Dos antropologías en conflicto (3)
3. Dos visiones de la sociedad
Según la antropología cristiana, el hombre es por esencia un ser individual y social a la vez. Para el ser humano, la sociedad no es un mal necesario, sino un bien. El hombre no existe para sí mismo, para buscar un disfrute egoísta de la vida, sino para dar gloria a su Creador (que es Amor), amando a Dios y al prójimo. Los dogmas de la comunión de los santos y del pecado original indican los lazos misteriosos pero reales que unen entre sí a todos los individuos humanos. Si alguien se eleva moralmente, eleva en cierto modo a la humanidad entera; y si alguien se degrada moralmente, degrada en cierto modo a toda la humanidad.
La doctrina social católica supone la existencia, no sólo de los bienes de los individuos, sino también de un “bien común” de la sociedad. El logro o el aumento del bien común favorece, aunque de modos diversos, a todos los miembros de una sociedad. La vida social no es como un “juego de suma cero”, donde si alguien gana es porque otro u otros pierden.
La misma doctrina sostiene los dos principios (correlativos) de solidaridad y de subsidiariedad.
El principio de solidaridad establece que, en definitiva, todos somos responsables de todos. No me es lícito dejarme dominar por la indiferencia hacia los demás, ni desentenderme absolutamente de la suerte de mi prójimo, como hizo Caín, el primer fratricida: “Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»” (Génesis 4,9).
El principio de subsidiariedad establece que la solidaridad social no debe ejercerse de un modo desordenado, como si cualquiera se entrometiera en cualquier asunto ajeno, sino dentro de un orden en el que se respete adecuadamente el ámbito de libertad de cada persona y organización. De este principio resulta por ejemplo: que el Estado no debe absorber las responsabilidades que corresponden a las personas, las familias, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil, etc.; que el gobierno nacional no debe hacer lo que pueden hacer mejor los gobiernos locales; que una comunidad de naciones no debe atropellar la soberanía de las naciones que la integran; etc.
La sociedad cristiana ideal es, según una bella expresión del Papa Pablo VI, una “civilización del amor”, donde cada miembro de la sociedad, actuando de modo solidario y subsidiario, procura, no sólo su propio bien, sino el bien de su familia, de su empresa, etc. y el bien común de su nación y de toda la humanidad. “No hay libertad sin solidaridad”. “Y no hay solidaridad sin amor”.
Según la antropología individualista, el ser humano existe para sí mismo y los demás seres humanos son en cierto modo sus adversarios. Se suele decir que “mi libertad termina donde empiezan las libertades de los demás”. Esta frase tan común implica una noción individualista de la libertad. Si yo busco maximizar mi libertad, y los otros limitan mi libertad, la aparición de los otros es una mala noticia para mí. El filósofo existencialista y marxista Jean Paul Sartre sintetizó esta visión individualista en una frase famosa: “El infierno son los otros”.
Veamos qué implica el individualismo cuando se aplica a escala social. Thomas Hobbes, el pensador inglés del siglo XVII que sentó las bases de la filosofía política absolutista, partió de este principio antropológico pesimista: “Homo homini lupus” (“El hombre es el lobo del hombre”). Los seres humanos somos por naturaleza enemigos los unos de los otros. Por lo tanto, en el “estado de naturaleza” los hombres se dañaban y devoraban los unos a los otros. Para poner fin a ese peligroso estado de anarquía, los hombres realizaron el “contrato social”, renunciando a sus libertades individuales a favor del monarca absoluto, quien a cambio garantizó el orden y la seguridad.
Jean-Jacques Rousseau partió de una antopología optimista (el “mito del buen salvaje”): el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe y esclaviza. No obstante, Rousseau llegó a una conclusión parecida a la de Hobbes. Según Rousseau, en el “contrato social” el individuo debe ceder sus derechos a la “voluntad general”, que es infalible, para alcanzar así la verdadera libertad. El “pueblo” de Rousseau ocupa el lugar del rey absoluto de Hobbes. Se va sembrando la semilla de los modernos totalitarismos.
En la perspectiva individualista de Hobbes, Rousseau y otros pensadores, la sociedad es un mal necesario, y el “contrato social” es un intento de balancear la libertad y la seguridad de los individuos. Es importante notar que gran parte de la “derecha” y de la “izquierda” políticas comparten esta misma premisa individualista. La “derecha” intenta maximizar la libertad a expensas de la seguridad, mientras que la “izquierda” busca maximizar la seguridad a expensas de la libertad.
Para el individualista, el amor verdadero, la búsqueda desinteresada del bien ajeno, no es más que una quimera. Por eso la sociedad individualista no es una “civilización del amor”, sino un acuerdo, convencional, trabajoso y en cierto modo contra natura, que intenta lograr el equilibrio de los distintos intereses de los individuos, necesariamente contrapuestos entre sí. (Continuará).
Daniel Iglesias Grèzes
PD: ¡Feliz Año Nuevo!
3 comentarios
Quizás éste es el debate entre derecha-izquierda en Sudamérica, pero en Europa es diferente, dado que la derecha en teoría busca la libertad y seguridad, mientras que la izquierda busca más la igualdad y el Estado (pero ahora se han apuntado a la libertad por lo de la libertad de casarse o descasarse, de matar por aborto o eutanasia...)
Aunque, en la práctica, en este 2011 estamos asistiendo al derrumbe de la diferenciación entre derecha e izquierda, para dar paso a una ideología difusa e indefinida, una mezcla de lo peor del comunismo y liberalismo clásicos; sin ser marxistas ni ultracapitalistas, la sociedad y sus gobiernos son de facto de una ideología de fondo materialistas y laicistas, y los cambios de gobierno más bien son traspasos de poder entre dos diferentes "gestorías" pero regidas bajo la misma manera de ver el hombre.
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DIG: Hace unos días te respondí extensamente, pero antes de guardar mi respuesta me quedé sin batería y perdí todo lo escrito. Trataré de resumir ahora lo que pretendí decirte.
1) Ante todo, gracias por tu aporte.
2) Luego, quiero subrayar que lo que tú dices no está muy lejos de lo que yo sostengo.
3) Pero quisiera justificar un poco más la distinción que hice entre izquierda y derecha. Si uno parte de la premisa individualista (el hombre es un lobo para el hombre; el individuo aislado es bueno, pero la sociedad lo corrompe y esclaviza; el infierno son los otros) libertad y seguridad son dos valores en conflicto entre sí. El "estado de naturaleza" brinda máxima libertad y mínima seguridad. Por el "contrato social" los individuos renuncian a parte de su libertad (a favor del Estado) a cambio de un incremento de seguridad. Este equilibrio admite una amplia gama de posturas posibles. La derecha tiende a privilegiar la libertad en detrimento de la seguridad. A la inversa, la izquierda tiende a privilegiar la seguridad en detrimento de la libertad. Es verdad que la izquierda puede caracterizarse también por la búsqueda de otros valores (igualdad, justicia social), pero éstos son correlativos a la seguridad social. Por eso creo que mi esquema vale también en referencia a esos otros valores; pero uso el esquema libertad vs. seguridad porque es el más simple.
En la perspectiva cristiana, el conflicto entre libertad y seguridad en el fondo desaparece. Mi libertad no es enemiga de la libertad de los demás. Si los demás crecen, yo no disminuyo, sino que crezco con ellos. En realidad, en la filosofía cristiana no tiene mucho sentido hablar de un conflicto de valores o derechos. El derecho a la vida del hijo no entra en conflicto con el derecho de la madre a la autodeterminación, porque las proposiciones "El hijo tiene un derecho inalienable a la vida" y "La madre tiene derecho al aborto voluntario para proteger su libertad" no pueden ser ambas verdaderas a la vez. De modo que el conflicto entre los verdaderos derechos nunca es posible.
"El liberalismo pregona el derecho del individuo a envilecerse, siempre que su envilecimiento no estorbe el envilecimiento de los demás"
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DIG: Gracias, Ricardo. Yo no conocía a ese filósofo.
Creo que, llevando los principios hasta sus consecuencias más extremas, el liberal tiene que llegar a afirmar el derecho al suicidio. Su individualismo le impide ver que los demás tenemos derecho a que un individuo dado no se quite la vida y que su suicidio nos daña, al menos moralmente.
No es correcto concebir mi libertad como un ámbito dentro del cual yo puedo hacer lo que se me antoje, sin afectar la libertad de los demás.
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