10.03.10

Haz patria, mata a un cura

“Haz patria, mata a un cura”, dicen que fue una frase famosa en algún país del orbe. Si se trata de un cura, vía libre. Todo vale, tolerancia cero. Mata que, al final, no dejan viudas que puedan reclamar pensión, no tienen sindicato, no hay partido que los vindique ni memoria histórica que se acuerde de ellos.

Y si es un cura comprometido con lo social, el primero, pensaban los artífices del “mundo nuevo”. No dejes que te lleven la delantera. Esa raza de víboras, de sepulcros blanqueados, de vividores a costa del erario público, de holgazanes a sueldo, de vagabundos ociosos e indeseables, no tienen derecho ni a la vida. Guillotinas, faltan guillotinas, y no sigo citando para que no me denuncien a la Sociedad de Autores.

Estos ataques no son nuevos. Son tan viejos como viejo es el hombre. La novedad, relativa, es que se escribe desde dentro de la Iglesia con el mismo (aparente) odio, con el mismo (aparente) desprecio con el que tantas veces se dispara desde fuera.

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7.03.10

No cansarse de rezar por la vida

La aprobación de la reciente, y aun más injusta, ley del aborto no debe ser un motivo para dejar de orar por la vida, por el respeto a la vida humana, especialmente a la vida de un ser humano inocente, en cualquier fase de su desarrollo.

Orar ayuda a situarse en la verdad de lo que somos: criaturas de Dios, destinatarios de sus dones. Y, entre estos dones, el primero y fundamental es el don de la vida. No es el bien más importante, pero sí es el más básico, ya que, sin él, no son posibles los otros bienes.

Privar a un inocente de su vida es un homicidio, por más revestimientos lingüísticos que pretendan enmascarar lo que no admite disfraz. Convertir en legal lo que es radicalmente inmoral desprestigia el derecho y corrompe, desde la perspectiva ética, la legitimidad de un sistema político.

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6.03.10

Fondo y forma

Los humanos tendemos, a veces, a la dicotomía, a la división bipartita, quizá por un deseo de simplicidad: lo bueno y lo malo, lo caliente y lo frío, lo bello y lo feo.

Pero, frente a esa búsqueda de brevedad y sencillez, se alza lo real. Y lo real, al menos la realidad terrena y mundana, no suele ser tan simple. Más bien se presta a matices, a eso que los italianos, con una palabra genial, llaman “sfumature”. Un mundo sin grados, sin tonos, sin variedades, sería o excesivamente grande para ser un mundo, o bien excesivamente uniforme.

Salvo Dios, que en su grandeza excede la complejidad de lo no divino, las demás realidades resultan complicadas, incluso enmarañadas y difíciles. ¿Quién es, en el día a día de nuestras vidas, completamente bueno? ¿Quién completamente feo? ¿Quién completamente falso?

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5.03.10

La paciencia y los frutos

Domingo III de Cuaresma (Ciclo C)

El Señor recuerda en el evangelio la necesidad de la conversión: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” (Lc 13,3). Los distintos acontecimientos, también las desgracias, pueden ser interpretados como una llamada a cambiar de dirección en el camino de la vida, para dejar el pecado y la superficialidad y abrirnos a lo que verdaderamente cuenta: Dios y su reino.

Para todos los cristianos, la conversión es una tarea ininterrumpida, porque nunca respondemos completamente al amor misericordioso de Dios. Dentro de nosotros mismos pueden quedar parcelas de egoísmo, de resistencia a la gracia. Queremos seguir a Cristo, quizá, pero no queremos seguirle con todas las consecuencias. Tenemos la tentación de conformarnos con la mediocridad, con un cristianismo que no suponga un excesivo esfuerzo, con un no ser malos del todo, sin aspirar tampoco a ser buenos del todo.

Cristo no se conforma con poco. Él, que nos ha amado hasta el extremo, espera nuestra correspondencia a su amor, porque en esta correspondencia está nuestro bien: Con la conversión “se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos”, enseña Benedicto XVI.

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3.03.10

Indulgencia en el Año Sacerdotal: primer jueves de mes

No rompo el auto-impuesto silencio cuaresmal por recordar un decreto de la Penitenciaría Apostólica sobre las indulgencias concedidas con ocasión del Año Sacerdotal. Mañana es primer jueves de mes.

Copio, pues:

“A todos los fieles realmente arrepentidos que, en una iglesia u oratorio, asistan con devoción al sacrificio divino de la misa y ofrezcan por los sacerdotes de la Iglesia oraciones a Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, y cualquier obra buena realizada ese día, para que los santifique y los modele según su Corazón, se les concede la indulgencia plenaria, a condición de que hayan expiado sus pecados con la penitencia sacramental y hayan elevado oraciones según la intención del Sumo Pontífice: en los días en que se abre y se clausura el Año sacerdotal, en el día del 150° aniversario de la piadosa muerte de san Juan María Vianney, en el primer jueves de mes o en cualquier otro día establecido por los Ordinarios de los lugares para utilidad de los fieles.

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