La Iglesia y la hecatombe de 1936
No soy historiador; por consiguiente, que no se tome este comentario como la reseña de un especialista, sino, en todo caso, como la de un lector interesado por la historia. También por ese turbulento período de la historia de España que comprende la Segunda República y la Guerra Civil.
Estoy estos días leyendo el libro de Vicente Cárcel Ortí, Caídos, víctimas y mártires. La Iglesia y la hecatombe de 1936 (Espasa Calpe, Madrid 2008, 519 p., 22, 90 euros). Sobre el 36, hay mucho escrito. Sobre los caídos en ambos frentes de batalla; sobre las víctimas y también sobre los mártires de la persecución religiosa. Ya el título del libro invita a distinguir, a no mezclar. Es verdad que en esa hecatombe hubo muchos muertos; pero no todos murieron por las mismas razones ni del mismo modo, aunque todos los muertos merezcan respeto.
La principal novedad del libro de Cárcel Ortí es, creo, el amplísimo uso que hace de los Archivos Vaticanos. Desde septiembre de 2006 es accesible la documentación que allí se encuentra relativa a la monarquía de Alfonso XIII, a la Segunda República y a la Guerra Civil: “La apertura de estos archivos – escribe Cárcel Ortí – nos permite reconstruir la historia de un decenio trágico para todos los españoles pero, esencialmente, para la Iglesia y los católicos, a base de una documentación vastísima e inédita, que convierte la tarea del investigador en interesante e innovadora” (p. 32).
Cárcel Ortí vive en Roma, conoce perfectamente, como prueban sus estudios anteriores, los Archivos Vaticanos y se ha aplicado a fondo a desentrañar las 187 cajas del Archivo de la Nunciatura de Madrid, de la Secretaría de Estado y de la Sagrada Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. Todas estas fuentes están detalladas en el “apéndice documental” del libro (pp. 491-499).
El libro tiene cuatro partes, dedicadas, respectivamente al contexto histórico (1931-1939), a las víctimas ilustres de las dos represiones, a la Iglesia contra la represión de los nacionales y a la memoria histórica católica. Interesantísima resulta, en especial, la tercera parte que documenta la actividad del Papa y de la Santa Sede en contra de la represión ejercida por los nacionales, así como las diversas intervenciones de eclesiásticos a favor de condenados a muerte y detenidos políticos. Un apartado de esta parte está enteramente dedicado al obispo Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona.
La cuarta y última parte, “memoria histórica católica” es un relato aterrador de las muertes martiriales de tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, asesinados sólo por ser católicos. Ya el ministro republicano Manuel de Irujo denunciaba en su momento: “A los sacerdotes y religiosos se les ha dado caza y muerte de modo salvaje”. Y el embajador francés, Eirik Pierre Labonne, de religión protestante y entusiasta de la República, decía en un informe diplomático de 1938: El gobierno republicano “hace mucho tiempo que ha aceptado el ejercicio del culto protestante y del culto israelita. Pero permanece mudo ante el catolicismo y no le tolera en absoluto”.
Un libro, pues, muy recomendable y de ágil lectura, para un ejercicio de la memoria que nos ayude a comprender qué pasó y por qué paso. Sobre todo, para intentar no repetir el pasado.
Guillermo Juan Morado.
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