19.04.16

“Amoris laetitia” y la boda de mi hermano

Acabo de poner en el buscador más famoso de Internet dos palabras en latín: “Amoris laetitia” ("La alegría del amor”) y me informa, ese buscador, que hay aproximadamente 581.000 resultados, en 0,23 segundos.

Somos seres humanos y a ninguno de nosotros nos puede resultar indiferente la alegría del amor, ni la realidad del matrimonio, ni la importancia de la familia. Que el Papa dedique una exhortación apostólica postsinodal a este tema, y que ese texto sea tan buscado en Internet, significa mucho. Algo así como que todos, en el fondo, buscamos lo mismo, o pensamos que lo mejor es, sustancialmente, lo mismo: “Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser solo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no solo quieren que sus padres se amen, sino también que sean fieles y sigan siempre juntos” (AL 123).

¿Podríamos negar, con el corazón en la mano, esas aspiraciones y deseos? Yo creo que no. Yo le diría a mi hermano, que se va a casar - y a otros jóvenes-,  que no tengan miedo a dar ese paso. Casarse no es malo, no es un atentado contra el amor, sino todo lo contrario. Dice el Papa:” Es verdad que el amor es mucho más que un consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial, pero también es cierto que la decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la sociedad, con unos determinados compromisos, manifiesta su relevancia: muestra la seriedad de la identificación con el otro, indica una superación del individualismo adolescente, y expresa la firme opción de pertenecerse el uno al otro. Casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio. El matrimonio como institución social es protección y cauce para el compromiso mutuo, para la maduración del amor, para que la opción por el otro crezca en solidez, concretización y profundidad, y a su vez para que pueda cumplir su misión en la sociedad. Por eso, el matrimonio va más allá de toda moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social. Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro” (AL 131).

A todos los casados, a los que se van a casar, y a quienes han optado por otros estados de vida, les invito a leer el precioso comentario del Papa al himno de la caridad de 1 Corintios 13.4-7:  «El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).

Recomiendo esa lectura (AL 89-119) a mi hermano y a su novia. Creo que les ayudará mucho, como nos puede ayudar a todos. No obstante, es verdad que un capítulo de la Exhortación apostólica, el VIII – y dicho sea esto con la absoluta voluntad de asentimiento leal a un texto del Papa - , no me acaba de convencer completamente. No tanto por lo que dice, sino por lo que parece sugerir. En todo caso, afirma Francisco, “el tiempo es superior al espacio” (AL 3). Estoy seguro de que, como pide el Papa: “La reflexión de los pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa, nos ayudará a encontrar mayor claridad” (AL, 2).

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14.04.16

La misericordia de Dios sabe esperar nuestra conversión. Dios es paciente

Parece que a algunos obispos les ha entrado una prisa incomprensible. Dicen, según parece, algunos obispos, que Dios no puede esperar - que su misericordia es algo así como un resorte automático - No lo creo. 

Hace unos años, en este mismo blog, publiqué una entrada que titulaba “La paciencia de Dios". Hoy lo he vuelto a leer, ese texto, y me sigue convenciendo:

“Dios se revela como moderado, indulgente, dando lugar tras el pecado al arrepentimiento: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres” (Sab 12,18). El poder de Dios se relaciona en este texto con su clemencia y con nuestra esperanza: “diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento” (Sab 12,19).

Santo Tomás de Aquino señala, en un Comentario de la Epístola a los Efesios, cuatro razones de la misericordia divina en relación con nosotros: Dios nos dio el ser; nos hizo a imagen suya y capaces de su felicidad; reparó la quiebra del hombre corrompido por el pecado y entregó a su propio Hijo para que nos salváramos. El poder que manifiesta su obra creadora y redentora expresa, asimismo, su clemencia y misericordia, su “excesivo amor” (Ef 2,4).

La paciencia de Dios sabe esperar el momento de la siega para separar el trigo de la cizaña (cf Mt 13,24-30). Junto a la buena semilla que Cristo planta en el campo del mundo crece también la cizaña. La paciencia de Dios permite incluso actuar a su enemigo, que siembra la cizaña en medio del trigo. Nuestro papel es atajar, en la medida de lo posible, la cizaña pero sin usurpar el papel de Dios. Solo a Él le corresponde el juicio definitivo, no a nosotros.

La comunidad cristiana no es ni puede ser una secta de puros y de iluminados. Esa tentación sectaria, proclive a un ascetismo extremo, no ha estado nunca ausente del todo en la historia del cristianismo. La preocupación de cada uno de nosotros ha de ser dar buen fruto, ser buen trigo, apartando de nuestro corazón todo lo que pueda ser cizaña, sabiendo esperar nuestra propia conversión y la conversión de los otros.

La Iglesia es santa, porque está unida a Cristo y es santificada por Él, aunque en sus miembros – en nosotros que aún peregrinamos por este mundo - esta santidad esté todavía por alcanzar. No podemos, pues, extrañarnos de que la Iglesia abrace en su seno a los pecadores: “En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos” (Catecismo 827).

La presencia del mal en el mundo y en el interior de la Iglesia no ha de llevarnos a dudar de la eficacia del Evangelio, sino a esperar y a confiar en el poder de Dios. No todo tenemos que hacerlo nosotros con nuestras solas fuerzas. Nosotros debemos hacer lo que podamos sabiendo que todo, al final, está en manos de Dios; que a Él, en última instancia, le corresponde establecer la justicia.

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Diversas formas del Magisterio de la Iglesia

No todas las enseñanzas del magisterio de la Iglesia son infalibles. Las orientaciones del magisterio de la Iglesia – de la enseñanza oficial del Papa y de los obispos, que enseñan, con la autoridad recibida de Cristo, lo que concierne a la fe y a las costumbres - , son, aunque no todas infalibles, extraordinariamente valiosas y necesarias. Es más fácil no errar si uno sigue la enseñanza de la Iglesia, aunque sea falible, que errar si uno sigue, sin más, su propio criterio.

El magisterio – la enseñanza con autoridad en lo que concierne a la fe y a las costumbres -  puede expresarse de diversos modos.

1)      Puede tratarse de una enseñanza solemne que define una doctrina a través de un concilio o de una definición “ex cathedra” del Romano Pontífice. Si ese es el caso, se nos pide a los creyentes un asentimiento de fe teologal; es decir, creer algo como divinamente revelado.

2)      Puede tratarse de un ejercicio del magisterio ordinario y universal “definitivo”. Un pronunciamiento de este tipo es vinculante e infalible. El asentimiento requerido es “firme y definitivo”.

3)      Puede tratarse de una enseñanza auténtica – es decir, promulgada con autoridad – pero no definitiva. Una enseñanza en la que habrá  que considerar el tipo de documento, la insistencia en las fórmulas empleadas y  la insistencia en la doctrina propuesta (no entramos, ahora, en la posibilidad del magisterio ordinario infalible, contemplado en LG 25).

4)      En este caso, puede tratarse de declaraciones no definitivas que apoyan la verdad de la palabra de Dios y que conducen a una mayor comprensión de la Revelación. Piden, por parte del creyente, “un sometimiento religioso de la voluntad y del entendimiento”.

5)      O puede tratarse de aplicaciones prudenciales y contingentes de la doctrina, especialmente en materias de disciplina. En este caso, se les pide a los fieles “voluntad de asentimiento leal”.

¿Qué sucede cuándo un teólogo – o un creyente - no acaba de ver con claridad una enseñanza del magisterio? La Instrucción “Donum veritatis”, sobre la vocación eclesial del teólogo, nos recuerda:

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5.04.16

Nueva evangelización: Tenemos que cambiar el “chip”

Si me pongo a definir qué es eso del “chip”, me pierdo un poco. Al parecer, se trata de una “pequeña pieza de material semiconductor que contiene múltiples circuitos integrados con los que se realizan numerosas funciones en computadoras y dispositivos electrónicos”.

Da igual. “Cambiar el chip” es, sin entrar en detalles, cambiar el esquema. San Juan Pablo II decía de la nueva evangelización:” Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Haití, 1983).

Hace falta una evangelización “nueva”. Que no es nada raro, sino que equivale a tomar en serio el desafío que, hoy, supone el anuncio del Evangelio.

En un país como el nuestro, España, esa urgencia es obvia. No tiene sentido, por ejemplo, hacer un cálculo de las parroquias según el número teórico de habitantes que, supuestamente, las pueblan. No. No es así. Un territorio, un barrio de una ciudad, no es, sin más, una parroquia.

Una parroquia es una comunidad de fieles, no de vecinos. Es verdad que, con más o menos fieles, la parroquia ha de ser misionera, y ha de intentar llegar a todos los que habitan la zona. Pero un catastro de un barrio no define, sin más, lo que es una parroquia.

Si no reconocemos la realidad, la evangelización no puede ser “nueva”. Porque la novedad viene de Dios. Y Dios no es amigo de componendas.

Me ceñiré a la Misa del domingo. A mi modo de ver, en cada parroquia debería celebrarse solo una vez la Santa Misa el domingo. No más de una vez. No más, al menos, si hubiese espacio para acoger, en esa única celebración, a todos los feligreses que deseasen participar en la misma.

Y si eso vale para el domingo, vale para todos los días. Una sola celebración de la Santa Misa, pero con la mayor participación posible de los fieles. No se trata de que cada fiel, individualmente, resuelva su “problema”. Sino de que, todos los fieles, celebren el domingo. O celebren, simplemente – que no es poco -  la Santa Misa.

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Una oración que no hemos de cansarnos de rezar: María, Madre de los vivientes

Oh  María, 
aurora del mundo nuevo, 
Madre de los vivientes, 
a Ti confiamos la causa de la vida
mira, Madre, el número inmenso 
de niños a quienes se impide nacer, 
de pobres a quienes se hace difícil vivir, 
de hombres y mujeres víctimas 
de violencia inhumana, 
de ancianos y enfermos muertos 
a causa de la indiferencia 
o de una presunta piedad. 
Haz que quienes creen en tu Hijo 
sepan anunciar con firmeza y amor 
a los hombres de nuestro tiempo 
el Evangelio de la vida.

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