13.05.15

Una castaña no es un castaño, ¿y qué?

Los defensores del aborto no dejan de bucear en los argumentos. Los defensores del aborto, algunos de ellos, son personas inteligentes. Yo, desde luego, no creo que sean menos inteligentes que yo. Es decir, pienso que son, en general, personas normales, como creo que lo soy yo.

Suelen extrapolar, los defensores del aborto, la diferencia aristotélica entre acto y potencia. Y es una buena distinción. La sustancia, lo que es, tiene capacidades o posibilidades de llegar a ser lo que aún no es de modo manifiesto. Por ejemplo, un niño no es, en acto, un adulto, pero puede llegar a serlo. Tiene la capacidad de llegar a serlo.

La potencia es un no ser relativo. Aún no es lo que puede ser, pero puede llegar a serlo. Pero hasta la potencialidad de una sustancia viene determinada por la naturaleza de esa sustancia. Una castaña puede llegar a ser un castaño, es verdad; pero no puede llegar a ser una ballena.

Pero el problema es que los defensores del aborto se fijen muy poco en lo sustancial. Se fijan en que una sustancia, una realidad, pueda cambiar, evolucionar. Pero no se detienen en lo que la sustancia es, sea en potencia o en acto.

A mí casi me da lo mismo, sustancialmente, tirar a la basura una castaña o talar un castaño. Sustancialmente, no hay cambio. Aunque sea deplorable cortar un castaño. Claro que es una pena talar un castaño y, sin embargo, carece de gravedad deshacerse de una castaña. Por muy malo que sea, y creo que lo es, talar un castaño, es solo eso: talar un castaño. Una castaña aún no es, y puede no llegar a serlo, un castaño. Tirar una castaña no daña el universo de los árboles. Talar un castaño, quizá sí, pero no necesariamente. Pero sin castañas no habría castaños.

En el aborto, la comparación flaquea. Claro que hay cambio, claro que hay paso de la potencia al acto, entre un embrión y un hombre adulto. Pero, en este caso, lo importante no es el cambio, sino la sustancia.

¿Hay cambio? Sí. Pero una semilla de lechuga no se convierte en un gato. Hay cambio, pero en la continuidad. Si hablamos de un ser humano, lo sustancial es que es humano. ¿Cambia? Sin duda. Puede llegar a ser un niño, un adolescente, un joven, un adulto o un anciano. Pero sustancialmente llegará a ser, tiene la potencialidad de llegar a ser, lo que básicamente es desde el comienzo: un ser humano.

El problema radica en si empezamos a distinguir cuándo sí y cuándo no el ser humano es digno de respeto. ¿Cuándo es feto es digno de respeto? Si se dice que “depende” cabría preguntar, de nuevo: ¿Y de niño?. Si se vuelve a decir que “depende”, la pregunta se puede volver a formular: ¿De adolescente, de adulto, de anciano?

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8.05.15

¿La Misa de Primera Comunión es una Misa? Sí, lo es

Soy un asiduo lector de la revista Liturgia y Espiritualidad, publicada por el CPL de Barcelona. Leyendo esa revista siempre aprendo algo. Y trata sobre dos cuestiones que me interesan mucho: la liturgia y la espiritualidad.

He de confesar – y no creo que sea el único – que, cuando recibo un nuevo número, voy en seguida a la última sección, al “flash litúrgico”; una sección que firma Jaume González Padrós, director de la revista y del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona.

Jaume González Padrós es una persona genial, extraordinaria. Y es capaz de unir el rigor del pensamiento con el humor y con una ironía que hace pensar a cualquiera.

El “flash litúrgico” de abril de 2015 se titula: ¿La misa de primera comunión es una misa?. Es un texto muy breve, como todos los flashes, pero es un texto cargado de sabiduría.

Yo espero que Liturgia y Espiritualidad no me demande, por esas cosas jurídicas de los derechos de autor. Porque pienso reproducir, casi en su totalidad, este artículo. Don Jaume dice cosas obvias que – ¡terror y pavor¡ – han dejado de serlo: La Misa de Primera Comunión es, ni más ni menos… una Misa.

¿Qué podría ser? ¿Qué se puede dar por hecho que es? Pues depende del consumidor, o del consentidor. No es un show, no es una fiesta infantil, no es un espectáculo de fin de curso, no es – tampoco – un momento de oración muy bonito para los niños.

Ni es un pase de moda – infantil, femenino o masculino - . No es nada de eso. Es una Misa; es decir, “una acción sagrada por excelencia, en la que se debe participar de forma activa, consciente y etcétera”.

Esta obviedad – hoy decir lo obvio es casi como proclamar el fin de los tiempos – han de asimilarla también los párrocos. La Misa de la Primera Comunión no es una “Misa de niños”, sino una “Misa con niños”. Y se supone que, tras el período de catequesis, los niños no están incapacitados para participar en la Eucaristía y para saborear “la grandeza de lo sagrado”.

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6.05.15

Recordar la doctrina católica es un servicio que se presta a los fieles

Recuerdo una experiencia propia. Hace ya muchos años celebraba la Misa un domingo en una parroquia de la que yo había sido, por poco tiempo, párroco. Ese día ya no lo era. Y me tocó leer el pasaje de Mateo 5,32: “Se dijo: ‘El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio’. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer – no hablo de unión ilegítima – y se casa con otra, comete adulterio”.

 

Con esas palabras, “no hablo de unión ilegítima”, Jesús no contempla una excepción a la indisolubilidad del matrimonio, sino que se refiere a uniones que no son, en absoluto, matrimonio.

 

Pero vayamos a la anécdota. La lectura de ese versículo de San Mateo provocó, en alguien que estaba hacia el fondo de la iglesia, una reacción airada. Algo así como “cállese, no se meta en eso”. No recuerdo la expresión exacta. Yo me limité a responder que si, en la celebración de la Misa, no se puede leer el Evangelio, muy mal van las cosas.

 

No increpaba esa persona, era un hombre, mi predicación. Ni siquiera había empezado a predicar. Se revolvía él contra nada menos que las palabras de Cristo. Pretendía, quizá cuestionado en su personal situación – no lo sé - , evitar que las palabras de Jesús le resultasen molestas.

 

En cierto modo, su reacción era lógica. No nos gusta que nos digan que algo que para nosotros está bien está, realmente, mal. Bueno, nos escuece que nos lo digan porque, en el fondo, sabemos que está mal. Lo que nos escuece es que nos lo recuerden.

 

Si alguien está convencido de que puede dejar a su mujer y casarse con otra, o a su marido y casarse con otro, si  alguien cree que eso está muy bien, no entiendo por qué pretende que la Iglesia – sea el Papa o sean los obispos – le dé la razón. Nadie busca que otros aprueben la convicción íntima de que pegarle a la propia madre es muy feo. Nadie lo pretende. Sabemos que está mal y nos basta.

 

Si buscamos con una exigencia inaudita el aplauso para una conducta que sabemos que no es ejemplar, dejamos entrever que nuestra convicción no es tan firme como, interesadamente, nos parece.

 

Recordar a los fieles, y a nosotros mismos, que también somos fieles cristianos, la doctrina de Cristo no es un agravio que se le haga a nadie; más bien, es un servicio que se presta a todos. Los bailes de disfraces pueden ser muy divertidos, pero solo en un contexto de broma y de frivolidad. A nadie le agradaría que, si ha de ser intervenido quirúrgicamente, alguien se disfrazase de cirujano sin serlo.

 

¿Qué importaría que el obispo, el párroco o hasta – pongamos un imposible – el Papa me diese la razón en lo que yo sé que no me puede dar la razón? No serviría de nada. Una de dos: si sé que hago lo correcto, no hace falta que nadie me lo diga, ya lo sé. Si creo que lo que hago no es lo correcto, es una muestra de irresponsabilidad pedir que otros me tranquilicen. Esta necesidad de aprobación externa revela una enorme inseguridad de fondo.

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1.05.15

Nuestra Señora de la Salud, el 8 de mayo

La devoción a Nuestra Señora de la Salud está atestiguada desde hace siglos y está, asimismo, muy extendida.

 

Algemesí, en Valencia. Archena, en Murcia. Barbatona, cerca de Sigüenza. Carratraca, en Málaga. Castro de Río, en Córdoba. Chirivella, también en Valencia. Elda, en Alicante. Esparralego, en Badajoz. Marquina, en Vizcaya. Onil, de nuevo en Valencia. Palma de Mallorca. Pola de Siero, en Asturias. Sabadell, en Barcelona. San Feliu de Pallerols, en Girona. Tejares, en Salamanca. Terrades, de nuevo en Girona. Traiguera, en Castellón. Viladordis, en Manresa (Barcelona)….

 

Y en muchos otros lugares. También en tres parroquias de mi diócesis (Tui-Vigo): Parada de Miñor; en A Insua, en Rebordelo (Ponte Caldelas), y  en Camposancos (A Guarda).

 

En algunos sitios y en algunas familias religiosas la fiesta de Nuestra Señora de la Salud de celebra el 8 de mayo.

 

Más o menos por estas fechas, este año el 10 de mayo, se dedica un día a la Pascua del Enfermo.

 

Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral de la CEE han escrito un mensaje titulado “Salud  y sabiduría del corazón” en el que recuerdan que vivir el sufrimiento o acompañarlo “toca el corazón”. Y así debe ser, si no queremos convertirnos en personas indiferentes ante la suerte de los que nos rodean.

 

Hace ya unos años me ocupé del tema de la salud en una Novena a nuestra Señora de la Salud. La palabra salud viene de “salus”, que significa tanto la salud del cuerpo y de la mente como la salvación del alma.

 

Y la salvación es un regalo que viene de Dios. Un don que se ha acercado a nosotros en Jesucristo, en su Iglesia y en sus sacramentos.

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22.04.15

Verdad, bondad y belleza

De pocas cosas estamos tan necesitados como de la verdad, de la bondad y de la belleza.

 

¿Podemos vivir pacíficamente si suponemos que todos nos engañan? Aparentemente puede parecer un recurso útil engañar a otros para sacar un provecho en nuestro favor. ¿Pero es realmente universalizable este recurso? En el fondo, ¿estaríamos de acuerdo con el triunfo del “listo” sobre el “honesto”?

 

Vivir en la duplicidad, en la simulación y en la hipocresía hace imposible la convivencia. Santo Tomás decía que los hombres “no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad”. Recuperarnos de la crisis, que no es solo económica, exige recuperar esta confianza. Pide poder fiarnos de los otros, en general, sin sospechar a priori que todos, en principio, nos va a querer engañar. Pero no podremos confiar en los otros si cada uno no se exige, hasta el fondo, no caer en la trampa del engaño.

 

La bondad es otra necesidad vital. La bondad nos empuja a ser buenos y a hacer el bien. Y el bien - o el mal, como necesario contrapunto - , no puede depender solo de nuestra intención – tan voluble – o de las circunstancias – tan cambiantes - .

 

Parece que, socialmente, nos empeñamos en negar que una persona pueda obrar mal - ¿quién conoce sus intenciones o quién se puede hacer cargo de sus circunstancias? - . Y ese relativismo, que se deja precipitar por la pendiente de la subjetividad o de las circunstancias, no nos ayuda.

 

Hay cosas que una persona puede hacer que, sean cuales fueran las intenciones y las circunstancias, son malas en sí mismas. Siempre es malo, en sí mismo, blasfemar. O cometer un homicidio. O caer en el adulterio. La persona será más o menos responsable de sus actos, pero sus actos son los que son, independientemente de lo que pueda disminuir su imputabilidad, moral o penal.

 

Y la belleza. La belleza no es un lujo. Es de primera necesidad. La mentira y la maldad van unidas a la fealdad. La mentira presenta como bello lo que solo es una máscara; ofrece una belleza falsa, una belleza sin verdad. Una belleza que da el camelo, por un momento, pero que no resiste el paso del tiempo ni el deseo de ir más allá de lo superficial.

 

Y la maldad pervierte la belleza. Pretende convertir en bello lo siniestro y lo aberrante. Lo bello es lo verdadero y lo bueno que nos alcanza y que nos sorprende mediante los sentidos, a través de la vista y del oído.

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