Un signo y un testimonio de Cristo Resucitado
Bella homilía la pronunciada por Benedicto XVI en la Misa del tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo II. El Papa actual destaca con fuerza la “excepcional sensibilidad espiritual y mística” de su predecesor. Es una observación ajustada, que todos hemos podido constatar: Juan Pablo II era un hombre de Dios, un hombre verdaderamente espiritual. Bastaba verlo rezar o celebrar la Santa Misa, adentrándose - diríamos que palpablemente - en el misterio de la muerte y la resurrección del Señor.
Quizá sea ésta una de las claves que explican la atracción que Juan Pablo II ejercía sobre las personas. Los hombres santos nos hacen más cercano el misterio de Dios. Un misterio que nos desborda de tal manera, que sólo podemos percibirlo indirectamente, reflejado en la existencia de aquellos que se han dejado invadir por él. Es también, esta vivencia profundamente espiritual, el gran reto para los cristianos en este momento. Para sostener la vida cristiana no es suficiente con la doctrina, o con una superficial práctica religiosa; es preciso tener experiencia de Dios, saber de Él, gustar de algún modo de su presencia.
La Pascua de Cristo, su muerte y resurrección, eran para Juan Pablo II no sólo el eje central de su anuncio, sino también, como ha de serlo para todos los cristianos, una realidad que iba tomando forma, místicamente, en su propio ser. De ahí la valentía, el coraje y el optimismo del Papa. Su “no tengáis miedo”, tantas veces repetido, se fundaba, como hace notar Benedicto XVI, no en las fuerzas humanas, ni en los éxitos, sino solamente en la Palabra de Dios, en la Cruz y en la Resurrección de Cristo: “Como le sucede a Jesús, también para Juan Pablo II al fin las palabras han dejado el puesto al extremo sacrificio, al don de sí mismo. Y la muerte ha sido el sello de una existencia enteramente donada a Cristo”.
La experiencia de Dios, la experiencia de la Pascua, es la experiencia de la misericordia de Dios. ¿Qué puede contrarrestar la marea del mal? Sólo el amor de Dios, sólo su Divina Misericordia: “No hay otra fuente de esperanza para el hombre más que la misericordia de Dios”, afirmaba Juan Pablo II.
Benedicto XVI concluye su homilía pidiendo al difunto Papa que “continúe a interceder desde el cielo por cada uno de nosotros”. Creo que somos muchos los que nos unimos a esa petición.
Guillermo Juan Morado.
7 comentarios
Yo también he hablado hoy de la misericordia.
Dejar un comentario