31.12.23

Un artículo en “Compostellanum”. A modo de homenaje a Benedicto XVI

Acaba de salir publicado en “Compostellanum. Revista de la Archidiócesis de Santiago de Compostela” LXVIII (2023) 483-517 un artículo escrito por mí con el título: “Lo esencial es el esencial. La esencia del cristianismo en Romano Guardini y Joseph Ratzinger”. Joseph Ratzinger, el papa Benedicto XVI, murió el 31 de diciembre de 2022, y ha sido uno de los grandes teólogos de la Iglesia Católica.

Yo he disfrutado preparando este artículo, porque me ha permitido el proceso de reflexión y escritura aprender muchas cosas. La pregunta por la esencia del cristianismo, por aquello que lo define, no es una pregunta superficial. Comprender en qué consiste la esencia del cristianismo ayudará a presentar de modo más adecuado la significatividad de la revelación y de la fe cristiana.

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21.12.23

Navidad y proximidad

La Navidad celebra lo que, en el lenguaje de la fe, se llama el misterio de la encarnación. El Niño que nace en Belén es el Logos, el Verbo de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre. El cristianismo piensa a Dios en la paradoja, en la aparente contradicción, de una alteridad que no equivale a una distancia imposible de colmar. Dios es Otro, no una proyección del yo, pero no está lejos, sino que se da, se acerca y se aproxima al hombre. Como escribe Joseph Ratzinger la “fusión” de divinidad y humanidad “ha sido posible porque Dios ha descendido en Cristo, ha asumido él mismo los límites del ser humano, los ha padecido y, en el amor infinito del crucificado, ha abierto de par en par la puerta de lo infinito”.

La encarnación no es una idea filosófica, sino un acontecimiento histórico. Con Jesús, Dios irrumpe en la historia para que nosotros podamos establecer un contacto con él. La peculiaridad del cristianismo radica en que Dios se desvela como realidad que interpela al hombre, como misterio de amor que ofrece al hombre la posibilidad del encuentro con él para hacer florecer la propia vida: “Dios quiere ser amado, no sufrido”, comenta el teólogo Sequeri. Los signos de la proximidad de Dios que Jesús inaugura en Belén son signos de liberación del mal, de un amor que es inseparable de la justicia. La proximidad de Dios no exonera de la búsqueda de la justicia, sino que reclama la conversión del corazón.

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15.12.23

Poetas religiosos

En un epigrama, Jesús Cotta expresa su asombro por la inmensidad de la creación: “A Dios le pasó con las estrellas/ lo mismo que a Velázquez con las lanzas:/ todas le parecían pocas”. No sé si el número de los poetas religiosos es tan grande como el de las estrellas o el de las lanzas del célebre cuadro, pero ciertamente no es pequeño. Así lo afirma la filóloga Yolanda Obregón en la segunda edición de su antología “400 poemas para explicar la fe” (Vita Brevis, Maxstadt 2023): “solo queda regocijarse con la abundancia, y aún más, con el vigor, de la poesía religiosa actual, que viene a continuar la tradición de nuestra literatura lírica más memorable”.

Con relación a la primera edición del libro, que data de 2019, se mantiene la cantidad de cuatrocientos poemas, pero incrementando de modo muy destacado las aportaciones de  creadores recientes, de España y de Iberoamérica, de poesía religiosa en castellano. Basta recorrer el apartado de notas biográficas de los autores para comprobarlo: María Victoria Atencia García, Antonio Barnés Vázquez, Izara Batres Cuevas, Jesús Beades, Pablo Blanco del Moral, José Julio Cabanillas, Francisco Javier Carrión; Daniel Cotta Lobato, Jesús Cotta Lobato, Luis Alberto de Cuenca, Bruno Moreno Ramos…, por citar solo a algunos. Los más modernos conviven con los ya clásicos, como fray Luis de León o Lope de Vega.

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7.12.23

El cardenal Thuan, alegría y esperanza

El cardenal vietnamita Nguyen Van Thuan (Phu Cam 1928-Roma 2002) es una de las personalidades más atractivas de la Iglesia Católica de nuestra época. Su trayectoria vital está entretejida con la compleja historia de Vietnam. En 1954 tiene lugar la división de Vietnam y su tío Diem, que sería asesinado en 1963, es nombrado presidente de Vietnam del Sur. En abril de 1975, Thuan es nombrado arzobispo coadjutor de Saigón, poco antes de la entrada de los comunistas en esa ciudad. Sin jamás ser sometido a un juicio formal, Thuan es enviado a prisión el 15 de agosto de 1975 y permanece cautivo hasta noviembre de 1988.

De los trece años pasados en prisión, nueve los vivió en aislamiento. Cuando, en 1967, fue ordenado obispo de Nha Trang escogió como lema “Gaudium et spes”, “alegría y esperanza”, palabras que encabezan la constitución pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual. Ante una realidad ineludible, como la prisión injusta, se puede optar, como lo hizo Thuan, por vivir el momento presente colmándolo de amor. En un poema expresa esa idea: “Mi vida está integrada/ por millones de segundos y de minutos./ Vivo con perfección cada minuto/ y la vida será santa”. Muchas veces experimentó tratos humillantes por parte de los carceleros y estuvo tentado de dejarse vencer por el odio, pero con perseverancia, valentía y oración pudo adquirir las cualidades del bambú, que se pliega con facilidad, pero no se rompe. En uno de los momentos peores recibe una luz de Dios: “Mi deseo era ver a Dios, pero no lo puedo ver. Es a través de mi enemigo, convertido en amigo, como debo verlo”.

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5.12.23

Un artículo en la revista “Liturgia y espiritualidad”: “El deseo de comunión”

La revista Liturgia y Espiritualidad, del Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona, me había pedido, hace ya un tiempo, un artículo sobre “El deseo de comunión”, comentando el número 57 de la carta apostólica Desiderio desideravi del papa Francisco sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios. Cito, en su integridad, este pasaje del papa, que se refiere a la presidencia de la asamblea por parte del sacerdote cuando se celebra la santa Misa:

“Para que este servicio se haga bien – con arte – es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 7). Este hecho da profundidad ‘sacramental’ –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde. El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49)”.

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