No tomarás el nombre de Dios en vano
Con su saber teológico y con su saber decir Olegario González de Cardedal ha escrito un bello artículo sobre “Dios a la vista” (La Tercera de ABC, domingo 18 de enero de 2009). “De Dios sólo se puede hablar con amor y temblor desde dentro de la verdad de la existencia, desde el estremecimiento de quien se sabe lejos de la propia dignidad humana y más lejos todavía lejos de la santidad divina. Sólo se puede hablar de Él con una razón que nace de la vida y del servicio incondicional al prójimo”, dice el catedrático salmantino.
Tiene razón. Tendemos a olvidarnos, quizá también los creyentes, del segundo mandamiento de la ley de Dios: “No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios” (Ex 20,7). Debemos respetar el nombre de Dios. Como enseña el “Catecismo de la Iglesia Católica”, “Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad” (2143).
La justicia pide correspondencia. Y la confianza, confianza. Ante un Dios que nos dice su Nombre, nuestra respuesta ha de estar formada de silencio adorante, de amor que bendice, de humilde glorificación. Dios es el Santo. Banalizar su Nombre equivale a banalizar, a hacer insustancial, nuestra más profunda identidad y nuestro más alto destino: ser interlocutores de Dios, capaz de dirigirnos a Él, porque Él así nos lo concede, en la audaz osadía de la oración: “Padre nuestro”.
Tomar el Nombre de Dios en vano es un abuso de confianza, una infidelidad, una insolencia. Hasta si uno es ateo, ha de respetar el Nombre de Dios, al menos por un mínimo de consideración hacia quienes saben que en este sagrado nombre vivimos, nos movemos y existimos.
También nosotros, cada uno de nosotros, tenemos un nombre. Nuestro nombre representa lo que somos; es índice de nuestra dignidad. Si minusvaloramos el Nombre de Dios quebramos el pacto, imprescindible para la convivencia, de respetarnos unos a otros.
Guillermo Juan Morado.
1 comentario
Yo creo que una forma, muy grave, de tomar en falso el nombre de Dios es negarlo con nuestras acciones y omisiones porque, haciendo caso omiso de su voluntad estamos, por así decirlo, negando a Quien nos creó a su imagen y semejanza.
Y eso, hoy día, con el relativismo tan en auge como está, es muy fácil caer en su trampa.
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