Piedad mariana
La piedad es la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. La piedad es devoción, dedicación a la persona amada. Es también compasión y misericordia. Es, asimismo, uno de los dones del Espíritu Santo y una virtud, derivada de la justicia, “por la que rendimos honor a Dios ofreciéndole nuestra devoción, nuestra oración, los sacrificios, los ayunos, la abstinencia, el respeto, el culto, es decir, todo el conjunto de deberes por los que le reconocemos como nuestro Soberano Señor” (A. Gardeil, El Espíritu Santo en la vida cristiana, Madrid 1998, 61).
La piedad mariana es, en sentido subjetivo, la piedad de Nuestra Señora. Ninguna creatura ha vivido como Ella la devoción, la entrega generosa a Jesús, su Hijo; ni la compasión, ni la ofrenda de su vida entera a Dios nuestro Señor. Tampoco nadie como Ella ha vivido el amor fraterno, donde se encuentra la piedad (cf 2 Pedro 1, 7).
En sentido objetivo, la piedad mariana es la devoción a la Santísima Virgen. Ella es la Madre de la Misericordia, la Madre de la divina gracia: “Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión - por decir así - materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas” (Juan Pablo II, “Audiencia”, 15 de Octubre de 1997). Ella participa, de algún modo, de la paternidad divina y tiene derecho a nuestra piedad filial. En la Virgen vemos reflejado el rostro materno de Dios (cf Síntesis de los aportes recibidos para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 189).
El Papa Pablo VI señaló que “la finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en un vida absolutamente conforme a su voluntad” (Marialis cultus, 39).
En definitiva, “la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente de las bienaventuranzas. […] la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección” (Juan Pablo II, “Audiencia", 5 de Noviembre de 1997).
Guillermo Juan Morado.
7 comentarios
Leíamos el Evangelio ¡y la Virgen salía tan poquito...! Quería saber algo de ella como persona, pero fuera de San Lucas todo eran menciones escuetas y algún desaire incluso de Jesús a su madre (que aparecía hasta sin nombre propio ) y familia.
Era algo que ya entonces (cuando ni por asomo leía a teólogos heterodoxos ni crítica textual, naturalmente) se me hacía frío, lejano y artificioso. Y, aunque desechaba estos pensamientos por pecaminosos (y confesarse de ese pecado era difícil porque no sabía ni cómo contárselo al cura) pensaba que el culto a la Virgen no hacía mucha falta para ser cristiano.
Te hablo de cuando era muy niña. Los años siguientes, para qué contarlos sin que aparezca por aquí alguien a lapidarme.
Pero por aquello dela sintonía que dices, y porque nunca me he atrevido a hablar de ello así, sinceramente te pido que me des unas poquitas razones para una escéptica de la pidad mariana. No pido que se me convenza de dogmas relativos a la María. Hablo de devoción y piedad, y de una interpretación del papel de María en la Escritura y luego en las primeras épocas de la tradición, que vaya más allá de lo que aprendí a los 6 ó 7 años.
No tenemos a un dios solitario y aristotélico sino a Dios trino, que es un dios filial.
Eso te lo va mostrando Él mismo. No es algo que te puedan mostrar los demás. Y no es cuestión de argumentos, es una vivencia una revelación por la Gracia de Dios. Como la Fe misma. A quien tienes que pedírselo es a Ella misma si de verdad te interesa "encontrártela".
investiza por tí misma interesate en instruirte para que no te dejes engañas y tampoco hacer comentarios que ni vienes al caso.
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