No todo error es herejía
Lejos de los estereotipos, la Iglesia Católica es una institución bastante “garantista” – salvo, quizá, en los últimos tiempos, en algunos temas, debido a una especie “estado de excepción”, desencadenado por escándalos tristemente conocidos - .
Es tradicional el esfuerzo de precisar las diferentes “notas teológicas” o “censuras”. Las proposiciones relativas a la fe cristiana pueden ser más o menos ciertas, más o menos concordantes con la revelación. La revelación es la revelación. Las opiniones de lo teólogos son opiniones, por más ilustres que sean quienes las sustenten.
“Ninguna persona privada tiene derecho a declarar una nota teológica y a extender la censura más allá de los límites del grado de autoridad que le haya confiado la misma Iglesia, sin cometer un acto ilegítimo”, escribe Gf. Coffele. Es decir, ningún “entusiasta” puede llamar, sin más, pongamos por caso, “hereje” a quien defiende una proposición arriesgada. Podrá decir, sí, que esa proposición parece herética, pero no puede, sin otro expediente, decretar o declarar el delito canónico de herejía si carece de autoridad para ello.