13.09.09

La aparente inutilidad de las discusiones

Discutir un asunto es examinarlo atenta y particularmente. En este sentido, puede resultar de provecho una discusión. No siempre – por no decir nunca - nos hacemos cargo de todos los aspectos de la realidad. Las cosas nos desbordan; van más allá de nuestra mente y de nuestras palabras; oponen resistencia a nuestros esquemas.

Pero, en una segunda acepción, “discutir” es lo mismo que alegar razones contra el parecer de alguien. Y, llegados a este punto, el terreno se hace más resbaladizo y pantanoso. Sin duda, es mejor alegar razones que tirarse los trastos a la cabeza. Proporcionar argumentos que apoyen nuestro enfoque es un ejercicio que ayuda a que seamos más conscientes de lo que pensamos y del motivo por el cual lo pensamos. De igual manera, al atender a los motivos del otro nos capacitamos, en cierto sentido, para ponernos en su lugar y para captar, al menos en parte, la lógica de su discurso.

Pero el campo de las razones, lejos de ser un paraíso neutral, es una jungla complicada. Las razones, como los árboles, tienen sus raíces y se alimentan de materias que son heterogéneas con respecto a lo estrictamente racional. El humus que sostiene la planta frondosa de nuestro modo de ver la realidad se compone de algo más que de “logos”: hay pasiones, sentimientos, experiencias, modos de ser, decepciones y logros, virtudes y vicios.

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12.09.09

Perder y ganar

Domingo XXIV TO (B)

En una novela, titulada “Perder y ganar”, el Cardenal Newman muestra cómo merece la pena desprenderse de bienes arraigados en el espíritu -como la estima ajena, el triunfo o la posición social – para ser fieles a una vocación divina que se percibe con certeza.

Esta lógica de una aparente pérdida en función de una real ganancia la encontramos en las palabras de Jesús: “el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35). El Señor concluye de este modo la enseñanza acerca de su propia identidad y misión: Él no es un mesías político; no es un rey triunfador según los criterios humanos. Es el “Hijo del hombre”, llamado a una misión que pasa por el sufrimiento y por la cruz. Pero esa humillación no es estéril, sino que se convierte en fuente de vida.

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11.09.09

Comenzar el curso

Hacia el final del verano, cuando ya se acerca el término del período oficialmente “vacacional”, se abre un nuevo ciclo, un nuevo principio. Aunque los nexos que unen las diversas etapas de nuestra vida y de nuestra actividad no son eslabones aislados, sino más bien conexiones entrelazadas.

¿Qué perspectiva abre ante nosotros un nuevo curso? Si tuviésemos que destacar un elemento, sería quizá el trabajo, la propia labor, la tarea que nos ocupa, mediante la cual intentamos lograr no sólo la realización personal, sino también, y no en segundo lugar, el servicio a los demás.

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10.09.09

¿Monjas?

He visto, con una mezcla de incredulidad y de profundo disgusto, el programa de TVE dedicado a algunas monjas, supuestamente “Mujeres de Dios”. Me ha dado pena, el reportaje, y, más aún, la mayoría de las que aparecen en él.

No es obligatorio, para ser cristiana, ser monja. Ni religiosa, ni de un Instituto Secular, ni nada por el estilo. Sí lo es sentirse – y pensar y vivir – como hija de la Iglesia – o como hijo de la Iglesia, si se trata de un varón; sea éste fraile, monje o laico - .

Alguna de las entrevistadas afirma, muy ufana: “No somos mujeres ‘de’ la Iglesia. Somos mujeres ‘en’ la Iglesia”. Pues bien, añado yo, si no son ‘de’ la Iglesia sobran ‘en’ la Iglesia. Como sobran en los templos - y la comparación versa exclusivamente sobre el “sobrar” - las cucarachas, las manchas de humedad y otras plagas posibles o probables.

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9.09.09

Esclavo de los esclavos

Carecer de libertad por estar sometido a otra persona es una condición triste para el ser humano. Lamentablemente, no hemos de remontarnos a épocas muy pretéritas para hallar el fenómeno de la esclavitud. Quizá hoy no sea “legal” en ninguna parte del mundo, pero sí es “real”.

En la Colombia del siglo XVII, la esclavitud era ambas cosas, legal y real. A las costas de Cartagena de Indias llegaban, al año, unos treinta mil esclavos negros, que se necesitaban para las minas y las plantaciones. ¡Imaginemos cómo sería la travesía desde África hasta América! Siempre, supongo, con el miedo y la incertidumbre como horizonte de futuro. Es terrible no saber a dónde se va ni qué va a ser de nosotros.

Seguramente, la compasión movió el alma de Pedro Claver, el santo que recordamos hoy. Pero esa compasión brotaba de la caridad pastoral; de la necesidad de comunicar a otros, en la medida en que a él le resultaba posible, el amor y la gracia de Cristo. Cuando se ordenó sacerdote, en 1616, Pedro Claver hizo suyo el lema que resume su vida: “esclavo de los esclavos negros para siempre”.

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