Vive la France!
He seguido la retransmisión de la llegada del Papa a París y de la ceremonia de bienvenida en el palacio presidencial. Los franceses, cuando quieren, saben hacer las cosas bien. Y hoy las han hecho bien.
El discurso del presidente Sarkozy me ha parecido una pieza maestra de la oratoria, del pensamiento político y de la diplomacia. Sabe hablar ante el Papa, y sabe hablar ante el mundo. Sarkozy profiere palabras, pero se hace entender; se comunica; razona valiéndose del lenguaje. No se limita a “hablar por hablar”.
Su discurso ante el Papa ha sido ejemplar en la forma y en el fondo. Ha elogiado a un Papa que “honra a Francia” con su visita. La cultura, la democracia, la razón, la laicidad, la ética, los derechos humanos, la dignidad de la persona, el papel de las religiones y de la espiritualidad han sido contenidos que han proporcionado densidad intelectual a su reflexión. El Presidente de la más laica de las Repúblicas no ha tenido empacho en reconocer los sentimientos y las expectativas de los católicos de Francia, también ciudadanos de ese país. Ha hecho referencia a las raíces cristianas de su patria y a la vigencia que la palabra que proviene de las tradiciones religiosas tiene de cara a la resolución de graves problemas para los que una sociedad, y unos gobernantes, no tienen todas las respuestas. Apostando por la paz entre las religiones, ha manifestado – y no es usual oír esto de labios de un político – la necesidad de “reciprocidad” en el trato, particularmente en el lo que concierne a la integración de ciudadanos que profesan el Islam.
“La búsqueda de la espiritualidad no pone en peligro la democracia”. La religión, y las religiones, no son una amenaza a la democracia. Porque la democracia debe asentarse en la razón y en el respeto a la dignidad del hombre. Incluso se ha referido a Lourdes, destacando que en ese lugar florece lo que él ha denominado el “milagro de la compasión”; un milagro que toca al hombre, porque la dignidad de la persona se manifiesta en su capacidad de afrontar el sufrimiento.
Benedicto XVI ha sabido, como siempre, estar a la altura. Reconociendo la aportación de Francia a la Iglesia. Recordando los orígenes cristianos de esa nación. Haciendo memoria de San Ireneo y del papel civilizador de la Iglesia. Iglesia y Estado no son lo mismo: “Al César lo que es del César…”. Pero la distinción entre la política y la religión no puede olvidar “las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias” y la contribución que la religión “puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad”. En eso consiste la “laicidad positiva”.
El Papa ha expresado la necesidad de la aportación cristiana; una aportación que se resume en la caridad y en la esperanza. Ayudando a los jóvenes, a los más débiles y contribuyendo a respetar el planeta. Europa será realmente una “unión” – más allá de la retórica y del juego de intereses – si los derechos inalienables del ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural, así como los concernientes a su educación libre, su vida familiar, su trabajo, sin olvidar naturalmente sus derechos religiosos”, están siendo promovidos y respetados. Paz y prosperidad, libertad y unidad, igualdad y fraternidad. “¡Que Dios bendiga a Francia y a todos los franceses!”.
¿Se imaginan ustedes, sufridos lectores, una recepción similar en España? ¿Unas palabras semejantes pronunciadas por un Presidente del Gobierno de nuestro país? Yo, no. Sintiéndolo mucho.
Guillermo Juan Morado.
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