La identidad familiar en el contexto social (II)
2.Un desafío de la nueva evangelización
La Iglesia, junto con todos los hombres de buena voluntad, está llamada a “construir una verdadera cultura de la familia y de la vida” . Es este un desafío que se abre a la “nueva evangelización”.
La Iglesia evangeliza siempre, pero nos encontramos en un momento histórico en el que, como observaba el entonces cardenal Ratzinger, “existe un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de los valores humanos esenciales, que resulta preocupante. Gran parte de la humanidad de hoy no encuentra en la evangelización permanente de la Iglesia el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pregunta: ¿cómo vivir?”. Y añadía el Cardenal: “Por eso buscamos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida y que no se debe interrumpir nunca, una nueva evangelización, capaz de lograr que la escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización “clásica". Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos” .
El cardenal Ratzinger vincula en este texto dos realidades: el proceso progresivo de descristianización y la pérdida de valores humanos esenciales. Entre estos valores humanos esenciales ocupa un lugar destacado el respeto a la familia y a la vida. La familia y la vida son bienes fundamentales de la persona y de la sociedad; el hombre, en su existencia personal y en su convivencia social, se ve amenazado si estos bienes no son custodiados y promovidos. La nueva evangelización ha de buscar caminos para que el Evangelio de la familia y de la vida, que ampara y eleva estos bienes, llegue a todos.
3.¿Qué implica construir una cultura de la familia y de la vida?
Construir una cultura de la familia y de la vida comporta unas exigencias concretas:
1) Supone, ante todo, devolver a las familias su protagonismo, su capacidad de construirse.
2)Exige tener en cuenta los medios adecuados “para el reconocimiento público de la importancia de la familia en la configuración de la sociedad” .
3)Se debe buscar la defensa explícita de la vida en las leyes que configuran nuestro ordenamiento social.
4)La función social de las familias ha de manifestarse en la intervención política, buscando que las leyes e instituciones del Estado sostengan y defiendan los derechos y los deberes de la familia.
Intentaremos, siguiendo la Instrucción Pastoral sobre La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, desglosar cada uno de estos cuatro apartados pero, para enmarcarlos debidamente, nos parece útil recordar algunos principios de la doctrina social de la Iglesia acerca del papel que le compete a las autoridades en la sociedad civil.
Pablo VI, en su exhortación apostólica Marialis cultus, decía, refiriéndose a Nuestra Señora que en Ella “todo es relativo a Cristo”: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El” . Esta relatividad a Cristo es aplicable a todas las realidades humanas. La referencia a Él no las priva de su dignidad y autonomía, sino que las protege en lo que son y las eleva.
Es significativa la apelación que Juan Pablo II, al comienzo de su pontificado, dirigía a la humanidad a abrir las puertas a Cristo: “Abrid a spotestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!”. Porque la potestad de Cristo “responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón. Esta potestad no habla con un lenguaje de fuerza, sino que se expresa en la caridad y en la verdad”.
La caridad y la verdad… En estas coordenadas se inscribe también el desafío de la nueva evangelización de construir una cultura de la familia y de la vida.
4. ¿Cuál es el papel de las autoridades en la sociedad civil?
La autoridad es un servicio que no se puede ejercer de cualquier modo, ya que ha de estar sometido a una regulación moral. Son tres los elementos que regulan el ejercicio de la autoridad: su origen divino, su naturaleza racional y su objeto específico. Esta regulación moral marca, asimismo, un límite: “Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural” .
¿Qué sucedería si ese límite se traspasase? Se estaría caminando hacia el totalitarismo, aunque se tratase de un sistema formalmente democrático. El ejercicio de la autoridad exige el respeto a un orden de valores que es previo a las decisiones de las mayorías. Y el reconocimiento de ese orden de valores supone reconocer, frente al relativismo, que existe una verdad sobre el hombre que no está a merced del mayor o menor número de votos. Sobre este aspecto llamaba justamente la atención Juan Pablo II en la encíclica Centessimus annus:
“Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” .
Es un tema sobre el que también Benedicto XVI insiste frecuentemente. En el discurso pronunciado en la ceremonia de bienvenida a su llegada a los Estados Unidos, afirmó:
“Ya desde los albores de la República, la búsqueda de libertad de América ha sido guiada por la convicción de que los principios que gobiernan la vida política y social están íntimamente relacionados con un orden moral, basado en la señoría de Dios Creador. Los redactores de los documentos constitutivos de esta Nación se basaron en esta convicción al proclamar la “verdad evidente por sí misma” de que todos los hombres han sido creados iguales y dotados de derechos inalienables, fundados en la ley natural y en el Dios de esta naturaleza”.
Con estas palabras, el Papa proclama, en la nación que simboliza de algún modo la democracia, la prioridad antecedente de un orden moral que debe estar en la base de cualquier regulación positiva. Y en el mismo discurso, añade: “Como vuestros Padres fundadores bien sabían, la democracia sólo puede florecer cuando los líderes políticos, y los que ellos representan, son guiados por la verdad y aplican la sabiduría, que nace de firmes principios morales, a las decisiones que conciernen la vida y el futuro de la Nación” .
El ejercicio de la autoridad ha de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos, teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y a la paz. Pero siempre, como hemos ya indicado, “el poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana” ; administrando justicia en el respeto a los derechos de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados.
5. Devolver a las familias su protagonismo: su identidad y papel social
Después de esta rápida alusión a los deberes de las autoridades en la sociedad civil, debemos centrar nuestra atención en el primer reto que es preciso afrontar para construir una cultura de la familia y de la vida: Devolver a las familias su protagonismo social.
5.1. La identidad de la familia
Asumir este objetivo supone el reconocimiento de la identidad de la familia y su aceptación como sujeto social. No se puede impulsar el papel de la familia en la sociedad si no se reconoce lo que la familia es y no se acepta el papel que debe desempeñar en la sociedad: “La familia es una comunidad de personas, la célula social más pequeña, y como tal es una institución fundamental para la vida de toda la sociedad. La familia como institución, ¿qué espera de la sociedad? Ante todo que se reconocida en su identidad y aceptada en su naturaleza de sujeto social” .
Reconocer la identidad de la familia equivale a decir que no cualquier agrupación humana es, en sentido propio, familia. La familia se funda en un legítimo matrimonio y está abierta a la descendencia. En ese ámbito familiar se inscriben los derechos fundamentales de la persona: “a nacer en el seno de una familia con un padre y una madre, a vivir una fraternidad real con sus hermanos, a poder confiar en estas relaciones como medios válidos de crecimiento personal” .
Reconocer la identidad de la familia es admitir que ésta es un bien fundamental para la sociedad y que no es “un mero producto cultural que el Estado puede conformar a su voluntad, sino una institución natural anterior a cualquier otra comunidad, incluida la del Estado” .
Estos elementos los recoge Benedicto XVI en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2008, empleando explícitamente la expresión familia natural: “La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el «lugar primario de ‘‘humanización'’ de la persona y de la sociedad», la «cuna de la vida y del amor». Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, «una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social»” .
5.2. La familia como sujeto social
En el ámbito social, la familia es sujeto de derechos fundamentales. No sólo la persona individual es sujeto de derechos, sino también la comunidad de personas:
“La familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal, afirma que «la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado». Por su parte, la Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: «Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia». Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta. La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz” .
La Instrucción de la Conferencia Episcopal Española menciona brevemente los derechos fundamentales de la familia:
“el derecho a unas condiciones económicas que le aseguren un nivel de vida apropiado a su dignidad; a unas medidas de seguridad social; a un orden social y económico en el que la organización del trabajo permita a sus miembros vivir juntos y que no sea obstáculo para el bienestar; a la salud y estabilidad de la familia; así como a una remuneración del trabajo que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia; al reconocimiento del trabajo de la madre en casa, a una vivienda digna; el derecho de los padres a la educación de sus hijos, a unos medios de comunicación respetuosos con la institución familiar. Son los requerimientos básicos que toda auténtica política familiar debe tener en cuenta e intentar legítimamente satisfacer” .
Se devolverá a las familias el protagonismo que les corresponde si se reconoce que la familia es una “sociedad primordial” y, en cierto modo, “soberana” . El papel del Estado no debe sustituir o anular el papel de la familia, sino que ha de seguir el principio de subsidiariedad, reconociendo su papel, respetando su libertad de acción, y ofreciendo la ayuda que pueda necesitar para llevar a cabo sus funciones. La política familiar ha de evitar trabas y favorecer la capacidad de iniciativa de las familias, propiciando el asociacionismo familiar.
Guillermo Juan Morado.
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