“Amoris laetitia” y la boda de mi hermano
Acabo de poner en el buscador más famoso de Internet dos palabras en latín: “Amoris laetitia” ("La alegría del amor”) y me informa, ese buscador, que hay aproximadamente 581.000 resultados, en 0,23 segundos.
Somos seres humanos y a ninguno de nosotros nos puede resultar indiferente la alegría del amor, ni la realidad del matrimonio, ni la importancia de la familia. Que el Papa dedique una exhortación apostólica postsinodal a este tema, y que ese texto sea tan buscado en Internet, significa mucho. Algo así como que todos, en el fondo, buscamos lo mismo, o pensamos que lo mejor es, sustancialmente, lo mismo: “Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser solo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo; los hijos no solo quieren que sus padres se amen, sino también que sean fieles y sigan siempre juntos” (AL 123).
¿Podríamos negar, con el corazón en la mano, esas aspiraciones y deseos? Yo creo que no. Yo le diría a mi hermano, que se va a casar - y a otros jóvenes-, que no tengan miedo a dar ese paso. Casarse no es malo, no es un atentado contra el amor, sino todo lo contrario. Dice el Papa:” Es verdad que el amor es mucho más que un consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial, pero también es cierto que la decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la sociedad, con unos determinados compromisos, manifiesta su relevancia: muestra la seriedad de la identificación con el otro, indica una superación del individualismo adolescente, y expresa la firme opción de pertenecerse el uno al otro. Casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio. El matrimonio como institución social es protección y cauce para el compromiso mutuo, para la maduración del amor, para que la opción por el otro crezca en solidez, concretización y profundidad, y a su vez para que pueda cumplir su misión en la sociedad. Por eso, el matrimonio va más allá de toda moda pasajera y persiste. Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su carácter social. Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro” (AL 131).
A todos los casados, a los que se van a casar, y a quienes han optado por otros estados de vida, les invito a leer el precioso comentario del Papa al himno de la caridad de 1 Corintios 13.4-7: «El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).
Recomiendo esa lectura (AL 89-119) a mi hermano y a su novia. Creo que les ayudará mucho, como nos puede ayudar a todos. No obstante, es verdad que un capítulo de la Exhortación apostólica, el VIII – y dicho sea esto con la absoluta voluntad de asentimiento leal a un texto del Papa - , no me acaba de convencer completamente. No tanto por lo que dice, sino por lo que parece sugerir. En todo caso, afirma Francisco, “el tiempo es superior al espacio” (AL 3). Estoy seguro de que, como pide el Papa: “La reflexión de los pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, honesta, realista y creativa, nos ayudará a encontrar mayor claridad” (AL, 2).