19.05.24

Religiosidad popular

El papa Francisco ha destacado la importancia de la piedad, o religiosidad, popular: “Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”, nos dice. Un “lugar teológico” es una instancia testimonial de la Palabra de Dios que, por consiguiente, goza de autoridad a la hora de pensar la fe. La “nueva evangelización” es el esfuerzo misionero que tiene por destinatarios a aquellos que han recibido el bautismo pero que viven, de hecho, alejados de la práctica eclesial.

En las expresiones sencillas de la fe del pueblo – romerías, peregrinaciones, devoción a las imágenes, procesiones, etc. – lo religioso está muy vinculado con la sensibilidad. Hay toda una tradición que habla de los “sentidos espirituales”, de cómo la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto guardan relación con la experiencia de Dios. Por ejemplo, el acto de tocar una imagen, sin dejar de ser algo físico, puede llegar a convertirse en un gesto cargado de espiritualidad. Las imágenes sagradas poseen una dimensión simbólica, sacramental, que impide su grosera identificación con amuletos u objetos mágicos.

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17.05.24

Iglesia y carismas según Joseph Ratzinger: San Francisco de Asís

Para Joseph Ratzinger el lugar fontal y, al mismo tiempo, el signo diferenciador del Espíritu es la cruz[1]. No cabe separar cruz y resurrección, cristología y pneumatología. En un contexto cristiano, la pneumatología solo puede existir como cristología, desde el Señor resucitado[2]. Desde esta perspectiva se puede comprender el papel de los carismas en la Iglesia.

Siguiendo la enseñanza paulina sobre el significado del término «carisma» se observa una evolución que lleva de lo extraordinario a lo ordinario: «El fenómeno entusiasta se hace secundario, se convierte en signo del milagro propiamente dicho, que no consiste en la glosolalia ni en los prodigios asombrosos, sino en el don del amor de Dios. Ese amor es el milagro cristiano propiamente dicho, al que todos los prodigios solo como signos pueden apuntar»[3]. El capítulo de los carismas desemboca, en san Pablo, en el canto de alabanza del «agape», que constituye, en el fondo, la superación de la vivencia pentecostal corintia.

En 2 Cor 3 hallamos una teología del apostolado. El seguimiento de Jesús recibe su forma concreta en el atenerse al camino, al carisma apostólico, que adquiere, frente a todos los demás carismas, un carácter normativo. La pneumatología se integra en la fe en la resurrección, en la cristología. Y esta inclusión significa también «que solo puede existir desde el testimonio de la resurrección y desde el testigo de la resurrección»[4].

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14.05.24

Consagración del Seminario de Tui al Sagrado Corazón de Jesús

Ayer celebramos en Tui el aniversario de la Consagración del Seminario al Sagrado Corazón de Jesús, que tuvo lugar por primera vez el 13 de mayo de 1921. Don Avelino Bouzón, canónigo archivero de la catedral, resume el significado de ese día: La iniciativa de la Consagración del Seminario de Tui (entonces no existía el de San José de Vigo) al Sagrado Corazón partió de los alumnos, estimulados por sus formadores, al finalizar el curso 1917-1918. La idea entusiasmó al clero tudense y a los antiguos alumnos que se habían formado en el Seminario, pero que descubrieron que su vocación no era el sacerdocio.

El obispo D. Manuel Lago González, natural de Randufe (Tui), pone su celo ardiente para que “se levante en el patio del Seminario una estatua del Corazón de Jesús y que de una manera oficial y solemne se le consagre el bendito plantel de sacerdotes”. Con el obispo a la cabeza, se implicaron en llevar a feliz término el deseado proyecto todo el clero de la diócesis, las autoridades de la ciudad tudense y otras personalidades relevantes del ámbito cultural en aquella época.

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10.05.24

Jubileo y esperanza

El papa ha hecho pública la bula de convocación del Jubileo de 2025: “La esperanza no defrauda” es el título, tomado de unas palabras de san Pablo, de este documento. El Jubileo es un año de gracia, un camino, una peregrinación de esperanza, que el romano pontífice convoca cada veinticinco años. El primero de ellos se celebró en 1300, aunque ya existía algún precedente; por ejemplo, el Jubileo compostelano, cuando la fiesta de Santiago coincidiese en domingo, concedido en 1122 por Calixto II.

San Agustín decía que “nadie, en efecto, vive en cualquier género de vida sin estas tres disposiciones del alma: las de creer, esperar y amar”. La gracia de Dios eleva nuestra condición creada y nos permite albergar una esperanza que nace del amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz, que se fundamenta en la fe y que es irradiada, como una luz que ilumina la existencia, por el Espíritu Santo. Y con la esperanza, Dios nos otorga la paciencia que, dice el papa, “ha sido relegada por la prisa”, por el acuciante “aquí y ahora” que hoy hace de esta virtud una realidad extraña.

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4.05.24

La ciencia y la fe: la enseñanza de san Agustín

Para aproximarse a la cuestión de la relación entre la ciencia y la fe resulta útil leer a los grandes autores de la historia cristiana. Entre ellos, destaca con méritos propios san Agustín, obispo de Hipona (354-430). En uno de sus escritos, titulado “De Genesi ad litteram”, advierte de lo contraproducente que resulta, amparándose de modo erróneo en los textos bíblicos, contradecir los datos que sobre el conocimiento del mundo proporcionan la razón y la experiencia.

Esta actitud impide la correcta interpretación de la Escritura y daña la credibilidad de la fe: “Acontece, pues, muchas veces que un infiel conoce por la razón y la experiencia algunas cosas de la tierra, del cielo, de los demás elementos de este mundo, del movimiento y del giro, y también de la magnitud y distancia de los astros, de los eclipses del sol y de la luna, de los círculos de los años y de los tiempos, de la naturaleza de los animales, de los frutos, de las piedras y de todas las restantes cosas de idéntico género; en estas circunstancias es demasiado vergonzoso y perjudicial, y por todos los medios digno de ser evitado, que un cristiano hable de estas cosas como fundamentado en las divinas Escrituras, pues al oírle el infiel delirar de tal modo que, como se dice vulgarmente, yerre de medio a medio, apenas podrá contener la risa. No está el mal en que se ría del hombre que yerra, sino en creer los infieles que nuestros autores defienden tales errores, y, por lo tanto, cuando trabajamos por la salud espiritual de sus almas, con gran ruina de ellas, ellos nos critican y rechazan como indoctos”.

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