo une indisolublemente a la fe cosas que le pertenecen sólo accidentalmente, el secularismo separa de la fe cosas que le pertenecen sustancialmente. El Concilio Vaticano II rechaza ambos errores, afirmando que las cosas creadas y la sociedad gozan de leyes y valores propios, que el hombre debe descubrir y emplear, y que la realidad creada depende de Dios y debe ser usada con referencia a Él (cf. ídem, n. 36).
La laicidad así entendida debe ser considerada como un fruto maduro del cristianismo. Está implícita en la famosa sentencia de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22,21). Todo es de Dios, pero de tal modo que hay un ámbito que es del César, aunque éste esté subordinado a Dios. El Papa Benedicto XVI se ha referido más de una vez a esta visión de la laicidad mediante la expresión “laicidad positiva”.
La antropología individualista conduce a una visión de la laicidad como laicismo, que procura la exclusión de la religión del espacio público. El individualismo concibe a los individuos como mónadas aisladas entre sí que buscan sólo su propia autorrealización individual. Al absolutizar la libertad de elección del individuo, tiende a desvincular a éste de sus semejantes, “liberándolo” de toda atadura o compromiso permanente con ellos, del tipo que sea: matrimonial, familiar, etc. El mismo impulso ideológico que forma esta “sociedad de la desvinculación” tiende a desvincular al hombre de Dios, “liberándolo”, por lo menos en el ámbito público, de la relación religiosa con Él.
Esta visión de la laicidad es un fruto de la Ilustración racionalista. No busca sólo una separación entre la Iglesia y el Estado, sino una “separación sin reconocimiento”. Tiende a organizar la vida social como si Dios y la religión no existieran. Con frecuencia da lugar a una actitud hostil contra la religión, sobre todo la religión católica.
El laicismo pretende quitar a los cristianos su derecho a actuar como cristianos en política y quitar a la Iglesia su derecho a enseñar su doctrina moral social. En nombre de la “tolerancia”, es intolerante con la fe de la Iglesia Católica; y, en nombre de la libertad de pensamiento, pretende imponer la filosofía relativista como requisito indispensable para la pacífica convivencia democrática. (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
2 comentarios
¿Existen en el Evangelio otras frases y contextos que nos expliquen más claramente la autonomía de las dos realidades humanas de este mundo? Sí, PERO SACA AMPOLLAS. Justo, la frase de Jesús a Pilatos (Jn 19, 11), es dramáticamente clara: “NO TENDRÍAS CONTRA MÍ NINGÚN PODER , SI NO SE TE HUBIERA DADO DE ARRIBA…”. En la comparecencia de Jesús ante Pilato, de la que nos da cuenta Juan en su Evangelio, (Jn 18, 28 y siguientes, y Jn 19), se muestra la autonomía de ambas realidades humanas. Creo (es mi opinión) que este pasaje aclara esta cuestión, quizás mejor que los referidos a cuestiones monetarias, de implicación civil de la Iglesia en correspondencia con los poderes de este mundo, pero ante los que no se puede callar en casos de manifiesta injusticia, según otros muchos pasajes del Evangelio y del Nuevo Testamento.
Pero mientras que la realidad espiritual que Cristo nos ha traído es fija e inmutable, las realidades temporales se muestran volubles, y tanto benefician, o pueden beneficiar, al “Proyecto” Salvífico de Cristo, como le pueden perjudicar, o le “perjudican”, al menos, en apariencia: “¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?” (Jn 19, 10). Esta amenaza (extorsión) se da constantemente en la Historia de la Iglesia, y los cristianos hemos caído, con frecuencia, en la trampa. (Actualmente, podríamos acudir a las hemerotecas para ver cómo ha sido y cómo es el comportamiento de gobierno socialista en España, para con la Iglesia)
Quiero decir con todo esto, que en este mundo estamos en constante riesgo de tensión entre ambas realidades humanas. Por parte de la Iglesia, porque no puede relegársele a las sacristías, y por parte de los políticos con poder, porque no reconocen más realidades sobrenaturales que las que les convienen para sus proyectos temporales, terrenos y mundanos (Enrique IV de Francia: “París bien vale una misa”).
A la Iglesia se la implica en las realidades de este mundo con la obligación de ajustarse a sus leyes; hasta aquí, bien, pues está en este mundo como cualquier otra institución puramente mundana, por lo que, asimismo, se le reconoce (?) sus derechos: ¡pero la Iglesia no puede ajustarse a la obediencia de leyes injustas, porque van contra “sobrenatura”! (admítaseme esta palabra), es decir, contra su propia misión, y debe, en conciencia, ejercer la denuncia y la caridad. Y esto es fuente de toda clase de tensiones.
Con políticos AUTÉNTICAMENTE cristianos no existirían estos problemas, pues en Dios no hay contradicción posible: Con políticos cristianos que no sean FALSOS cristianos, todas las opciones justas serían justamente respetadas: ese es el auténtico laicismo o laicidad fiel, y esa es la auténtica democracia: entre el respeto de todas las opciones justas y la correcta inserción del laico en la Iglesia no hay contradicción.
Pero no habrá solución mientras que el concepto de justicia sea opuesto en unos y otros, en los incrédulos y en los creyentes fieles. He ahí el meollo de la cuestión.
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DIG: Estimado JacinTonio: Gracias por tu reflexión.
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DIG: El cristiano debe sostener ambas cosas: la libertad de la Iglesia y una autonomía -teológicamente fundada- de las realidades terrenas.
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