6.08.15

¿Y si nos olvidamos un poco de la figura de los padrinos?

Creo que la costumbre nos está condicionando excesivamente. Está muy bien que haya padrinos del Bautismo, pero no es esencial que los haya. Se puede, perfectamente, celebrar el Bautismo sin padrinos.

El Código de Derecho Canónico dice: “Canon 872: En la medida de lo posible, a quien va a recibir el Bautismo se le ha de dar un padrino, cuya función es asistir en su iniciación cristiana al adulto que se bautiza, y, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el Bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el Bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo”.

“En la medida de lo posible”. Y puede ser posible o no serlo. Y, a la vez, se señala muy claramente cuál es la función del padrino, en el caso del Bautismo de un niño: “juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el Bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el Bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo”.

En el día a día de la vida parroquial una cuestión, en sí misma menor, como la de los padrinos, proporciona, a veces, dolores de cabeza. No es preciso que haya padrinos, pero si los hay han de cumplir unos requisitos.

Estos requisitos no surgen de los caprichos del párroco, sino de la lógica propia de esa función de los padrinos. Un padrino no es un eventual sustituto de los padres. No lo es. Es otra cosa: es como una guía, o un modelo, de vida cristiana para el neófito, para el recién bautizado.

No existe un derecho universal a “ser padrino”. No. Los padres y el párroco y, en última instancia, el Obispo, han de decidir si una persona puede ser algo así como una guía para la vida cristiana del recién bautizado. Y es evidente que no vale cualquiera. A mi modo de ver, no vale para padrino quien, entre otras cosas, no vaya a Misa cada domingo.

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5.08.15

¿Quién piensa que los divorciados que han establecido una nueva convivencia están excomulgados?

Pues yo, sinceramente, no lo sé. Nunca he pensado que una persona en esa situación esté excomulgada. Pero tampoco he pensado que su situación, objetivamente hablando, sea la mejor: “La Iglesia sabe bien que tal situación contradice el sacramento cristiano, pero con corazón de madre busca el bien y la salvación de todos, sin excluir a nadie”, dice el Papa.

Establecer una nueva convivencia tras la ruptura del matrimonio no solo contradice el sacramento cristiano, sino también la indisolubilidad del matrimonio, que se inscribe en los terrenos de la ley moral natural. Cristo, en definitiva, eleva a la dignidad de sacramento una realidad, el matrimonio, que pertenece al orden de la creación.

En muchos temas, el Cristianismo no “inventa” nada, no propone un orden alternativo, sino que se edifica sobre las bases firmes de la creación. Quizá necesitamos redescubrir la teología de la creación, reivindicar la ley moral natural y volver, hoy y siempre, sobre los fundamentos racionales de la ética.

“«No tenemos recetas sencillas», pero es preciso manifestar la disponibilidad de la comunidad y animarlos a vivir cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la liturgia, la educación cristiana de los hijos, la caridad, el servicio a los pobres y el compromiso por la justicia y la paz. La Iglesia no tiene las puertas cerradas a nadie”, recordaba el Papa.

Algo similar había dicho San Juan Pablo II: “En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza”  (Familiaris consortio, 84).

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3.08.15

La mirada de Jesús

Recoge San Mateo que el Señor, tras retirarse a un lugar tranquilo y apartado, se encontró rodeado de una muchedumbre: “vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos” (cf Mt 14,13-21).

Su mirada, su “ver”, y no solo su “mirar”, resulta completamente única. Solo Él puede mirar y ver de esa manera, con esa amplitud y con esa profundidad. Él lo ve todo, incluso la profundidad del hombre, su corazón.

La mirada de Jesús, abierta totalmente a los otros, y sensible a sus necesidades – es decir, una mirada compasiva – , contrasta a menudo con la nuestra, que tiende a ser narcisista., que tiende ahogarse en el reflejo de la nada, en la imposible levedad de un espejo que en lugar de abrirnos espacios nuevos nos encierra en lo que nos gustaría contemplar de nosotros mismos.

Y nos gustaría contemplar lo que ya no es, lo que nunca fue o lo que nunca podría ser. La belleza juvenil, de haberla tenido. La inmunidad al paso del tiempo. La fuerza o el vigor más imaginado que real. No somos así, por lo general o casi nunca. Somos humanos, demasiado humanos.

¿Qué buscarían en Jesús aquellos que se atrevieron, cuando Él, siempre tan soberano, se alejó por barca, a acercársele por tierra? Solo Él lo sabe, en el fondo. ¿Peticiones, acciones de gracias, curiosidad? De todo puede haber.

También lo pensaba ayer al comprobar cómo en una ciudad tan secularizada como la mía tantas personas seguían la efigie de Cristo, del Santísimo Cristo de la Victoria. Estaban allí nuestros corazones y el Suyo. Nuestras búsquedas, más o menos confusas, y su mirada, una mirada que siente lástima de nosotros.

Pero San Mateo anota, poco después, que Jesús “alzó la mirada al cielo”. Ahí está, en el fondo, la raíz de la preocupación de Jesús por las gentes, por cada persona. Él vive para el Padre – para Dios – y mira como el Padre – como nos mira Dios - . Él es Dios y hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. Por eso es el Mediador entre Dios y los hombres. Sus milagros son signos de su divinidad. El carácter de signo de estos milagros nos hablan de su compasión sin límites.

No conseguiremos sustituir la mirada narcisista o la “mirada virtual”, que se fija en el PC o en el móvil creyendo que la realidad virtual es, sin más, la realidad real, si no empezamos a mirar un poco hacia lo alto, hacia Dios.

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25.07.15

Dos peticiones al Apóstol

Con mayor exactitud, más que de dos peticiones al Apóstol, deberíamos hablar de dos peticiones a Dios por intercesión del apóstol Santiago. Las tomo, ambas, de la oración colecta de la misa de hoy: que sea fortalecida la Iglesia y que España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos.

Pueden parecer dos intenciones muy diferentes, pero yo creo que, en el fondo, no lo son tanto. La primera de ellas implora el fortalecimiento de la Iglesia. ¿En qué consiste esta fortaleza? Pues, ante todo, en la pureza, en la autenticidad, del testimonio de los miembros de la Iglesia. La Iglesia, siempre débil ante el mundo, es fuerte, con la fortaleza que viene de Dios, si los fieles cristianos intentan que no exista separación entre la fe y la vida. Solo esa coherencia martirial confiere a la Iglesia credibilidad.

Decía esta mañana el arzobispo de Santiago, don Julián Barrio: “Necesitamos coraje moral para salir de la irresponsabilidad, del escepticismo y de la inmoralidad. No faltan testimonios valientes y humildes”. Y añadía: “Solo puede predicarse [el Evangelio] con credibilidad desde la cruz, desde la pobreza y desde la libertad, redescubriendo la necesidad de Dios en la vida del hombre, y la exigencia de la espiritualidad para superar una visión puramente material de nuestra existencia”.

El fortalecimiento de la Iglesia o, dicho de otra manera, la santidad de los cristianos, no es una amenaza para la sociedad. Muy al contrario, “el cristianismo favorece la vida espiritual de las personas y de los pueblos, iluminando la dimensión cultural, social, económica y política para volver a la verdad del hombre”, añadía el arzobispo. De ese modo se transforma la sociedad.

¿Cómo entra hoy Dios en el mundo? Hans Urs von Balthasar decía en su Teología de la historia que Dios renueva su presencia en el mundo generando santos. Y los santos son los testigos creíbles que hacen fuerte a la Iglesia.

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15.07.15

El callejero de Madrid y la memoria histórica

Hoy he leído, un tanto sorprendido, no por el fondo sino por la forma, algunos artículos publicados en periódicos de Galicia. Se mostraban muy molestos, los autores de estos textos, por el propósito del Ayuntamiento de Madrid de borrar del callejero a personajes como, por ejemplo, a Álvaro Cunqueiro.

Álvaro Cunqueiro es un importante literato gallego. Si no han leído “Merlín y familia” o “Si el viejo Simbad volviese a las islas”, háganlo. Si lo hacen, en el caso de que aún no lo hayan hecho, me evitarán dar más explicaciones.

Yo no he conocido a Álvaro Cunqueiro (1911-1981), aunque sí, por una razón puramente circunstancial, a su hijo César Cunquiero, un notario que tenía su notaría muy cerca de donde está mi parroquia. Por una consulta técnica, como motivo, pude hablar con él y quedé impresionado por su inmensa cultura.

En el Faro de Vigo han publicado un artículo titulado, ni más ni menos, “Cunqueiricidio”. Lo firma Ceferino de Blas y dice, entre otras cosas:

“Si los concejales madrileños persisten en su intención de expulsar del callejero a Cunqueiro, y la larga lista de escritores y artistas que vivieron durante el franquismo y prestigiaron la cultura -Dalí, Josep Pla, Mihura, Jardiel Poncela, Julio Camba…-, no merecen estar donde están. Son mastuerzos. Previsiblemente no se llevará a cabo el cunqueiricidio porque PSOE, PP y Ciudadanos se lo impedirán al grupo de la alcaldesa Manuela Carmena. Pero basta la intención para dejar en evidencia el sectarismo de quienes lo pretenden. Sin quererlo, inciden en los mismos errores de quienes más odian, los fascistas. Lo mismo que los nazis perseguían a los artistas de vanguardia, a éstos, llamémoslos “neos” - leninistas, marxistas u lo que sean, también les estorban los escritores y artistas que no consideran de su cuerda. Interpretan “su” memoria histórica -como ellos la entienden-, como “la” memoria histórica. Olvidan la coplilla machadiana (de Antonio, el bueno), al malo (Manuel) también quieren quitarle su calle: “tu verdad, no, la verdad, vamos juntos a buscarla, la tuya guárdatela".

No menos complacientes están en La Voz de Galicia, periódico en el que Roberto L. Blanco Valdés escribe: el nuevo equipo de gobierno de Madrid está preparando “una amplia lista de figuras de nuestra historia para limpiar su callejero de franquistas reales o supuestos. ¡Una nueva depuración! ¡A estas alturas! Pues sí, otra más, en la que los inquisidores no se han parado en barras al repartir los capirotes”. Y cita a Eugenio D’Ors, a Josep Pla, Jardiel Poncela, Miguel Mihuera, Gerardo Diego, Manuel Machado y, también, Álvaro Cunqueiro.

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