Haz patria, mata a un cura
“Haz patria, mata a un cura”, dicen que fue una frase famosa en algún país del orbe. Si se trata de un cura, vía libre. Todo vale, tolerancia cero. Mata que, al final, no dejan viudas que puedan reclamar pensión, no tienen sindicato, no hay partido que los vindique ni memoria histórica que se acuerde de ellos.
Y si es un cura comprometido con lo social, el primero, pensaban los artífices del “mundo nuevo”. No dejes que te lleven la delantera. Esa raza de víboras, de sepulcros blanqueados, de vividores a costa del erario público, de holgazanes a sueldo, de vagabundos ociosos e indeseables, no tienen derecho ni a la vida. Guillotinas, faltan guillotinas, y no sigo citando para que no me denuncien a la Sociedad de Autores.
Estos ataques no son nuevos. Son tan viejos como viejo es el hombre. La novedad, relativa, es que se escribe desde dentro de la Iglesia con el mismo (aparente) odio, con el mismo (aparente) desprecio con el que tantas veces se dispara desde fuera.