“Fumar puede matar al hijo que espera”
Los responsables de las campañas anti-tabaco, que, a la hora de cobrar impuestos por el consumo del mismo, no hacen ascos a nada, han diseñado unas cajetillas trágicas. Me hacían pensar, esos diseños, en las antiguas “tablas de ánimas”: Las pobres almas del purgatorio padeciendo entre llamas purificadoras. Es verdad que el aviso era certero: “Si pecas, ya sabes a lo que, en el mejor de los casos, te expones. A purgar graves penas”. ¿Habrán evitado los pecados esas tablas? Quizá sí, al menos en parte. Quizá no del todo.
Hoy el consumo de tabaco se ve como un mal. Un mal unánimemente perseguido y criticado. Pero, también, como un mal “tolerado” – en teoría solo se pueden “tolerar” los males – por el beneficio económico que proporciona esa industria. Y no tanto por la defensa de una libertad del individuo, cada vez más cercenada. Ni tampoco, solo, por la defensa de la salud pública.
Uno, en una cajetilla, puede ver retratadas todas las plagas posibles. Todos los tormentos. Todos los desastres. Pero, como el Estado es muy “tolerante”, si la “tolerancia” le sale a cuenta, puede seguir comprando tabaco en un estanco.
Vayamos al caso. En una cajetilla han puesto a una pareja – un hombre y una mujer – muy compungida por la pérdida de su bebé. Los padres aparecen como muy disgustados, abrazando lo que parece ser un osito de peluche quizá dedicado a su hijo no nacido.
Se ve un pequeño ataúd, blanco, y hasta una vela encendida. Es una escena de tanatorio, de capilla ardiente. Unos padres que se duelen por la pérdida de su bebé. Todo muy normal.
Claro, si fumar perjudica al niño en proceso de gestación, como parece que es el caso, no se debe fumar. Porque, en efecto, “fumar puede matar al hijo que espera”.