La aparente inutilidad de las discusiones
Discutir un asunto es examinarlo atenta y particularmente. En este sentido, puede resultar de provecho una discusión. No siempre – por no decir nunca - nos hacemos cargo de todos los aspectos de la realidad. Las cosas nos desbordan; van más allá de nuestra mente y de nuestras palabras; oponen resistencia a nuestros esquemas.
Pero, en una segunda acepción, “discutir” es lo mismo que alegar razones contra el parecer de alguien. Y, llegados a este punto, el terreno se hace más resbaladizo y pantanoso. Sin duda, es mejor alegar razones que tirarse los trastos a la cabeza. Proporcionar argumentos que apoyen nuestro enfoque es un ejercicio que ayuda a que seamos más conscientes de lo que pensamos y del motivo por el cual lo pensamos. De igual manera, al atender a los motivos del otro nos capacitamos, en cierto sentido, para ponernos en su lugar y para captar, al menos en parte, la lógica de su discurso.
Pero el campo de las razones, lejos de ser un paraíso neutral, es una jungla complicada. Las razones, como los árboles, tienen sus raíces y se alimentan de materias que son heterogéneas con respecto a lo estrictamente racional. El humus que sostiene la planta frondosa de nuestro modo de ver la realidad se compone de algo más que de “logos”: hay pasiones, sentimientos, experiencias, modos de ser, decepciones y logros, virtudes y vicios.