Madre y Maestra
La espiritualidad mariana no es un complemento accesorio para la vida cristiana, sino una dimensión esencial de la misma. La Santísima Virgen nos instruye en el temor del Señor (cf Salmo 33). Ella es Madre y Maestra de la vida espiritual, que nos muestra cómo hacer de la propia vida un culto a Dios, y del culto un compromiso de vida (cf Pablo VI, Marialis cultus, 21).
Entregada a la oración, en su vida oculta, meditando en su corazón la palabra de Dios y ejerciendo obras de caridad, Santa María es, a la vez, la perfecta discípula del Señor y la Maestra que nos estimula con amor materno y nos atrae con su ejemplo para conducirnos a la caridad perfecta (cf Prefacio de la Misa de “La Virgen María, Madre y Maestra espiritual”). El Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, ve a Nuestra Señora como Maestra que, en Caná, exhorta a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf n. 14). Ella nos enseña de modo singular la obediencia de la fe; la escucha y el sometimiento a la voluntad de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38).
El culto cristiano no es puramente exterior, sino que compromete todo nuestro ser e imprime a nuestra existencia una decisiva orientación hacia Dios. En la Santa Misa, la Iglesia pide al Padre que envíe al Espíritu Santo “para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo” (Catecismo, 1109). Nada de lo que somos o hacemos - nuestras preocupaciones y trabajos, nuestras alegrías y penas, nuestra oración y nuestro sufrimiento - ha de quedar al margen de Dios. La vida moral no es para un cristiano una árida carrera de obstáculos, sino un itinerario a recorrer, sostenidos por la gracia, para que podamos llegar a la bienaventuranza prometida.
La obediencia a la voluntad del Padre se convierte, para cada cristiano, en camino y medio de santificación. Obedeciendo a Dios nos asimilamos a Cristo que entró en el mundo para hacer la voluntad del Padre (cf Hebreos 10, 7). La voluntad soberana de Dios no es una disposición arbitraria o despótica que nos esclavice; su voluntad es el designio de benevolencia que se identifica con nuestra salvación (cf 1 Timoteo 2, 4).
María es agradable al Señor por no haber querido más que su voluntad. Si somos de María, si nos identificamos con Ella en el camino de la obediencia, seremos de Cristo, nos conformaremos con Él. “Entre todas las devociones – escribió San Luis María Grignion de Monfort - , la que mejor consagra y hace conforme el alma a nuestro Señor es la devoción a la Santísima Virgen, su Madre; y cuanto más un alma esté consagrada a María, tanto más lo estará a Jesucristo” (Sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen).
Guillermo Juan Morado.
3 comentarios
No me resisto a reproducir una frase del libro de Messori: “Ya lo observaba Léon Bloy: los mayores devotos de María son o los grandes pecadores o los inocentes, los sencillos. Quienes la aman con un amor más intenso se encuentran o entre quienes han conocido bien el pecado o entre quienes no lo han conocido”. (p. 147)
Carlos
Muchas Maestras han intentado y siguen haciéndolo ayudar y sostener, al mismo tiempo enseñar, bajo la adversidad de la agresión de familias complejas y violentas.
A diario rezo el Rosario, al levantarme, sé que la Virgen Maria, tiene celos divinos de sus hijos más pequeños, más aún si son víctimas de que los hagan caer en pecados, por ejemplo si les enseñan a robar y o matar. Esta mirada me ha llevado a pensar que además de Maestras de Escuela pública, podemos misionar por cada alma de cada niño allí presente.
En el sostenimiento de la oración pensé en formar un presidium o grupo de oración con docentes y llamarlo "María Madre y Maestra", buscando esta idea encontré los comentarios que leí y me ayudaron. Me uno en oración con ustedes. marta
Dejar un comentario