Yo ya estaba acostumbrado, cuando tenía abierta la sección de comentarios en mi blog, a que algunos lectores me tachasen, como poco, de tibio, que viene a ser algo así como indiferente, como demasiado templado; más o menos, como si uno no tuviese convicciones firmes. Ya había asumido esa cruz. Es inevitable: uno escribe un post – que no es un tratado – y el que lo lee saca sus propias conclusiones, con más o menos razón.
Cuando toca comentar un texto, se suele recomendar hacer un resumen breve del mismo, señalar el esquema lógico que lo articula, comentar los principales conceptos que se exponen y, finalmente, relacionar ese texto con lo que el autor del mismo ha dicho en otros textos, y con la problemática abordada.
Le agradezco mucho al Dr. D. Luis Ignacio Amorós que se haya tomado la molestia, no solo de leer, sino de comentar, un post mío. No creo que, en mi pobre contribución, hubiese motivo para tanto. Pero es un honor que el Dr. Amorós se haya ocupado de hacerlo.
Yo, con D. Luis Fernando, estoy de acuerdo en todo. Y somos muy distintos. Él argumenta a su manera, yo a la mía. Pero, nunca, me he sentido en absoluto desacuerdo con él. Y creo que la razón de este no desacuerdo completo es porque, ambos, cada uno a su modo, defendemos de la mejor forma que está a nuestro alcance lo que cada uno entiende, de buena fe, que es más acorde con el catolicismo y con el bien común.
Fíjense que en mi respuesta a D. Luis Fernando solo me refería a lo que él había comentado sobre el 20 de Diciembre. A nada más. Solo a eso. Y le decía: muchos católicos no han votado a lo que han querido, sino a lo que han podido. Y eso no es una opinión; es una simple constatación. Y, si alguien no se lo cree, que repase, provincia por provincia, quién se presentaba y con qué programas.
Por más que revise ese post mío, no encuentro nada que cambiar. Hoy diría exactamente lo mismo. Yo sé que puedo equivocarme. Sé que puedo ser interpretado mal. Pero, espero, que nadie crea que diría jamás nada en contra de la fe o del magisterio de la Iglesia. Eso no lo he hecho nunca – que yo sepa – y con la ayuda de Dios espero no hacerlo jamás.
El Dr. Amorós le ha dado a ese simple post, muy contextualizado, una dimensión casi universal. Ha pasado de la anécdota a la categoría. Y, con plena justicia – quien escribe algo se expone a ser contestado – , esgrime una serie de disentimientos. Él sabrá.
Yo no he negado jamás que exista un magisterio de la Iglesia sobre la vida social y política. Y ya sé que el Catecismo lo recuerda. Tampoco voy a negar que, en estas cuestiones, a la hora de tomar una decisión tan concreta como el voto, la prudencia es esencial. Y no creo que ser prudente sea ser cobarde, no. Se trata de ser sensato.
La Iglesia, desde el Papa, pasando por las Conferencias Episcopales, y por los Obispos diocesanos, nunca ha dejado de orientar a los católicos. Basta repasar la página web del Vaticano, de la CEE, o de los diferentes Obispados. La Iglesia jerárquica no está muda. Que, justo antes de unas elecciones, diga algo o nada no significa que no haya dicho ya mucho sobre casi todo lo que se puede decir.
Nadie renuncia a la posible influencia social de los creyentes. Es obvio que todos los cristianos tenemos que batallar en favor de la verdad y de los valores. ¿Quién lo niega? ¿Quién podría negarlo?
No es sensato arremeter contra la existencia de las Conferencias Episcopales. Que no sean de derecho divino, no significa que no haya afinidad entre el derecho divino y el derecho eclesiástico. Existe algo así como la colegialidad episcopal, y las Conferencias Episcopales son un signo de esa realidad. Y los Obispos en España se han esforzado, esta última vez será la primera excepción, en hacer una nota ante las elecciones. Notas, muy de agradecer, pero ya no necesarias ( o no imprescindibles).
Los Obispos de España, como el Papa, no resumen su doctrina en notas. Hay un amplísimo magisterio que está, si se quiere, al alcance de todos.
Que el reino de Cristo “no es de este mundo” no lo he dicho yo. Lo ha dicho Cristo, y por algo sería. Las reclamaciones, a Él. ¿Cómo podemos realizar los cristianos el Reino de Cristo? Pues tratando que el mundo, en lo que podamos, responda a lo que Dios quiere.
A ver, yo pienso que la Iglesia – y los católicos – tenemos mucho que hacer. Nada más lejos de mi pensamiento que una especie de “quietismo”. Tenemos que profesar la fe, sin incoherencias. Tenemos que celebrarla. Que vivirla – con una ética plena en el plano personal y social - . Tenemos que orar, por todos; también por nosotros.
La democracia no es un invento del demonio. Vivimos en el mundo, y el mundo es lo que es. A nosotros nos toca, con las demás personas de buena voluntad, mejorarlo. Yo sé que, por poner un ejemplo, EEUU no es la Jerusalén celeste. Pero, si tuviese que optar, preferiría vivir en EEUU antes que en Corea del Norte.
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