Tardes de domingo
Los demás días son, más o menos, iguales. En el domingo, de algún modo, se interrumpe el tiempo. No es mala cosa esa ruptura, esa pausa. Los días son, todos, para Dios, pero que un día nos recuerde esta primacía de lo divino es un recuerdo pertinente.
Hay domingos y domingos. Domingos de soledad y de compañía. De gozo y de ausencia de gozo. Pero no es, ni siquiera en el aspecto “humano, demasiado humano”, un día triste.
Antes, en esos “antes” que nuestras biografías pueden marcar, no siempre he anhelado los domingos, al menos no sus tardes. Ahora sí. En una búsqueda de lo esencial de la vida, veo que quedan pocas cosas de las que no se pueda prescindir: Mientras dure, la propia familia y, más allá de toda humana “duración”, está el que era, es y será.